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¿Cómo es posible seguir leyendo a Juan Rulfo?

por Fernando Beltrán
Artículo publicado el 30/10/2018

Resumen. No es de fácil acceso Juan Rulfo. ¿Qué quiere decir que un lector no descifre de manera natural a un autor? Fue Jorge Luis Borges quien rescató un juicio curioso: los clásicos están condenados a no ser leídos. ¿Para qué o para quién escribió Rulfo? ¿Son válidas aún estas interrogantes para un clásico? ¿Por dónde habría que comenzar? Este ensayo parte de la idea que todo escritor está determinado por circunstancias específicas. Algunas claves de lectura, quizá las mejores, son las huellas que suponen los encuentros entre la trayectoria personal y la historia social. Para invitar a leer a Rulfo, este ensayo se propone la reconstrucción de algunos de estos encuentros.

Palabras clave. Juan Rulfo, ensayo, narrativa mexicana, siglo XX, sociología del escritor.

 

Rulfo es el escritor mexicano más leído y estudiado en México y en tierras foráneas. Quizá con ello se quiere aludir que Rulfo es un buen escritor. Pero ¿qué significa ser un buen escritor? Una respuesta inmediata es lo que la obra ha obligado a las generaciones ulteriores a escribir sobre ella. Según la brasileña Simone Andréa, la crítica escrita sobre Rulfo sumaba nueve mil páginas en el ya lejano 1999[1]. De ánimo ultraterreno, por otra parte, hay frases como la del milagro de las letras mexicanas para caracterizar rápidamente las ficciones de Rulfo[2]. Con los premios otorgados, ¿existe la eventualidad que un lector sostenga que Rulfo le cancela la invitación de la lectura? Originalmente oncebido para celebrar el mejor libro editado en México, el Premio Xavier Villaurrutia lo ganó Rulfo en 1957. Aunque Pedro Páramo apareció en 1955, el galardón fue retroactivo. Fue distinguido Rulfo también con el Premio Nacional de Literatura en 1970 y recibió el Premio Jalisco en el Teatro Degollado en 1979. La Academia Mexicana de la Lengua, por su parte, lo acogió en su seno el 25 de septiembre de 1980[3]. Instituido tres años antes, el Palacio de Bellas Artes efectuó un Homenaje Nacional el 30 de septiembre del mismo año y Rulfo decidió exponer una retrospectiva de 100 fotografías. Fue la segunda ocasión que Rulfo consintió para un público masivo una exposición de su obra fotográfica. De parte del gobierno de Tabasco, el Premio Juchiman de Plata en Artes lo ganó en 1980. El entonces Premio Príncipe de Asturias de Letras lo cobró en 1983 y la Universidad Nacional Autónoma de México, además, le concedió el doctorado honoris causa en 1985.

¿Qué quiere decir que un lector no descifre de manera natural a un autor? Fue Jorge Luis Borges quien elaboró o rescató un juicio curioso: los clásicos están condenados a no ser leídos. La fama que los premios literarios otorgan contribuye a forjar una suerte de reverencia anterior a la lectura. Una coraza, quizás para muchos, impenetrable. Los clásicos se convierten de este modo en la decoración perfecta de un anaquel de libros. Aunado a lo anterior, se ha instaurado una serie de lugares comunes, maniqueos, que no sólo enmarañan las interrogantes anteriores sino que acartonan la obra y la figura del jalisciense. ¿Lo ayudaron o no a escribir la novela? ¿Era o no era Rulfo rival de Octavio Paz?[4] ¿Por qué no volvió a publicar un texto personal? ¿Lo opacó o lo asustó el éxito? No sumaba ni cuarenta años cuando Rulfo publicó su única novela. Si el fracaso fue el enemigo del escritor del siglo diecinueve, ironiza Ricardo Piglia, el éxito se convirtió en el obstáculo para los del veinte[5]. ¿Cómo hacer —se ha preguntado el argentino— para no ser comprendido por los contemporáneos? ¿Para qué o para quién escribió Juan Rulfo? ¿Siguen siendo válidas éstas interrogantes para un clásico? ¿Por dónde habría que comenzar?

