Carlos, como le nombraban, tuvo años de iluminación poética, muchos lo ignoran, pocos se han asomado a su obra.
La redescubrí a 6,414 km de donde estoy[1]. Pretendo, sin licencias y, ciertamente impulsado por el gusto de sus letras, ofrecerlas. Y es en definitiva lo significativo de todas estas palabras que acá continúo. Intento el estímulo de su lectura, y dar algo de luz a quien se le acerque. Sépase que cabalgará sobre pocos versos, y de alguien que fue embrollado. Están entonces, por el orden que se debe, al final, es lo determinante de este texto; o, ceda a vagar sobre Carlos:
Un 3 de agosto de 1906 nace el más pequeño de los hombres de los hermanos Loynaz Muñoz, con todo lo que en la historia familiar, y de la época, supone el mérito de ser el benjamín: “Mi familia no me trató nunca como niña prodigio[2] y si a alguien se le dio este tratamiento, fue solo a mi hermano Carlos Manuel.”[3]; y aunque le sucedió otra hermana Flor[4], Beba, tres años después, venía con la majestuosidad, en todo, de ser esa mujer que después fue.
Hijo del General[5] y de María de las Mercedes Muñoz Sañudo[6], Carlos es testigo de las corridas de los hermanos mayores, y pronto se les uniría a Dulce María y a Enrique[7], en aquella morada de la calle Amistad con San Rafael[8]. Ya nacida Flor, y los cuatro en edad juvenil, se trasladan entonces a una casona de la calle Línea y 14[9], ubicada en el Vedado, Ciudad de la Habana, a inmortalizar más, el linaje y la vivienda, los cuales no tardan en anclarse, por siempre, en historia mutua a Cuba, y viceversa.
Aquel predio formaría parte de la estirpe familiar: el espíritu soleado, de mar y de arte, le allegan y conforman, sin embargo Carlos, como su hermano mayor Enrique, preferiría las sombras. Los hermanos Loynaz estudian en casa con preceptores particulares, crecen y se encapsulan. Allí, durante la primera mitad del siglo XX, el mundo exterior se les interna: “Su falta de fe me obliga a explicarle ciertas pequeñeces hogareñas, como por ejemplo que suelo visitar a mi hermana que vive en el ala derecha de la casa que da a Línea de cuatro a cinco de la tarde y a mi madre de cinco a seis, y que a las seis suele llegar mi señor esposo…”[10] Todos ellos durante esa media centuria legitiman sus creaciones. Y cuanto más creaban, más extendían, inconscientes, su dádiva a la escritura cubana ante Hispanoamérica.
Carlos, delante de todos, poseía la habilidad del dibujo, la música y lo animaban a que escribiera poesía: “ …nuestro hermano Carlos Manuel, que nunca se doctoró, pudo adquirir una de las culturas más extensas que he conocido, al extremo que se le llamaba en el círculo íntimo, la Enciclopedia Viva.(…) …solo nuestro hermano Carlos Manuel persistió en aquel rumbo; sus incursiones poéticas fueron breves, extrañas y esporádicas, bien que muy ponderadas por lo que pocos las conocieron, entre ellos Juan Ramón Jiménez[11] y Lorca[12]. Yo sigo pensando que su verdadero reino era la música. ya desde sus primeros años dominaba el piano, y andando el tiempo se hizo un consumado ejecutante en el cual granaba un original compositor.” [13]. Se conservan muy pocos poemas suyos[14] y según la persona más autorizada, Dulce María, al reflexionar sobre ellos expresó: “…de lo que él quedó se deduce fue su estilo más leve, más aligerado de filosofía.”[15]
Lo primero a indicar es que de la veintena de poemas que, funestamente, solo se conservan, todos abarcan un período muy joven de su vida, fueron escritos entre el año 1920 y 1929; es decir, entre los catorce y los veintitrés años: “Carlos Manuel destruyó casi toda su poesía… (…)… la traidora enfermedad que lo sorprendió en plena juventud y que agotó sus fuerzas creadoras. Acaso fue una cuerda, un arco que se tensó demasiado.”[16] Dulce María, años antes, también había referido: “Esto también parece una mala pasada del destino, pero después de todo procuro consolarme pensando que esa sería la clase de muerte que desearía para mí[17]; y es probablemente lo que tendré. Sin descendencia directa, con solo dos hermanos a mi lado, y los dos de fragilísima salud[18], parece natural que yo los sobreviva y me alegro de que así sea. ¿Qué sería de ellos son mí?”