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Poética Cíclica de la catástrofe en “Canciones para animales ciegos” de Benjamín León.

por Felipe Gamboa Bravo
Artículo publicado el 24/06/2015

“yo canto
no es invocación
sólo nombres que regresan”
Alejandra Pizarnik

 

Benjamín León es oriundo de la cuarta región, «Profesor de Castellano y Filosofía» por la Universidad de La Serena, posteriormente cursó estudios de Maestría en Literatura comparada en la Universidad de Sevilla.
Ha publicado “Tankas de Pájaros” (2008), “La luz de los metales” (2009), “Para no morir” (2011) y “Canciones para animales ciegos” (2013). Si bien parte de su obra ha sido recogida en diversas antologías tanto en Chile como el extranjero, su obra poética ha sido publicada exclusivamente en España; de aquí la necesidad imperiosa de que su obra se instale en los circuitos literarios chilenos.
Ha recibido diversos premios; Beca de Creación Literaria, entregada por el Consejo Nacional de la de Cultura y las Artes; con la obra “La luz de los metales” obtiene en 2009 el Premio de Poesía Flor de Jara y ese mismo año el primer lugar en los Juegos Florales Gabriela Mistral de Vicuña. En 2013 con “Canciones para animales ciegos” obtiene el Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez; uno de los grandes premios de poesía a nivel mundial.
«Canciones para animales ciegos» es un poemario en el que destaca la influencia de la generación del 27; D. Alonso, J. Guillén, R. Alberti, E. Prados, P. Salinas y M. Altoaguirre son figuras paradigmáticas de esta generación cuyos fragmentos a modo de epígrafes o paratextos transitan por las páginas del poemario. El texto está escrito en alejandrino; forma clásica de la tradición poética española; por lo que el poemario se presenta como un rescate y resemantización del alejandrino blanco.

Catástrofe y poesía
Desde los versos iniciales, asistimos a una especie de cataclismo: “Indivisible el frío cruza mi corazón:/ ciudades de la noche cayendo por el miedo”. El mundo y sus ciudades agoniza; el miedo, aparentemente es lo que amenazaría la estabilidad del universo poético.

“Hacia el degüelle van los animales ciegos,
sus corazones gimen, sus voluntades sangra
y en sus pupilas yacen la luz y la certeza.
El peso de la noche se extiende por sus lomos”

Se presenta una universalización del gesto vital, nosotros como humanidad somos esos animales ciegos que caminan hacia un destino trágico. “lloran en mansedumbre la desaparición,/ arrastran la cadena que sostiene el insomnio”, esta humanidad perdida y entregada es consciente de la catástrofe, pero incapaz de reaccionar o hacer algo para impedirla. El poemario nos convierte en testigos de un hablante y una sociedad que agoniza devastada por el miedo “Ha crecido maleza sobre mi corazón/ y ciegas las palomas rondan la podredumbre./ Oigo sus alas grises, sus pechos desangrando”; que muestra habitantes hambrientos, paridos por el error y el miedo: “Escucho las jaurías que gritan por el hambre,/ habitantes paridos en el error y el miedo,/ hijos que conocieron lo oscuro del asfalto./ He bebido el dolor y el miedo en las orillas”.

Vemos en el poemario una continuación de la poesía maldita, ya que respiramos en el universo poético el sentimiento de que todo está perdido; se describe en sus páginas una sociedad en la que aparentemente todo lo que podemos hacer como lectores, es sentarnos a esperar el final trágico del mundo. El hablante es un testigo privilegiado de la hecatombe de la humanidad. “Los perfumes del miedo retumban en la noche,/ ciudades sin luz cayendo en los manteles”. La imagen es reiterativa, asistimos a un cataclismo universal, que sin embargo presenta una esperanza:

“no sé de qué lugar vuelve a nacer su fuerza,
no sé de qué estertor vuelven a mí sus huesos.
Esta demolición no es una voz vencida,
aún los animales asoman a los límites”

Dentro de esta pérdida y a pesar del colapso universal aún queda esperanza, el hablante y el universo vuelven a nacer, pero es también un volver a morir: “Miro en el funeral del pueblo su esperanza”, la esperanza está en la muerte que crea, un renacer que vuelve a comenzar.