*

Dice Rulfo que nació en Apulco[6], Jalisco, un 16 de mayo de 1917. Agua mala o revolcada, el significado nahua de Apulco. Pueblo de calles torcidas, empinadas, que se alzó al lado de una barranca, Apulco pertenece hoy al municipio Tuxcacuesco. Colinda al noreste con los otros municipios de San Gabriel y Sayula. Para la época la región del sur de Jalisco contaba con una población de casi cuatro mil habitantes. Es frecuente la mención del nacimiento de Rulfo en Sayula, donde se le expidió la partida de bautismo. O en San Gabriel, lugar al que se trasladó la familia de Rulfo cuando se desencadenó la primera Guerra Cristera, conocida también como la Cristiada [1926-1929][7]. La falta de precisión del lugar es una clave primerísima en torno a los mitos de Juan Rulfo. Una falta que el propio Rulfo alimentó y se benefició de ella[8]. La mentira como el insumo de su literatura. ¿Sólo de su literatura? El mentir, sin embargo, para alcanzar la verdad. Una contradicción que nos asombra.

El biógrafo de Rulfo, Alberto Vital, ha señalado que las gavillas de Pedro Zamora, bandolero y despiadado, que asolaban las regiones costa y sur de Jalisco, fue el responsable directo que familias enteras se vieran obligadas a trasladarse de sus pueblos a las cabeceras municipales: Sayula o San Gabriel[9], incluso Guadalajara[10]. Miedo y muerte, escribe Vital, fueron las características de una región azotada por bandidos [1915-1921]. En busca de la exactitud del biógrafo, Vital es determinante: “si bien Juan Rulfo nació en Sayula, su lugar electivo fue Apulco”[11]. Hubo también una suerte de aureola negra sobre Sayula para que Rulfo contribuyera en la indefinición. Un “ripioso poema anónimo, lépero y desenfadado”, conocido como El ánima de Sayula, aseguraba que sus habitantes además de brutos son putos, no sólo los vivos sino los muertos también[12].

El abuelo materno, hacendado, Carlos Vizcaíno Vargas, construyó el puente sobre el río y la iglesia, dedicada a Nuestra Señora del Refugio. El abuelo materno visitará Roma por seis meses y sobrevivirá entre los descendientes un jarrón que compró y trajo del Vaticano[13]. Se cuenta la versión que perderá los pulgares en 1915 en manos del bandido Pedro Zamora, quien le exigió 50 mil pesos[14]. No será la primera y única vez que Zamora extorsione a la familia Vizcaíno Vargas. El abuelo paterno, licenciado Severiano Pérez Jiménez, fue hacendado también y padre de trece hijos: cinco mujeres y ocho varones. Mónica, la primogénita, y María Esperanza Victoria, murieron jóvenes, al igual que José Rubén y José Raúl. Jesús y David, por su parte, fallecieron ahogados al hundirse un barco. El trato y la correspondencia escrita entre Severiano y Juan Nepomuceno, padre e hijo, entre el abuelo y el padre de Rulfo, conduce esa habla directa que Rulfo trasladará a sus ficciones. ¿Qué clase de intercambios existen en Rulfo entre la oralidad parroquiana y la escritura? Una observación recurrente sobre la literatura de Rulfo es que los personajes rulfianos hablan una lengua cristalina o auténtica que nadie nunca ha hablado[15]. ¿Por qué se ha señalado en demasía esta contradicción? Hay en Rulfo transacciones, yuxtaposiciones, paradojas entre la oralidad y la escritura. Quería no hablar como se escribe, dijo Rulfo, sino escribir como se habla[16]. Según Cristina Rivera Garza: “Rulfo sabía oír, que es otra manera que sabía traducir”[17]. Hay en Rulfo la construcción de un lenguaje propio. ¿Cómo es posible que haya tanta realidad en aquellos fantasmas? ¿Cómo fue posible tal efecto literario? Tal concentración de prosa en los diálogos de Rulfo, ¿fue producto de un refinamiento auditivo y espíritu de síntesis? Sea lo que fuere, el embrujo de Rulfo hace creer que hay algo típico o puro en la lengua mexicana que se habla en comunidades campesinas o pueblos.

Abuelo paterno y padre de Rulfo hacen de la escritura de cartas parte importante de sus actividades cotidianas. A todo escritor, lo sepa o no, le adviene el oficio desde alguna parte. Muy a menudo asoma desde los lugares más próximos. Herencia de siglos, un mundo parroquiano que conocía el mundo de la escritura vía testimonios notariales y alegatos, quejas y proclamas, telegramas y recados, no sólo cartas[18]. “Eso manifiéstelo por escrito”, dice un personaje de un cuento de Rulfo[19].