[19] Además, de cualquier otro registro se conserva nada: “De Carlos Manuel también quisiera que usted tuviera alguno, pero él nunca concurrió a un estudio fotográfico y solo quedan unas cuantas instantáneas de Kodak.”[20] Por lo tanto, se atesoran menos de diez años de una producción que fue calcinada por su misma intención, tal vez no voluntad: “La obra de Carlos Manuel sí se perdió totalmente; se perdió con un drama de García Lorca que este le había dedicado, El Público, del que ahora se habla tanto, pero le aseguro que no valía la pena. Probablemente el que dicen haber aparecido en Nueva York es apócrifo.”[21]
Con tan dilatada cultura, y hermetismo, es bien complejo ir al influjo, de un tierno Carlos de catorce años, pero evidencia en sus líneas ser heredero de un modernismo enrolado con algo más, y este “algo más” atribuido, por supuesto, a haber tenido una muy vasta biblioteca y haberla consumido. Con acomodo y erudición pudo beber de la mejor literatura; y por supuesto de esa primera generación de modernistas, de finales de siglo XIX, y que le calzaban a su interior, sobre todo con un predilecto familiar Julián delCasal[22]. Poeta admirado por todos los hermanos, y a Carlos le llega por actitud: Julián del Casal vivió poco y en soledad; Carlos vivió poco con voluntad, y cuando un ser se aleja mentalmente, está solo en su espacio, aun rodeado de gente, y se hace infranqueable en su mundo figurado.
Incitado, fue con su pluma reciente a cantar, en medio de una Cuba republicana, en apogeo. Es un Loynaz, no le versó su voz a la moda patriótica[23]. A los catorce años va a romper con lo anterior y comienza a formar parte de lo suyo. Bien personal, crea arte de sí, no es adquirido, está en él, individual y subjetivo, lejos de las vanguardias y la otra poesía, por ejemplo afrocubana, según van los intereses sociales despuntando. Y cuando el escritor no pretende que nadie se asome a su obra, posee libertad innata: lejos desandan entonces los egos y los compromisos. Carlos iba independiente en su escondite.
Colocando los textos en orden temporal, en este primero, Las tejedoras, se divisa una lírica aplicada avanzando. Tiende a combinar su alma aciaga con la sustancia nocturna cubierta por la bruma personificada en velo. Escribe un poema terrorífico adolescente que asemeja más un panorama lejos del trópico, propio de países bien al norte o europeos, con colores de invierno, bastante apocados, respondiendo además a su ánimo personal traspasado al escritural. Acciona su propio paisaje combinado entre en sus viajes y sus lecturas. Lejos de la realidad caribeña e influido por quién sabe qué cosa sentida en un pecho que enrola tanto lo oscuro. Selecto en la ejecución escritural y sin igual ante lo que nos propone a los ojos y su alma transcribe. Pasa del modernismo, del post, de sus contemporáneos, y si hay un autor que con esta edad se le divisa, y acecha en este poema, es sin lugar a dudas el foráneo Edgar Allan Poe[24], y llega a ser ese “algo más” de su biblioteca, que mencioné anteriormente.
Tal vez hasta se diría que pudiera ser un pensamiento adolescente, típico en pesimismo, pero al ir a este texto tan bien laborado, se anula la idea, y más bien me rodea que de su espíritu donde confluyen los catorce años, la sangre patriótica y burguesa, los intereses artísticos por montones y un ánimo peculiar, siempre a tiempo de estallar, simplemente se me ocurre leyendo estos versos que de esta alma no se pudo ni se podrá saber nada.
Por la forma, son versos adquiridos de la lírica europea, tienen algo de los parnasionos[25]. Se leen catorces versos de arte mayor: dos cuartetos de rima consonante ABAB:ABAB, y dos tercetos CCD:EED. Mucho tenía que curiosear Carlos, entre estudios, para escribir este soneto tan joven, tan pulido. Es basto interés y creación constante. Escribe con una métrica alejandrina rigurosa y controlada, no da cabida para licencias, una joya.
