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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Lautaro, arquetipo de héroe chileno.

por Soledad Covarrubias
Artículo publicado el 14/11/2006

Síntesis
Comparación de la figura de Lautaro (indio mapuche) en cinco obras de la narrativa chilena: La Araucana de Alonso de Ercilla, Canto General de Pablo Neruda, Epopeya de Halcón Ligero de Benjamín Subercaseaux,  Lautaro:Epopeya del pueblo mapuche de Isidora Aguirre y Mapocho de Nona Fernández.
Por Soledad Covarrubias y Macarena Silva C.

 

Lautaro, indio mapuche educado por el mismo Pedro de Valdivia, jugó un rol decisivo en la sublevación mapuche contra la conquista española. Su persona y fábula han sido objeto de varias obras literarias, recreadas desde ángulos bastante diferentes, pero siempre manteniendo algunos rasgos épicos. Por esto Lautaro, más allá de personaje histórico, se constituiría como un arquetipo de héroe en el inconsciente colectivo chileno. A modo de muestra, se analizarán cinco obras en las que Lautaro se presenta como protagonista o en forma secundaria, según las distintas intenciones de cada autor y sus configuraciones del personaje.

C. G. Jung  definió como inconsciente colectivo a los contenidos psíquicos comunes a un pueblo, raza o grupo, a la psique de naturaleza universal,  que:

[..] en contraste con la psique individual tiene contenidos y modos de comportamiento que son, cum grano salis, los mismos en todas partes y en todos los individuos. En otras palabras, es idéntico a sí mismo en todos los hombres y constituye así un fundamento anímico de naturaleza suprapersonal existente en todo hombre.  Arquetipos e Inconsciente colectivo  pág. 10


A los contenidos del  inconsciente colectivo se los denomina arquetipos, estos constituyen imágenes que proceden de los fundamentos del espíritu inconsciente y existen a causa de la herencia, ya que en los arquetipos están contenidas todas las experiencias habidas desde los comienzos de la historia humana. Sin embargo, no son representaciones que se hereden fijas, sino posibilidades de representaciones: “ que al conciencializarse y ser percibidas cambian de acuerdo con cada conciencia individual en que surgen.” [11].  A la luz de estos conceptos analizaremos las distintas versiones en que se presenta Lautaro,  en vías de constituir sus rasgos heroicos.

La Araucana  de Alonso de Ercilla y Zúñiga, La épica chilena
La Araucana es el primer poema épico dedicado a la conquista de América, específicamente a Chile, y se articula sobre la sublevación mapuche ante la colonización española. Ercilla, su autor, llegó al país en 1557, formando parte de la expedición del nuevo gobernador García Hurtado de Mendoza. Motivado por lo que veía, Ercilla explica la razón de su escritura: “si causa me incitó a que escribiese /con mi pobre talento y torpe pluma,/fue que tanto valor no pereciese/ ni el tiempo injustamente la consuma”. Publicó la primera parte en 1569, costeada en principio por él mismo. Sin embargo, fue tan bien recibida, que Ercilla debió escribir una Segunda y Tercera parte, publicadas en 1578 y 1589, respectivamente. La versión definitiva, publicada en Madrid en 1590, fue editada 15 veces durante la vida de su autor (1533-1594). Considerada uno de los siete poemas épicos más grandes de la literatura universal, La Araucana constituye la primera crónica de la historia de Chile.

El éxito del poema entre los contemporáneos de Ercilla, se basó en parte en la necesidad española de justificar de algún modo la colonización del nuevo continente. España ha sido siempre un país católico por excelencia, y sus habitantes de ese entonces estaban conscientes de los abusos que a menudo cometían los conquistadores. Por algo se crearon, más adelante, las Leyes Nuevas e instituciones como la Real Audiencia que pretendieron proteger los derechos de los indios. La obra de Ercilla entonces, sirvió para tranquilizar las conciencias, ya que por un lado daba una visión humanizante de los indios, y al mismo tiempo dejaba sin culpa a los conquistadores, puesto que los primeros eran bárbaros y víctimas del hado o destino, y los segundos eran cristianos, socorridos por Dios. Esto se observa, por ejemplo, en el episodio en que a una hueste de mapuches, que pretende atacar un fuerte español, se les aparece primero Eponamón, incitándolos a la lucha; y cuando desaparece,  baja  la Virgen en una nube junto a un santo, que les dice:

“¿Dónde andáis gente perdida?/ Volved, volved el paso a vuestra tierra/ no váis a la Imperial a mover guerra./ Que Dios quiere ayudar a sus cristianos/ y darles sobre vos mando y potencia,/ pues ingratos, rebeldes, inhumanos/ así le habéis negado la obediencia; mirad no váis allá, porque en sus manos, pondrá Dios el cuchillo y la sentencia.”  Canto IX  (Ercilla, 152)

 

De esta manera la colonización quedaba justificada, puesto que era dictada por Dios. Sin embargo, los españoles son descritos como codiciosos y viles por su interés en el oro; además de crueles, ya que en diversas ocasiones se narran las torturas a las que fueron sometidos los indios, como amputación de sus manos y narices, violación de mujeres, matanzas de niños y ancianos, etc. Frente a esto, la simpatía y admiración que Ercilla expresa por la valentía de los indios, y la condena a los malos tratos de sus compatriotas  es evidente, ya que sólo en contadas ocasiones menciona hazañas españolas.  Por ello, el autor se defiende en el prólogo de posibles críticas:

«y si algunos le pareciere que me muestro algo inclinado a la parte de los araucanos, tratando sus cosas y valentías más extendidamente de lo que para bárbaros se requiere, si queremos mirar su crianza, costumbres y modos de guerras y ejercicio de ella, veremos que mucho no les han hecho ventaja, y que son pocos los que con tan gran constancia y firmeza han defendido su tierra contra los fieros enemigos como son los españoles». (Ercilla, 23, 24)

 

Así, Ercilla deja bien a españoles y a mapuches, situándose como testigo de la historia y no como creador de un poema, tal como se muestra en el prólogo y en los primeros versos del Canto I, donde además dedica el poema  a Felipe II, como si fuese su único público:

«Suplícoos gran Felipe, que mirada
este labor, de vos sea recibida,
que, de todo favor necesitada,
queda con darse a vos favorecida.
Es relación sin corromper sacada
De la verdad, cortada a su medida;

No despreciéis el don, aunque tan pobre,
Para que autoridad mi verso cobre
(..) Dad orejas, Señor, a lo que digo,
Que soy parte dello buen testigo.»
(Ercilla, 26)

El poema está escrito en octavas reales y dividido en Tres Partes con un total de XXXVII cantos.  En la Primera Parte del poema, compuesta de 15 cantos, se narra desde la llegada de Diego de Almagro (descubridor de Chile), hasta la batalla cerca de Peteroa, en la que los mapuches son vencidos por Francisco de Villagrán. A lo largo de la historia, se hacen varias descripciones admirativas del país, en ocasiones incluso como un locus amoenus. En el Canto I  se cuenta que en principio los mapuches creían que los españoles estaban unidos a sus caballos,  pero que luego se habían  desengañado. Más adelante, en el Canto II se narra el gran consejo que realizaron los mapuches para elegir un Toqui (líder militar en mapudungún), supremo, durante el cual varios indios cargan un gigantesco tronco para probar su fuerza, siendo superados por Caupolicán, que sostiene el árbol por un día y una noche completos. Este es claramente el relato de una hazaña, en la cual el héroe es Caupolicán, que también en otras ocasiones dará pruebas de su fuerza, ingenio y tácticas guerreras.  El relato épico se centra en la historia del héroe, sin ocuparse de otros hechos y personajes, tal como sucede en La Araucana; aunque como en ella el héroe es colectivo, se entiende que la historia se dedique no sólo a Lautaro, sino también a las proezas y logros de otros mapuches, como Caupolicán, Galvarino, Rengo, Orompello, Tucapel, etc.

Pero, dentro de este grupo sobresale Lautaro, que aparece en el Canto III, cuando se narra la batalla camino al fuerte Tucapel, donde Valdivia es capturado y luego muerto:

“Un hijo de un cacique conocido
que a Valdivia de paje le servía
acariciado de él y favorido
en su servicio a la sazón venía;
del amor de su patria conmovido
viendo que a más andar se retraía,
comienza a grandes voces a animarla
y con tales razones a incitarla: (..)

En esto una nervosa y gruesa lanza
contra Valdivia, su señor, blandía:
dando de sí gran muestra y esperanza,
por más los persuadir arremetía;
y entre el hierro español así se lanza,
como con gran calor en agua fría (..)
(Ercilla, 67, 68)

En estos versos están las únicas descripciones de la relación entre  Lautaro y Pedro de Valdivia, que si bien mencionan un favoritismo, parecen no dar pie a las siguientes versiones de Lautaro, en las que se profundiza y exacerba su relación con el conquistador.   Aquí también se define el papel de Lautaro en La Araucana. Sin importar su relación  con los españoles, no duda en colocarse del lado de los suyos. Aparece en el momento  preciso para salvar a sus hermanos de raza, animándolos a luchar, y dándoles el ejemplo para que la victoria quede en sus manos y no en la de los españoles. Se muestra superior a otros mapuches, e incluso a otros héroes de la tradición occidental, no sólo por su hazaña, sino porque su interés en vencer no se basa en su propio beneficio, sino que posterga sus intereses privados en favor del  bien común:

De quién prueba se oyó tan espantosa (..)
¿Y que solo valor, y no otra cosa,
de un bárbaro muchacho haya podido
arrebatar por fuerza a los cristianos
una tan gran victoria de las manos?

No los dos Publios Decios, que las vidas
sacrificaron por la patria amada,
ni Curcio, Horacio, Scévola y Leónidas,
dieron muestra de sí tan señalada;
ni aquellos que en las guerras tan reñidas
alcanzaron gran fama por la espada,
Furio, Marcelo, Fulvio, Cincinato,
Marco Sergio, Filón, Sceva y Dentato.

¿Decidme, estos famosos, qué hicieron
que al hecho de este bárbaro igual fuese?
(..)¿A qué riesgo y peligro se pusieron
que la sed del reinar no les moviese (..)
(Ercilla, 68, 69)

En esta batalla y en otras que se narran más adelante, se va conformando el liderazgo de Lautaro, que si bien está subordinado al toqui supremo Caupolicán, y a la sabiduría de ancianos como Colo Colo,  es un héroe épico, un líder militar superior a otros hombres y temido por los españoles. Por su valor, resistencia, sangre fría, y audacia es escogido teniente de Caupolicán, y luego jefe de un grupo de grupo de 500 jóvenes elegidos por él, junto a quienes  asola las ciudades españolas:

Los que Lautaro escoge son soldados
amigos de inquietud, fascinerosos,
en el duro trabajo ejercitados,
perversos, disolutos, sediciosos,
a cualquier maldad determinados,
de presas y ganancias codiciosos,
homicidas, sangrientos, temerarios,
ladrones, bandoleros y corsarios.

