EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
PORTADA | PUBLICAR EN ESTE SITIO | AUTOR@S | ARCHIVO GENERAL | CONTACTO | ACERCA DE | ESTADISTICAS | HACER UN APORTE

— VER EXTRACTOS DE TODOS LOS ARTICULOS PUBLICADOS A LA FECHA —Artículo destacado


“Cama 11”, de José Revueltas: razonar el cuerpo; percibir al dios enfermo.

por Jesús Florencia
Artículo publicado el 04/06/2009

Continuando con las constantes en el estudio de la obra literaria de José Revueltas, resulta obvio decir que el cuerpo es entendido como una prisión. Sin embargo, si la corporeidad obliga al hombre a permanecer encerrado en sus propios límites (cuerpo, espacio y conceptuales), muchas veces deformándolo, en el cuento “Cama 11. Relato autobiográfico” (1) , la única posibilidad para escapar de la prisión individual, quizás sea por medio de la enfermedad.

Paradójico, pero el cuerpo decadente, con sus padecimientos, violentos y dolorosos, además de aislarlo para el sometimiento de su estudio, lo vuelve testigo de la degradación personal, pues reduce al individuo a su condición de objeto y, para ser específico, de intestino putrefacto.

Por consiguiente, un hombre con estas características, no podrá relacionarse con el resto de las personas “normales”, todas ellas ¿en verdad saludables? por carecer de una conciencia de cuerpo, sino que será trasladado a una ciudad diferente, alterna(nave de los locos) y cuyos habitantes sólo tendrán oportunidad de comunicarse entre sí por medio de sus padecimientos.

Así, al compartir los trastornos y referirlos delante de quienes perciben su propio cuerpo de modo distinto, consiguen que esa extraña sociedad de enfermos se humanice. Lo que le sucede al otro ya no le es ajeno, porque acontece desde el cuerpo sensible, vivo: los males de uno también le ocurren al otro.

Pero si la realidad es percibida desde el cuerpo abatido, lejos de aprisionarlo, le otorga conciencia de sí. Para ello, el cuento está narrado en primera persona. Esta característica le permite trabajar desde múltiples perspectivas: primero, porque experimenta el cuerpo desde un Yo que, a su vez, como si se tratase de una conciencia, le permite colocarse y entender al Otro desde sus propios padecimientos.

Segundo, advierte su colocación sobre el resto de la humanidad. Su habitación en el hospital se encuentra en un sexto piso, lo que le permite un dominio visual y jerárquico con respecto al resto de las personas. De esta manera, la ciudad y sus ocupantes se vuelven una abstracción acéfala, que desconoce su naturaleza en permanente posibilidad de descomposición.

Por otra parte, y volviendo con lo paradójico del planteamiento literario, se observa que los individuos que son aislados por un padecimiento, son colocados por encima de los que aún no logran tener conciencia de su cuerpo. Se trata de una idea espeluznante, pero la enfermedad sublima al hombre.

Por consiguiente, sólo la enfermedad lo liberará de su encierro y hasta entonces trascenderá su condición humana. Los lugares sagrados serán trasladados hacia quirófanos o centros de aislamiento: “Los brazos abiertos en cruz, un San Sebastián atravesado por las flechas del martirio, estoy tendido en la plancha de operaciones. Se trata de mi crucifixión hemodinámica, a la que ni siquiera falta la lanza en el costado, cuando el doctor Tanimoto (2) me introduce en el brazo una larga aguja de más de veinte centímetros a la altura del noveno espacio intercostal” (pp 45-46).

Para una tercera perspectiva (aunque es necesario aclarar que no son todas), el narrador comprende las dimensiones espaciales en las que se localiza; es un recinto clínico en el que, valga la idea de opuestos, comparte su aislamiento con otros cuatro enfermos.

Consiste, entonces, de un espacio dividido en cuatro puntos cardinales que detectan una enfermedad, lo que a su vez, pasa a identificarse en cuatro heridas que las dimensiones de un cuerpo recibirá. Hasta este momento, al advertirnos que es bajado de la cruz, el narrador trata de aprovechar su experiencia del dolor con otros enfermos para intentar comprender la dolencia ajena, la de sus compañeros de cuarto en primera instancia pero, sobre todo, la experiencia doliente de Cristo.

Sin embargo, el silogismo no resulta obvio. El cuento no es una aplicación directa al texto bíblico; el narrador no se propone una comparación con la figura mítica-religiosa; esto sería como ignorar los antecedentes preceptúales.

La propuesta resulta aún más interesante: ¿qué sucedería si un hombre pudiera colocarse en la experiencia doliente de ese cristo o de cualquier otro mártir? En todo caso, podríamos jugar con la idea de que no existe deidad cuyo cuerpo no recorra un camino de descomposición y que llegue a comprender su estado superior si no es por medio de la secreciones: “Sí, gracias a Dios –responde Moctezuma II satisfecho-, acabo de obrar muy bien y sin hacer hartas fuerzas” (p. 44).

