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Mano de Obra. La disolución de lo social, acerca de la novela Mano de Obra de Diamela Eltit.

por Raquel Olea
Artículo publicado el 16/06/2002

A casi veinte años de la publicación de su primera novela Lumpérica (1983), Diamela Eltit ha sostenido un proyecto coherente de escritura narrativa y crítica, la que ha producido una marcada y distinta significación de lo latinoamericano en la producción literaria de la actualidad. En Mano de obra ( Planeta, 2002) D. Eltit vuelve a ejercer un giro provocador en la insistente producción de estilo que la caracteriza, descolocando, una vez más, al lector mal acostumbrado por el mercado a concebir la literatura como entretención liviana antes que como un espacio pensante, donde confluye imaginación y lenguaje para producir otros mundos y nuevos tramados de realidad.

En esta oportunidad se verá desconcertado por una novela episódica, linealmente articulada en dos partes aparentemente discontinuas que se orientan a una misma significación, la producción del supermercado, como metáfora ejemplar de la fagocitación del sujeto público y del discurso social en la sociedad chilena actual. El foco narrativo se sitúa en experiencias fugitivas, recurrentes, menores, sin adscripción a los principios de causalidad que orientarían la progresión del relato hacia un fin previsible, así lo señalan algunos nombres de capítulos, «Isabel tenía que pintarse los labios», o «Sonia lloró en el baño». Fragmentaria obsesiva, discontinua la progresión del relato funciona por el despliegue de un lenguaje crudo, directo que mezcla percepciones exteriores a flujos de conciencia y de deseos múltiples que lo apartan de todo realismo y enriquece la producción de subjetividad por los espacios mentales que pone en juego; esta operación propia de la escritura de Eltit, logra, por un lado, el efecto de construir una poética del mundo y por otro produce una eficaz insistencia en el lenguaje, operación que se sostiene con efectos diversos en las distintas páginas del libro. Así la magistral escritura de «El obrero gráfico» (Valparaíso, 1926), supera en densidad narrativa e intensidad escritural otros momentos de la novela.

En esta novela, la autora trabaja la relación del sujeto con el espacio laboral, lugar que como sabemos, define la inscripción social de los sujetos. Es en la ficcionalización del «supermercado y la mecánica de devastación del individuo que el texto produce, donde Eltit construye una narrativa del sujeto disuelto por la brutal penetración del poder en su cuerpo y en su vida.

Haciéndose cargo del adjetivo que desde posiciones neo-marxistas definen el estado actual del capitalismo como «salvaje» Eltit construye en la metáfora del supermercado un escenario de control; templo panóptico del poder del consumo y de la supervisión de los trabajadores, allí se ha desplazado una escena primaria de explotación exenta de toda regulación, a la vez que se vuelve escenario de constitución de una nueva subjetividad social dislocada; extraviada de sí misma y de los otros.

Estructurada en dos partes, la primera de ellas, «El despertar» de los trabajadores (Iquique, 1911) produce el sujeto de la mano de obra, símbolo de una regresión y un desamparo social en la época de la globalización económica; abstraído en su quehacer, el empleado del «súper» se constituye aislado en el habla de su interioridad; leemos su monólogo, mientras trabaja, «Más horas. Más tarde aún. Sin embargo todavía sigo parapetado.(..) Las horas son un peso(muerto) en mi muñeca y no me importa confesar que el tiempo juega de manera perversa conmigo porque no termina de inscribirse en ninguna parte de mi ser. Sólo está depositado en el súper, ocurre en el súper». Se trata de un horario tembloroso e infinito que se pone en primer plano (más aún) cuando entra de manera hipócrita este nuevo preciso cliente» (pág. 31).

Los clientes, los niños, el supervisor, los ancianos, la luz, los productos, las mercaderías, los turnos constituyen los únicos referentes de un sujeto sobre saturado que despliega su relato en episodios que citan la novela picaresca, pero ahora sin ninguna promesa, ni peripecia social. Cada uno de los capítulos (episodios) se introduce con el nombre de periódicos que marcan el itinerario de las luchas sociales chilenas -»Verba Roja», Santiago, 1918. «Luz y Vida», Antofagasta, 1919. «Nueva Era», Valparaíso, 1925-.; La cita funciona como dispositivo de saber que activa en el lector una operación de memoria que remite a la constatación de la ausencia actual del sujeto del trabajo, quien sin discurso público ha dejado de constituirse en clase, en poder social. El gesto político que Eltit ejerce en la primera parte consiste en escribir la discontinuidad de la historia social, la disolución de una clase, el desmantelamiento de su discurso; el relato se vuelve expresión de una recurrencia desesperada, de la suspensión radical de un sujeto sin representación ni comunidad.

«Puro Chile» (1970), el nombre de la segunda parte vuelve a operar una activaciónde la memoria al re situar al lector en el momento cúlmine de la promesa en la sociedad chilena. El relato progresa en una narrativa del deterioro de las relaciones y del lenguaje en un grupo de empleados que comparten un simulacro de comunidad de emergencia, fundada sólo en el rigor de una economía insuficiente; el enfático despliegue de una expresividad sin poder de interlocución opera como única liberación en quienes acosados por la amenaza de la cesantía ingresan a un campo de disputa donde cada uno está para sí y todos están contra todos. La pérdida de discurso público se expresa en el recurso a la grosería, signo de una inmolación social significada en el decir de un lenguaje vaciado de sentido.

Hacinados en una vivienda mínima los empleados del «supermercado» avanzan hacia lo inexorable de una destrucción de cuerpos y almas.

Eltit trabaja con rigor los efectos de la bio-política es decir, de la brutal forma de penetración del poder en los cuerpos y en las vidas de las personas, en la época de un nuevo poder y sus mecanismos ( in)visibles de control, «Puro Chile» actual extrema esta inmanencia en la máxima desarticulación de los mínimos vínculos comunitarios, producidos por la orfandad social.

Si uno de los pilares más consistentes de la narrativa de Eltit lo ha constituido su riguroso trabajo de producción de sentidos de lo literario en el trabajo de producción de lenguajes y hablas que demarcan las relaciones de poder en la singularidad de lo latinoamericano —habla(s) marginal(es), habla(s) femenina(s), hablas subalternas social y culturalmente—, en Mano de Obra su trabajo de producción de hablas conduce, paradojalmente a la constitución de un nuevo sujeto sin habla, (des)socializado por la pérdida del lenguaje. El paso de la voz (privada) al lenguaje(público) es lo que constituye un sujeto social, señala el filósofo G. Agamben. Eltit sitúa una de las significaciones de Mano de Obra en la encrucijada de una actualidad que produce un sujeto social sin habla, fuera de lo público. Sin habla, sin discurso público el trabajador pierde su estatuto social de sujeto, deviene sólo mano de obra; esclavitud Parodia de sujeto, el sujeto fuera de lenguaje emerge perdido de su articulación como clase en la economía neo-liberal.

En la producción de lenguaje silencioso —interiorizado— de la primera parte, Mano de obra construye una subjetividad asolada que otorga a la grosería —exteriorizada— de la segunda parte, la función de sustitución del discurso político con que se representa la disolución de lo social operada por su pérdida.

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