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Cervantes y la crueldad (El Quijote visto por un ruso).

por Fulgencio Martínez López
Artículo publicado el 02/04/2005

Durante el semestre de primavera del curso 1951-52, Vladimir Nabokov impartió en Harvard un curso sobre El Quijote. El texto de sus lecciones y la preparación de su trabajo fue publicado bajo el título Lectures on Don Quixote. Ediciones B(Barcelona, septiembre de 2004) recuperó para el lector español el libro de Nabokov junto con el prólogo del editor americano. Entrar en el taller de la inteligencia, no sólo literaria y critica, del maestro de «Ada o el ardor», de «Lolita», nos produce un cosquilleo de gozo, que se afina aún más desde el recuerdo de la extraña felicidad de la escritura de sus novelas. No decepciona, en este libro, el novelista ruso, siempre con el cuchillo en mano para sangrar la facecia y el tópico académico. «Vamos a hacer todo lo posible -así comienza Nabokov advirtiendo a sus alumnos- por no caer en el fatídico error de buscar en las novelas la llamada «vida real». Vamos a no tratar de conciliar la ficción de los hechos con los hechos de la ficción. El Quijote es un cuento de hadas…». La lección de Nabokov, que vamos intentar seguir, se decantará más hacia un cuento de terror, tal vez porque en ningún pasaje puede uno dormirse, y en el caso al menos del oyente que escribe esta crónica, tampoco puede irse al final, aun después de desactivar la ficción del cuento, que le ha maravillado y repugnado a la vez. Si bien ahora no me detendré a compararlo, efecto muy semejante al producido por la ficción novelesca del ruso. En realidad el cuento de terror crítico trata de Cervantes. ¡Pobre Cervantes!, tan mal tratado por mis encantadores maestros: allá, en mi adolescencia lectora, vapuleado por Unamuno en su «Vida de Don Quijote y Sancho», que preferíamos a las blanduras nostálgicas de Azorín (tan mal leído, a la ligera, por nosotros en aquel entonces). ¡Pobre Cervantes o pobre de mí!, ahora otro de mis ídolos lo desafía y lo vence como un bachiller Carrasco cualquiera, pasado por Harvard, además! Si uno no sospechara, con los años, que jamás ha sabido ponerse a la altura de un lector de Cervantes del siglo XVII; y que todo el barullo y donaire universitario que ha recibido no llegan ni a pisar el umbral de su libro, podría tranquilamente tomar por molinos las críticas del profesor ruso que conoció el Quijote de segunda mano, desde el idioma inglés. Cuando piensa que la primera lección de Cervantes ha caído en baldío en su país – la sátira antiescolástica del prólogo del Quijote a la sapiencia prestada y aparente de las citas que confieren autoridad y bulto al vacío-, a poco se encuentra preguntando si aquí alguien ha leído de verdad la novela. Uno mira por doquier pezuñas de doctor que atemorizan al ingenio libre y de paso al pensamiento espontáneo y reflexivo; muy de vez en cuando descubre un libro, con pretensiones de ciencia o filosofía, donde de veras su autor comunique un pensamiento hablado consigo mismo -como pedía Mairena- y donde las citas sean bien traídas en el diálogo con otro pensamiento distinto. ¡Pobre Cervantes, en fin, tan fetichazado, si no entendido ni acaso leído, por la Casa de Citas y por la Clerecía siempre dispuesta a reembasamarlo! A fin de cuentas, preferimos a tanto pedante esfuerzo la tozuda cabalgada de Unamuno; su llamada al rescate del sepulcro de Don Quijote, secuestrado por los malandrines cervantistas – aunque en ella leemos, hoy, la incitación a asomarnos sin prejuicios a un escritor muy vivo. Y reincidimos con libros como éste de Nabokov que nos plantean, por rechazo, la interrogación discursiva de algunas intuiciones que hemos ido adquiriendo en nuestras lecturas del Quijote, en más o menos desafortunadas visitas sin guía y fuera de horario a la jugosa prosa de Cervantes.

