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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Casas espejo
en Drácula y Vlad
(Stoker y Carlos Fuentes)

por María Rosa Rodríguez
Artículo publicado el 20/08/2024

Resumen
Este trabajo consiste en un análisis del desdoblamiento de los personajes de «Drácula» de Bram Stoker y «Vlad» de Carlos Fuentes, utilizando espacios arquitectónicos para extender el desarrollo de los personajes. Se trata de una lectura en donde el castillo y la mansión, respectivamente, llevan a la par de los vampiros su propio desarrollo y siguen su misma línea. Ellos son, más bien, sus dobles.

Palabras clave: Drácula, Stoker, Vlad, Fuentes, vampiro, castillo, mansión, el doble.

 

Abstract
This text is a literary analysis of the character´s unfolding of Bram Stoker’s «Dracula» and Carlos Fuentes’ «Vlad» using architectural spaces to extend the development of the characters. It is a reading where the castle and the mansion, respectively, lead, along with the vampires, their own development that follows the same line. They are, rather, their doubles.

Keywords: Dracula, Stoker, Vlad, Fuentes, vampire, castle, mansion, double.

 

Introducción
El mito del doble es un laberinto sin salida por las variantes y posibilidades en que se puede presentar. El desdoblamiento de un personaje seguirá siendo un enigma que se estudiará y descifrará en la singularidad y particularidad de los casos en que se presente.

Usualmente se piensa en el Otro que está duplicando la existencia del personaje como un enemigo, como el depositario externo de una siniestra coincidencia. Sin embargo, ¿qué ocurriría si se complementaran? ¿Si la complejidad psíquica de un personaje no cupiera en los límites de un cuerpo humano y requiriera otro espacio para continuar su existencia?

La potencia de ciertos personajes, en ocasiones los orilla a un desdoblamiento que no necesariamente ocurre en otro ente similar a ellos. A veces un ser inanimado, en este caso, la casa, adquiere cualidades como si poseyera vida y ese comportamiento siniestro se desarrolla a la par del huésped.

Análisis
En Drácula de Bram Stoker ocurre algo interesante con el castillo. Se trata del espacio característico, no sólo de la novela, sino del mito vampírico en general. Sin embargo, aunque en Drácula el castillo no es el único espacio en que se desarrolla la novela, sí es la guarida del monstruo y el lugar en el que Jonathan Harker padece.

Desde un primer momento es percibido como una obra arquitectónica monstruosa, empezando por la imposición de su envergadura, pero también porque pareciera que tiene cierta personalidad. A diferencia de una casa, de un sitio cálido, éste hiela, transmite horror e incertidumbre; por tanto, no se desea realmente entrar en él, pareciera que se trata de un depredador hambriento que cerrará sus puertas en cuanto el invitado ingrese.

A lo largo de la novela, el castillo no se mantiene estático, así como el Conde, él también presenta su propio desarrollo. Inician recibiendo al invitado con respeto y cordialidad, le muestran la mejor cara, el vampiro como hombre y el castillo como casa, lo cortejan y seducen, pero más adelante, cuando la máscara se vuelve insostenible y Jonathan Harker comienza a revelarlos, ambos revelan sutil y progresivamente su esencia espectral.

Hay momentos particulares que marcan la relación entre Jonathan y el Conde y su castillo, cada uno a su manera.

La primera vez que Jonathan mira al Conde lo hace sin darse cuenta de que era él, es cuando aparece el cochero misterioso y lo lleva al castillo. En esa instancia él no sabe aún que el Conde no tiene empleados y que, evidentemente, el que lo llevó era él mismo; por tanto, ese acercamiento es sorpresivo, no le da tiempo de pensar siquiera en que lo está por conocer. Lo mismo ocurre con el castillo, pareciera que solamente surgió, de la nada “De pronto me di cuenta de que el cochero estaba deteniendo los caballos en el patio de un inmenso castillo en ruinas, de cuyos altos ventanales ennegrecidos no salía ni un solo rayo de luz, y cuyas derruidas almenas recortaban sus cerradas siluetas contra el cielo iluminado por la luna” (Stoker, 2017: 39). De un momento a otro Jonathan Harker ya los había conocido a ambos sin planearlo, sin acercarse él activamente; ellos son los depredadores que lo acecharon entre la oscuridad y que, cuando él bajó la guardia, de un salto aparecieron a su lado.