(…)y las tierras por do pasaba,
las iba a fuego y sangre sujetando:
todo sin resistir se le allanaba
poniéndose debajo de su mando;
los caciques le ofrecen francamente
servicios, armas, comida, ropa y gente.
(Ercilla, 194)

Aquí se observa otro rasgo del héroe épico, la necesidad de someter al resto de los hombres para cumplir su misión. Lautaro no sólo exige cooperación de todos lo mapuches, también mantiene una férrea disciplina entre sus hombres, castigando duramente a los desobedientes, y torturando a quienes se oponen a sus designios. Tanto el temor que provoca Lautaro y su hueste en los españoles, como el reconocimiento de los mapuches, se basan no sólo en los estragos que comete, sino también en el hecho de que Lautaro conoce íntimamente a los españoles, por haber estado entre ellos al servicio de Valdivia; si bien nunca se especifica por cuánto tiempo ni en qué condiciones. Lautaro aprovecha este conocimiento para guiar a los mapuches y derrotar a sus enemigos; e incluso se burla con escaramuzas de los temerosos colonos, que saben su nombre pero no pueden reconocerle. Su fama entre ellos llega al punto de permitir que el mapuche les proponga un trato, mediante el cual se le entregarían víveres, doncellas y caballos a cambio de paz. Pero la llegada de Francisco de Villagra, que anima a los españoles, impide su ejecución.

En el Canto VIII, ante las victorias de Lautaro y otros mapuches, Caupolicán y algunos toquis quieren llegar hasta España para exterminar a los conquistadores, pero los más ancianos y Lautaro se dan cuenta de la imposibilidad del proyecto. Sin embargo, el joven decide arrojar definitivamente a los españoles de Arauco, para lo cual pide autorización, pues se propone llegar hasta Mapocho, acompañado únicamente de sus quinientos:

Y puesto que Mapochó solo es temido
(..) por el potente Eponamón te pido,
que el cargo de solarle me sea dado:
la tierra palmo a palmo la he medido,
con españoles siempre he militado,
entiendo sus astucias, e invenciones.

Lo juro al infernal poder eterno,
si la muerte en un año no me atierra,
de echar de Chile al español gobierno,
y de sangre empapar toda la tierra;
(..) hasta que el mundo entienda de Lautaro,
que cosa no emprendió dificultosa
sin darla con valor salida honrosa.
(Ercilla, 151)

Es el desafío de un héroe, porque superándose a si mismo, y aún a costa de su vida,  busca la libertad de su pueblo como única posibilidad de una vida plena, en la que no existan obstáculos para su voluntad ni la de sus hermanos, tal como era antes de la llegada de los españoles. Aunque siempre es un héroe bárbaro, anti-cristiano y condenado: invoca al demonio Eponamón, y es condenado después de su muerte: “la alma del mortal cuerpo desatada / bajó furiosa a la infernal morada”.

Es interesante también la manera en que Lautaro se relaciona con Guacolda, su enamorada, que si bien aparece sólo al final de su vida, ocupa un lugar importante dentro del relato. Debido a que es un poema épico y a la época en que se escribió, la relación entre ambos tiene trazas de amor cortés, pues el guerrero se dirige a ella como su dama: “si vos queréis, señora, que yo viva,/¿quién a darme la muerte es poderoso?/ Mi vida está sujeta a vuestras manos,”; mientras que ella le jura amor eterno y pone al cielo por testigo. “ Tras esto tantas lágrimas vertía/ que mueve a compasión el contemplalla/ y así el tierno Lautaro no podía/ dejar en tal sazón de acompañadla.” Lautaro se dedica a su amada después de vencer en varias batallas, tal como un caballero andante que ofreciera a la elegida de su corazón sus triunfos. El final de este episodio con Guacolda se vuelve trágico porque precede su fin. Cerca de Peteroa, mientras marcha hacia Santiago, Lautaro muere atravesado por una flecha: “que pasa el corazón más bravo y fuerte,/ que jamás se encerró en humano pecho,” .

Puede decirse que pese a esta alabanza y el relato de sus hazañas, Lautaro tiene un origen incierto para Ercilla, que si bien menciona, por ejemplo, detalles como que Caupolicán era tuerto de nacimiento e hijo de Leocán, omite el nombre del padre de Lautaro, la edad del joven, si tuvo un nombre español o fue bautizado, etc.  Sólo es llamado “hijo del Pillán”, contrastando este desconocimiento con las versiones posteriores, que mencionan y/o crean varios de esos datos.

 

El Lautaro de Pablo Neruda:  libertador en el Canto General
El Canto General, escrito entre 1946 y 1950, en parte creado en la clandestinidad,  funda la poética de todo un continente. Quiere trazar una nueva historia de Latinoamérica, releyendo la historia desde los conquistados, como señala Neruda “que aquí busquen la herencia / que en estas líneas dejo como una brasa verde” (Neruda,  1996: 24).

Fue publicado por primera vez en México, debido a que durante el gobierno chileno de Gabriel González Videla se  persiguió a los integrantes del partido comunista  (Neruda era un militante), al amparo de “Ley de Defensa de la Democracia” promulgada en  1948. La obra  da una nueva interpretación a la historia del continente, se muestra al pueblo como el héroe que construye una ciudad futura, con una clara intención social y política que se percibe en la mitificación y desmitificación de algunos de los personajes que han guiado la historia de nuestros pueblos.

La figura de Lautaro aparece en el capítulo Los libertadores junto a otros personajes emblemáticos como Caupolicán, Fray Bartolomé de las Casas, y al mismo Pedro de Valdivia. Al  mapuche,  Neruda dedica cinco poemas: “Lautaro (1550)”, “Educación del cacique”, “Lautaro entre los invasores”,  “Lautaro contra el centauro” y “El corazón de Valdivia”, mientras que al español, dedica sólo uno, “Valdivia 1(544)” , pero con una mirada totalmente distinta a la que da al indígena.

En esta épica nerudiana, el joven Lautaro es mostrado como el  héroe que redime y salva a su pueblo, aquel que debe pasar por todo un proceso de aprendizaje que lo llevará desde  el oscuro anonimato hasta ser la luz que iluminará y guiará a los de su raza. Los versos recorren el trayecto de su iniciación, su acción y, por último,  su muerte.

Tanto “Lautaro (1550)” como “La educación del cacique” relatan su  proceso de preparación. El primero nos muestra su procedencia, Lautaro como  un ser que nace de la tierra,  y el segundo su aprendizaje, porque para cumplir su misión heroica  (al igual que otros héroes), debe pasar por un período de iniciación antes de estar listo para enfrentar al opresor. En “La educación del cacique” descubrimos a Lautaro entrenándose en medio de la naturaleza. Su infancia  es sólo silencio, pues como en La Araucana,  nada se sabe de él. Luego, durante su adolescencia y juventud se retira a la soledad para pasar por una serie de pruebas,  que terminan sólo cuando éstas han sido superadas.

El hablante, que representa la voz del pueblo, nos habla de como el joven “se preparó como una larga lanza. /  Acostumbró  los pies en las cascadas. / Educó la cabeza en las espinas”. Desde ese momento, se relatan las pruebas iniciáticas que se caracterizan porque  Lautaro aprende de la naturaleza y se forma en ella, obteniendo sus experiencias, su sabiduría y su resistencia de esta.  Adquiere sus conocimientos de la madre tierra y termina identificándose con ella.

Ahora bien, la preparación de Lautaro se da tanto a nivel físico como intelectual. En  algunos versos el hablante lírico nos dice cómo se sumergió en laberintos peligrosos y cómo se internó en la montaña, enfrentándose y mimetizándose a ciertos animales peligrosos que son importantes para su cultura: “Ejecutó las pruebas del guanaco”,  “Vivió en las madrigueras de la nieve”, “Acechó la comida de las águilas”, “Fue cazador entre las aves crueles”. Además, estuvo en contacto con  algunas fuerzas naturales como el agua y el fuego: “Acostumbró sus pies en las cascadas”, “Entretuvo los pétalos del fuego”. Y conoció el secreto de la naturaleza: “Arañó los secretos del peñasco”, “Leyó las agresiones de la noche”.

Lautaro a través de su preparación  se va convirtiendo en un personaje semidivino, que adquiere características sobrenaturales, lo que realza su carácter mítico: “Se hizo velocidad, luz repentina”, “Trabajó en las guaridas invisibles”, “Se hizo amenaza como un dios sombrío”. Sin embargo, con todo lo que sabe, el héroe no descansa en la lejanía y baja a su pueblo para conocerlo a él y a sus secretos, a fin de lograr su liberación: “comió en cada cocina de su pueblo. / Aprendió el alfabeto del relámpago”.  De esta forma, se ve cómo toda su educación lo va conduciendo a la perfección y realización de sí mismo, que lo configuran como el redentor de sus hermanos, pues sólo cuando ya ha pasado por su preparación (tal cómo se señala en el último verso),  Lautaro “fue digno de su pueblo”.

Sin embargo su educación no  finaliza aquí  y continúa en el poema siguiente, “Lautaro entre los invasores”, en el cual se muestra otra faceta de ésta. Ahora Lautaro, gracias a todo lo que sabe, se introduce en un mundo desconocido para él, el mundo del enemigo, el cual ha de conocer para lograr su triunfo. Lautaro “entró en la casa de Valdivia. / Lo acompañó como la luz. / Durmió cubierto de puñales”, situación que le permite al héroe conocer las realidades del agresor y descubrir el sentido de sus acciones  sin olvidar nunca a su “raza desgranada”.

La lealtad se va perfilando como uno de sus rasgos arquetípicos, tal como en el poema de Ercilla, Lautaro permanece fiel a los suyos, pese a su estrecho contacto con el invasor.

Los poemas siguientes “Lautaro contra el centauro (1554)” y “El corazón de Pedro de Valdivia”, muestran la lucha del héroe y su definitiva victoria.  En el primero se ve cómo es la  batalla contra el agresor (este centauro mitad hombre, mitad caballo), y cómo es el mapuche quien tiene la ventaja, dándole muerte al enemigo: “Llegó Lautaro en traje de relámpago. / Siguió el conquistador acongojado”, “Llegó Lautaro en  golpe de caballos”, “Se acercaban las lanzas de Lautaro”, “Entre los muertos y las hojas iba / como un túnel Pedro de Valdivia”. En el siguiente poema se narra  la muerte de Valdivia,  su ejecución bajo un canelo y  cómo los araucanos piden que su muerte  espante a los españoles y les de una “patria sin espinas” y una paz “vencedora” que haga perdurar al pueblo araucano.