Juan Nepomuceno Pérez Rulfo [1889-1923], grandote y bien parecido, le decían Cheno de cariño. Al igual que su futura esposa, María Vizcaíno Arias, provenía de Los Altos, Jalisco. Una región semicerrada, Los Altos, de pequeños propietarios de tierra, individuos de clara o directa ascendencia española. Fue asesinado cuando Rulfo tenía 6 años; un disparo por la espalda en una brecha rumbo a San Pedro Toxín, o San Pedro Totzin, Tolimán[20], el primero de junio de 1923[21]. Además del futuro escritor, dejará huérfanos a Severiano, el delfín, Francisco y Eva. María de los Ángeles, en cambio, no sobrevivió al nacimiento. En estricto sentido, Rulfo no lleva ni en el acta de nacimiento ni en la de bautismo su apellido poético. Le viene Rulfo del padre Cheno que le heredó su madre María Josefina Martina Rulfo. La metamorfosis de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Vizcaíno en Juan Rulfo, o Carlos Juan Nepomuceno Pérez Vizcaíno como consta en el acta de bautismo, será no sólo la invención de un nombre artístico sino el deseo de síntesis que caracteriza a su entera literatura.

Fue Guadalupe Nava Palacios, sostienen, quien jaló el gatillo de la 30-30[22]. Un disparo y una muerte. Una de esas balas largas 30-30 que quebraban el espinazo como si se rompiera una rama podrida[23]. “Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer, escribe Rulfo, sabiendo que la cosa donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta”[24]. Hubo un intento de Rulfo de especular una venganza en el cuento “Diles que no me maten”. Fue un cuento que apareció por primera vez en la revista América. Revista Antológica de Literatura en 1951[25]. Desde luego, la ficción compilada después en El Llano en llamas no es una reconstrucción de los eventos acaecidos sino una fantasía a partir de lo ocurrido. Aunque Rulfo cultivó la fotografía, se ha repetido que el escritor de ficciones no es un fotógrafo de la realidad, en el sentido naturalista del término. Consumido por el tiempo, Justino Nava saldará las cuentas pendientes por haber asesinado a Guadalupe Terreros, su viejo amigo. Compadre que le mató a uno de los animales de Justino Nava que inquirían alimento en las tierras de Terreros. Fuera del territorio de la finca de los Pérez Rulfo, dicen, nadie apreciaba a don Cheno. Un hombre muy limpio, el padre de Rulfo, que vestía con camisa blanca, bien montado y con buenas armas. No era hacendado, precisa Alberto Vital, sino un laborioso, un buen administrador de la hacienda. El hijo menor del escritor, el cineasta Juan Carlos Rulfo, dirigió un documental en busca de las pistas del abuelo Cheno y de los rastros del asesinato con base en las versiones o los recuerdos de los entonces peones, aún sobrevivientes, de una hacienda fantasma[26]. Entre que el hacendado veía por ellos y entre que los cuereaba, las opiniones difieren. Fue quizá un pique añejo por la invasión de unos animales a los potreros de la finca el móvil del asesinato que cometió Guadalupe Nava, hijo del presidente municipal de Tolimán[27]. Avalentonado por el mezcal, cuentan los sobrevivientes, Guadalupe Nava se le personó a don Cheno e intercambió con él. Al lado de un arroyuelo, la brecha se reducía a un paso unipersonal. En deferencia a don Cheno, Guadalupe Nava lo dejó pasar primero y el peón que los acompañaba se adelantó en seguida para abrir una tranca del camino. Fue cuando Nava disparó el arma en algún confín de San Pedro Tolimán. ¿Por qué escribió Juan Rulfo? La muerte violenta del padre es quizá una respuesta plausible[28].

