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Alienación, soledad, y solidaridad en la autopista del sur, de Julio Cortázar.

por María Elvira Luna Escudero-Alie
Artículo publicado el 08/05/2017

Artículo publicado originalmente, en septiembre 2006,
en la Revista Konvergencias-Literatura
Año I, No. 3

 

El filósofo alemán Ludwig Feuerbach (1804-1872), y su maestro Friedrich Hegel (1770-1831), ya habían utilizado antes que Marx el término “alienación” (Entfremdung) para referirse a la enajenación del hombre, a una especie de extrañamiento frente a sí mismo que de acuerdo a Feuerbach y Hegel estaba vinculado a la religión (cristiana). Karl Marx retomó el concepto de alienación de Feuerback y Hegel y le dio una orientación más concreta, lo sacó de la esfera espiritual para insertarlo en el ámbito socio-económico. Marx, como bien sabemos, catalogó a la religión como “opio del pueblo”, en tanto función de paliativo contra la toma de consciencia de la clase trabajadora frente a su realidad de explotación económica. En el esquema marxista, y en el mundo sin Dios de Marx (es decir sin trascendencia espiritual), el trabajo es constitutivo para definir la identidad del ser humano, y en el sistema capitalista, los obreros trabajan; pero no son dueños de los medios de producción; sólo poseen su fuerza de trabajo que tienen obligatoriamente que vender para sobrevivir.

De esta manera, el trabajo de los obreros no es útil para definir su identidad humana, porque los obreros trabajan, según Marx (y Engels) en condiciones de miseria, en circunstancias por tanto, deshumanizantes. La alienación, de acuerdo a Marx, surge de este extrañamiento frente a uno mismo que produce trabajar para otros y en condiciones de explotación e injusticia. Karl Marx, analiza la alienación desde una perspectiva económico-social, en tanto la relación existente entre el trabajador y su producto. Este concepto marxista de alienación es el que nos sirve para nuestro análisis de La autopista del sur.

De acuerdo a Jean Paul Sartre la angustia, es la expresión directa de la libertad del hombre, porque se origina cuando el ser humano se cuestiona a sí mismo junto con el resto de la humanidad. Cuando el ser humano se enfrenta a “su nada” al cuestionarse, es cuando se halla en el territorio de la angustia. Y de acuerdo a Sartre, el ser humano ha sido “arrojado al mundo” y estamos por tanto “condenados a vivir”, y a “escoger” a cada instante:

“Si d’autre part, Dieu n’existe pas, […] Nous sommes seuls, sans excuses. C’est ce que j’exprimerai en disant que l’homme est condamané à être libre”. (Sartre, 37)

Porque estamos condenados a vivir y a buscar la libertad, que nos conducirá a una vida auténtica, como seres humanos, según Sartre, debemos construir nuestra propia existencia, “hacernos” a nosotros mismos, diseñar nuestros espacios:

“Un homme s’engage dans sa vie, designe sa figure, et en dehors de cette figure il n’y a rien”. (Sartre, 57)

Sartre hace una comparación de la angustia humana que acompaña al ser humano cada vez que cuestiona su propio ser y cada vez que debe elegir, con la “angustia de Abraham” (concepto de Kierkegaard) al tener que optar por el sacrificio de su hijo. De acuerdo a Sartre, la angustia no debe conducir a la inacción, es más bien una fuerza que nos impele a actuar: “Elle n’est pas un rideau qui nos séparerait de l’action, mais elle fair partie de l’action même” (Sartre, 37).

Creemos que este emblemático cuento de Cortázar acepta por lo menos dos tipos de hermeneútica que no son excluyentes: marxista y existencialista.

Las personas de La autopista del sur, entrampadas en un terrible embotellamiento de tráfico, en su viaje de regreso rumbo a París, han perdido la noción de su propia humanidad al encontrarse en una situación límite inesperada. Los pasajeros de La autopista del sur, unidos de manera casual en el espacio público de la ciudad, en un tiempo sin tiempo; pues como están en un embotellamiento, el tiempo se encuentra detenido para ellos, son referidos por el narrador a través de los bienes de consumo que poseen, en este caso; sus respectivos automóviles.

Nadie tiene nombre propio en este inquietante relato de atmósfera kafkiana. Las personas “cosificadas” por la sociedad de consumo, son entonces identificadas y diferenciadas por el narrador de acuerdo al rol social que detentan; monjas, ingeniero, médico, campesinos, etc., y a la marca del auto que poseen; Taunus, DKW, Caravelle, Caravelle, Simca, Porsche, Dauphine, etc.:

“[…] Quizás ya era media noche cuando una de las monjas le ofreció tímidamente un sándwich de jamón, suponiendo que tendría hambre. El ingeniero lo aceptó por cortesía (en realidad sentía náuseas) y pidió permiso para dividirlo con la muchacha del Dauphine, que aceptó y comió golosamente el sándwich y la tableta de chocolate que le había pasado el viajante del DKW, su vecino de la izquierda.[…]” (15)

Podríamos parafrasear la famosa frase del filósofo francés René Descartes (1595-1650): “Pienso, luego existo”, con la más apropiada para la realidad representada en nuestro cuento: “Posee un auto, luego existo”, o incluso: “Compro (consumo), luego existo”.