En cuanto a la figura de Valdivia, el poema que Neruda le dedica  -“Valdivia (1544)”- se encuentra en la sección de  los conquistadores y en él se muestra como un intruso que corta la tierra araucana con su espada, repartiéndola  a diestra y siniestra entre hombres viles y ladrones. El hablante se duele de que su tierra haya sido dividida como un animal muerto, olvidando a sus verdaderos dueños. También se muestra a Valdivia como “el verdugo”, que “atacó a fuego y a muerte” iniciando así el derrame de sangre que duraría tres siglos en la región de la Araucanía. El poema  es un  ataque contra el fundador de la ciudad de Santiago, quien hunde su mano en la tierra de Arauco y extermina su amanecer tiñéndolo de sangre. Por otra parte, se cantan las injusticias cometidas por el conquistador, quién  “cortó las manos del cacique / devolvió a los prisioneros con narices y orejas cortadas / empaló al Toqui, asesinó a la muchacha guerrillera”.  Se expone  cómo  mediante estos abusos poco a poco se fueron  marcando las “piedras de la patria”, una patria fundada en sangre que el español deja “llena de muertos, / y soledad  y cicatrices”.

No se muestra a Valdivia cómo un ser valiente y digno de admiración (aunque tampoco se lo retrata como un cobarde), sino como un ser agresivo y codicioso, lo cual sin duda ayuda a resaltar la figura  excelsa y clara de Lautaro y su lucha justa para recuperar lo que les ha sido quitado y para expulsar al enemigo de su tierra. Jamás entre ellos, y a diferencia de lo que muestran otras obras, se da una relación de confianza y dependencia mutua; Neruda en todo momento se encarga de delimitar bien cuáles son las fuerzas antagónicas y ponerlas siempre en tensión. Recordemos que el poeta toma la voz de los  conquistados, creando una nueva historia de América bajo la mirada del pueblo y no de las figuras del poder.

Epopeya de Halcón-Ligero. Tragedia en cinco actos
Esta obra de Benjamín Subercaseaux fue  publicada en 1957, a cuatrocientos años de la muerte de Lautaro, y dedicada a su amigo Neruda: “que encendió el corazón de Chile con la tea de un nombre: LAUTARO.”  Es el último relato que el autor escribió antes de dejar la literatura y dedicarse a las ciencias, uno de sus tantos intereses. En general, el carácter particular de sus obras se basa en el cosmopolitismo, fruto de sus viajes y de su educación en París. Al volver a Chile volcó esas experiencias en escritos que revelan aspectos omitidos u ocultos de nuestra cultura. Por ejemplo, Chile y una Loca geografía, una de sus obras más conocidas, se considera como un homenaje al país, aunque no carece de observaciones críticas. En 1945 Subercaseaux recibió el Premio Nacional de Literatura, el mismo año que Gabriela Mistral recibía el Nobel. La poetisa aún no había recibido el Premio Nacional, hecho considerado como el gran error de la intelectualidad chilena. Eso explica quizás, el porqué  del silencio casi total de la crítica hacia la Epopeya de Halcón Ligero. Subercaseaux estaba consciente de esa actitud negativa frente a su obra, como se observa en el “Postfacio” de esta:

“Una pieza teatral debe hablar por sí misma y llevar contenida su propia justificación. (…) pasa a constituir un “cuerpo cierto” que no requiere ni precisa mayores explicaciones, defensas o justificaciones. Lo dicho está sujeto, naturalmente, al medio en que un autor escribe y al cual se dirige. No creo el momento de juzgar al nuestro. Lo que no obsta para que tengamos muy en cuenta algunas modalidades que he observado en nuestra crítica, y de la que no sabría decir si, por malicia o ignorancia, parece no aceptar el viejo y tradicional convencionalismo teatral.” (175)

 

Este teatro “más para ser leído que representado”, según sus propias palabras, es recorrido desde principio a fin por ciertas  aparentes contradicciones. La primera de ellas consiste en el carácter del héroe: Lautaro el mapuche, es presentado como un indio cristianizado, que si bien tiene como fin último salvar a su pueblo, parece renegar o confundir sus creencias. Aunque no ha aceptado el bautismo ni cambiar su nombre por Alonso, a lo largo de toda la obra Dios está presente en su discurso de variadas maneras: habla de Su creación, del alma, o lo invoca: “Doy, sí, gracias al cielo de que en tres años que llevo entre españoles” 29(..). Incluso confunde a Dios con los Pilllanes, que en las creencias mapuches no son dioses, sino los espíritus de sus antepasados. Sin embargo, Lautaro se refiere a un  dios-pillán incluso ante sus hermanos de raza, criticándoles su poco respeto a esta indefinible figura:

“ Yo respeto al Pillán, (..) ¡Pero odio y odiaré siempre a cualquier impostor que hable en nombre del Pillán de los mapuches o del Pillán de los huincas! (indignado, en voz baja). Calumniadores de Dios.” ( Subercaseaux, 77, 78)

 

Asimismo, Subercaseaux introduce la frase “viva el Pillán” , en boca de Lautaro, que remite a la expresión  “Viva Dios”; pero también el insulto “hijo de” amalgamando completamente las dos creencias: “ -¡Qué hablas tú, mapuche enredosa y traidora…! /-¡Hijo del Pillán…! /-¡Hija de puta…!” (Subercaseaux, 49).

La cristianización no se queda en Lautaro, su amante, Guacolda, aquí se presenta como una india cristiana, incluso bautizada, que deja su religión y se escapa tras él porque lo ama, conducta que ejemplifica la enorme atracción que este provoca en casi todos los personajes. Luego de escapar del servicio de Valdivia y concordando con su papel de mensajero o portavoz de Dios, Lautaro se presenta ante sus hermanos, y luego del proceso de reconocimiento y aceptación llega a ser visto casi como un Mesías por ellos: hay que seguirlo, porque dice la verdad y tiene la razón, como él mismo proclama en diversas ocasiones. Lautaro es Él elegido para salvar a su pueblo:

“Colo-Colo.- (..) No sé que es; pero en su seguridad adivino, como si ya lo estuviera viendo, que él es el Salvador de Arauco… 84
Guacolda (A la asamblea).- ¡Cómo! ¿Aún no le habéis elegido? ¿Creéis todavía en otro? ¿Nadie os ha dicho de su labor de años y años entre la hueste española? (..) pero se quién es Él: ¡Nadie que se os parezca, rústicos! 85
Ongolmo.- Quizás haya en Levtraro algo que ignoramos…” 87

 

Es el único líder, si en La Araucana el héroe era colectivo, aquí los otros mapuches son rebajados para exaltar la condición de ser superior del protagonista. Esto se observa, por ejemplo, en el modo de elección del toqui supremo, en La Araucana se realiza  mediante una prueba de fuerza que resulta en una hazaña heroica de Caupolicán, el vencedor. Aquí, la elección recae en un machi ebrio, trasvestido, que entra en trance para luego gritar el nombre del elegido, Caupolicán. En esta recreación de un rito mapuche se acentúan los rasgos de subjetividad e irracionalidad, incluso ridiculizándose por las características del machi y  porque los participantes del consejo estaban ebrios.

(El Machi, feliz al ver que va a representar por fin un papel, avanza en medio del circulo, vestido de mujer y con paso muy afeminado) 68 (…)
TODOS (Como alucinados).- Danos un Jefe, Machi. Danos un Jefe, Machi. Danos un Jefe… (..)
Machi: (Con voz nasal).- Yu ta si mé…Cai cai vi lú. (..)
(Sigue bruscamente un tam-tam furioso de los cultrunes y el Machi se da a saltar como un poseso, revolviéndose y gritando como una mujer histérica):
MACHI.- ¡¡Ay!!…¡¡Ay!!… ¡Ayayáy!… ¡Ayayáy!…
(Cae por fin al suelo donde sigue revolviéndose entre convulsiones, lengua afuera, ojos desorbitados. Debe dar una impresión repugnante y sobrecogedora. Los tambores pasarán a sordina, y él, con voz entrecortada, gutural, balbuceará):
Caupo… Caupo… Caupolicán (70)

 

De acuerdo a la imagen mesiánica con que se presenta, Lautaro es quién llama la atención sobre la actitud inhumana y poco cristiana de los conquistadores, incluso ante el padre Pozo, que estaba en la compañía de Valdivia. Le interesa sobremanera dejar en claro el hecho de que los mapuches tiene alma, insistiendo en la idea que no son animales ni pueden ser torturados; incluso parece adoctrinar a los indios y españoles:

Lautaro.- (..) Digo que sois un miserable y un traidor a Dios al afirmar que no tenemos un alma. Es verdad que os cuesta palparla, porque jamás la entregamos a los impostores que predican la palabra de Dios a mis pobres mapuches, y sólo explotan y destruyen la obra del Creador, negando la hombría, el amor, la belleza de las criaturas; la piedad para con todos los hombres.” (29)

 

Claramente una crítica a la distancia entre dichos y actos de los españoles,  y quizás a la doctrina de la fe que profesaban, que no fue suficiente para impedirles torturar a otros seres humanos. De esta manera, la libertad del pueblo mapuche se convierte en una religión, donde el salvador es Lautaro, explicándose así la aparente doble creencia del mapuche, que no hace sino hablar a los españoles en sus propias palabras, traduciendo de algún modo los derechos poco entendidos de los mapuches, y mostrando el fin de la causa libertaria de impedir las barbaridades, en la figura de un mesías no ungido.

En esta obra, la relación entre Lautaro y Valvivia se profundiza y extiende, si se compara con las descritas en La Araucana y los poemas de Neruda. Es una relación filial, basada en el mutuo amor y respeto, en la que Lautaro ve a Valdivia como padre y el español al indio como el hijo que no tuvo.

Valdivia (Desviando el tema).- ¡Hem! …¿Te han tratado en buena forma, hijo mío? ¿Ha cuidado de ti el Maestresala? Sabes como he ordenado todo para que tu vida se deslice entre nosotros apacible y bien provista…
Lautaro.-Daría la mía mil veces, señor, para mostraros mi gratitud. ¡Ni Curiñancu, mi padre, cuidó tanto de su hijo!
Valdivia.- Pero sientes por él un cariño mayor…
Lautaro.- No; ¡por mi madre que no! Amo más, sí, la sangre que corre por sus venas y las mías…
Valdivia.-Es tu deber amarla.” [34]

 

Ambos se admiran y reconocen en el otro alguien superior entre los de sus respectivas razas, de acuerdo a la visión mezquina de los demás mapuches en relación a Lautaro y de los otros españoles con respecto a Valdivia. El Conquistador incluso, quiere  perpetuar las virtudes españolas y las de Lautaro, como su inteligencia, hombría y justicia, en una nueva raza, subsanando de esa manera los defectos españoles e indígenas:

“VALDIVIA.- No digo que no los haya buenos. Capitanes tengo que valen todo el oro del Perú. Pero los más, respiran codicia y maña. Por eso pienso también, Padre, que este pajecillo, hijo de mi buen querer, es como la contrapartida de mis desvelos, y que en él y en su raza está el complemento de hombría que habrá de hacer de Chile una provincia y un reino diverso de todos los de América. (..) Porque de esta lucha sorda, y de este cariño pesaroso y doloroso…; de esta mezcla de Dios y de Demonio…(..) habrá de nacer Chile.” (45)

 

Sin embargo, es una visión idealista, y Lautaro sabe desde el comienzo de la obra, que pese al amor que profesa por el conquistador deberá abandonarlo para cumplir con el deber hacia su pueblo. No está ciego ante los defectos del español, conoce su codicia por el oro y tiene presente los diversos atropellos cometidos por los conquistadores hacia los mapuches; también las torturas ordenadas por Valdivia, como cortarles manos  y narices,  si bien no es hasta el momento en que el español cae prisionero que le pide explicaciones.