Por lo tanto, la enfermedad es un proceso, apenas un camino para ya no ser un sujeto alienado. Razón se vuelve cuerpo, dios es dolor, las tan anheladas heces serán la cura, el alcanzar un estado ideal: los grandes actos heroicos se miden por la consistencia de sus secreciones: “-¿Y cómo hizo usted, señor don Angelito, duro o blando? –Moctezuma II sacude la cabeza y mira reflexivamente hacia el suelo. –Pos ora hice blandito; yo crioque por ser la primera vez”  (pp 44-45).

De este modo, si la intensidad, la frecuencia y el tratamiento del cuerpo enfermo son diferentes, no así la comprensión de saberse corpóreo más allá de lo que la piel nos permite percibir. Existe una realidad muy diferente a la que se descubre con la vista y los dolores; la visión y las decadencias son un pretexto, una condición, un camino, pero no el fin.

La realidad no será entonces una habitación de hospital ocupada por cuatro enfermos; sino que se encuentra en lo que no se puede observar: la realidad se localiza en donde se duele.

Por consiguiente y parafraseando a José Revueltas, cuya frase tanto lo obsesionó: por medio de la enfermedad percibida es como el cuerpo se vuelve un dios vivo y al reconocerlo, al lograr mirarlo de frente, al percibirlo desde lo más profundo de las arterias adormecidas por un sistema que permanece en la estupidez de su organismo insensible, hasta entonces se puede bajar de la cruz para ocupar el sitio que le corresponde.

Porque el médico-científico-sacerdote que advierte, aísla y le da tratamiento al mal, es un sujeto insensible e irracional, porque sólo cumple una función eficiente pero jamás se integra a esta sociedad con características específicas.

La enfermedad pasa a un nivel secundario, precisarla es asunto de quienes por medio de conceptos y definiciones se permiten aterrar a quienes nunca han tenido conciencia de su cuerpo: quien localiza la enfermedad para “su tratamiento”, manipula el cuerpo y controla la voluntad del individuo.

Entonces, si el individuo es enfermedad y la enfermedad es sociedad, resulta subjetivo pensar en una posible escapatoria; ya sea una ciudad, una habitación, un cuerpo, siempre cabe la posibilidad de “aplicarle” un método científico para recordarle sus límites, para aprisionarlo. ¿Bastaría con precisar que la razón humana es la más grande burla de la creación?

Trascendencia o decadencia. Al debatirse, el hombre pierde su individualidad, queda despojado de nombre. Por tratarse de un sujeto diferente, este hecho le permitirá al sujeto enfermo adquirir una nueva personalidad para integrarse a esta nueva sociedad.Con ello, la identidad de los personajes adquiere nuevas proporciones: se simplifica (Toño en lugar de Antonio); se reconstruye (de Ángel pasa a ser Moctezuma II); se neutraliza (simplemente se le conoce como V); y quien se acaba de integrar al nosocomio (cosmos), de momento, sólo se le ubicará en el espacio: yo soy la cama 11.

Entonces, resulta paradójico pensar en el cuerpo decadente como alternativa para una desenajenación, sin embargo, el cuerpo “sano” que deambula “libremente” por la ciudad, le pertenece a individuos sin conciencia, sin capacidad para razonar la naturaleza humana: el cuerpo dejará de ser una cárcel en la medida que sienta y comparta un dolor físico; sólo hasta que se perciba desde la agonía del otro.

Pues  bien, a partir del inicial esbozo, pensemos el cuento en su composición y, como parte de ello, en su propuesta cronotópica: como si se tratase de una cruz, deberá estudiarse de manera horizontal y vertical, y cuyo centro será el narrador (relacionado con el autor por el referente autobiográfico); quien, a su vez, proporciona un nuevo centro, el ombligo, sitio por donde todas las calamidades se inspeccionarán, además de establecer el lugar exacto en donde cielo e infierno se unifican.

Para llegar a este razonamiento, se debe pagar un alto precio, esto es, ser señalado como enfermo y, por consiguiente, que se le aísle del resto de la gente. Ahora resta preguntarse si se está dispuesto a pasar por la referida trayectoria del dolor para sobrellevar nuestro propio encarcelamiento.

Notas
1. Todas las referencias corresponden al texto que aparece en Material de los sueños, núm. 10 de las obras completas, México, 1974
2. El narrador pasa por diferentes etapas en las que razona su cuerpo desde diferentes perspectivas: cuerpo ciencia, cuerpo deidades, cuerpo filosofía, entre otras. A su vez, vale destacar que, en cada momento, aparecerán personajes pertenecientes a diferentes culturas, lo que contribuye a la complejidad del cuento y que permite ampliar los horizontes de perspectivas.
Print Friendly, PDF & Email


Tweet



Comentar

Requerido.

Requerido.




 


Critica.cl / subir ▴