“Abrir lo ciego, abrir
su pálpito más puro, su costura más débil,
y perpetuar el grito con un lenguaje nuevo
para que el fuego ocurra, para que ocurra el agua,
para escribir la sal y el silencio y la sombra”

El lenguaje posibilita el renacimiento del mundo y la experiencia del retorno. El hablante sobrevive a la catástrofe, como un vidente que viene a anunciar un canto nuevo.

Se configura una poesía de la catástrofe, un ambiente trágico en el que todo está perdido y donde el lenguaje pareciera ser la luz de esperanza, en tanto su poder de (re)fundar el mundo. El mundo está colapsando, evidenciando los síntomas de su propia decadencia; es la poesía la que viene a anunciar, la que viene a narrarnos esta catástrofe; la poesía es por esencia el arte de la catástrofe. Se desprende del poemario una visión postmoderna de la existencia, en la que todo está inevitablemente condenado.

“Habrá que enumerar las desapariciones,
callar bajo los ríos y en todos los desprecios,
Las túnicas del miedo esparcen la tortura,
las manos son atroces palabras fusiladas”

La sociedad reclama un acto de valentía, la salvación puede ser alcanzada a través de una acción de valor ejercida por el lenguaje. La poesía se presenta entonces como lo único que puede salvarnos de la mezquindad y decadencia del mundo; “Canciones para animales ciegos” es una apología al valor literario, una declaración de principios ante la humanidad, un libro que reafirma la necesidad y la importancia de la poesía como única herramienta capaz de salvarnos.

Eterno retorno
“No existe aquí una piedra para que nazca el mundo,/ un túnel que germine para que inicie el tiempo:/ no existe la justicia sobre las rosas muertas”; estos versos develan que existe un zigzagueo en el poema: el mundo colapsa, lo salva la poesía y vuelve caer, por lo que el poemario oscila constantemente entre el apocalipsis y la salvación.

Planteamos en una primera lectura, que son los opuestos sicoanalíticos del Eros, pulsión de vida, y Thánatos, pulsión de muerte, los que generan el movimiento cíclico en el poemario, provocando de forma repetitiva un apocalipsis y un renacimiento del topos poético. Esta concepción cíclica de nacimiento y catástrofe se vincula con la noción del Eterno retorno enunciada por Heráclito y desarrollada por Nietzsche.

Nietzsche iniciará sus planteamientos basándose en la pérdida de la fe en dios, “dios ha muerto” es el mensaje que viene a entregarnos Zaratustra. Pero esta vida necesita trascender en el placer, por lo que volverá una y otra vez; de aquí la noción del Eterno retorno de las cosas: “Cuando estén realizadas todas las combinaciones posibles de los elementos del mundo, quedará todavía un tiempo indefinido por delante y entonces volverá a empezar el cielo, y así indefinidamente. Todo lo que acontece en el mundo se repetirá igualmente una vez y otra. Todo volverá eternamente, y con ello todo lo malo, lo miserable, lo vil” (Nietzsche, p.37)

Lo llamativo de este Eterno retorno es que el mundo recién nacido gracias al lenguaje, el “mundo nuevo” parece arrastrar consigo el sino del mundo anterior: “Crecerá inevitable la enredadera sucia,/ enlutará su paso por las cimas del aire,/ no dolerá su voz, sino su tacto inerte,/ no dolerá su lengua, sino su tacto impuro”. La pregunta pareciese ser ¿Por qué el nuevo mundo creado por el lenguaje, como compensación o suplemento del mundo anterior posee las mismas características que el topos que se intenta sustituir? El texto se pliega sobre sí mismo en su intento por abolir universo anterior:

“Hay ceniza en mis ojos, banderas del suicidio,
manos que ya no palpan sino una gran derrota.
Hay una destrucción dominando la calle,
una serenidad que incendia las heridas,
lombrices que no cesan, sudores infectados”

El mundo creado y destruido, tal como se aprecia en estos versos es un mundo herido, por lo que el final trágico de este “nuevo” mundo se presenta como algo inevitable, la imagen se repite en momentos excepcionales del poemario:

“No existe la piedad al fondo de estas lápidas,
sólo mi corazón llora en lo pronunciado
y detiene sus líquidos. No existe la verdad,
sino un dolor de muerte nombrando sus iglesias;
la libertad no amuebla las páginas del mundo,
ni en los jardines tibios alumbran los caballos:
tenga temor la muerte si el mar lanza sus muertos”

Lo interesante es que se reitera la imagen de la poesía como un acto fundador del cosmos, un mundo creado por y para el lenguaje que conserva su origen trágico.