Entre el deber por su pueblo y su amor por Valdivia se conforma el dilema trágico del héroe. Traicionar a quién, si bien gobierna a los españoles explotadores y ladrones,  lo ha criado como hijo, o dejar que su raza muera. Esta tensión de Lautaro se verá nuevamente en obras posteriores como la de Isidora Aguirre. Lautaro sufre pero no duda, y finalmente Valdivia muere golpeado por otro; aunque Lautaro debe realizar el admapu (rito mapuche que consiste en comer el corazón del prisionero, si este es valiente).

Entonces se entiende el título de epopeya y tragedia, pues la tensión de Lautaro corresponde al dilema de un héroe ante una situación límite, generalmente producto de su propia trasgresión, elemento que articula la tragedia clásica; además del infausto final, pues el héroe muere. Esta versión constituye una lectura mas rotunda a la historia de Chile que la narrada en La Araucana, que si bien glorifica a los mapuches, pasa por alto que es la historia de una conquista y de la aniquilación casi completa de un pueblo. Por ello es también una tragedia, Lautaro y otros héroes son torturados o muertos. Esta visión mostrada por Subercaseaux de Lautaro como héroe muerto trágicamente se desarrollará más aún en obras como la de Nona Fernández, donde el mapuche constituirá el arquetipo de los desaparecidos.

Sin embargo también  es una epopeya, ya que la característica principal de esta es el relato fundacional de las hazañas de un héroe superior a su contemporáneos, y si bien esta obra no se detiene en las proezas bélicas del protagonista, si lo hace en su misión salvadora y fundadora, en su deseo de salvar a su raza para que perdure y en sus derechos legítimos sobre la tierra:

LAUTARO. – (…) Yo quise…, quiero hacer de mi pueblo el amo de esta tierra. Valdivia también pretendió crear un reino grande y libre. Pero, en su modo de ver, tenía que acabar primero con los nuestros. Sabes cómo aquello le costó la vida, y le seguirá costando a quienes lo intenten. Yo le conocí, Chillicán, y sabía del Chile grande que habríamos podido obtener con su concurso. ¡Pero era obstinado, el godo, y orgulloso. ¡Para él, indio y plebeyo eran una misma cosa! Mucho tiempo pasará antes de que se advierta que somos también un pueblo, con su propia dignidad y grandeza, con sus señores y sus plebeyos. Que somos un pueblo capaz de dar la paternidad a una nación varonil. ¡Tenemos las manos limpias, Chillicán! Porque, en verdad, ni antes ni después, nadie se ocupó en defender verdaderamente a Chile, como no sea el pueblo araucano.” (Subercaseaux 1957:161-162).

 

Como se ve en esta cita,  hasta el final de la obra la figura de Valdivia seguirá dando vueltas en los pensamientos de Lautaro, debido a su relación filial ya comentada. Sobre ella sostiene Subercaseaux su visión de estos personajes como padres de la patria, pues ya  en el prólogo el autor explicita su intención de exaltar las figuras de Valdivia y Lautaro, para localizar la identidad chilena:

“Un Chile –el actual- donde para desgracia nuestra, nadie parece proceder de nadie, y donde este pueblo parece no corresponder al padre que pudo engendrarlo. La mejor prueba de ello es que ningún monumento ha consagrado la memoria entre nosotros de  aquellos dos pilares de la nacionalidad de que hablamos al comienzo: Valdivia y Lautaro. Sin embargo, el “hijo” está ahí: nuestro Chile. (..) Hay que buscarle, pues, una filiación que se extienda más allá (en el tiempo y en LAS RAZONES DEL CORAZÓN). De no hacerlo seguiremos ignorando quiénes somos y por qué cosa luchamos.” (Subercaseaux, 12)

 

Subyace una crítica por el poco reconocimiento a esos personajes, pero en su intención de aclarar el origen del pueblo chileno, parece contradecir algunos de los discursos existentes al interior de la obra. Por un lado presenta a estas dos figuras y su intención de crear o hacer perdurar una raza superior, pero a lo largo de la obra tanto Valdivia como Lautaro son quienes dan cuenta del fracaso de ese proyecto. Así, cerca de su muerte Valdivia vaticina:

“Otros, quizás, acabarán por pacificar la tierra, crearán un reino, y de él nacerá un pueblo. Pero ya no estaré en medio de él…ni será forjado a hechura mía, sino a la usanza de los de Sancho de Hoz y otros malandrines…Un Chile, que sólo habrá de ser mío el tiempo que yo aliente, y que desde mi muerte adelante será cualquier cosa, menos aquello que tuve en mente al parirlo. Me olvidará y no tardará en creerse nacido de su propia médula…” 131

 

No sólo se lamenta del funesto destino de Chile, sino también del olvido en el que caerá. Más adelante, Lautaro habla de la imposibilidad de hacer perdurar lo mejor de la raza, que es el mismo proyecto de Valdivia, aún cuando cada uno tuviera distintos modos de concretar esa idea; sin embargo, Lautaro, pese a vencer a Valdivia, también fracasa:

“…resultará algo que reunirá en un solo haz los defectos de los araucanos, de los promaucaes y de los huincas…¡La sangre mala es siempre la más fuerte! No lo olvides…(..) Dos Chiles pudieron resultar de esta guerra: el de Valdivia y el mío. El destino que es ciego, hará surgir un Chile nacido de Agustinillo .” 163

 

De acuerdo a estos discursos,  parece resultar que si bien estos dos héroes son los padres de la patria, los chilenos no somos realmente su descendencia, no sólo porque ninguno de ellos tuvo hijos, sino porque ambos eran seres superiores y Chile nace de lo peor. Es una contradictoria actitud, de alabanza por nuestro origen pero también de juicio hacia sus contemporáneos chilenos, muestra lo bueno que eran sus “padres”, pero al mismo tiempo lo casi imposible que es llegar a imitarles. Esta idea remite a la ya comentada condición de superioridad de Lautaro entre sus iguales. Sin embargo, como esos héroes surgieron de las razas españolas y mapuche de las que descendemos, al parecer Subercaseaux apunta a que  deberíamos tratar de recordarlos para superar nuestra propia “condición inferior”.

En relación a las dos obras anteriores, este Lautaro aparece mucho más situado, se menciona que estuvo tres años con los españoles, que su padre fue Curiñancu, que tuvo un nombre español Alonso y que su nombre significa Halcón-Ligero, datos que serán retomados en la obra de Isidora Aguirre.

El Lautaro de Isidora Aguirre: una epopeya conciliadora
La obra de teatro Lautaro: Epopeya del pueblo mapuche se escribe en 1981 y se publica y estrena en 1982. Ganadora del premio de dramaturgia nacional “Eugenio Dittborn”, patrocinado por la escuela de teatro de la Universidad Católica,  muestra la lucha de Lautaro por su libertad y la de su pueblo, por medio de un conflicto entre él y Valdivia, quienes se aprecian mutuamente pero a la vez saben que tienen que eliminarse.

La autora señala en el prólogo de la obra que su fin es permitir la difusión de una cultura que si bien ha sido estudiada  aún no ha sido difundida, pues el pueblo chileno no conoce la vida de estos hombres que  a veces deben llevar  vida doble  por miedo a la discriminación de la cual son víctimas ellos y sus hijos. Isidora Aguirre quiere que “el público, al verla, pudiera recuperar lo que le pertenece: sus raíces. Los valores de vitalidad de las dos razas que lo formaron” (Aguirre 9 – 10), por medio de “los personajes  que simbolizan esas razas, Valdivia y Lautaro, de carne y hueso, riendo o sufriendo; tanto en la guerra como en sus vicisitudes cotidianas; y no cómo se los ve tan a menudo, rígidos y lejanos en las estatuas, estampillas o billetes” (Aguirre 10).

Esta obra fue escrita por la autora de la exitosa La Pérgola de las flores a petición de los mismos mapuches, quienes le pidieron su apoyo en la lucha que aún sostienen  por sus derechos sobre la tierra. De esta forma, la epopeya se transforma en una justificación de su causa, mostrando las razones de por qué los mapuches no fueron vencidos, y  la importancia que se le da a Lautaro como un modelo arquetípico que permite  entender el heroísmo y la lucha persistente que ha sostenido este pueblo en contra del imperialismo y colonialismo del invasor. Aguirre sostiene  que no han sido subyugados y que aún siguen luchando  por mantener su modo de vida, la tierra en comunidad, su lengua, cantos, cultura y tradiciones como algo vivo que les permite conservar su identidad.

Es importante destacar que la obra  tuvo una excelente acogida entre los medios y el público, quienes realizaron excelentes críticas referidas al rescate que  la autora  hace de la identidad mapuche y su esfuerzo por reivindicar a esta minoría. Cabe decir que además de ser representada varios meses y en distintas regiones de Chile, se realizaron funciones destinadas solamente a araucanos y  también fue puesta en escena por mapuches de la zona de Peñalolén.

La imagen de Pedro de Valdivia que aquí se presenta fue recreada a partir de la correspondencia que éste enviara al rey de España; mientras que Lautaro nació de la convivencia de la autora con los mapuches y de la intuición personal, pues como ya se mencionó, poco se sabe de él a través de La Araucana. Las imágenes y la presentación de sus respectivas personalidades sirven para mostrar el nacimiento de la nación chilena y para invitar a la mejor compresión de las propias raíces, que remiten a similares intenciones ya mencionadas en Subercaseaux, aunque sin la visión crítica de éste.

La epopeya aquí presentada es un relato que se cuenta desde el punto de vista del vencido, no del vencedor, de la misma manera que lo hace Neruda. La obra, que guarda un singular parecido a la tragedia de Subercaseaux, cuenta la historia de Lautaro como un muchacho que ha crecido a la sombra del conquistador, estableciendo vínculos afectivos con éste. Valdivia, al contrario de lo que hace Neruda y  a semejanza de lo que hace Subercaseaux,  es presentado como un conquistador idealista, humano, al que le duelen las batallas y los malos tratos que los españoles le dan a este pueblo heroico y belicoso. Esta no es una obra  maniqueísta desde la dicotomía bien/mal, aunque predomina el enfoque mapuche, ya  que se introducen sus ritos, lenguaje, leyendas y relaciones con la naturaleza que se encuentran cercanas al texto del Canto General y que muestran  desde un presente cómo se estructuraba este pueblo y cómo las tradiciones han ido pasando de una generación a otra.

