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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Texto de presentación del libro "Mezquina Memoria" de Antonio Gil. Editorial Cuarto Propio, Santiago, 1998.

por Ricardo Cuadros
Artículo publicado el 08/06/1999

Basta abrir la primera página de Mezquina memoria para reconocer el estilo de escritura ya inaugurado por Antonio Gil en Hijo de mí, el año 1992. Cito las primeras frases de Mezquina memoria: «Antes que comience a clarear un cortejo de perreros sacará al Patio de Banderas la jauría de galgos. Los cetreros ajustarán capuchas empenachadas y ataduras de halcones azores, alfaneques y neblíes, asegurando los cascabeles en las garras» (fin de la cita). La atmósfera es palaciega española del siglo XVI y abundan aquí palabras bellas y hoy en desuso, como las que refieren al arte de la cetrería. ¿Qué significan, en una novela chilena del siglo XXI como Mezquina memoria, palabras como halcón azor, alfaneque o neblí? Significan, en mi lectura, apostar por una escritura separada del habla contemporánea del autor (la misma nuestra), apostar por una escritura que no se arrima a la sombra de la tradición literaria chilena y se atreve a correr los riesgos del explorador o el arqueólogo. Antonio Gil parece responder, cada vez que escribe poesía o narrativa, a ese llamado del maestro Lezama Lima, que no deja de gravitar sobre la literatura de lengua castellana desde que fuera escrito a fines de los años cincuenta: (cito a Lezama) `Sólo lo difícil es estimulante» (fin de la cita).

`Halcones azores, alfaneques y neblíes», escribe Gil, pero ¿qué encierran estas palabras viejas? Encierran colores y formas, que no se nos entregan antes de encontrar su definición, en algún tratado o diccionario. Démenos el pequeño trabajo. Azor es un tipo de halcón de color negro claro por encima y blanco con manchas negras por el vientre. El alfaneque es una variedad africana de halcón, de color blanquecino con pintas pardas. El neblí es un pariente cercano del halcón, de color pardo por el lomo y de vientre blanco con manchas grises, con una banda negra de borde blanco en el extremo de la cola.

Pero si bien estas definiciones de diccionario, este juego inter-libris, hace más placentera mi lectura, el autor de la novela permanece siempre del otro lado, diríamos del lado del significante, sin ocuparse nunca de allanarme el camino. En su cerrazón al habla contemporánea, la escritura de Antonio Gil es un dispositivo a punto de estallar en significaciones múltiples. Como pocas obras de la literatura chilena, apela a ese lector activo que de manera un poco torpe, en su momento Julio Cortázar definió como `lector macho». Nada de macho, pero sí activo, es el lector que prefiere esta Mezquina memoria.

En Hijo de mí ya están presenten las característicos de la prosa de Antonio Gil pero se trata de un monólogo relativamente fácil de seguir. En Cosa Mentale, la novela más voluminosa hasta ahora, hay mayor desplazamiento espacial, y los factores de la prosa de Gil son exigidos al máximo. Me refiero a los recursos idiomáticos barrocos, el desplazamiento a menudo imperceptible entre el monólogo y la descripción, la reconstrucción de un espacio cultural anterior al contemporáneo, la fragmentación narrativa en varias voces, la ruptura de la ilusión realista que no deja espacio entre las palabras y las cosas. Cosa Mentale es la obra de Antonio Gil más afín a la novela clásica, pero se trata de una afinidad que abre una brecha y deslinda una novedad, una figuración inesperada. En 1994, leyendo Cosa Mentale -entre otras pocas obras de ruptura-, uno podía abrigar esperanzas de que la novela chilena no cristalizaría en los moldes del realismo decimonónico.