En su elaborado trabajo, prima, ya dicho, la personificación. El título sugiere la labor de la bruma, como ser, ante lo natural, y va hilando su manto hasta forrarlo todo. Nombra elementos de la naturaleza que accionan: La bruma, con sus manos heladas; las rubias arboledas; sacude la floresta su melena salvaje; el viento, se ríe a carcajadas; el viento, azotando las negras siluetas del boscaje; el arroyuelo se esconde; la Bruma, encajes desplegando tras las nubes del cielo; además con la bruma, con sus hilos de plata confecciona una metáfora, que si bien no es compleja y es cómoda, es la necesaria referencia al título; y por último, transfiere al penúltimo verso, el símil mientras surge la Luna como una araña inmensa, que junto con la imagen del primer cuarteto la fantasma de las manos heladas (…) / Lentamente, los cuervos en lóbregas bandadas, / prosiguen su diabólico, infinito viraje van dando, al inicio y al final del soneto, pasos al inframundo plateado.
Está presto como buen poeta: obra para sí, crea poco y figura harto.
Para continuar dándole un orden, ab ovo, y utilizado el término lo jubilo de la narrativa, y me ayudo con el concepto, aparecen rescatados, después, un poema de 1922, y seguidos otros diez de 1923. A estos textos redimidos podría fijárseles un “trecho”. En el cual se reúne un universo sucedido de azul, primavera, rosas, estrellas, sol, fuego, agua, rana, y lo bendito. La esencia de cada una de estas palabras, son al contexto de Carlos, inexactas en lo que indican con sus acepciones. La realidad continua presente en las obras de estos años, y la lógica utilización de estos sustantivos de manera bien peculiar, inusitada, no son un estado para nada a modelo. El idioma tiene sus hábitos, y comúnmente serían vocablos afortunados, válidos, y hasta flojos para cualquiera. Pero entendiendo que para el joven poeta son los verbos del barrio, los que tiene a la mano viviendo en esa casona bien cerca del mar, y de muy aventajada ubicación dentro de su ciudad local, los tuerce originalmente haciéndoles desaparecer lo elemental, y los utiliza más bien para dar con ellos una vuelta filosófica sobre lo que plantea: Azul todo y todo… / y azul nada, nada; / ¡azul que penetras, / azul, toda el alma!; y no tengo amor, / ni tengo / primavera.; Ella se quitó las rosas, / y sin saber, / la amé más, que como rosa, / como mujer.; Los viejos se inclinan / sobre las hojas secas, / a dormir. / Las estrellas caen formando / caminos nuevos.; Las estrellas paren estrellas (…) / Yo sueño a veces (…) / y ellas / empezarán a caer / en cascadas de luz sobre la tierra.; El sol había llegado / al Cenit / Y yo lloré mucho.; (Atrás se quedó la tarde / y ahora, la paz). / Traedme un poco / de aceite para las heridas…; Yo debí, en otra vida, / haber sido una rana; Di, perro (…) / Y tú, rana verde; Guano bendito que me dieron (…) para quemarte cuando haya / tormentas y caigan rayos.; y Como un pequeño insecto / he caído en la bruma.
Son poemas escritos entrados los diecisiete años, donde continúa la vida definiéndose, sin embargo ya a esa edad le iban acuñando, constantes, esas controversias filosóficas con las que Dulce María ligeramente determina la poesía de Carlos. Podría ir más allá, fueron proverbiales augurios.
A continuación encontrará poemas de sus dieciocho años, que tienen por denominador “el misterio, la intriga, el secreto, la discreción, la reserva, el sigilo, el ocultamiento y lo hondo”, léase Mis enemigos me preguntan: ¿por qué quieres… Y en Adivinanza lo lleva a un nivel lúdico, propone jugar; esparcirse con el enigma enrevesado, el pasatiempo secreto, la reserva de la respuesta en la intimidad y se da al lector el enigma. La solución es tu ejercicio, tu dilema, “tira la pelota”. Después se lee Flores, un texto breve y logrado. La actitud apostrófica lo hace moverse entre lo objetivo y subjetivo de cada cual, con un simbolismo a merced de cada psiquis; sabemos la respuesta, mas no el detalle: es una flor negra y profunda, y otra flor blanca y terrible; una grave y la otra grande y… se queda el poema pendiente, como en las conjeturas, o lo que sea capaz de revelar el lector con lo que abre: mi corazón, y con lo que sea para él intocable. Es un escrito inacabado en apariencia, pero relativo a cada subjetividad, dependiente de cada cual. Cómodo en su métrica octosílaba, por el confort idiomático del español, y luce en su lectura como que un Carlos joven lo ideó, lo plasma y cierra su cuaderno de versos o da vuelta a la página, dándonos el tan llevado y traído hoy minimalismo.