Esto oí de mi padre, que lo oyó del suyo
cuando, cantando,
me fue hablando
de la infancia
de la edad temprana
del pueblo mapuche.(. . .)

Del suelo tomaban libremente sus materiales:
madera, barro, fibra, pedernales
¡el metal y la amenaza, aún no conocían!
gente era de la tierra
de costumbres sencillas,
gente de bosque
de maíz,
de familias reunidas. (Aguirre 15)

Isidora Aguirre plantea a sus personajes como seres que poseen aspectos positivos y negativos y se cuida de no caer en la estructura del bueno frente al malo por medio de  Lautaro y Valdivia, que representan el origen de la nación chilena y, como señala Grinor Rojo, la emergencia de recuperar el ser nacional en tiempos de la dictadura (recordemos que la obra fue escrita durante el Régimen del General Pinochet).

Este texto llama la atención por su fuerte carácter reconciliador, en que se presenta de manera positiva tanto al conquistado, Lautaro, como al conquistador, Valdivia. Una posible interpretación es que la obra fue escrita y presentada en tiempos de la Dictadura y que  por tal, no era conveniente plantear un ataque directo al poder. Sin embargo, la crítica se da de una manera más sutil, por ejemplo, en su puesta en escena, en la cual los personajes del ejército español usaban gafas ahumadas, en una clara alusión a los militares de ese entonces.

La figura de Lautaro refuerza la imagen de un pueblo en lucha,  incluso hoy amenazado con quitarles lo que más quieren, lo que les pertenece: la tierra. Desde este punto de vista se puede hacer una lectura actual del conflicto, tanto en los años ochenta como en el dos mil, desde una visión imperialista y colonialista hacia el pueblo mapuche.

Él es el guía de su pueblo, cuyo principal mérito es que conoce al enemigo, conocimiento que aprovecha junto a su compenetración con la tierra para  enfrentar a los españoles y vencerles:

LAUTARO: (. . .) El mapuche conoce su tierra como la palma de su mano. El extranjero, no. Si la estudia de antemano hay mil formas en que puede brindarnos su ayuda (. . .) Así el terreno de batalla puede convertirse en nuestro mejor aliado!
(. . .)
COLOCOLO: Si no es el odio ¿Qué debe, pues, movernos a combatir?
LAUTARO: ¡El amor entrañable que profesa el mapuche a su tierra! ¡y a su libertad! (Aguirre 63 – 65)

 

Lautaro representa al pueblo mapuche y su concepción de mundo que no entiende  la codicia española y que hace girar su vida en torno a la tierra, elemento del cual viven, que les confiere identidad y dignidad. En este sentido la lucha se hace justa, pues ellos no aceptan que se les quite lo más preciado para su sobre vivencia y critican la llegada del extranjero que quita, reparte y bautiza  tierras como si estas no tuvieran nombre ni dueños, la misma crítica que ya expresó  Neruda. De manera similar a la obra de Subercaseaux, los españoles a través de los ojos de los araucanos son presentados como hombres codiciosos, cuya base del poder se encuentra en las riquezas materiales que puedan conseguir, aún a costa del maltrato y la muerte; pues no sólo se matan entre ellos sino que torturan a miles de araucanos en los lavaderos de oro que mantiene Valdivia cerca de Concepción. Bajo esta perspectiva son incomprensibles, así lo muestra el diálogo entre Guacolda, prometida de Lautaro, y Curiñancu, padre de éste.

CURIÑANCU: ¿Para qué quieren ellos el oro?
GUACOLDA: Lo envían a su imperio. Reciben a cambio muchas cosas. Armas. Animales… y unos objetos que no sabría nombrar  (. . .)
CURIÑANCU: (. . .) No ha de desear el mapuche más de lo que precisa para vivir libre y en paz (. . .) Pero hoy ¡siento que me derriba el estupor! Es lo desconocido lo que asusta: llegan estos de un mundo imposible de imaginar. Son codiciosos, de todo se sienten dueños. Y son tan crueles que hasta su propio dios lo tienen clavado en un madero.
(. . .)
GUACOLDA: Más que de la tierra, ¡el oro! Y el oro es mala causa. ¿De qué sirve? No se come. No es fecundo. Es algo muerto. Y sólo acarrea desgracias: dicen que por el oro se matan entre ellos. En cambio, nuestra causa es buena, es justa: vivir en paz en la tierra que habitaron nuestros padres. (Aguirre 32 –33)

 

Aquí se muestra claramente la visión y oposición  en las concepciones de mundo de ambos pueblos. Ni Guacolda ni Curiñancu entienden ese afán por un metal que para ellos no significa nada, porque es materia muerta que no engendra vida ni da satisfacción, que sólo sirve para crear algunos utensilios domésticos. El objetivo del araucano es, por el contrario, vivir pacíficamente  en la tierra que les legaron sus ancestros.

Destaca el que Lautaro es mostrado desde su adolescencia, cuando tenía unos catorce o quince años y vivía feliz junto a su padre y a Guacolda, muchacha con la que se crió y a la que le confiesa su amor; a diferencia de las otras versiones presentadas, ellos se conocen desde niños. La armonía se rompe con la llegada de un mapuche torturado, al que le han cortado las manos y colgado la  cabeza de un compañero alrededor de su cuello. En este ambiente de sorpresa y dolor  llegan los picunches (indios sometidos por los españoles), tomando prisioneros a algunos mapuches “para servir a su  Capitán General don Pedro de Valdivia.” Lautaro se opone, pero su padre Curiñancu, que representa la sabiduría ancestral, le ordena ir, y Lautaro parte con el enemigo confiando en los designios de sus dioses.

Pasan dos años y la acción se traslada hasta Concepción, donde por primera vez se muestra a Lautaro y a Valdivia frente a frente. El joven mapuche ya se encuentra en territorio conquistado, y a través del diálogo se ve cómo ha ido adquiriendo los conocimientos  de los huincas; Lautaro sabe contar sin nudos, conoce la lengua y sabe cómo y para qué se utilizan ciertas armas españolas. Valdivia se muestra asombrado de la inteligencia de este muchacho y muestra una inclinación paternalista hacia él, pues no lo ve  como enemigo ni como esclavo, sino como hijo.

VALDIVIA: ¡Bien! Más que de caballerizo como mi brazo te quisiera.  Montas ya a la perfección y dominas entre mis potros bravos. (. . .)Algún día tengo que enviarte a España (. . .). A la  Corte irás, como un mensaje vivo: que sepan con qué raza despierta y bravía se enfrenta sus capitanes, ¿Qué dices?
LAUTARO: ¿Cómo tu enemigo iré? ¿Cómo tu esclavo?
VALDIVIA: ¿Esclavo? Vamos hijo…
LAUTARO: tengo padre. Y lo conoces. (Aguirre 34)

 

Valdivia aprecia a Lautaro más que al resto de sus servidores, lo que impide que mire al indígena como un traidor o preste oídos a lo que dicen sus compatriotas Doña Sol  y el clérigo. A lo largo de la trama, también Lautaro comienza a sentir cariño,  incluso  jura que jamás su brazo matará al conquistador, promesa que más adelante cumple. En un principio Lautaro está consciente de que algún día enfrentará al capitán español y por eso se niega al establecimiento de vínculos que lo conviertan  a él en traidor.

VALDIVIA: Eres terco como yo, y orgulloso. ¿debo llamarte amigo? Pues te considero más que al indio de servicio.
(. . .)
VALDIVIA:  (. . .) ¿Qué edad tienes?
LAUTARO: Edad de hombre al venir contigo.
VALDIVIA: Dieciséis tendrías y ahora dieciocho. Hermosa edad. (. . .) Ven a tomar conmigo el alimento.
LAUTARO: Bueno, eres como un padre, pero… (Calla)
VALDIVIA: (Con cariño) Vamos, que es una orden: ven a comer.
LAUTARO: No puedo Valdivia (. . .) No debe volverse el mapuche contra el que come con él en la misma fuente. (Aguirre 34 – 35)

 

Lautaro reconoce que Valdivia le ha enseñado y visto crecer en los años de juventud mientras se encontraba alejado de Curiñancu, su padre, pero no entiende el tipo de vínculos que tienen los españoles, pues para él la creación de vínculos filiales no pasa simplemente por la palabra sino también por la convivencia y la experiencia compartida.  Sabe que tiene que cumplir con su pueblo y que en las manos del conquistador está la sangre de los suyos.

Sin embargo, a la muerte de Curiñancu, Lautaro ya no está tan seguro de qué hacer y aparece en él una gran contradicción, pues se siente sólo y confundido, ya que ahora el único apoyo que le queda es Valdivia, el verdugo de su pueblo. El héroe mapuche siente que cualquier opción que tome significa traicionar a quién quiere. Aquí se reconoce el dilema del héroe trágico, ya recreado en Pasión y Epopeya de Halcón-Ligero. La diferencia esencial  entre el conflicto lautarino de Subercaseaux y de Aguirre, es que si en la versión del primero Lautaro siente amor por Valdivia, su duda no llega al extremo de impedirle actuar; lamenta la traición que comete, y desea que Valdivia viva, pero siempre tiene claro que la causa de su pueblo es más importante que su afecto por el español. Mientras que en la obra de Aguirre,  la duda es llevada al extremo, no es capaz de decidir por sí solo, para él el amor hacia Valdivia y hacia su pueblo se igualan. El conflicto se soluciona en una versión muy hamletiana, pues en  medio de sus lamentos,  se le aparece en sueños la figura de su padre muerto, quien lo ayuda a que tome conciencia de cuál es su verdadero deber:

LAUTARO.-  ¡Háblame, Curiñancu! ¡Háblame con  la voz del trueno! (Aguarda un instante, suplicando) ¡Dígnate a hablarme! ¿Quieres que me mate el dolor?
(Serenándose algo después de un silencio) Cumplí tu encargo, el que sin decir me ordenaste: vigilé día y noche y aprendí que ellos no son invencibles, que igual que nosotros se fatigan; son pendencieros, se traicionan. ¡Sólo en su saber nos llevan ventaja! (Con súbitoenojo) (. . .) ¡Si soy leal a Valdivia, traiciono a mi pueblo! Si soy leal  a mi pueblo tendré que morder la  mano del que  día a día me dio el alimento y… el cariño. (Pausa) El ama nuestra tierra, respeta nuestra raza, sueña con un imperio nuevo, de leyes justas que hemos de formar unidos. (Pausa) Mi pueblo desea su muerte. Y yo… (Con emoción contenida) ¡le quiero como a un segundo padre…! (Aguirre  47 – 48)

 

Del cariño nace  la indecisión de Lautaro, y es por eso que le duele tanto el consejo de su padre, quien realmente le abre los ojos ante las injusticias que cometen los españoles al mando del “Capitán.” Curiñancu le hace ver quiénes son los maltratados  y la diferencia que existe entre estas dos razas.