En la novela que nos reúne esta tarde, Mezquina memoria, Antonio Gil provoca el estallido del género novelesco. Y en esto es clave el lugar donde se encuentran los personajes que le darán vida con sus voces. Se trata de una venta oscura, olorosa a humo, a sudor, a vino, en un camino español allá por los comienzos del siglo XVII. La venta es un lugar de paso, popular, abierto a cualquier viajero. Y será aquí donde discurran y divaguen un prófugo de la Inquisición llamado Maese Iñigo Verrés, un asesino de hablar andrógino que se autodenomina Luna Hiena, un friolento estudiante de Salamanca, una puta locuaz coocida como Plata Baja, el astrólogo árabe Mamud Ras Alagué, el rudo ventero, y un personaje cuya voz es (cito) `un gotear de tinta en la tiniebla» (fin de cita) Maese Gil, el escribano.

El continuo desplazamiento de la voz narrativa produce un descentramiento del texto. Alonso de Ercilla es poco más que un pretexto para la conversa dislocada, que reconstruye de manera fragmentada el mundo cercano a la presencia de La Araucana en la cultura española.

Pero Antonio Gil incorpora también a la novela voces que no corresponden al tiempo central del relato. Como la de don Ramón Sopena que entrega información con nombres y fechas: «Ercilla y Zúñiga, (Alonso de). Famoso poeta y guerrero español. Asistió a la conquista de Chile, cuyos episodios narró después maravillosamente en su célebre poema La Araucana». Voz que reconoce uno de los presentes -ya en pleno dominio ficticio-, para entregar la clave del título de la novela. Dice: «A mí me llaman Luna Hiena, don Ramón, ¿se acuerda por acaso usted de mí? Lo dudo en verdad, porque de Ercilla, que alguna vez fue cierto, guarda mezquina memoria». La mezquindad es la de los historiadores y enciclopedistas, la de los redactores de los archivos. Y agrega Luna Hiena: «¿Cuánto nos costaría saber más del poeta, don Ramón? ¿Y la verdad, lisa y llana, a qué precio la trae?». Antonio Gil convierte una cita de Ramón Sopena -hará lo mismo con otras, incluida la de Hernán Díaz «también llamado Alone»- en voz que dialoga con otra de ficción, en una venta española a comienzos del mil seiscientos. Y mediante este recurso de la cita convertida en voz dialogante, enfrenta el habla libre de los marginales con el canon de los archivos donde se apolillan las crónicas, los documentos que nadie leyó o, en el caso de Alone, con la lectura chilena de La Araucana.

Si nos atenemos a la historia de la literatura de nuestro país, tal como la conocemos hasta sus más recientes versiones, esta novela y las anteriores de Antonio Gil, aun cuando han sido generosamente reseñadas en la prensa, no tienen un lugar, una ubicación precisa. La escritura de Gil no cabe en `la novela de la generación de los huérfanos», propuesta hace poco por el profesor Rodrigo Cánovas, ni tampoco en la selección de autores bien vendidos que se conoció como `Nueva Narrativa».

Esta situación me parece de sumo interés, porque ante ella caben dos posibilidades: una es declarar la inexistencia de Antonio Gil y su obra, y otra es replantearse la solvencia de la historia literaria, incapaz hasta ahora de reconocer y asumir diferencias como las de este autor y su trabajo.

Aquí, en público y en presencia de Antonio, declaro que me atrae más la segunda posibilidad, que la primera.

Son justamente novelas como Mezquina memoria, marcadas por un radical compromiso del autor con la literatura, las que desequilibran los órdenes establecidos y favorecen la renovación del canon.

La historia de la literatura, o de cualquier arte, suele confundirse con una institución académica de matriz hegeliana, donde la realidad debe someterse a los rigores de las buenas ideas. Me parece conveniente repensar este concepto. Durante las últimas dos décadas en Chile se ha publicado una cantidad no despreciable de obras narrativas. De alguna manera se ha producido un exceso creativo que sobrepasa ampliamente los criterios que se manejaban hasta hace muy poco, entre críticos y académicos de la literatura. Es necesario generar otro modelo de historia, seguramente más complejo, menos escolar, que los conocidos. Parafraseando a Antonio Gil, diría que bien cabe plantearse un modelo de historia literaria que rompa con la mezquindad de nuestra memoria colectiva.

Agradezco a Antonio Gil y su obra, la posibilidad de haberme referido a estas cosas.
Ricardo Cuadros

 

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