Circunstancial pero de modo preciso, la Cristiada le puso en las manos de Rulfo los primeros libros. La primera revolución cristera se desarrolló principalmente en los estados de Jalisco y Colima, Zacatecas y Guanajuato, Michoacán y Querétaro. El desencuentro entre la Iglesia Católica y el gobierno en México quizá puede datarse desde la expulsión de los jesuitas. La guerra más sangrienta entre mexicanos duró tres años [1855-1858] y tuvo como móvil las restricciones que los gobiernos liberales impusieron al desproporcionado, casi omnipotente, poder de la Iglesia Católica. En un país preponderantemente católico, empero, ¿hasta dónde pueden ser tolerables los tentáculos de la Iglesia Católica? ¿Cómo encauzar los intereses religiosos y los laicos en una sociedad parroquiana o indígena, tradicional en suma, que aspira a “modernizarse”? ¿Qué será de localidades o de pueblos que no han sido, y no pueden ser, sino religiosos? ¿Cómo resolver los inminentes conflictos? El desencuentro entre las partes es más bien regional pero de larga data. La constitución de 1917, por lo demás, delineó artículos decisivos que antepusieron la rectoría del estado frente a cualquier interés religioso o particular. Prologado el anticlericalismo por el gobierno de Álvaro Obregón, el de Plutarco Elías Calles [1924-1928] decretó que por cada 10 mil habitantes debía de haber un cura. Maestro rural de cepa, Elías Calles fue toda su vida política un anticlerical radical, pero sus últimos días personales fue un religioso[29]. Edificada mediante disposiciones penales contra los curas, fue la llamada Ley Calles el fósforo que incendió otra vez los llanos. Pueblos enteros de regiones enteras se levantaron en armas. Obligó la Cristiada a los habitantes de los pueblos pequeños a concentrarse en las cabeceras municipales. La familia Pérez Vizcaíno se trasladó de Apulco a San Gabriel, llamado Venustiano Carranza hasta 1993, cabecera del municipio del mismo nombre. La Cristiada, dice Rulfo, se caracterizó por el saqueo de las partes en pugna: federales y cristeros. Unos y otros quemaban casas, violaban mujeres y achicharraban pueblos. Ambos bandos practicaban el deporte de colgar cadáveres en los árboles[30]. Y fue particularmente hostil con la familia Pérez Vizcaíno, arrancándoles todo lo que podían arrancarles. No sólo. Envueltos en el conflicto guerrillero y religioso, los tíos se enfrentaban entre sí. Cuenta Rulfo que uno mataba a otro y el pariente, en venganza, se encargaba de liquidar al primer ejecutor. Un familiar, después, se empeñaría en borrar de la faz de la tierra al asesino[31]. Una escaramuza sangrienta que recuerda a la que protagonizaron las familias Hatfields & McCoys en los Estados Unidos de posguerra de secesión. Una rebelión, la cristera, azuzada por las mujeres. Matriarcal dice Rulfo. Las madres, las esposas o las hermanas, cuenta Rulfo, cuestionaban el honor de los hombres. ¿No vas a defender la suprema causa de Dios?[32] Los llanos ardieron porque las mujeres los calentaron. Más aún: lo hicieron porque las mujeres precisamente traficaban el parque.

El párroco de San Gabriel, Ireneo Monroy, dirigía el Colegio de las Josefinas y administró el curato entre 1917 a 1934, ubicado justo en frente de la casa de los Pérez Vizcaíno. Cuando los federales lo ocuparon como cuartel, el cura había mudado clandestinamente el curato a la casa vecina, detrás de la parroquia, y vivió escondido entre la familia Pérez Vizcaíno. Antes de enrolarse a la Cristiada, además, el cura trasladó la entera biblioteca compuesta más por libros profanos que religiosos, pues el cura se hacía pasar por censor y se encargaba de recoger los libros de aquellas bibliotecas de las familias de los pueblos[33]. Formó parte de la rebelión cristera la suspensión del culto público y la clausura de los colegios religiosos. Conllevó la suspensión de los primeros estudios de Rulfo en el convento de las monjas Josefinas. Encerrado en la casa de San Gabriel y escuchando balazos, Rulfo se consumió los días leyendo novelas durante todo un año[34]. Su abuela materna, Tiburcia Arias Vargas, archi católica, se opuso al ingreso de los niños Severiano y Rulfo en un colegio laico; tras un año, Rulfo abandonó el convento en San Gabriel y fue inscrito por decisión de su tío Vicente Vizcaíno en el colegio Luis Silva, entonces orfanatorio, en Guadalajara en 1927. A los hijos de la clase pudiente en la capital de Jalisco, dice Rulfo, los internaban en el orfanato como castigo y represalia porque en realidad fungía como correccional[35]. Este tránsito lo distancia a Rulfo de las zonas que se levantaron en armas. Alejada de sus dos hijos mayores, según testigos, María Vizcaíno vio de cerca por lo menos dos veces al asesino Guadalupe Nava en San Gabriel[36]; endeble, al poco tiempo muere de su pena en noviembre de 1927. “¿Y a ti quién te mató, madre?”, se inquiere un joven Pedro Páramo[37]. Fue la tristeza lo que a sus treinta y dos años consumió a María Vizcaíno. Llena de bondad, escribe Rulfo, no resistió y reventó su corazón[38].