Una vez que llegan al sitio en donde se halla el personaje y que están en la mirada de Harker, se tornan amigables y hospitalarios. La descripción que hace Jonathan del castillo es agradable:

Atravesamos el corredor, después subimos por una espléndida escalera de caracol, y a continuación recorrimos otro largo pasadizo, en cuyo piso de piedra nuestros pasos resonaron con fuerza. Al llegar al final, el Conde abrió de par en par un pesada puerta y me alegró ver una habitación bien iluminada, en la que había una mesa dispuesta para cenar y un imponente hogar en el que ardía y chisporroteaba un magnífico fuego de troncos (43).

La frialdad y oscuridad, tanto del castillo como del Conde se disiparon para dar paso a la luz y calidez; cuando Drácula lo lleva hasta la que será su habitación, él la describe como “una amplia alcoba bien iluminada y caldeada por otro fuego, de leña que emitía un fragor hueco por su amplio tiro” (43). Entonces ahí pareciera que se complementan en esa apariencia que quieren dar al huésped. El calor inaccesible para el Conde lo presenta el castillo y juntos crean el ambiente perfecto y atractivo para el invitado:

La cubertería es de oro, y tan admirablemente labrada que debe de tener un valor incalculable. La tapicería de sillas y sofás, las colgaduras de mi cama y los cortinajes están confeccionados con las telas más caras y preciosas, y debieron ser muy costosos en su momento…” (46-47).

Tanto las palabras del Conde como la presencia del castillo ya se comienzan a mostrar exageradas, tan excéntricas y cargadas de apariencia que terminan por despertar incertidumbre. Jonathan comienza a cuestionar qué hay debajo de la fachada que ambos muestran.

Es ahí en donde tiene lugar ese segundo momento crucial, cuando detrás de la apariencia tan atractiva del Conde, Harker alcanza a percibir algo desagradable “Tal vez fuese la fetidez de su aliento, pero lo cierto es que me invadió una horrible sensación de náusea, que no pude disimular, por mucho que lo intenté. El Conde se dio cuenta evidentemente y retrocedió (45).” Ya hay algo que le genera incomodidad, nace ahí una separación entre ellos, un algo que no está dicho. A la par de ello, el castillo también asoma su misterio, se confiesa poblado de secretos como el Conde. Y este mismo se lo hace saber:

“Puede ir usted a cualquier parte del castillo que desee, excepto a las estancias cerradas con llave, en las que naturalmente no querrá usted entrar. Hay motivos para que las cosas sean como son, y si usted las viera como yo las veo y supiera todo lo que yo sé, es posible que las comprendiera mejor” (49).

El Conde ya no pretende ocultar su excentricidad, ya no desea aparentar que es un ser humano libre de enigmas. Aunque no desea, todavía, traslucir su esencia monstruosa, sí hace evidente que hay algo que temer en él. El reflejo que presenta con el castillo ya no solo existe en lo exterior, sino también en la propia percepción de quien los mira. Es a partir de ese momento que Jonathan divisa al Conde y al castillo como espacios desagradables que quiere evitar, pero también descubrir.

Para revelar la naturaleza de Drácula, Harker explora el castillo cuando éste se ausenta; el lugar, como espejo del personaje, será quien confiese; y más aún si aquello que inspecciona es la habitación del Conde:

Al final había un pasadizo, oscuro como un túnel, del que salía un olor letal y nauseabundo, como de tierra vieja recién removida. A medida que avanzaba por él, el hedor fue haciéndose cada vez más asfixiante e intenso. Finalmente tiré de una pesada puerta que estaba entornada y me encontré con una vieja capilla en ruinas, que evidentemente había servido de cementerio. El hecho se había derrumbado y había dos escalinatas que conducían a las criptas, pero el suelo había sido excavado recientemente y la tierra la habían colocado en grandes cajones de madera, evidentemente los que habían traído los eslovacos (87).

