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Santa María de las flores negras o campeonato de canciones con bonitos estribillos.

por Antonio Sandoval Herrera
Artículo publicado el 21/08/2004

«cocktail de canción forzada
inyectado muere el cantautor
víctima de un exceso de fe
el rayo del engaño lo partió»
Divididos («Sopa de tortuga»)

 

Si bien décadas atrás, la utilización del sentimiento trágico de la injusticia social otorgaba buenos dividendos electorales, el actual sistema de mercado ha dejado completamente obsoleta esta visión. El modo de enfrentar sucesos tan importantes y decisivos en el desarrollo del siglo XX en nuestro país, es diametralmente opuesto al de la sociedad chilena de los sesenta y setenta. En este sentido, Santa María de las flores negras (1) no es más que otra capa de tierra sobre las históricas tiranías de nuestros gobiernos. Un intento contradictorio y descontextualizado por remover esa tendencia hacia el olvido de la sociedad chilena.

Cuando Adorno y Horkheimer apuntan sobre la falsa identidad del individuo actual, establecen como una de las causas principales de esta decadencia, a la pérdida de lo trágico. Aquel sentimiento -originado estéticamente en Grecia- que «exaltaba el valor y la libertad de ánimo frente a un enemigo poderoso, a una adversidad superior, a una pérdida inquietante»(2) (19). Los integrantes de este sistema de consumo se encuentran ajenos a este tipo de sensaciones. Se encuentran escindidos en su posibilidad de ser humano; no tanto por la vorágine de la vida cotidiana, sino por el indolente juicio crítico que los embarga. Es obvio que dentro de la alta demanda de los objetos de consumo, ya no existe un filtro artístico que nos permita clasificar las obras literarias. Todo pasa por un buen márketing, por una correcta venta de los estereotipos.

En este sentido, Santa María de las flores negras es un libro rápido de leer, no obstante, monótono y aburrido en muchas ocasiones. El lenguaje es predecible, por cuanto algunas de sus metáforas resultan de dudosa factura. Las diferentes historias no logran articular la fábula de un hecho tan reconocido y el discurso conscientizador redunda -en muchas ocasiones- en un superficial panfleto. En definitiva, las diferentes perspectivas desde donde se puede abarcar esta novela, confluyen -necesariamente- en la sensación de un acto forzoso. Un mero trámite en la concretización de un objeto probadamente comercial.

Es así como se materializa, a mi juicio, el diagnóstico ofrecido por Diamela Eltit en Mano de obra. Los productos que se ofrecen hay que venderlos sea como sea. No importa si nos gustan o no; si son de izquierda o de derecha. El único fin es mantenernos en el éxtasis del consumo. En este sentido, desde el epígrafe, todo el desarrollo de la novela es pura ornamentación. La creación de un falso deseo por conocer nuestra historia y por calmar ese sentimiento de culpa que, inconsecuentemente, no nos permite visualizar el devenir violento en que se ha desarrollado Chile. En el fondo, es sólo un producto más, sobre el cual el consumidor podrá detenerse y digerir rápidamente; luego será necesario volver a consumir. Esto, claramente, no hace más que llevarnos -de manera directa- hacia el olvido. El juicio crítico es anulado, las grandes batallas del hombre por defenderse de las injusticias ya no valen más que como producto de mercado. La rebeldía de los menos poderosos no es más que un estereotipo, una forma más de venta; una apropiación comercial de las grandes causas que han movido, alguna vez, los cimientos de este país. En consecuencia, la forma más productiva e insensata de eliminar los posibles gérmenes de inconformidad que se puedan incubar en algunos sectores de nuestra sociedad.

De este modo, la obra de Hernán Rivera Letelier, se encuentra lejos de satisfacer la intención original de su autor. No es un golpe a la memoria, sino, y muy por el contrario, un producto más de la vitrina del mercado. Un adormecedor social ausente de toda posible creatividad. Un producto en serie que surge dentro de la lógica trilogía: música, literatura y cine. Al igual como ocurrió con Alturas de Macchu Picchu, Santa María de Iquique no será recordada como un hecho histórico, sino como un producto pop (como un guión, como una banda sonora, como un film).

Tal como sostienen Adorno y Horkheimer: «la repetición ciega y la rápida expansión de las palabras establecidas relaciona a la publicidad con las consignas totalitarias»(3)(25). El grito popular, el puño en alto, la lucha callejera son manifestaciones carentes de fondo real. Son, estableciendo un símil con el lenguaje, palabras truncadas en su dicotomía fundamental. Son sólo significantes ausentes de significado. Son palabras rígidas que encierran, cuadradamente, al objeto que denotan. Ya no hay posibilidad de entender su significado. Toda posible denotación es inentendible, por cuanto el producto viene envasado y correctamente etiquetado. Ya no existen márgenes hacia los cuales poder expandirse. De esta forma, y contradiciendo al autor, un tema de estas características, abordado de un modo tan simple y poco dialogante, está condenado -inevitablemente- al fracaso. A la caída definitiva en la búsqueda de una memoria colectiva.

1. Rivera Letelier, Hernán. Santa María de las flores negras. Buenos Aires: Editorial Planeta, 2002.
2. Horkheimer, May y Adorno, Theodor. La industria cultural en Dialéctica del iluminismo. Buenos aires: Sudamericana, 1988.
3. Horkheimer, May y Adorno, Theodor. La industria cultural en Dialéctica del iluminismo. Buenos aires: Sudamericana, 1988.
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