LAUTARO.- ¿a quién debo dar la razón… a Valdivia o a mi pueblo?
(. . .)
CURIÑANCU.- Responde Entonces: ¿Quiénes son los que se  fatigan en las encomiendas y lavaderos de oro y son duramente castigados si intentan huir? ¿Los extranjeros o los nuestros?
LAUTARO.- Los nuestros, padre, son los que se fatigan y mueren.
CURIÑANCU.- ¿Quienes llegaron a apoderarse de nuestra tierra y a imponernos sus leyes?
LAUTARO.- ¡Los extranjeros!
CURIÑANCU.- ¿Quién los manda, quién los guía?
LAUTARO.- (Con dolor) Valdivia. (Aguirre 49)

 

Este diálogo hace que Lautaro se de cuenta de  cómo se da la relación de dominador-dominado, y que asuma el sufrimiento que causan los españoles. De esta forma Lautaro se va configurando cómo héroe, porque luego de  haber pasado por la prueba de convivir con una cultura desconocida, posterga sus propios intereses, su amor por Valdivia, en aras del bienestar de su pueblo.

Finalmente, Lautaro escapa del mando del español y vuelve a su propia tierra siendo elegido como Toqui, no sin antes pasar por otra serie de pruebas verbales frente al Consejo, quienes ven a Lautaro como un joven demasiado impetuoso y a veces irrespetuoso con los líderes y la sabiduría de su  pueblo. Ponen en duda sus ideas nuevas y su fidelidad a los araucanos, al tiempo que le critican que hable como un español, tal como ya le sucediera en la obra de Subercaseaux:

CONSEJERO 1: ¡Guiar a su pueblo! ¡Vaya atrevimiento!
CONSEJERO 2: No bien deja las faldas de su madre, se lo llevan los huincas y ¡pretende guiarnos!
(. . .)
CONSEJERO 2: (A Colocolo) No hay pruebas de su sinceridad. (Aguirre 57)
COLOCOLO: (Alegre) Habla por su boca el ardor de la sangre joven.
CONSEJERO 1: (Rabioso) ¡Sangre joven. . .! ¡De qué sirve el ardor de la sangre joven si no va unida al saber del anciano! (Aguirre 63)

 

A medida que Lautaro va respondiendo las preguntas de Colocolo, los consejeros ven que las respuestas de este joven denotan cordura, astucia y  sabiduría, y que a cada obstáculo que ellos plantean Lautaro ofrece una solución coherente y posible. No obstante, sólo cuando el  joven mapuche nombra el amor a su tierra como el impulso para la batalla, es reconocido y son valoradas sus ideas, por lo que se lo nombra Toqui. Lautaro vaticina que el destino de su pueblo “es resistir”, motivo que inmediatamente recuerda una de las justificaciones de la obra señaladas por su autora.

La importancia de Lautaro se basa en que  ha vivido con los españoles, conoce sus tácticas, estrategias de ataque y defensa, sus armas, sus puntos débiles y su verdadera constitución; no los mitifica, sino que los ve como simples hombres que también poseen ciertas desventajas en la batalla, de las que asegura los araucanos pueden aprovecharse, como por ejemplo el ya mencionado uso de la tierra. Este saber es desproporcionado en relación a La Araucana, donde los mapuches, antes de aparecer Lautaro, poseían algunas tácticas y habían desmitificado a los españoles. Sin embargo, la versión de Aguirre también se ve en las obras de Neruda y Subercaseaux, y aparecerá con otros matices en el texto de Nona Fernández, donde el conocimiento pasará también al plano sexual.

Una vez en la batalla, Lautaro y Valdivia se enfrentan cuando los españoles pierden  reconociendo la nueva forma de luchar araucana. Lautaro cumple su promesa de no matarlo y es otro araucano el que le da muerte por medio de un golpe. Valdivia antes de morir –mostrando su amor por esta suerte de hijo que vino a suplir al que nunca tuvo-  reconoce que Lautaro no es un traidor, porque se mantuvo fiel a su pueblo y a lo que realmente es, lo hubiera sido si se hubiese quedado junto a los españoles.

FRAY POZO: Os traicionó el infame. Para iros de este mundo sin mácula ¡decid en voz alta vuestro perdón!
VALDIVIA: (Sereno) ¿Por qué perdón si no hubo falta? El cumple, como cumplí yo en esta contienda. Traidor fuera si en mis filas estuviese. (Alza la voz) ¡Buen discípulo fuiste, Lautaro. . . larga vida te deseo! (Aguirre 92)

 

Debido a la muerte de Valdivia, Lautaro no se siente en condiciones de celebrar la victoria junto a su pueblo.  Luego,  quiere conquistar las tierras perdidas, pero no por un afán de riqueza sino por la necesidad de expulsar a los enemigos que quedan.  En esta  empresa, Lautaro se vuelve violento y ha ido sometiendo a la fuerza  a los pueblos que se encuentran al norte.  Tanto españoles e indígenas le temen, pues “saquea, insulta y obliga” (Aguirre 98), aún cuando sus huestes han sido diezmadas por la peste y las enfermedades traídas por los extranjeros.

Lautaro, al igual que en las otras versiones como La Araucana y el Halcón Ligero muere una noche  junto a su esposa, producto de la  traición de un indígena perteneciente a  uno de los pueblos que quiere dominar. No obstante,  tanto él como ella traspasan el umbral de la muerte –vista aquí como la continuación de la vida- y  se ubican en la memoria del pueblo, tal como la misma Guacolda señala: “¡siempre estamos naciendo!”, porque “No hay muerte, ¡si no hay olvido!” (frase que Subercaseaux utiliza en Halcón Ligero y que constituiría su epitafio). Con esto, y con el posterior  despojo de los atuendos (que se  señala los actores deben realizar sobre el escenario), se da a conocer cómo la figura  de Lautaro no ha sido borrada de la memoria y que por tanto permanece viva y reactualizándose siempre en el pueblo (de ahí su carácter arquetípico.)

El Lautaro de Nona Fernández:  un jinete sin cabeza
La novela de Nona Fernández, Mapocho, publicada en el 2002, es una de las versiones más recientes de las figuras de Valdivia y Lautaro. Si bien el libro no gira en torno a estos personajes, sí hay dos capítulos dedicados a ellos y, a través de toda la narración se irá repitiendo la imagen de un Lautaro-leyenda que vaga por la ciudad en busca de su cabeza.  A escala general la novela narra la historia de dos hermanos: El Indio y La Rucia, que en tiempos de la Dictadura militar (1973-1988), se van con su madre fuera del país. Los hermanos tienen una relación incestuosa, y ambos creen que su padre ha muerto, pues su madre les ha contado esa versión y no la de que ha sido detenido por los militares. A su regreso a Chile y luego de un accidente automovilístico en el que muere la madre, se muestra cómo ambos personajes van desenmarañando poco a poco la verdad de la historia y  cómo van encontrándose con  sus recuerdos; todo esto atravesado por la figura del río Mapocho, que se describe como lleno de muertos y de mierda,  y que ha presenciado todo, tanto la historia de Chile como su propia  historia.

La  crítica trató bien a esta primera novela de la autora, señalándola como una de las grandes voces narrativas, que con atracción e inteligencia realiza un juego que se construye y desarrolla  por medio de cambios de sentido (Cerda, Carlos: Rocinante). Incluso fue seleccionada entre las ocho novelas finalistas del Premio Herralde de Novela, otorgado por la editorial Anagrama en Barcelona.

Mapocho plantea el tema de la historia y la memoria desde la perspectiva de la marginalidad, albergada en el incesto de los protagonistas  y en la homosexualidad de algunos personajes.  La autora, en una entrevista realizada para efectos de este trabajo, señala que espera que su novela sea leída con abertura de mente y que está dirigida sobretodo a los jóvenes,  quienes todavía pueden cuestionar la historia y “no se tragan tan fácilmente el discurso oficial.” De hecho, lo anterior se refleja directamente en las dos versiones que hay  en la novela para todos los hechos, y en la novedosa lectura que ella realiza de la relación Lautaro / Pedro de Valdivia, y de otras figuras del poder como  el Presidente chileno Carlos Ibáñez del Campo.

En la novela la relación entre el mapuche y el conquistador difiere bastante de las versiones anteriores, tanto en la figura de Lautaro que se transforma en una leyenda urbana luego de su muerte, como en Pedro de Valdivia, el cual se  presenta como un homosexual enamorado del joven mapuche. Cabe destacar que la homosexualidad de Valdivia y la fortaleza y decisión de Lautaro son los elementos de la personalidad de ambos que más  resaltan en el relato,  breve pero con gran fuerza narrativa, que condensa en pocas páginas este episodio de la historia de Chile.

En primer lugar, Lautaro es presentado cuando ya tiene quince años y está bajo el mando de Valdivia. Jamás se menciona a su padre o a su amada Guacolda.  Desde que se inicia el capítulo, Lautaro es enfocado por la mirada de Valdivia y del narrador, quien nos cuenta que la razón por la que fue tomado prisionero del capitán español,  más que la necesidad de un indio de  servicio, fue por las características físicas del indígena que “tenía los ojos brillantes como una aceituna y la piel morena y fresca” (Fernández 48). “A Valdivia le gustaba el mapuche” (48).  El español desde un primer momento se hace cargo del joven y le enseña a montar, revelándole todos sus secretos.  Lautaro, tal como lo mencionan los autores ya vistos, aprendió rápido y  superó a los otros indios de servicio. Es interesante notar cómo las descripciones propuestas por el narrador se acercan por sobretodo a las características físicas del héroe vistas desde el deseo, mirada que no existe en los otros autores. Los rasgos psicológicos de Lautaro se muestran al lector a través de la experiencia erótica que tiene con Valdivia y en el momento en que Lautaro asume el mando de la batalla y  de sus ejércitos.

A Valdivia le intriga Lautaro, para él representa el enigma de su raza y también su belleza y sus cualidades:

Indio de labios gruesos gritando palabras indescifrables, los muslos firmes aferrados al animal, el sudor del pecho corriéndole a gotas.  (. . .) A ratos se le quedaba mirando. Había tanto de raro en él. Mezcla de animal y de hombre (. . .) ¿Qué pasaba por la mente de ese mapuche? ¿Pensaría del mismo modo que él? ¿Sentiría las mismas cosas? Ya  había observado que era mucho más resistente al dolor, al frío y al hambre. ¿Su piel sería más gruesa? ¿Se erizaría de igual forma que la suya al contacto de otra? ¿Tendría  sentimientos? ¿Alma? (Fernández 48)

 

Se observa cómo a través de la descripción que realiza el narrador, o tal vez el propio Valdivia, se exalta la virilidad del indígena, al cual se lo muestra  de modo bastante sensual. Es enigmático, una mezcla de “animal y hombre”, de salvajismo y humanidad. En las preguntas de Valdivia se perfila el interés que este tiene en descifrar aquel mundo desconocido y atractivo; mientras que para él son claras las cualidades del indígena frente a las adversidades como el “dolor, el frío y el hambre”, no entiende el cómo de su sensualidad.  En este último sentido, acerca de la pregunta de si los indígenas tienen o no sentimientos y alma, el texto de Fernández se cruza con la versión de Subercaseaux en que Fray Pozo representa esta disyuntiva. Pero mientras que el clérigo se preocupa por los posibles derechos de los mapuches, aquí la existencia o no de un alma pasa por la posibilidad de dominar aún más al mapuche.