Cuando encuentra al Conde en uno de los cajones todo cobra sentido, sin embargo, es el último momento en donde, en una escena se funden el castillo y el vampiro para revelar juntos la verdad. La complejidad monstruosa del vampiro, así como no cabe solamente en una vida humana, tampoco lo hace en un cuerpo, sólo un castillo es lo suficientemente extraordinario para contenerlo.

Lo mismo demuestra Vlad, en la novela vampírica de Carlos Fuentes. Si bien el sitio en que ocurren los acontecimientos en la mayor parte de la narración no es un castillo, la mansión del Conde funge como ese doble del vampiro.

Como buen cazador que acecha silencioso, el castillo de Vlad se camufla en la Ciudad de México y se viste de mansión para poder estar rodeando, saboreando a sus víctimas. Al inicio de la novela, se retoma una premisa casi idéntica a la de Drácula; en este escenario, el señor Eloy Zurinaga requiere de Yves Navarro para que encuentre la casa ideal para su amigo extranjero que está próximo a mudarse a la capital del país. Ese amigo, el Conde Vlad, termina por destruir la vida del protagonista.

Vlad es un personaje ridículo, práctico, que se ahorra esa primera parte del cortejo, omite la elegancia con la que Drácula se presenta ante Harker, y el espacio no oculta su excentricidad. Incluso, se le conoce a él primero por su casa ya que como se encuentra en el extranjero, los datos que, tanto Navarro, como su esposa (dedicada a bienes raíces) tienen de él, son derivados de los requerimientos que solicitan para su domicilio: “El amigo de Zurinaga quiere una casa aislada, con espacio circundante, fácil de defender contra intrusos y, óyeme nada más, con una barranca detrás…”1 (Fuentes, 2010: 29) Y más adelante comentan: “Nuestro cliente pide que desde antes de que tome la casa, se clausuren todas las ventanas.” (29) y finalizan diciendo: “Además requiere que se cave un túnel entre su casa y la barranca” (29). La intriga se despierta en los personajes desde ese momento, sin la necesidad de haber visto a Vlad en persona.

La casa es una mansión, ubicada en la Ciudad de México, en una zona de élite llamada Bosques de las Lomas, quizá, aunque no es en una montaña, como el castillo tradicional, está en un espacio no tan transitado, también se conecta con una barranca y se mantiene alejada de la luz solar con sótanos en la oscuridad.

Así como el Conde se disfraza de humano, el castillo se disfraza de mansión. En una primera descripción la casa es un espacio totalmente moderno:

Asunción encontró la casa adecuada en el escarpado barrio de Lomas Altas. […]Limpia de excrecencias victorianas o neobarrocas, muy Roble-Bobois, toda ángulos rectos y horizontes despejados, la mansión de las Lomas parecía un monasterio moderno. Grandes espacios blancos —pisos, paredes, techos— y cómodos muebles negros, de cuero, esbeltos. […] El cliente de mi patrón se había exiliado de la luz de este palacio de cristal, se había amurallado como en sus míticos castillos centroeuropeos mencionados por don Eloy. (33-34)

Por supuesto que aún queda un dejo de su verdadera esencia, hay condiciones necesarias que imperarán ser satisfechas más allá del disfraz que porten. Cuando a la mansión se le escapan, de pronto, esos pequeños detalles de su verdadera esencia, también le ocurre al Conde. Ciertos pormenores del lugar revelaban también la naturaleza ridícula y caricaturesca de Vlad: “No había espejos. Sólo un tocador con toda suerte de cosméticos y una fila de soportes de pelucas. El señor Conde, al peinarse y maquillarse debía, al mismo tiempo, adivinarse.” (53) Las pelucas denotan también que la apariencia que él muestra al mundo es temporal, insostenible, tal como el castillo disfrazado de mansión.