Dejamos a nuestro oyente suspenso en cuento de hadas, como son todas las grandes novelas, Almas muertas, Ana Karénina, Madame Bovary, El Quijote…cuentos de hadas excelsos -dice Nabokov-, tan alejados de eso que llamamos la «vida real», construcción social, generalidad levantada a golpe de estadística y de sentido común, que de primeras distrae y esconde otra generalidad más genuina en la cual trata de arraigarse el verdadero arte, y con la cual trata de corresponder la ficción novelística: la generalidad de una vida humana- lo que llamaremos nosotros después la contigencia o relatividad -, que se manifiesta en el dolor, en los sueños, en la locura y en el anhelo de bondad, misericordia, justicia, dignidad, en suma, donde se concretiza y cobra peso en cada ser humano aquella vida genérica. Es en el tratamiento de esa realidad donde se juzga a un autor y a su obra -no en la fidelidad a un espejo físico de la «vida real» externa a la postre y anecdótica, le interesa menos a Nabokov la descripción paisajística del Quijote o su realismo histórico sobre los hombres de su época. Se juzga, en el fondo, su seriedad en correspondencia con las exigencias de todo arte universal, auténtico y trascendente. En este caso, se juzga, nada menos , si la obra, El Quijote, o su autor, o ambos, están a la altura de lo que se le reconoce, fuera de toda cuestión erudita, en tanto que obra universal, luz «eterna» de la razón humana. Nos parece incongruente la comparación que Nabokov hace entre Cervantes y Shakespeare, a favor de éste. Es lo de menos, y no perderemos aquí tiempo en ello. Iremos al fondo del asunto, pues afecta al estatus, nunca cuestionado por nuestra tradición, de la obra de Cervantes, y aun nos parece que Nabokov encamina su querella con argumentos más válidos que los nuestros, prestos a la defensa del Caballero y de la Obra, pues él se retrotrae a su primera recepción como mera sátira de las novelas de caballerías, especie de novela picaresca, y juega con términos que nos resultan ambiguos e incómodos: la defensa del humor, esencial a la novela, y la critica del humor como banalización, diríamos hoy, de la vida. Cervantes sería banal, como cualquier chiste, anuncio o novela posmoderna…Un buen socio y alias de esta llamada «era del vacío» nuestra… Hoy tendría Cervantes más éxito que Pérez Reverte…Son dudas, dudas, sopladas por el demonio Nabokov.

«Algo hay en la ética del Don Quijote que proyecta una lívida luz de laboratorio sobre la flamante carne de algunos de sus pasajes. Vamos a hablar de su crueldad». Más allá de la crítica a las estructuras narrativas del libro, a su tosca o estereotipada descripción de la naturaleza, a su falta de técnica en el desarrollo de escenas donde accionan múltiples personajes, como las escenas en la venta, que se resuelven como en una comedia de enredo trivial, etc, Nabokov tiene mucho que decirnos «sobre la brutalidad del libro, y sobre la curiosa actitud que han adoptado por igual expertos y legos en la materia, viendo en él una obra compasiva y humana». Si la finalidad de Cervantes, al escribir su libro, fue hacer una burla amable, que proporcione al lector una sana diversión y una risa benévola, utiliza los recursos de un humor zafio y medieval, de ese mal estilo frecuente en la risa infantiloide, vulgar y cruel, que toma por víctimas al desvalido, al loco, al perro apaleado, al payaso abofeteado por otro payaso…La crueldad física, y peor, la crueldad psicológica a que somete Cervantes al Caballero de la Triste Figura es casi insoportable para un lector actual. Recordar ese pasaje del joven Andrés azotado por su amo, en el capítulo IV, donde por primera vez (en alas de una ilusión que Cervantes sabe también comunicar al lector, despreviniéndole) el recién armado caballero hacer valer la justicia protectora del débil, pasaje que termina, mucho peor que en el cuento, en el comentario sangrante del escritor: «Pero con todo esto, él se partió llorando y su amó se quedó riendo. Y desta manera deshizo el agravio el valeroso Don Quijote; el cual, contentísimo de lo sucedido, pareciéndole que había dado felicísimo y alto principio a sus caballerías, con gran satisfacción de sí mismo…». Confesamos, por propia experiencia, no haber leído nada tan amargo en ninguna historia, y aun con la mente más abierta hacia la voz o hacia las máscaras de la voz de Cervantes, preguntarnos, al llegar ahí, qué acento infernal escuchamos. Nuestra propia experiencia de la crueldad del escritor con su criatura es refrendada por Nabokov con otros variados ejemplos, que omitimos. Porque nos interesa, primero, aclararnos en dos cuestiones, para agarrar por fin el meollo de lo hablamos. – Se podría comprender o excusar a Cervantes escritor (salva la finalidad última del Quijote, que desconocemos) desde una perspectiva de complacencia o de adopción «realista» del punto de vista y el gusto generalizado del lector de su época, o más en concreto, del español medio o aristocrático, mal educado, sanote y cruel. Nabokov nos previene, sin embargo: al tratar de entender la crueldad » que ensucia la comicidad de la obra» «no metamos en esto lo nacional» . «Los españoles de aquel tiempo no eran más crueles en su comportamiento hacia los locos y los animales, los subordinados y los disidentes, que cualquier otra nación de aquella época brutal y brillante». Detectamos aquí uno de los interrogantes principales del libro: ¿cómo, con ese material tan burdo, y desde ese punto de vista, tan descarnado, la crueldad asumida como normalidad en la vida (recordemos que la tortura, en aquellos tiempos e incluso aún en estos, es moneda corriente) Cervantes pudo hacer una crueldad artística, un gran obra de arte? – Y enlazada con la anterior, esta otra consideración. A un gran escritor o a una gran obra no se le piden buenos o piadosos sentimientos. La crueldad imputable a Cervantes no sería un reparo, en tal caso; si la crueldad de que hablamos no fuera algo opaco, limitativo, como un crepúsculo en el ojo del artista que, por encima de las limitaciones, defectos o virtudes de sus personajes y de su historia personal, no sabe elevarse a las cimas de la compasión humana, donde arraiga una verdadera obra de arte universal. Permítanme esta opinión: demasiado a menudo ocurre esto en la literatura española, la amarga visión personal rebaja el valor de obras excelentes como las obras en prosa (no la poesía, claro) de Quevedo. El dominio genial del idioma y su «intraducible» estilo propio no es causa suficiente para explicar la falta de universalidad de casi todos nuestros literatos llamados clásicos. Hay, en el genio, o en el mal genio castellano, una desproporción entre el talento humano y el literario, o quizá otras causas de más calado, en la cultura española, tienden peligrosamente a situar al escritor muy por encima de su obra y de sus personajes, superfetación del punto de vista o distanciamiento en el sentido malo del término, pues no retorna a los personajes, no da a luz auténticas criaturas reales, sino, a lo sumo, como en un subgénero de la comedia, a seres ridicularizados, caricaturas inferiores al sano lector común(del cual se siente por ello, en la misma medida en que lo satisface, superior el escritor, ya de antemano muy superior a su obra). ¿Pecado de vanidad intelectual, del tuerto en el país de los ciegos?