Es imprescindible que en este momento se hable de la figura de  Pedro de Valdivia y la relación que tiene con Lautaro, pues la vejación que el primero comete sobre el segundo da inicio a una inversión de la relación dominador-dominado, en la que Valdivia  será el dominado a causa de su pasión homoerótica.  Como ya se dijo, Valdivia mira a Lautaro con deseo, la atracción por lo desconocido que se transforma en una necesidad de penetrar en la cabeza y la piel del indígena, y en no separase de él,  por lo que convierte en su indio de confianza. A pesar de existir una versión que señala que Valdivia nunca quiso tocarlo y se conformaba con doña Inés, y doña Sol, hay otra que plantea que una noche  Valdivia  “no se aguantó más la calentura y lo fue a mirar a las caballerizas donde Lautaro dormía” (Fernández 49), para cortarle un mechón de sus negros cabellos. El mapuche que dormía desnudo, tiritaba de miedo porque Valdivia no se contuvo las ganas e introdujo desesperadamente  las manos y su boca en su melena, mientras que el cuchillo (símbolo fálico en términos freudianos) caía al suelo. En este momento empieza la violación, el Capitán de las huestes españolas  ha sucumbido a sus pasiones  e intenta apoderarse del olor, de la piel y de las ideas de Lautaro, mientras este último se “deja hacer”.

Ahora bien, la actitud pasiva de Lautaro en la relación sexual,  responde a la forma de conocimiento que el narrador pone de relieve  en la relación  mapuche / español, en la que más que la sabiduría adquirida de las tácticas de guerra y del manejo del caballo, como enfatizan  Neruda, Aguirre y Subercaseaux e incluso el mismo  Ercilla,  es la sabiduría adquirida del conocimiento y aprovechamiento de las debilidades del otro, lo que lo vuelve superior: “Dicen que esa noche Lautaro aprendió más que nunca. Mientras su cuerpo se fundía  con el del conquistador, su sangre indígena iba asimilando cada gesto, cada debilidad del español” (Fernández, 50). Lautaro absorbe la lengua que recorre su cuerpo y  desmitifica la figura del poder al contemplarlo en su desnudez, sin armadura ni armas de defensa que lo protejan, condición que lo hace  comprender la igualdad de ambos y más aún, la ridiculez del hombre blanco. Valdivia  en cierta medida también era un enigma para Lautaro, pero este en lugar de idealizarlo lo des-idealiza, con lo que puede ver su superioridad araucana: “su carne comprendió la semejanza con ese cuerpo desnudo, sin armaduras de lata, sin escudos. Sus poros tragaron toda la información que el sudor de Valdivia  iba transmitiendo” (Fernández 50).  Es más, Lautaro ríe -y no de placer como cree Valdivia-  al observar lo ridículo del cuerpo del español, a quien para mayor desmitificación compara con un sapo en un campo de batalla:

Dicen que Lautaro rió. Dicen que soltó una carcajada tremenda mientras Valdivia y su culo albo se movían triunfantes, porque creía que el indio disfrutaba del juego. Adelante, atrás, como en un campo de batalla. La lanza punzándolo por la espalda, hiriéndolo, y la risa en la boca porque esa carne blanca y rolliza se sacudía gelatinosa como un sapo. Eso era Valdivia. Un sapo pálido que croaba en su nuca, que lo embetunada con su baba de sapo, con su semen de sapo. (Fernández, 51)

La inversión dominador-dominado se da a partir de este episodio, en el que Lautaro -luego de que Valdivia, rendido y exhausto se ha dormido- se levanta tomando el cuchillo y mirando burlonamente al español; puesto que ahora “ya no sentía miedo” (Fernández 51),  situación simétricamente inversa  a la que le ocurre al conquistador, quien al despertar sintió miedo por primera vez.  Lautaro tomó el cuchillo, la sexualidad que hace caer a Valdivia,  y lo utilizó para cortar su pelo, dejándose sólo un mechón sobre la cabeza imitando los yelmos de los generales. Junto a esto,  se calzó la camiseta roja del español, tomó su caballo y se marchó. El proceso de conocimiento del enemigo ha finalizado y el héroe está listo para asumir su  labor redentora, tal como ocurre en los otros textos ya analizados.

La narración continúa con la llegada de Lautaro a su tierra y la ya narrada desconfianza que mostraron hacia él sus gentes. La pregunta base  que todos se hacían era “¿Quién es este engendro que habla de los españoles como uno de ellos?” (Fernández 52), y es que Lautaro llega montado a caballo intentando introducir toda una serie de nuevas ideas con respecto a los españoles; no sólo la idea de introducir nuevas estrategias de combate  sino la idea de que los españoles eran iguales a ellos, “más blancos, más peludos, incluso más débiles al frío y al hambre, pero iguales” (Fernández, 52). Le enseña  a su pueblo que los caballos no son parte de su anatomía, que los guerreros son de carne y hueso y que no todo el tiempo están protegidos por corazas. Al fin,  es escogido como Toqui y, como  buen líder: “les enseñó todo lo que había aprendido en los entrenamientos españoles, todo lo que observó en los campos de batalla. Los adiestró militarmente, les dio organización y estrategia”. (Fernández 52). En este punto, Fernández repite lo ya dicho por los textos de historia y algunas versiones literarias como las ya analizadas.

Así, el momento del encuentro entre ambos personajes se vuelve decisivo, ahora es Valdivia quien está en desventaja. El Capitán llega con sus huestes a Tucapel -fuerte construido por los españoles-, y lo encuentra devastado. Algo anda mal y Valdivia mira asustado esa enorme cantidad de indios envueltos en cuero que se abalanzan y retiran para ser reemplazados por otros antes de haber conseguido la victoria. Valdivia se cuestiona y sus preguntas son resueltas cuando aparece frente a él Lautaro, con su nuca calva y su camiseta roja, que lo hacen temblar de deseo: “Ahí estaban los ojos de aceituna, la piel morocha y fresca. El corazón se agitó en su pecho acorazado. Se sintió desnudo y atrapado en esa cabellera ausente. Dicen que no lo pensó dos veces.  Valdivia espoleó su caballo y huyó.   (. . .)  lleno de pánico entre  sus propios muertos que cubrían el suelo” (Fernández 54).  Siente miedo y huye, pues además de sentirse desnudo ante Lautaro por la pasión sexual  que siente hacia él, también se reconoce responsable de las muertes de sus compatriotas, quienes han sido vencidos gracias al conocimiento que el mismo otorgó al joven indígena. Aquí es importante la actitud que toma Valdivia, huye cobardemente y no se enfrenta ni a Lautaro ni a sí mismo, con lo que luego de haber leído el texto (y  encontrado otras alusiones a la homosexualidad de personajes históricos del acontecer nacional), el lector puede preguntarse por qué la autora hace un paralelo entre cobardía y homosexualidad, poniéndolas en un mismo plano. Una de las posibles interpretaciones es que éste y otros pasajes fueron escritos dentro de la ficción como una versión contada por Fausto, el historiador padre de los protagonistas, obligado por los militares a contar su propia versión de los hechos, por lo que la homosexualidad como sinónimo de cobardía correspondería a la visión que el Régimen Militar tenía de los homosexuales. Sin embargo, Nona Fernández nos presenta su propia justificación; ella no pretende crear un Valdivia homosexual, sino un Valdivia enamorado de Lautaro, hechizado por su diferencia. Según su interpretación de los hechos, Valdivia siempre mostró una predilección especial por Lautaro más que por sobre sus compañeros, tal vez porque se sentía atraído por el indígena. Utiliza la violación como metáfora,  que trata de mostrar  una Conquista ejercida no solamente por las armas, sino que por medio de:

Una penetración a través de un semen, de una lengua que se introduce en la boca indígena y que arrastra un lenguaje, de una forma de pensar y establecer el mundo. Dicho en forma muy burda, creo que en la Conquista los españoles nos dieron por el culo. Fuimos violados tal como Valdivia viola a Lautaro. Nos bajaron los pantalones sin preguntarnos y nos vacunaron con su idioma, con su manera de pensar y organizarse. El encuentro que planteo entre Valdivia y Lautaro es una metáfora de eso (Fernández)

Las palabras de la autora son decisivas  para  una mejor comprensión del texto, puesto que dan otra perspectiva acerca de la Conquista y en cierta medida ayudan a justificar la presencia de un Valdivia  homosexual que huye, en términos de su creadora, más por su relación con el poder y la crítica que se le hace a éste, que por su homosexualidad.

Con la captura de Valdivia nuevamente ambos personajes se enfrentan y Valdivia se expone en su ridiculez. Los mapuches lo desnudan bajo un canelo y corroboran lo que ya les había anunciado el Toqui,  que “ese cuerpo era muy parecido al de ellos. Más ridículo, es cierto, pero muy parecido” (Fernández 54).  Mientras los indígenas ríen  de su vientre, su pecho y sus piernas sueltas, llega Lautaro y toma algunas mechas de la barba de Valdivia.  Lautaro acerca sus labios y susurra despacio al oído del español  un certero “me arrepentí. No podría llevarme esta barba si no tengo también tu cabeza para lucirla” (Fernández 54 – 55). Valdivia muere de un hachazo que le corta la cabeza a manos de un mapuche, al igual que en los textos de Subercaseaux y Aguirre. Sin  embargo, y a diferencia del tratamiento que le dan al héroe los autores ya citados, Lautaro jamás duda de su decisión (lo cual destaca su virilidad y su heroísmo), y da una orden certera para que maten al risible capitán, con cuya cabeza los indígenas jugaron chueca todo el día. En esta versión también Lautaro se enfrenta solo a la tumba del español, pero no con pesar sino que con fortaleza, la misma que le hace cortarse el último mechón de su cabello –símbolo del mechón que Valdivia en un principio quería- y lanzarlo sobre la pobre  tumba de tierra del Conquistador.

