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Armando Uribe, el poeta de la constante búsqueda.

por Rodrigo Purcell Torretti
Artículo publicado el 21/03/2007

El poeta chileno Armando Uribe Arce, reconocido con el Premio Nacional de Literatura 2004, es uno de los referentes actuales obligados en estudios de poesía chilena contemporánea. A pesar de esto, no es mucha la bibliografía crítica que podemos encontrar sobre su obra y sus temáticas. Los tópicos que ha recorrido Uribe durante su trayectoria poética no han sido muy variados, ya que vemos en su obra la extraña virtud, infinitamente redundante, de insistir hasta el hartazgo con lo mismo. El amor y el erotismo, en su más amplia connotación; la muerte, o bien, la insustancialidad de la vida ante la muerte; y, el cuestionamiento y la trascendencia, la relación entre sujeto y divinidad, son los tres temas más marcados desde la publicación de su primer libro de poesía en verso, Transeúnte pálido, en 1954. Además, la técnica de escritura lo ubica como un poeta único dentro de su generación, y dentro de toda la poesía escrita en Chile en la segunda mitad del siglo XX, razones por las cuales es urgente detenernos un momento a leer a Uribe.

Uribe ha sido situado por la crítica dentro de la llamada generación de poetas del cincuenta. Como en todo estudio literario, el concepto canónico y aglutinante de generación, provoca más de algún cuestionamiento. Por ejemplo, Waldo Rojas cree que agrupar a un grupo de escritores bajo esta idea puede resultar forzosa, y se puede caer en el riesgo de atribuir características homogeneizantes. Aplicando esto al caso de Uribe, concuerdo plenamente con Waldo Rojas, pues creo que no es posible ver tantas semejanzas entre él y los otros poetas de este tiempo. Es preferible, me parece, aplicar el término “promoción de poetas”, término usado también por Rojas. Sin ir más lejos, el mismo Armando Uribe no se siente parte de ninguna generación poética, y Roque Esteban Scarpa junto a Hugo Montes, en 1968, señalaban:

Es de interés subrayar que en la poesía chilena actual no se perfilan grupos generacionales ni claras líneas de sucesión entre poetas de distintas edades. Gentes de una misma promoción, como Arteche, Barquero, Ibáñez, Uribe y Teillier escriben de maneras muy distintas, poseen una temática del todo diversa, se enfrentan con el quehacer artístico en formas opuestas. {Scarpa, Montes 8}

A pesar de esto, Thomas Harris sí cree en la existencia de una generación del cincuenta, que según él estaría formada por los siguientes poetas: Miguel Arteche, Efraín Barquero, Enrique Lihn, David Rosenmann Taub, Alberto Rubio, Jorge Teillier y Armando Uribe. Naín Nómez agrega que este grupo, si lo consideramos dentro de un proyecto en común, intentó desligarse y cerrar el imaginario de la vanguardia y sus residuos. Este mismo grupo de poetas fue invitado a Valdivia en 1965 a un encuentro de poesía donde se reunieron dos grupos importantes: la promoción de poetas del cincuenta, con los jóvenes que comenzaban a formar la emergente promoción de poetas del sesenta. Estos hechos indican que a pesar de que los poetas del cincuenta no se sienten parte de una generación, sí ha existido la intención de ubicarlos bajo un canon de producción literaria, ya sea desde la crítica e incluso desde los mismos poetas de la promoción posterior que extendieron su invitación al encuentro de 1965, considerándolos un grupo.

Hablar de promoción o generación del cincuenta en nuestro estudio no es tan relevante. Esto sólo cobra importancia para señalar que Uribe, de todos modos, no cabe dentro de estas categorías a ratos tan populares, y ese es uno de los puntos que lo convierten en un poeta distinto a sus coetáneos. Uribe desde un comienzo logró desmarcarse, utilizando un lenguaje propio, con motivaciones particulares, y temáticas ajenas, en parte, al acontecer poético general del momento. Como ya dijimos, a Uribe hay que sumarle la virtud de su insistencia, y eso lo hace un poeta en la constancia, un incansable y majadero escritor de versos. Nunca ha cambiado sus temáticas ni sus formas, nunca su lenguaje, nunca su lirismo ni su apego y respeto a la tradición de la poesía en lengua castellana y latina. Tan solo un par de versos como ejemplo de la constancia temática. En su primer libro, Transeúnte pálido, de 1954, vemos en Uribe versos como: “Mi pureza es la pureza de la tumba” o bien, “La muerte es un correo / y su carta me llega cada tarde.” En uno de sus últimos libros, Insignificantes, de 2005, leemos: “Qué pocas ganas tengo de vivir / y de morir, de haber nacido / y de haber sido concebido. Ningunas ganas de ir / envejeciendo más. Ya estoy disminuido.”