A la edad de diez, ¿cómo un niño reconstruye un mundo que se ha desmoronado en pedazos? La misma cuestión puede reformularse y arrojársela al futuro: ¿por qué escribió Juan Rulfo? Así como ocurrió con el asesinato del padre, la viuda de Pérez Rulfo se metamorfoseará en otra figura pilar de su literatura: Susana San Juan y Justina, Eduviges, Damiana y Dorotea de Pedro Páramo[39]. Todos estos personajes femeninos se han quedado sin su hombre.

Hasta los quince años Rulfo permaneció confinado en el colegio Luis Silva. Contrastó, dice Rulfo, la pura soledad[40]. Desde luego la formación católica, monacal para las mujeres, le allega el silencio y la Biblia, un modo trascendental de leer el mundo íntimo, hondo y misterioso. ¿Cómo puede comprenderse el mundo interior o el mundo de los otros sin palabras? Fue el historiador Marc Bloch quien dijo que la Biblia no era sino un compendio de contar historias, de narradores amantes del pasado. Un colegio cuya estructura arquitectónica le ofreció asimismo a Rulfo imágenes y ángulos de vista. ¿Aquí anidó el gusto de Rulfo por la fotografía? El espacio arquitectónico del colegio, asimismo, le ha puesto a Rulfo el interés por la arquitectura. No es menor, además, que el colegio contara con una antigua tradición entre los internos de ensayar el género del cuento. Así, dentro de un recinto silencioso, propicio para la concentración, Rulfo seguramente experimentó sus primeras incursiones en la narrativa breve entre 1927 y 1932[41].

Quiso Rulfo matricularse en la Escuela Preparatoria de Jalisco, adscrita a la Universidad de Guadalajara, pero una huelga estudiantil hacia finales de 1932 la mantuvo cerrada. Elevado al máximo tono de un “match intelectual”, la disputa entre Antonio Caso y Vicente Lombardo Toledano [1933] por la orientación de la educación impartida por el estado no se zanjó sino hasta el término del gobierno de Manuel Ávila Camacho [1940-1946]. Un presidente que se autonombró católico en público pero no fanático al inicio de su mandato. El filósofo Caso defendía una educación de libre cátedra frente al credo de Vicente Lombardo Toledano, admirador de la Unión Soviética y viajero frecuente a Moscú, que giraba sobre una “educación socialista”, encumbrada bajo el materialismo histórico. Ideologizada en suma. La querella no sólo puso en tensión al espectro de la enseñanza universitaria, pues el debate tuvo lugar en la Universidad Nacional, sino se expandió a la escena pública y nacional. Conquistada en 1929, la autonomía de la Universidad Nacional favoreció a los argumentos de Caso, gracias también a la pericia del rector Gómez Morín. Liquidó el conflicto en la máxima casa de estudios pero se propagó en universidades importantes como la de Guadalajara. Consagrada en la constitución en los últimos días de Elías Calles, la “educación socialista”, secundada por el gobierno de Lázaro Cárdenas, estaba para muchos a un paso de fomentar el ateísmo. Sin proponérselo, por lo demás, avivaba el rescoldo que dejó la primera Cristiada. Una segunda Guerra Cristera, sin embargo, prendió sólo en Durango, novelada por Antonio Estrada, descendiente directo de uno de los cristeros caídos[42]. Bastión puro del catolicismo, Jalisco, la huelga estudiantil se alargó cuatro años en los recintos de la Universidad de Guadalajara y terminó hasta 1936.