Confesamos que nos hemos reído leyendo El Quijote; de pronto, en muchos pasajes en que escudero y señor dialogan hombre a hombre, hemos compartido su buen talante y sus ociosas y livianas charlas. No vamos nosotros a lanzar una piedra contra los que recomiendan, con subterfugio didáctico, acercarse al Quijote desde lo lúdico. Quizá, necesariamente, la flor ingenua del humor sólo crezca en los páramos de la crueldad, pero no conviene pasar por alto que la primera parte del libro acaba con la risa del cura y el barbero ante una pelea de perros callejeros que son personas, no guiñoles de risa, y que en la segunda, aún más cruel, el engaño, la crueldad mental y mal gusto necio y diabólico de los duques y otros encantadores llevan incluso a rebelarse al propio Cervantes, quien dice, por boca de su máscara preventiva, el historiador árabe Cide Hamete Benengeli, «que tiene para sí tan locos los burladores como los burlados, y que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos»– «No olvidemos nunca -comenta Nabokov- que el secreto punto débil que tiene el Demonio en su poderío es la estupidez». No es bueno «engañar» a los lectores, siguiendo el juego de los encantadores, más de lo que ya rezuma por doquier. Quizá el reto del Quijote se dirije a volvernos lectores adultos. Richard Rorty («Contigencia, ironía y solidaridad»)lee en obras de literatura moderna (en Orwell, en el propio Nabokov) una radiografía y a la vez una denuncia de lo que podemos denominar el mal absoluto en nuestros tiempos modernos, en los que hemos asumido por regla general la contigencia del ser humano y el abandono de todos los grandes absolutos o dioses, la Verdad, la Utopía, etc, que nos cobijaban y nos armaban contra el otro y nos impedían ver al descubierto el dolor del cuerpo propio y el dolor de otro semejante. Ese mal absoluto es la crueldad. Al margen de dilucidar si la «conversión» del Caballero en su lecho de muerte, fue la última de las crueldades de Cervantes, o si, más bien, «curó» así el dolor de su héroe -lo que más le importaba, a la postre- apunto estos párrafos con los que comienza Nabokov la «Conclusión» de su libro (que usted pueden leer, si gustan – no les cuento el final): «A lo largo de mis comentarios sobre el Quijote he intentado formar ciertas impresiones en sus mentes abiertas. Si algunas mentes estaban sólo entornadas, aun así espero haber podido impartir un poquito de información».

Artículo publicado en la revista «Ágora» núm 8. Primavera 2005 (Murcia, España)

 

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