La muerte se convierte en la poesía de Armando Uribe en un motor central, es un eje temático desde el cual se van articulando otros temas. Para cualquier lector de su poesía esto no revierte ninguna novedad, pero lo que él hace, otorga a sus textos una sinceridad notable. Esta sinceridad está acompañada de una sencillez que nada tiene que ver con la simpleza, es una sencillez en la pulcritud de la factura poética. Uribe sabe controlar los excesos, sin dejar versos de sobra, ni tampoco textos incompletos hasta lo críptico o lo absurdo. Esta característica está presente a lo largo de toda su extensa obra. Sus poemas muchas veces están construidos como epigramas, recurriendo a la memoria de los clásicos latinos, en especial Cayo Valerio Catulo, poeta que tiene mucho en común con Uribe, y a quien Uribe cita, homenajea, rescribe y actualiza. Su libro No hay lugar, de 1970, abre con un breve poema que dice: “Te amo y te odio. Dirás: Cómo es posible / No sé. Yo te amo y te odio.” Estos versos resultan casi una traducción literal de los conocidos versos de Catulo (1). Las formas clásicas de la poesía distinguen a Uribe de los otros poetas chilenos del cincuenta. Uribe fue el único que cimentó su quehacer poético en la tradición más clásica. Su discurso poético durante la década del cincuenta, luego en los sesenta, setenta y hasta nuestros días, ha estado plenamente identificado con estas formas clásicas. Temáticamente ya mencionamos en breve a la muerte, y ahora hemos mencionado también, en la reunión entre Uribe y Catulo, al amor, el erotismo. Amor y muerte, eros y thanatos, son dos pilares sobre los que Uribe ha sostenido su discurso poético por más de cincuenta años. Para ver de qué manera se articulan estos temas en la obra de Uribe, he preferido revisar versos de uno de sus libros más importantes, publicado en 1998, titulado Odio lo que odio, rabio como rabio. Las razones por las que considero este libro como trascendental en el recorrido de la obra de Uribe, son que en él hay poemas escritos entre 1948 y 1998, es decir, cincuenta años de producción poética, lo que es, por supuesto, un recorrido significativo. Otro detalle importante sobre este libro, es que fue el sexto publicado por el autor entre 1954 y 1998, y después de éste, hasta la fecha, ha publicado aproximadamente otros quince o veinte libros en tan solo ocho años (2). De esta forma, Odio lo que odio, rabio como rabio, marca un primer paso en un incremento a nivel de la publicación editorial de la obra de Uribe. Por último, a mi juicio, me parece uno de los libros que mejor concentra las temáticas de Uribe, y que cuenta con un valor poético admirable. En estos poemas podemos observar también una característica esencial de su poesía. Detrás de sus pilares temáticos, existe una búsqueda que nos conecta con otro tema, superior, que cruza transversalmente su obra, con la misma constancia. Uno de los poemas del libro dice:

Cuerpo, te pido por favor
sepárate del alma, o sea muérete
sea un masivo ataque al corazón
o sea lo que sea pero adrede.
En cuanto al alma: véte
de donde vengas o viniste o qué
sé yo lo que eres, no lo sé.
Fuiste, si fuiste, y gracias si te fuiste. (Uribe, Odio… 47)

En este texto se observa claramente una actitud desafiante y una intención de ir en busca de la muerte, es decir, el hablante anhela el estado thanático, por lo que se puede apreciar la importancia de la muerte como tema existencial. Además de esto, destaca en los versos una concepción tradicional de la dicotomía cuerpo y alma en relación a la muerte, por lo que se vislumbra la presencia de una temática religiosa, en que se concibe la separación de estas dos partes en el momento de la muerte, y es el alma la que alcanza una otredad. Esta dicotomía manifiesta en el paradigma poético está claramente marcada en la construcción sintáctica, mediante la distribución equitativa de versos. Los cuatro primeros apelando al cuerpo y los cuatro últimos al alma, revelando de paso una preocupación formal que es permanente en Uribe.

Este poema presenta un carácter principalmente apelativo, revelando una consciencia particular de muerte, es decir, en el sujeto se manifiesta implícitamente un desencanto con la vida y el anhelo de un estado opuesto a esa vida. El hablante apela a su cuerpo y a su alma pidiéndoles que lo abandonen de manera categórica. Sin lugar a dudas hay en este desencanto con la vida un diálogo ácido con la modernidad.