“Renace así la noche: los árboles se extienden,
el viento enrojecido remece sus jaurías,
y el mundo se deshace. No puede abrir la luz,
no exhibe su balanza la tropa que se inunda”

En este renacer hay un movimiento ondulatorio, un zigzagueo demencial y delirante, un mundo que nace y colapsa constantemente, como metáfora de una sociedad enferma que vuelve a nacer después de la catástrofe y vuelve a derrumbarse y vuelve a nacer; si tuviéramos que graficar la forma que el “Eterno retorno de la catástrofe” asume en el poemario, podríamos representarlo como un espiral cíclico e infinito, ya que el texto se pliega sobre sí mismo en un retorno constante.

“Un funeral de nidos, un árbol deshojado,
la destrucción de luces, el silbo de las viudas:
todo desolación, todo un crujir de vientres,
toda la eternidad para nacer al duelo”

Al analizar el colapso, o el porqué del colapso del mundo, nos percatamos que la muerte está pariendo, está creando. La muerte pare un cosmos que nace en duelo; asistimos por lo tanto a la unificación de ambas pulsiones, no puede darse una sin la otra, la prevalencia del Thánatos sobre el Eros es lo que genera la catástrofe. Al analizar las instancias de catástrofe y renacimiento en el poemario nos percatamos que la muerte o catástrofe crea. Este concepto de un Thánatos resiliente es algo común en la cultura latinoamericana. En los Aztecas, por ejemplo, el sacerdote arrancaba el corazón a los elegidos y lo ofrecía aún latiendo a los dioses, para que el sol volviera a renacer. El sacrificio era la base del mundo cíclico Azteca. La muerte y el sacrificio posibilitaban que el mundo continuara existiendo. Esta visión cíclica de un sacrificio-creador fue retomada por diversos escritores, como por ejemplo Octavio Paz en su poema Piedra de Sol. Avelar es otro de los autores que trabajará la temática del Thánatos o sacrificio creador, pero desde un punto de vista cristiano, “¿Cómo explicar la paradoja de un Dios que conquista y emerge victorioso precisamente al rendirse a la crucifixión por sus propios seguidores? ¿De dónde viene la atracción por lo negativo?” (Avelar. p. 185)

“Anónimos los gritos engendraron el miedo,
caían tantos rostros bajo la perversión”

Estos versos ejemplifican, la presencia de ambas pulsiones y el triunfo de Thánatos. Es el miedo el que crea en el poemario, un miedo que implica su propia destrucción:

“Aquí no existen lápidas que nombren la verdad,
no queda partitura del ácido en el viento,
sino sonidos tristes de mujeres en llanto
amamantando huérfanos. Aquí no existen lápidas
que absorban el dolor de mi lengua dolida,
ni una osamenta puede resignar tantos cuerpos
ni un corazón abrir sus nombres al sonido.
Mi boca es una cruz sobre el mundo que pasa”

«El desastre no es sombrío, liberaría de todo» (Blanchot, p.12), estamos ante un desastre que crea a través del miedo; creando árboles y un mundo de dolor “Muere en el lodazal del mundo todo el aire:/ árboles del dolor, qué fue de la memoria”, un dolor creador que atenta contra la memoria: “el ruido de la sed fraguándose en la edad:/ tanta memoria herida vaciándose en la luz” la memoria herida y violentada ante la imposibilidad de recordar otro mundo. «No eres tú quien hablará; deja que el desastre hable en ti, aunque sea por olvido o por silencio» (Blanchot, p.12). El universo poético se presenta performado por el desastre, es el desastre quien habla en este poemario, ya que el universo se presenta creado y habitado por el miedo: “Puedo alargar la sílaba pronunciada en el hambre,/ la desaparición y el óxido en los huesos”

