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Una novelita lumpen o el televisor antisocial.

por Antonio Sandoval Herrera
Artículo publicado el 20/03/2004

Aquí estoy otra vez de vuelta
en mi cuarto de Iowa City

Tomo a sorbos mi plato de sopa Campbell
frente al televisor apagado

La Pantalla refleja la imagen
de la cuchara entrando en mi boca

Y soy el aviso comercial de mi mismo
que anuncia nada
a nadie
Oscar Hann, Televidente (1)

 

Resulta evidente la importancia que la cultura de masas ha adquirido dentro de nuestro sistema social. La cantidad de símbolos e imágenes fugaces que circulan alrededor de nuestro inconsciente colectivo. La multiplicidad de consignas totalitarias que se esconden tras la momentánea validez de un slogan. En este sentido, Una novelita lumpen (2) se configura como una mirada discontinua frente a esta omnipresente cultura de mercado, a este círculo de transacciones donde sólo tienen cabida la compra y venta; y donde, muchas veces, se ofrece un producto que -finalmente- nadie recepciona.

A este respecto, el intento de Bolaño se funda -principalmente- en la creación de un ideario televisivo potente. En la aceptación y aspiración, de los espectadores, hacia los arquetipos artificiales que son impuestos por los medios masivos. La imagen sedada de una sociedad decadente que no encuentra su verdadera identidad en el colorido festival de luces de un programa nocturno, sino en el reflejo opaco del televisor apagado: «Aún hoy, cuando enciendo la tele […] me parece ver en la pantalla a la joven delincuente que una vez fui, pero la visión no dura mucho, sólo el tiempo que tarda el aparato en encenderse» (17). De este modo, el pasado se une -indisolublemente- con el presente. El desarrollo de la novela es un largo racconto, el recuerdo de una historia que se construye a partir de la -aparente- civilidad y madurez de una mujer casada y con hijos. No obstante, este evidente intento por borrar el pasado, se torna contradictorio. Su propia historia lumpen sigue vigente, sigue ocupando un lugar dentro de ese espacio que representa el televisor.

De esta forma, los personajes de la novela se van sumiendo -progresivamente- en un contexto que no los corresponde, que no los representa en su totalidad. Son hijos huérfanos que, a pesar de intentar seguir los preceptos de una familia bien organizada, rápidamente se alejan de los estudios tradicionales y se internan en un aprendizaje televisivo: «A veces yo no iba al instituto por la mañana (la luz incesante se me hacía insoportable)…» (16). Aquí radica el carácter antisocial de los individuos, la evidente corruptibilidad de la cual nos hace cómplices la televisión y el particular sentido moral que, al parecer, intenta el autor. Los personajes han devenido en seres indolentes para quienes el amor radica solamente en cintas pornográficas: «…me gustaban las películas de amor (casi siempre me hacían reír)…»(24). Su visión de mundo, producto de esta huerfanía, se ve encuadrada dentro de la tutela de la cultura de los medios masivos. En la fugacidad del cuerpo hermoso que, invariablemente, decaerá tras la masa adiposa de nuestro pasado.

Tomando lo anterior como referencia, cabe señalar la irrelevancia determinista que puede tener la ubicación geográfica de la novela. Obviamente, no en relación al trabajo del escritor, sino a las múltiples posibilidades de extrapolar esta realidad a diferentes contextos. La historia se ubica en el primer mundo (en Italia), sin embargo, y desde el nombre de la novela, cada aspecto mencionado nos transporta directamente hacia un territorio marginal, hacia los lugares negados por el discurso oficial. En este sentido, la visión progresista de un mundo del primer orden se ve relativizada por la incursión -directa- de este universo lumpen. Ya no interesa el lugar, no importa si es un gueto, una villa miseria, una población callampa, Latinoamérica o África, los sistemas antisociales no se fundan sólo en el margen, pueden incorporarse -sin problemas- dentro de los países desarrollados. El problema de los delincuentes no radica en encontrarse desconectados de la aldea global, sino -y muy por el contrario- en verse indisolublemente ligados a ella sin encontrar representación.

De este modo, y sin un forzar una lectura posible de la obra, puede sostenerse que una de las principales críticas de Bolaño en torno al presente sistema social, gira en torno a la escasa representatividad de los medios masivos de comunicación, a la nula posibilidad de visualizarnos en pantalla y a la completa lejanía de los universos -aparentemente paralelos- de los programas televisivos. En definitiva, la imagen delincuente de un sistema masivo que obliga la adhesión de los individuos si éstos no quieren caer en la ilegalidad.

En conclusión, Una novelita lumpen resulta ser reflejo de esta carencia colectiva, de esta virtual anulación del sentimiento crítico, de esta inevitable homogeinización de los caracteres individuales. Es la historia de una mujer que -finalmente- debe asumir el modelo canónico que propugna la tele y entender su situación como un producto de mercado que censura su pasado antisocial (entendiendo esto, en el sentido más básico de la palabra). Los hechos de su anterior modelo de vida deben ser borrados, anulados si quiere pertenecer al sistema imperante: «…si algo tenían los amigos de mi hermano era una innegable vocación para la limpieza […]. Supuse que los papeles importantes los llevaban siempre consigo. O no los tenían. O no existían» (64).

1. Hann, Oscar. Mal de amor. Santiago de Chile: LOM, 1995.
2. Bolaño, Roberto. Una novelita lumpen. Barcelona: Grupo Editorial Random House, 2002.
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