Otro poema interesante dentro de esta misma idea presente en el libro, es el siguiente:

Llamo a la muerte y no me contesta.
Muda dentro de mí se hace la lesa.
Porque efectivamente mientras vivo
la reto y mientras ella espera grito. (Uribe, Odio… 78)

En este poema existe una intencionalidad mucho más fuerte que en el anterior, que nos mostraba el intento de diálogo entre el hablante, su propio cuerpo y su propia alma. En este caso el sujeto fracasa en su intento de entablar diálogo con la muerte, es decir, con la ausencia de cuerpo en el alma, desde la óptica tradicional dicotómica asumida por Uribe. El sujeto llama a la muerte, el sujeto anhela a la muerte, el sujeto da cuenta de su constante búsqueda de muerte. El mayor fracaso en el hablante poético de los textos de Uribe, que es sin duda el mismo Uribe, es que no logra alcanzar esa muerte, y mientras envejece, sufre porque envejece, y sufre porque no muere. En clara referencia a Teresa de Ávila, Uribe muere porque no muere. Mientras está con vida reta a la muerte a duelo, la invita a participar de su agonía, a presentársele de frente y descubierta en una especie de cortejo de amante desencantado, pero su mudez lo deja en la soledad del envejecimiento, y como dice el último verso, mientras la muerte espera paciente por su turno, el sujeto grita. Este grito desnuda el odio y la rabia del título del libro, rabia contra la vida, odio contra la vida, anhelo y búsqueda constante de muerte. Es interesante señalar que Uribe en este caso se pone en la vereda opuesta a la de la tradición de la literatura en lengua castellana, en donde es la muerte la que busca al sujeto. Por ejemplo, en el “Romance del enamorado y la muerte” del Cancionero popular, se encuentran los siguientes versos: “…no soy el amor amante / soy la muerte Dios me envía.” Otro ejemplo son las “Coplas a la muerte de su padre” de Jorge Manrique, donde se lee: “[…] después de tanta hazaña / a que non puede bastar cuenta cierta, / en la su villa d’Ocaña / vino la Muerte a llamar a su puerta.” De este modo Uribe invierte los papeles, y no se ve sorprendido por la llegada de la muerte, sino que la busca él mismo. Tal es su odio, tal su rabia. A pesar de ir en sentido inverso a la tradición de la lírica popular castellana, este detalle, aunque significativo, no logra excluir a Uribe de aquél tipo de poetas que escriben leyendo a los clásicos y rescatando la tradición. Podría decirse que es una referencia por oposición.

Hasta el momento hemos visto dos poemas esencialmente thanáticos. Lo que se ha observado acerca de la concepción de la muerte en la poesía de Uribe sirve para comprender la relación entre eros y thanatos, ya que el poema que se verá a continuación presenta ambos tópicos. El hecho de que en los poemas thanáticos no aparezca el tema erótico indica una posible relación de independencia, ya que solo es en los poemas eróticos donde se puede ver la relación interdependiente entre eros y thanatos. De esta forma, los poemas vistos hasta ahora, sirven como marco temático y argumental del tema de thanatos para ser desarrollado en la siguiente lectura, donde estos dos tópicos están sumamente relacionados.

Leemos en una de las páginas del libro, los siguientes versos:

Y metiendo mi espada entre sus nalgas
galopamos el uno sobre el otro.
Y yo era el uno y ella era la otra.
Y en el galope la sangre derramada.
Y ni hablar de la leche en la boca. (Uribe, Odio… 118)

A primera vista, se observa en el poema la cópula entre dos amantes. La imagen es fuerte, imponente, porque está cargada de una fuerza brutal, de violencia llevada hasta el extremo. Es el hombre y la mujer, es el sujeto y la muerte, son eros y thanatos desperdigados a través de los versos.  Esta imagen se constituye a sí misma como un discurso que habla acerca del erotismo y de la muerte. Es el falo a la vez la espada, es el placer, es la procreación, y es la muerte, la sangre derramada de la herida, y la leche es semen y semilla, fecundidad. En la imagen erótica se funden la vida y la muerte, y es a través del erotismo que el sujeto logra acercarse a esa muerte. Me parece importante recordar la idea de Octavio Paz, en su ensayo La llama doble, que mediante la fusión total de los amantes, es decir, la cópula, cada individuo acepta su condición de seres mortales. Así, eros no logra vencer a thanatos, pero lo integra a la vida, lo hace parte del mismo acto. Según Paz “la muerte es inseparable del placer, Thanatos es la sombra de Eros”. Esta idea no necesita más explicación una vez que es percibida la imagen construida en los versos de Uribe, donde eros y thanatos confluyen en el mismo punto, en la misma imagen.

