EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
PORTADA | PUBLICAR EN ESTE SITIO | AUTOR@S | ARCHIVO GENERAL | CONTACTO | ACERCA DE | ESTADISTICAS | HACER UN APORTE

— VER EXTRACTOS DE TODOS LOS ARTICULOS PUBLICADOS A LA FECHA —Artículo destacado


Acercando las manos de Juan Ramón Jiménez. A los 50 años de su distinción con el Premio Nobel de Literatura y a los 125 de su nacimiento.

por Fulgencio Martínez López
Artículo publicado el 22/07/2006

Texto preparado para las jornadas en homenaje a Juan Ramón Jimenez, entre el 31 de mayo y 2 de julio, con la intervención de Fulgencio Martínez, Raquel Lanseros, Aurora Saura, Cristina Morano y Amalia García Puentes.
Ocasión en que se presentó el número 1 de la revista literaria Ágora-Papeles de Arte Gramático, que incluye un dossier dedicado a Juan Ramón Jiménez. Y Presentación del libro «Zoología marina», de Ana Delgado Cortés, II Premio de Poesía Andrés Salom., con la intervención de Beatriz Montero y María de los Ángeles Moragues.
En esta ocasión ofreció un recital Francisco Brines (Valenciano, de Oliva, poeta, al que Carlos Barral consideró ya en 1986 «un clásico vivo», tras la publicación de su libro El otoño de las rosas), presentado por Ángel Paniagua.

 

1956 fue un año crucial para Juan Ramón Jiménez. Dichoso y terrible. Dichoso, porque el 25 de octubre la Academia sueca le otorga el premio Nobel de Literatura (que para el poeta, exilado, entonces, en Puerto Rico, debió ser un motivo de satisfacción y de esperanza) y terrible porque tres días después fallece su mujer, Zenobia.

Junto con los lectores y amantes de la poesía, quiero sumarme a la conmemoración del Premio Nobel de 1956 al «andaluz universal», al «Ausente» tantos años de su tierra y de su luz nativas; y el mejor modo de hacerlo es acercándonos a sus manos, esto es, a lo que escribió el poeta, quien dijo de sus poemas que «no son nada más que el vaso suficiente en que doy la belleza y que pretendo que sean lo que deben ser, que sean cuidados como serían mis manos si yo diese en ellas como vaso a los demás mi propia sangre».

La esperanza que por un momento le sonrió con el Premio Nobel, y que no le dejó saborear su fruto en vida ni casi sirvió para acercarnos la obra del exilio, la escrita en América durante dos décadas, ojalá pueda sentirla, de algún modo, Juan Ramón Jiménez en este 2006, a los 125 años de su nacimiento.

Pues eso es, en efecto, para muchos lectores, sobre todo jóvenes, este año: un nacimiento editorial (se han publicado los libros «americanos» del poeta, en gran parte inéditos) y de estima de Juan Ramón Jiménez, entre un público huérfano lamentablemente de una de las más importantes voces de la poesía española y mundial del siglo XX.

Oigámosles, leámosles, para ser mejores. Así se retrató a sí mismo, como hombre y como poeta. Estas son sus palabras.

«Contemplando la belleza, yo no puedo ser lo que se dice malo, que yo no sé lo que pueda ser cuando se ama puesto que concibo lo malo como odio; y por la belleza yo me uno con la vida toda, más que con la llamada verdad. Quiero decir que yo estoy más seguro de lo que es belleza que de lo que es verdad, según las normas. Y cuando digo belleza no digo estética, como algunos críticos míos han creído más o menos justamente, no digo belleza científica ni artística, ni como ejemplo, sino como naturaleza, como esa inmensa naturaleza tan artificial naturalmente en la que no hay nada malo, nada odioso, sino destino inmenso. La ciencia y el arte son nada más que el vaso suficiente en que doy la belleza y que pretendo que sean lo que deben ser, que sean cuidados como serían mis manos si yo diese en ellas como vaso a los demás mi propia sangre. Pero el vaso se queda en la mano y la ambrosía se bebe y llega a los tuétanos. Esa ambrosía embriagadora es la belleza inmensamente espresada pues que la belleza es inmensa; el vaso, el poema cantado o escrito o hablado debe ser inmensamente sencillo y transparente, pero de todos modos es vaso, es cuerpo, es mano y yo puedo beber en mi mano agua informe a menos que un equilibrio milagroso me haga sostener en mi mano el chorro de la fuente tal como sale. Pero entonces ya no hay vaso, y ese milagro sólo lo puede dar el canto enloquecido, y no es posible estar locos siempre; mejor, hay que olvidarse que somos locos permanentes o cuerdos permanentes. En ese punto del olvido estaría la expresión poética.»

(Juan Ramón Jiménez, Camino de fe)

 

Print Friendly, PDF & Email


Tweet



Comentar

Requerido.

Requerido.




 


Critica.cl / subir ▴