“Y qué lugar renace sino los grandes párpados,
el himno virginal del adjetivo nuevo,
la sed y su costado, el fósforo y la grulla”

Parece ser que mientras sea el miedo quien siga pariendo, mientras sea un Thánatos quien reine sobre Eros, el mundo creado mantendrá su sino invariable de catástrofe y retorno, “una repetición es el retorno de algo que no puede ser reemplazado” (Avelar. p. 196), como un espiral que se pliega sobre sí, repitiendo hacia el infinito su sino trágico de catástrofe y creación.

Poética Cíclica de la catástrofe: Negación del porvenir
El poemario evidencia una concepción cíclica de la repetición histórica. El texto es sometido por Thánatos al vértigo del eterno retorno, (re)creando un universo arruinado. Al respecto Blanchot planteará: «el desastre lo arruina todo, dejando todo como estaba» (Blanchot, p.9), de aquí la contradicción esencial del poemario: el Eterno retorno dejará todo como antes. Lo terrible no es que se repita de forma delirante una y otra vez el universo poético cifrado por el dolor y el miedo, lo terrible pareciera ser, que esa repetición aparece como la única alternativa posible; por lo que hay una clausura y negación del porvenir: “se trata de ver el pasado reproducido en su identidad con un presente que no sería más que su repetición compulsiva” (Avelar. p. 217). El eterno retorno niega el futuro, todo está devastado de ante mano, no hay otra sociedad posible que la habitada por el miedo.

El desastre aniquila el porvenir, no hay más porvenir que la sociedad arruinada que ya conocemos, que regresa una y otra vez a enrostrarnos el miedo: «El desastre es su propia inminencia, pero ya que el futuro, tal como lo concebimos en el orden del tiempo vivido, pertenece al desastre -éste siempre lo tiene sustraído o disuadido- no hay porvenir para el desastre, como no hay tiempo ni espacio en los que se cumpla» (Blanchot, p.10). En este sentido, a diferencia de lo que plantea Blanchot en su cita, el desastre si tiene un tiempo y un espacio en el poemario, en los cuales se realiza una y otra vez de forma reiterativa:

“Veo misericordia después de la traición,
animales recién abiertos a la noche
que fulgen desatados y desnudos en paz;
veo la triste luz de los cuerpos vencidos,
unidos en lo oscuro de la mugre extendida”

Coincidimos con el autor en tanto, en el topos del poemario el desastre anula el porvenir, no hay más porvenir (lo que viene) que un desastre similar al anterior, por lo que estamos ante un tiempo cíclico de catástrofe que clausura el futuro.

«El desastre está del lado del olvido; el olvido sin memoria, el retraimiento inmóvil de lo que no ha sido trazado -lo inmemorial quizás; recordar por el olvido, el afuera de nuevo» (Blanchot, p.11); el desastre también aniquila la memoria y la posibilidad de experiencia, pues no hay aprendizaje; sino un pliegue textual, espiral que repite su sino trágico: “Y sin embargo, pesa en la memoria el duelo”.

“qué oscuridad más honda, qué ciego devenir” este verso clausura el poemario profetizando el desastre de un mundo arruinado, por lo que denominaremos al movimiento interno de Thánatos resiliente sobre Eros: “Poética cíclica de la catástrofe”; como si el poemario expiara una culpa que no conocemos, cual Sísifo condenado a arrastrar su roca una y otra vez; ante un mundo devastado en el poemario sin ninguna posibilidad de redención.

Bibliografía
1. León, Benjamín. Canciones para animales ciegos. Autores premiados, Sevilla, 2013.
2. Avelar, Idelber. Alegorías de la derrota. Editorial Cuarto Propio, Santiago, 2000.
3. Blanchot, Maurice. La escritura del desastre. Monte Ávila Editores, Caracas, 1990.
4. Nietzsche, Friedrich. Así hablaba Zaratustra. Cátedra, Barcelona, 1999.
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