En relación con los tópicos del erotismo y la muerte, la poesía de Uribe no intenta ir en busca de la inmortalidad como forma de trascendencia, sino que apela a la muerte de manera directa. Según Octavio Paz, mediante el erotismo se busca trascender en esa inmortalidad, pero Uribe, mediante la división de cuerpo y alma, concibe el amor de una manera muy distinta. A través del erotismo se acercaría a la sensación de la muerte, concibiendo el erotismo desde una ritualidad, susceptible además de ser vinculada con dicha muerte, como un paso dentro del camino hacia la trascendencia. El anhelo de muerte en el sujeto poético sería en el caso de Uribe un anhelo de otredad y trascendencia en la divinidad, y este sería justamente el principal motivo de la obra de Uribe, implicando un viaje hacia el interior del sujeto, manifestando las características de su propia realidad y vivencia, desnudando sus cuestionamientos ante la posibilidad de la trascendencia absoluta. El erotismo sería un punto intermedio entre el sujeto y la muerte, que en el caso de Uribe se relaciona con lo trascendente y lo sagrado.

Con lo dicho, podría decirse que Uribe escribe desde una preocupación religiosa, y desde ese sitio trata los otros temas de su poesía, a saber, eros y thanatos. Estos dos temas serían un medio por el cual se alcanzaría el contacto con lo religioso. Eros funcionaría como una representación de la vida en cuanto a experiencia terrenal, vinculada por lo mismo a la incontrarrestable muerte, que sería el paso mediante el cual se llega a una otredad absoluta. Se podría entonces decir que la obra de Uribe puede leerse como una poesía que presentaría las características de un discurso ascético, en cuanto buscaría constantemente alcanzar un estado de gracia con la divinidad.

De este modo, la poesía de Uribe está en una constante búsqueda. Constante porque no cambia, no varía mayormente, sus temáticas están fijadas a su escritura, sus imágenes circulan por una espiral donde vuelven a surgir renovadas, convertidas, pero iguales a la vez, sus formas se han establecido para siempre en su discurso, y su lenguaje poético está grabado de modo inmutable ante el paso del tiempo. Entre los poemas del Uribe adolescente, el adulto, y el actual Uribe de setenta y tantos, las variaciones no son tan significativas. Todo este trabajo es de una constancia admirable. Son más de cincuenta años de discurso poético con una continuidad, que es la búsqueda de un estado de trascendencia ligado a la divinidad, a lo sagrado, lo religioso, lo absoluto. Ese es el gran tema de la poesía de Armando Uribe, el tema central. Los otros, como eros y thanatos, funcionan en cuanto manifiestan la búsqueda. Esa es la constante búsqueda en la poesía de Armando Uribe.

A modo de síntesis, podemos concluir que la dicotomía expresa entre cuerpo y alma, demuestra en la poesía de Uribe una concepción ligada a la tradición judeo cristiana, concibiendo el cuerpo como objeto perecedero que debe someterse a la muerte para alcanzar la otredad, un estado de trascendencia absoluta. El sujeto poético busca esa muerte, apela directamente a ella para alcanzar estados supremos. En esa búsqueda el erotismo se encuentra en un punto intermedio entre la vida y la muerte, entre el individuo y la trascendencia. El erotismo es un medio de acercamiento, un medio para incorporar lo thanático a la vida, una ilusión de trascendencia, una ilusión de la muerte y lo absoluto. Los grandes temas de eros y thanatos son trabajados en Uribe desde un sitial vinculado a complejas ideas de contacto con una divinidad. Por tratarse de una poesía que busca lo sagrado, tendría, como ya dijimos, un carácter ascético.

Centrándonos ahora en este punto, y para concluir, creo que es posible establecer una correspondencia entre la obra de Uribe y algunos textos de otro poeta chileno. Se ha dicho antes que Uribe, dentro del contexto de los poetas del cincuenta y las décadas posteriores, tiene un discurso particular, propio, que no tiene relación con los otros discursos poéticos más preocupados de intentar una renovación de las vanguardias. Sin embargo, podemos hacer la relación con un texto de un poeta anterior. Me refiero al poema “Venus en el pudridero” de Eduardo Anguita.