Los autos representan en este cuento, una especie de extensión del cuerpo de sus conductores, y se trata de una extensión muy importante porque es la que determina su identidad. Los autos también funcionan como un espacio intermedio entre la esfera de lo público y lo privado, porque en vista del atolladero, los conductores tienen que prácticamente habitar y pernoctar en sus autos. Los carros son entonces, y debido a la situación límite propiciada por el embotellamiento, además de cuerpo; refugio y hogar donde los límites de lo público y lo privado se diluyen. Identificar a los protagonistas (aunque podríamos argüir que los protagonistas verdaderos son los autos) con el carro que poseen y con el rol que juegan en la sociedad, es una manera de señalar que están alienados porque su identidad está basada en categorías que no son permanentes.

Es interesante constatar que las personas presas en el embotellamiento se organizan en torno a un líder, y se reparten trabajos, es decir, viven de pronto la experiencia de la utopía socialista de la sociedad sin clases, pues actúan en forma solidaria, lo cual les ayuda a sobrellevar su circunstancia complicada. No todas las personas se acomodan a su nueva realidad forzada, sin embargo, y es así como ocurren algunas muertes; por ejemplo, la de la anciana que muere de muerte natural, y la del hombre que se suicida, aparentemente por haber sido abandonado por su amante; y porque no encontró en la solidaridad social de sus compañeros, suficiente motivación para superar su dolor personal.

Es como si Cortázar nos dijera en La autopista del sur, que los proyectos y paradigmas individuales no triunfan frente a una catástrofe social si no se inscriben en un proyecto grupal.

“[…] Desde luego el hombre se había suicidado tomando algún veneno; unas líneas a lápiz en la agenda bastaban, y la carta dirigida a una tal Yvette, alguien que lo había abandonado en Vierzon”. (Cortázar, 25).

El ingeniero del 404 y la muchacha del Dauphine establecen en medio de ese oasis posibilitado por el embotellamiento, una relación erótica que esperan continuar cuando ese paréntesis de tiempo fuera del tiempo se termine, cuando puedan rehacer sus vidas “normales”. Pero el fin del embotellamiento los toma por sorpresa y se desencuentran para siempre en la selva de autos que marchan rumbo a París:

“[…] El 404 había esperado todavía que el avance y el retroceso de las filas le permitiera alcanzar otra vez a Dauphine, pero cada minuto lo iba convenciendo de que era inútil, que el grupo se había disuelto irrevocablemente, que ya no volverían a repetirse los encuentros rutinarios, los mínimos rituales, los consejos de guerra en el auto de Taunus, las caricias de Dauphine en la paz de la madrugada, las risas de los niños jugando con sus autos, la imagen de la monja pasando las cuentas del rosario.[…]” (32).

Y el relato de Cortázar termina con el fin del embotellamiento:

“Y en la antena de la radio flotaba locamente la bandera con la cruz roja, y se corría a ochenta kilómetros por hora hacía las luces que crecían poco a poco, sin que ya se supiera bien por qué tanto apuro, por qué esa carrera en la noche entre autos desconocidos donde nadie sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente adelante, exclusivamente adelante”. (33-34)

El embotellamiento de tráfico puede interpretarse como una metáfora de la Historia o como un micro-universo de la sociedad. En situaciones límite la gente puede solidarizarse entre sí para diseñar espacios sociales nuevos de intercambio, y así sobrevivir en conjunto, parece ser el comentario de Cortázar en este cuento. En la cita del final del cuento vemos cómo las personas recuperan su individualidad (después de haber vivido como cuerpo colectivo en una situación de refugio), sus narrativas personales, sus tendencias individualistas, muy compatibles con el sistema capitalista: “todo el mundo miraba fijamente adelante, exclusivamente adelante”, sin fijarse en “los otros”. Recordemos que Cortázar compartía el proyecto socialista cuando escribió este cuento.

Los protagonistas de La autopista del sur, también viven vidas solitarias, y alienadas; pero lo interesante es que la mayoría de ellos logra vivir en comunidad de manera solidaria, cuando surge la oportunidad; cuando se organizan bajo un líder en ese oasis de tiempo que les ha permitido angustiarse y por lo tanto preguntarse por su propia vida, hacerse la pregunta del “ser para sí”.

 

Bibliografía consultada
Baudrillard, Jean. The consumer society. Ed. Sage. Londres: 1998.
Cortázar, Julio. Todos los fuegos, el fuego.Ed. Sudamericana-Planeta. Buenos Aires: 1990.
Habermas, Jürgen. The future of human nature .Cambridge, UK: Polity; Malden, MA: Distributed in the USA by Blackwell Pub. 2003
Jameson, Frederic. El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Barcelona: Ediciones Paidós, 1991.
Luna-Escudero-Alie, María-Elvira. Una lectura existencialista de la narrativa del primer Cortázar. Quaderni Ibero Americani (Torino, Italy) No.89 (2001): 65-71.
Marx & Engels. Basic Writings on Politics & Philosophy. Ed. Anchor, New York: 1959.
Sartre, Jean Paul. L’Existentialisme est un humanisme. Ed. Nagel, Suiza 1970.
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