De la misma forma que ocurre en La Araucana Halcón Ligero y Lautaro: epopeya del pueblo mapuche,  la narración continúa con la batalla contra los conquistadores. Se muestra a Lautaro como un ser temible que aterroriza a los españoles establecidos al norte y que incluso obliga a los mismos indígenas para que lo apoyen en el combate. No obstante, la trama toma un giro original con respecto a las obras anteriores. Luego de su muerte en Peteroa, como consecuencia de la traición de un indígena de los pueblos sometidos por Valdivia y del  desconocimiento de la lengua mapuche por parte de la Virgen del cerro San Cristóbal,  Lautaro aparece como un ser legendario apodado “El Jinete del Diablo”, que  cabalga  con  camiseta  colorada, causando pánico entre los santiaguinos  en todo el transcurso de la novela. A Lautaro lo matan y exponen su cabeza en Plaza de Armas durante toda una semana, para luego tirarla al Mapocho. De esta forma Lautaro  aparece como fantasma sin cabeza,  que sólo descansará una vez que la haya recuperado. Es por esta razón que aún en los tiempos postdictadura en los que viven La Rucia y El Indio (hermanos protagonistas), sigue recorriendo la capital, pues: “era un jinete endemoniado. Era un jinete sin cabeza. (. . .) Dicen que no tiene descanso. Dicen que mientras no encuentre su cabeza, nunca lo tendrá. Dicen. Eso dicen” (Fernández 57 – 58). La  cabeza de Lautaro  como la justicia  perdida.

La historia y la ficción que cruzan a modo de eje toda la novela. Ya se dijo que Fausto era un historiador al que los militares capturan y ponen a su servicio pidiéndole que cree una versión justa y necesaria de los hechos, “la tarea es simple, el cuento ya está medio armado, sólo hay que saber contarlo. Subrayar lo esencial, omitir lo que sobra” (Fernández 42). Así Fausto (cuyo nombre  inevitablemente recuerda el  pacto con Mefistófeles), es el encargado de retocar los hechos y de crear su propia versión, según las necesidades de la época.  Él piensa que la historia es literatura, por lo cual acepta dentro de ella la ficcionalidad, la “historia se inventa a partir de las palabras como un verdadero acto de ilusionismo” (Fernández 40).  Esta problemática  de la historia como  ficción ya ha sido tratada por algunos autores, entre ellos, el argentino Ricardo Piglia, quien señala en su libro Crítica y Ficción que “la literatura construye la historia en un mundo perdido” (Piglia 131), pues a diferencia de la literatura que toma elementos de la realidad para crear la ficción, en los gobiernos totalitarios o en las dictaduras se toman elementos de la literatura para crear una verdad ajustada a los propios intereses. Para este autor “no se trata de ver la presencia de la realidad  en la ficción (realismo), sino de ver la presencia de la ficción en la realidad (utopía).” (Piglia 131).

En Mapocho para casi todos los acontecimientos hay dos versiones, una perteneciente al discurso oficial, que es la que se tiene por verdadera, y otra que o bien se desconoce o bien es marginal. Sin embargo, la versión que se tiene por verdadera muchas veces cae en la ficción producida por un determinado gobierno, que en este  caso es el gobierno militar que contrata a Fausto, quien reconoce que lo que escribe en sus libros de historia son “reproducciones de su relato. De su versión personal de los hechos. Palabras salidas de su cabeza, mezcladas y aliñadas, amasadas con cuidado, horneadas a punto  para luego constituirse en verdades ciegas” (Fernández 41 – 42).  La historia que él crea poco a poco se va legitimando y va anulando a otras historias y personajes que más tarde reclaman su sitio en las páginas consolidadas. Y esto es simbólico, porque al igual que Lautaro  busca su cabeza y que sólo tendrá descanso una vez que la encuentre, hay miles de familiares de desaparecidos muertos que sólo lo hallarán una vez que la historia oficial no los niegue y los recuerde, una vez que no se los excluya de la memoria oficial y colectiva. Así, bajo esta perspectiva se entiende la figura lautarina utilizada por la autora como un intento de  la necesidad social de recuperar la verdad omitida de los hechos y como un intento de rescatar la memoria chilena frente a las injusticias sociales cometidas durante  toda la historia de Chile, desde tiempos de la fundación de Santiago con la llegada de Valdivia, hasta la Dictadura militar del año 1973, todo esto atravesado por la mirada  constante del río Mapocho.

Conclusiones
Al  terminar  la lectura  de algunas de las tantas versiones que incluyen entre sus páginas la figura de Lautaro y de Pedro de Valdivia, a partir de lo narrado en La Araucana, cabe hacerse la pregunta de por qué los autores han tomado  a estos personajes y no a otros para retratarlos en sus páginas y darles su mirada de acuerdo a la época en que  cada uno de ellos vive. Es interesante que haya sido Lautaro quien ha cobrado vida en tantas versiones literarias y extraliterarias y no personajes como Galvarino o Caupolicán, o incluso otros, que tuvieron tanto o más protagonismo que Lautaro. Por ejemplo,  entre estas versiones se encuentra una del 1600 llamada El Hércules chileno, de autor desconocido; Purén Indómito, de 1607;  Lautaro de Benjamín Vicuña Mackenna, publicado en 1876;Lautaro Guerillero de Carlos Barella escrita a principios del 1900;  o la conocida  versión de 1943 de Fernando Alegría, Lautaro joven libertador de Arauco. No es menor mencionar que también O’ Higgins,  Carrera y San Martín en  tiempos de la independencia fundaron la llamada Logia Lautaro, que representaba los ideales de liberación americana bajo la imagen de este joven guerrero que se reveló a los españoles.

La respuesta a la interrogante atraviesa lo que se llamaría Identidad chilena,  mezcla de indigenismo e hispanismo, fenómeno que a su vez pertenece a Latinoamérica toda. Lautaro se convierte en arquetipo porque su imagen de héroe se llena de distintas maneras de acuerdo a las visiones  de cada generación, pero siempre conservando características como valentía, liderazgo y lealtad a su pueblo. Así, lo que se destaca en Lautaro es que siendo joven  fue separado de su gente y fue puesto al servicio de Valdivia. Por lo que se sabe, Lautaro estaba bien con Valdivia, no obstante, Lautaro es fiel a su pueblo y abandona al español para luchar contra este y recuperar lo que les pertenecía, la tierra. Algunos autores han tomado esto y han  vislumbrado el conflicto interno que tal vez sufrió Lautaro a la hora de abandonar al Capitán, lo que enaltece aún más la figura de este héroe, pues posterga sus propios sentimientos por una causa que cree justa. Lo que forma parte de la identidad chilena entonces, es esta idea de rebelión justa que permite separarse del dominador y luchar contra él triunfando. La idea de separarse del nuevo padre o señor que es Valdivia, corresponde a la idea de separarse de la llamada madre patria que es España y a los deseos de emancipación y reivindicación del pueblo que ha sido sometido y despojado de lo suyo. También  subyace la idea de la fidelidad a lo propio, posiblemente esto fue lo que vio O’ Higgins al fundar la logia y bautizarla con ese nombre.

Ahora bien,  en la época actual y retomando todo lo que ha sido  la historia de Chile, cabe hacerse otra pregunta: por qué si la figura de Lautaro se ve como un ideal mapuche de lucha, liberación y triunfo, los chilenos discriminamos a los indígenas y renegamos de nuestra procedencia;  preguntarse también el por qué hay una visión negativa de los indios. Y es que en Chile hay una gran valorización de la raza blanca influenciada sin duda por el prototipo europeo, que hace, según Jorge Larraín, que los mapuches sean discriminados por su origen no europeo y que se los perciba como flojos, alcohólicos, incapaces para el  progreso. Se los menosprecia ya sea en el trabajo como en la vida diaria, porque sus intereses no son paralelos a los de una nación que ve en el progreso económico el progreso humano y que, contrariamente a como vivían  los mapuches a la llegada de los españoles, se funda en la propiedad privada.

Sin embargo,  hay quienes rescatan parte de la historia y las virtudes indígenas para reivindicar a los mapuches oprimidos, a quienes se les han quitado sus tierras y profanado sus santuarios. Isidora Aguirre es una de ellos, pues como ella misma afirma, el propósito de Lautaro es difundir la cultura mapuche para que se conozcan sus ritos y tradiciones a través de sus dos protagonistas y los que les rodean, así como también para ayudar a los mapuches en su constante lucha por permanecer en sus dominios. Isidora plantea un concepto de nación en que lo indígena es parte fundamental,  el mismo concepto que intenta  mostrar Subercaseaux a través de –según él- los dos padres de la patria. Aunque más ambiguo, debido a la presencia de un yanacona cobarde y traidor, el autor de  Halcón Ligero explicita que los chilenos le deben mucho a estos dos hombres y que a la hora de mirar quiénes somos es imprescindible considerar este mestizaje. Pablo Neruda  exalta la figura de Lautaro y de los indígenas en detrimento de la de Pedro de Valdivia; el mundo español no es visto con buenos ojos por este poeta para quien el rescate de lo Americano es lo esencial. Nona Fernández por su parte, hace una nueva lectura en tiempos de postdictadura, enlazando el tema de Lautaro con el de los desaparecidos y cuestionando las versiones históricas institucionalizadas por el poder desde la  marginalidad, representada por el incesto y la homosexualidad, como ella misma señala.

Puede decirse que la visión de héroe dado por los autores desde Ercilla, está atravesado por una visión occidental. Los héroes clásicos del mundo europeo son una figura mítica y de naturaleza casi sobrehumana, que descienden de los dioses y se comunican con ellos, son guías de sus pueblos y señalan el camino a seguir, realizan hazañas que otros no pueden, enfrentan la muerte, superan el miedo y pasan por un proceso de iniciación antes de enfrentar su gran prueba. Desde esta perspectiva  Lautaro se configura como este arquetipo de héroe clásico. Es el guía de su pueblo, que le indica que estrategias debe seguir para vencer a los españoles, Lautaro es valiente y no tiene miedo de enfrentar al enemigo porque lo conoce, porque pasó por todo un proceso de iniciación. Esto último está claro en los versos del Canto General, donde Lautaro  comienza su preparación en la naturaleza y la culmina junto al Conquistador;  para los otros autores la preparación se da también en la convivencia con Valdivia. Sería interesante entonces, revisar que concepto de héroe tiene el pueblo araucano y compararlo con la visión europea que se presenta en los textos. Posiblemente sea Neruda quien más se acerca a la visión americana con la inclusión de la Naturaleza como elemento decidor en  Lautaro, aunque es importante no olvidar que La Araucana, base sobre la que se fundan las distintas versiones,  fue escrita por un español.

 

Bibliografía ___________________
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Cartas de Pedro de Valdivia Edición facsimilar dispuesta y anotada por José Toribio Medina. Fondo Histórico y Bibliográfico J.T. Medina, Stgo Chile MCMLIII (NO CACHO Nºs romanos)

 

 

 

 

 

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3 comentarios

Me sirvió para la prueba :D

Por Qeti el día 05/04/2019 a las 01:14. Responder #

Excelente

Por Ely el día 03/08/2014 a las 16:47. Responder #

Me pareció bueno

Por Lautaro Guida el día 01/08/2014 a las 22:40. Responder #

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Requerido.

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