Y Carlos Manuel Loynaz Muñoz cumple sus veinte años, y reunidos cuatro poemas de hasta los veintitrés, los defino en un ciclo de “satisfacción”. Puras caricias al contenido de cada estrofa; como en sonrisa, léase Yo tengo un jardín de Abril…. Los encamina por dos senderos: uno, etario triunfante, está explícito en Cumpleaños; y en otro que media la festividad, lo humano, la luz, y la coloca definitiva, en rango superior sí, pero padeciéndola, como que puede saltar, ya que algo acecha en algún recoveco. Se leen los cuatro poemas esperando el mazazo, y no llega definitivo. Noto la lectura de Nietzsche en estos años, se le aparecen abogando aparentes espíritus libres: él, el auditorio de Ana y el agrimensor. Estos espíritus libres fueron para el filósofo un cambio radical de las tres figuras supremas de la cultura tradicional: el Santo, el artista y el sabio. Carlos quiere reflejar este cambio en sus textos. Estos conceptos le versan al Loynaz chico en sus poemas de los veinte, le aligera alegre la biología, y en ellos intenta hacer nacer algo transformador: él celebrando, el público distendido, y el técnico artista en su interés; pero ojo, es solo apariencia, y se le imponen los 180 grados, y vuelve todo al punto inexacto, cuestionador, inseguro, e implícito, de su filosofía. Le da explícitas riendas a Nietzsche en su concepto de cambio, pero las recoge para sí, en lo deductivo. La escritura de los cuatro son la concesión de una velada veinteañera, como forma tradicional de posición dominante en acto noble, superior ante agitaciones y miserias diarias.
Por último, que al final ubiqué, aparece en esta edición un poema sin fecha, libre, Ella era…. El cual podría ser insertado, entre los cuatro momentos en que reúno su obra, en los textos de los dieciséis o diecisiete años: por los elementos nombrados; y por el énfasis rotundo de la antítesis al torcer filosófico lo que hay entre él y ella, dando cada vez la espalda y finalizando en cada estrofa con lo que solo coincide entre ellos, un punto final.
El hermano “más brillante” de los Loynaz murió tres veces: la primera vez fue azarosa, cuando enfermó; la otra fue radical, cuando destruyó su obra; y la última fue natural, la que antes o después llega, a él en 1977.
El hermano “más brillante” de Dulce María, Enrique y Flor murió sí, tres veces, no es extraño dado su gusto por los giros filosóficos. Lo sorprendente es que, a pesar de él mismo, continúa resucitado en su camino providencial por la poesía cubana, con estas veinte obras, y que siempre estará habitándonos:
Las tejedoras
La bruma, la fantasma de las manos heladas,
con sus hilos de plata, va cubriendo el paisaje.
Lentamente, los cuervos en lóbregas bandadas,
prosiguen su diabólico, infinito viraje.
De rubias arboledas y plantas desgajadas,
sacude la floresta su melena salvaje.
El viento, el invisible, se ríe a carcajadas
azotando las negras siluetas del boscaje.
Arroyuelo que otrora fue azul anacarado
se esconde bajo el techo que al caer han formado
las ramas esparcidas por el húmedo suelo.
Todo ha quedado envuelto entre la Bruma densa,
mientras surge la Luna como una araña inmensa,
encajes desplegando tras las nubes del cielo.
(1920)[26]
Azul todo, todo
en la tarde cálida.
Azules los cielos
y azul en las casas.
Azul de la piedra
azul, torres chatas.
Azules los puentes,
y azul la montaña.
Azul, horizontes,
azul, tierras bajas.
Azul, cielo en fuegos,
azul, agua mansa.
Azul que se aviva
y azul que se opaca.
Azul todo, todo
en la tarde cálida.
Azul todo y todo…
y azul nada, nada;
¡azul que penetras,
azul, toda el alma!
(1922)[27]
Yo te daría…
Yo te daría mi amor
vestido de primavera,
pero soy ciego, señor,
y no tengo amor,
ni tengo
primavera.