Como ocurre en Drácula, uno de los detonantes que le hace caer en cuenta al personaje de que está atrapado por un vampiro es el percibir el espacio como un sitio siniestro, como la cueva del monstruo. En Vlad surge ese despertar cuando explorando llega a la cocina:

Bajé por la escalera a salones silenciosos. Había un ligero olor mohoso. Seguí por el comedor perfectamente aseado. Entré a una cocina desordenada, apestosa, nublada por los humos y el despojo de un animal inmenso, indescriptible, desconocido para mí, abierto de par en par sobre la mesa de losetas. Decapitado.
La sangre de la bestia corría aún hacia las coladeras de la cocina (68)

Ese pequeño espacio fue la encarnación, en una escena, de la naturaleza monstruosa del Conde Vlad: la violencia, el olor desagradable, la sangre, la muerte. Para ese ente no-humano ya no es necesario conservar la apariencia de hombre, la peluca, el maquillaje salen sobrando; lo mismo ocurre con la mansión y la decoración moderna y limpia. Ya es el momento en que han atrapado a la presa y no deben seguir sosteniendo una imagen.

Cuando el personaje ya se centra específicamente en sobrevivir, en escapar, en proteger a su familia ya no hay máscaras. En ese momento, tanto para el lector como para Yves Navarro, ya se trata de un castillo que, como un vampiro, regresa de la muerte, de las ruinas y se posa ahora en la gran ciudad de México.

No quise correr al otro lado de la mansión de Vlad para llegar a eso que Borgo llamaba jardín y que era un barranco, según lo recordaba, con algunos sauces moribundos, sobresalientes en el declive del terreno. Lo primero que noté, con asombro, fue que los árboles habían sido talados hasta convertirse en estacas. Entre dos de estas empalizadas colgaba un columpio infantil. (90)

El Conde ya es sabido como un monstruo, el vampiro que amenaza a su familia y que tiene una ventaja porque Yves ya no está enfrentándose con un humano. La casa también deja de ser un espacio agradable habitado por el hombre y va tornando sus árboles en estacas, la cocina en el escenario de una matanza donde la sangre escurre hacia las coladeras. Navarro ya sabe que el sótano está lleno de ataúdes, de murciélagos, que ya se ha encontrado de frente con la verdad.

El final de la novela es justo el momento en que se desnudan por completo, como un grito de victoria, ya está todo dicho y los monstruos se muestran como monstruos y la mansión se sacude para tirar toda la modernidad que la abraza y dejar que emane el verdadero castillo, el que estuvo detrás todo ese tiempo.

Algo fantástico sucedía.
La casa de Bosques de las Lomas, su aérea fachada moderna de vidrio, sus líneas de limpia geometría se iban disolviendo ante mis ojos, como si se derritieran. A medida que la casa moderna se iba disolviendo, otra casa aparecía poco a poco en su lugar, mutando por lo viejo, el vidrio por la piedra, la línea recta no por una sinuosidad cualquiera, sino por la sustitución derretida de una forma en otra.

Iba apareciendo poco a poco, detrás del velo de la casa aparente, la forma de un castillo antiguo, derruido, inhabitable, impregnado ya de ese olor podrido que percibí en las tumbas del túnel, inestable, crujiente como el casco de un antiquísimo barco encallado entre montañas abruptas, un castillo de atalaya arruinada, de almenas carcomidas, de amenazantes torres de flanco, de rastrillo enmohecido, de fosos secos y lamosos, y de una torre de homenaje donde se posaba, mirándome con sus anteojos negros, diciéndome que se iría de este lugar y nunca lo reconocería si regresaba a él, convocándome a entrar de vuelta a la catacumba, advirtiéndome que ya nunca podría vivir normalmente…(110)

Pareciera entonces que el vampiro está incompleto sin su castillo, el mostrarse delante de Navarro y aceptarse desde su monstruosidad y revelar todo aquello que hizo para desgraciarle la vida y poseer ahora él a su familia no sería suficiente sin el resurgir victorioso de su doble arquitectónico.

Así como Drácula, el conde Vlad tampoco puede limitarse a habitar un cuerpo humano, requieren reflejarse en una pieza arquitectónica que se desarrolla junto con ellos hasta el final y que lo acompaña y complementa durante la osadía.

María Rosa Rodríguez
Artículo publicado el 20/08/2024

Referencias bibliográficas
Freud, S. (1992). El malestar en la cultura. En S. Freud, Sigmund Freud. Obras completas. Tomo XXI (págs. 57-140). Buenos Aires: Amorrortu.

Stoker, Drácula (ed. J. A. Molina Foix). Barcelona: Planeta, 2017.

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