Este texto de Anguita encuentra ya en su título relación con Uribe. Venus representa al amor, al erotismo, y el pudridero es una imagen manifiesta de thánatos, una cámara donde los cuerpos muertos se pudren antes de tener su sepultura definitiva. En el caso de Anguita, se observa también una búsqueda de la trascendencia, con la diferencia que es en la problemática del tiempo donde Anguita instala su foco, mientras que en Uribe, como ya se dijo, el foco está puesto en la divinidad. Anguita escribe: “Al borde del pozo, gusano y amante, / los dos punteros del reloj.”

La sensación de borde, de límite, establece una posibilidad inmediata de transiciones, de pasos de uno a otro lado. El borde del pozo es una imagen poderosa llena de simbolismos y referencias a lo desconocido, o a la muerte, y un largo etcétera que se extiende hasta las lecturas psicoanalíticas. En este borde, el gusano, figura elemental en la descomposición de los cuerpos, es decir, el tema de thánatos, está junto a su amante, eros. Nuevamente el erotismo y la muerte se abrazan, esta vez al borde del pozo, como una muestra de que son inseparables dentro de la precaria existencia.

Anguita va aún más allá. Amante y gusano, eros y thánatos, son los dos punteros del reloj, es decir, piezas fundamentales, principales, protagonistas de un engranaje complejo, una maquinaria que representa tanto a la vida como al paso incontrarrestable del tiempo. En este paso del tiempo, en la podredumbre de cuerpos y duraznos madurando a la hora del estío, Anguita sienta de alguna manera el precedente de la poesía de Uribe en cuanto a la temática. En este poema se observa al erotismo y la muerte como temas centrales desde los cuales Anguita indaga en la trascendencia del sujeto mediante el uso y conciencia del tiempo como indicador de presencia. Uribe años después lo hará con su propia trascendencia. Debo indicar que la comparación señalada entre estos dos poetas, es tan solo a nivel temático y no recorre la obra completa de los dos autores. Es un punto en común, una ventana que solo es utilizada como referencia. Esta comparación, por lo demás, queda presentada como proyección de lo ya dicho, sin la intención de ocuparnos ahora de este tema en profundidad.

Finalmente, la obra de Uribe no puede pasar desapercibida dentro del contexto de la crítica poética, sin embargo, así ha sido hasta ahora. Su vasta obra poética, con más de veinte títulos publicados hasta la fecha, y con algunos volúmenes más en carpeta, junto al reconocimiento que se le otorga a Uribe en la recepción de sus textos, hacen necesario explorar en su obra y sus temáticas, considerando que es además un poeta que se mantuvo al margen de las corrientes más canónicas de la segunda mitad del siglo XX, separándose de la línea de sus poetas coetáneos, elaborando un discurso con una voz propia, profunda, y que se ha mantenido vigente, lo que otorga a la lectura de sus textos un descubrimiento constante dentro del amplio panorama poético chileno.

Notas
(1) Los versos de Catulo son los siguientes:
Odi et amo. Quare id faciam fortasse requiris.
Nescio, sed fieri sentio et excrucior.
(2) Como ejemplo de la enorme producción editorial en el último tiempo, se puede señalar que durante los meses de octubre a diciembre de 2006, Uribe ha publicado cuatro libros, uno de versos, otro de prosa poética, otro de memorias, y otro de conversaciones.
Bibliografía
–  Harris, Thomas. “Un posible canon de la poesía chilena de las generaciones del 50 al 80 para el (des)informado lector”. Mapocho, n° 48 (2001): 139-164.
–  Montes, Hugo, y Roque Esteban Scarpa. Antología de la poesía chilena contemporánea. Madrid: Gredos, 1968.
–  Nómez, Naín. “La poesía de los cincuenta: aproximaciones a una modernidad en disolución”. Taller de Letras, n° 34 (2004): 85-96.
–  Paz, Octavio. La llama doble. Barcelona: Seix Barral, 1993
–  Rojas, Waldo. Entrevista en revista El espíritu del valle, n°1 (1985): 39-48.
– Uribe, Armando. Odio lo que odio, rabio como rabio. Santiago: Editorial Universitaria, 1998.
–    – – -. Transeúnte pálido. Santiago: Ediciones del joven laurel, 1954.
–    – – -. No hay lugar. Santiago: Editorial Universitaria, 1971.
–    – – -. Insignificantes. Santiago: Be-uve.dráis, 2005.
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