(1923)[28]
Ella…
Ella se vistió de rosas
y olía a rosa;
y yo le dije:
¿Por qué te vistes de rosas
si eres rosa tú también?
Ella se quitó las rosas,
y sin saber,
la amé más, que como rosa,
como mujer.
(1923)
Esperanza
Las rosas caen, y de pétalos se han formado
caminos nuevos.
Las hojas caen;
hojas de oro cayendo forman
caminos nuevos.
Los niños caminan
sobre la blancura
de las rosas.
Los viejos se inclinan
sobre las hojas secas,
a dormir.
Las estrellas caen formando
caminos nuevos.
(1923)
Parto celeste
Las estrellas paren estrellas
y el cielo tiene, cada noche,
cientos de estrellas nuevas.
Yo sueño a veces
que han de llegar noches espléndidas
en que el cielo rebosará
¡de estrellas!
y ellas
empezarán a caer
en cascadas de luz sobre la tierra.
(1923)
Cenit
El sol iba subiendo
poco a poco
Y yo no creía más.
El sol iba ya
muy alto
Y yo no amaba ya.
El sol había llegado
al Cenit
Y yo lloré mucho.
(1923)
¡Qué no me den los vinos!
¡Qué no me den de las mieles!
Solo quedar quiero.
¡Dejadme quedar un rato
junto al fuego, entre vosotros!
(Atrás se quedó la tarde
y ahora, la paz).
Traedme un poco
de aceite para las heridas…
(1923)
Yo debí, en otra vida,
haber sido una rana
¡cantando alegremente
a la orilla del agua!
¡Quién sabe qué palabras
le dijera a la lluvia,
en un idioma claro
y lleno de frescura!
(1923)
Di, perro, ¿a quién llamas
bajo la noche inquieta?
¿amas la luna? ¿estás, acaso,
enamorado de una estrella?
Y tú, rana verde
que floreces en el agua
y cantas cuando llueve:
¿amas el agua?
(1923)
Guano bendito que me dieron
en un Domingo de Ramos
en la iglesita del pueblo
de aquel pueblecito blanco.
Yo siempre te he de guardar
en un rincón de mi cuarto
para quemarte cuando haya
tormentas y caigan rayos.
Guano bendito que me dieron
en un Domingo de Ramos.
(1923)
Como un pequeño insecto
he caído en la bruma.
Ella me va absorbiendo
poco a poco; mis manos
se están volviendo azul,
poco a poco; mis ojos
se están volviendo azul,
poco a poco; mi alma
se va volviendo azul,
poco a poco.
(1923)
Mis enemigos me preguntan: ¿por qué quieres
a esa joven extrañamente pálida?
No lleva flores en los cabellos, y la tristeza
parece reflejarse en su mirada…
Y yo he pensado, sin responderles:
sus ojos son tristes, no lleva rosas
a los cabellos atadas,
y cuando sus pies huellan apenas las cañas junto al río,
mi corazón queda herido como flauta.
Dejad que las otras acrecienten el día
con el áureo esplendor de sus espejos y de sus ajorcas.
Tú sola, y solo para mí, casi no eres
lumbre de estrellas que se reflejan en el agua.
(1924)[29]
Adivinanza
No tiene forma alguna,
tampoco melodía ni ritmo;
y sin embargo,
Él es la armonía.
(1924)
Flores
Flor negra y profunda. Tú,
la más grave, la que abre
en el corazón almendra,
plexo solar de los árboles.
Y tú, flor blanca y terrible,
la más grande, la que abre
en las cumbres intocables.
(1924)
Cumpleaños
Ayer cumplí veinte años…
Oro ardiente,
la tarde entró por la ventana abierta
en cantigas de pájaros, al giro
de las niñas jugando a la rueda.
Ayer cumplí veinte años; todavía
me llevo al corazón las manos… ¿Eran
así las historietas que contaban?
Allí dentro hay un pájaro que tiembla.
Vamos a sonreírnos que es verano
y se cubren de rosas las cancelas…
¡Qué es muy dulce vivir cuando se tiene
libros, papel y un poco de tristeza…!
Los árboles dan fruto, los caminos
son largos y los ríos al mar llevan.
Ayer cumplí veinte años, ¡y ya tengo
-de oro ardiente- en mis manos una estrella!
(1926)[30]
Oyendo el estudio 27 de Clementi
Noche del conservatorio
que es hoy su noche de gala,
y viene a tocar el piano
la pequeña y dulce Ana.
Con su vestido de tul
tiene el aire de una garza;
las alas se le han caído
y ¡no puede levantarlas!
Los caballeros de guante,
dicen cosas a las damas;
de un abanico que cae
se oye un rumor a distancia.
Niñas con clave de sol,
cintas azules, rosadas…
Noche del conservatorio;
¡con traje de luminarias!
Y cuando el gran tiovivo
empieza, Ana se levanta;
-sus trenzas son oro vivo,
de paloma a su garganta-.
El piano la espera y ella
debe atravesar la sala:
Con el filo de un suspiro
rompe los nervios que la atan,
y al piano enfila sus pasos
saltándose las miradas
sin caer… y Tararín…
(¿No ven cómo está de pálida?)
Tararín, tararán…
(Parece un lirio de aguas…)
Tararán, tararín…
Las notas chisporrotean
como luces de Bengala.
Si una fusa o una corchea
se fuga del pentagrama,
ella las caza en el aire
por la punta de las alas.
La casa de Ana está lejos
en una calle arbolada
y ella va al conservatorio
en bicicleta de plata.
Contando va las farolas
que de su umbral la separan,
pero hoy las ve en el teclado
bajo sus manos heladas;
las teclas negras son árboles,
farolas las teclas blancas.
Ya faltan pocas. Mas, ¡ay!
ya la niña se desmaya…
Alguien va a buscar corriendo
la bicicleta de plata…
Todos aplauden y nadie
ve la muerte en su mirada.
Ella sintió que sonreía
y las luces se apagaban.
Deja su atril el Maestro;
sus abanicos las damas;
sus guantes dejan caer
aquellos que los llevaban.
¡Vuelan jirones de música,
vuelan por toda la sala!…
¡Y enterraron bajo el piano
a la dulce y frágil Ana!…
(1927)[31]
Yo tengo un jardín de Abril,
y en él guardo yo una flor,
y también un ruiseñor
que canta en el mes de Abril.
La niña de los Pinares
va con su cántaro al río:
debe tener los pies suaves:
¡Qué no se hiera, Dios mío!
Dicen que tengo un jardín
y que en él guardo una flor,
y también un ruiseñor.
Dicen que tengo un jardín
La niña se va alejando
bajo el dulce anochecer…
Yo la he quedado mirando:
¡Qué no se vaya a caer!
Tengo un jardín en Abril.
Tengo un jardín y una flor.
Y también un ruiseñor.
Un jardín en pleno Abril.
(1927)
Retrato de E.Q.L
Este que ves de pelo de alambre recortado,
hundida la mirada, fruncido el entrecejo,
no es místico ni es sabio ni es orador ni es viejo:
Es un agrimensor modesto y recatado.
De la verdad haciendo su culto más preciado,
rechaza de su mente todo lo que es complejo
y en virtud del Gran Orden, que en él es don añejo,
sus ideas de plomo funde en molde cuadrado.
La acción vulgarizante de la vida moderna
lo volvió maquinaria. Era hombre caverna;
y aún puede que un recodo de humanidad se esconda
bajo la honda muy honda de su vida incipiente,
pues guarda entre sus útiles, casi secretamente,
un lienzo a medio hacer que copia a la Gioconda.
(1929)[32]
Ella era…
Ella era un ave
y yo una culebra.
Ella se eleva
y yo me iba arrastrando.
Ella subía a la montaña
y yo me ocultaba en la tierra.
Ella era la estrella
y a mí me cegaba la luz.
(Sin fecha)
3 comentarios
[…] Todo ha quedado envuelto entre la Bruma densa,mientras surge la Luna como una araña inmensa,encajes desplegando tras las nubes del cielo.(1920)[26] […]
[…] “Our brother Carlos Manuel, who never graduated with a doctor’s degree,” Dulce María once said, “was able to acquire one of the most extensive cultures I have ever known, to the extent […]
[…] dudas, fue un personaje trágico. “Nuestro hermano Carlos Manuel, que nunca se doctoró” —dijo una vez Dulce María— “pudo adquirir una de las culturas más extensas que he conocido, al extremo de que se le […]