Por decisión de Tiburcia Arias, quien predecía que Rulfo sería sacerdote, Rulfo fue ingresado al seminario conciliar en Guadalajara el 20 de noviembre de 1932. Muy cerca del apagón de la primera rebelión cristera, muchos seminarios y seminaristas operaban en la clandestinidad; Rulfo entre ellos. Alberto Vital, el biógrafo de Rulfo, sugiere que Rulfo se benefició artísticamente hablando en dos sentidos por lo menos en el seminario. Descubrió el universo del Quijote y estudió métrica latina. Se potenciará Rulfo en el paso del verso a la escritura en prosa. Más aún. Una vena añeja de religiosidad lo nutrió no sólo a Rulfo, desde luego, sino a su entera literatura. El espíritu de Rulfo, digamos, afín con la cosmovisión del cristianismo católico. Entre otras, la certeza de las almas en pena, la existencia del mal o las dimensiones sin tiempo ni espacio: la esperanza y la justicia, la posibilidad del bien. Con sabor a Freud, el placer y la permanente represión que el placer desencadena. Los pilares de una civilización. ¿Por qué Juan Rulfo es un buen escritor? Una potente cosmovisión cristiana católica, empero, que la Cristiada para Rulfo ha resquebrajado.

La experiencia en el seminario conciliar duró poco (1932-1934). Clausuradas las puertas en Guadalajara, Rulfo viajó a la Ciudad de México. ¿Qué es lo que Rulfo descubre de la capital del país? ¿Cómo es la Ciudad de México en aquella época? ¿Quiénes lo apoyan? ¿Cómo vive? ¿Dónde se instala? Con miras a estudiar derecho, carrera típica para el advenimiento de un intelectual[43], Rulfo intentó matricularse en la Escuela Nacional Preparatoria, pero no le revalidaron los estudios previos. ¿Cuál fue el motivo? De tal suerte que Rulfo sólo concluyó oficialmente los estudios secundarios, aunado a un curso en contabilidad que obtuvo en el último año del Colegio Silva. El rechazo de la institución escolar, sostiene Alberto Vital, le refuerzan los hábitos autodidactas: la pasión por la geografía, la historia y la antropología mexicanas[44]. No sólo. Intuye Rulfo que la crisis que experimenta de muchacho, la de su familia y la de la escuela, ese “mundo oscuro y cerrado”[45], está vinculada de algún modo con las posturas que ensangrentaron durante mucho tiempo a una nación.

Coquetea los dieciocho años y viaja Rulfo. “Desamparado y solo”[46], escala cerros y explora. Camina Rulfo en Apulco y en San Gabriel, en Sayula y en Tuxcacuesco. Se interna incluso en Colima, pegadita con el sur de Jalisco. “A estas piernas flacas que tanto les gusta caminar y se soltaron caminando”[47]. Rulfo se aleja, si bien lo convocan de regreso los hermanos y su abuela en Apulco, las librerías y los espacios arquitectónicos en Guadalajara, la Facultad de Filosofía y Letras en la Ciudad de México. Desiertos, volcanes y lagunas. Cielos expandidos y montones de nubes. Pueblos, parroquias y veredas. Rutas y caminos polvorientos. Gente viva, costumbres y modos de hablar. Montañas y valles, mares y selvas. Ríos y ciudades. Las tardes crepusculares y la luna. Antes que Rulfo se adentre de lleno y para siempre en el mundo del trabajo, Rulfo es un viajero de tiempo completo por lo menos dos años enteros [1934 a 1936]. Despilfarró Rulfo en viajes lo que le habían dejado[48]. El viaje fomenta las fotos y las fotos captan los lugares de los viajes. ¿En busca de qué va Juan Rulfo? ¿De un punto de vista? ¿De un lenguaje propio? ¿Tras la herencia oral hecha de siglos? Rulfo viajó con una cámara fotográfica y el viaje para Rulfo fue una experiencia decisiva. Estructural, como suelen decir los sociólogos. “Tránsito” es el nombre de uno de sus personajes de un cuento que trata precisamente sobre el ir y el venir, sobre la migración condenada hacia el Norte[49]. ¿No fue el de Rulfo el testimonio literario de aquellas fuerzas modernizadoras que desencadenaron los exilios internos de México?

Fue Cristina Rivera Garza la que se tomó muy en serio una preocupación de Ricardo Piglia sobre las condiciones materiales de escritura. Una idea fértil la de Piglia para entender más de cerca, o de otro modo, a la historia de la literatura y a la literatura misma. ¿En qué condiciones materiales escribió Juan Rulfo? Ya no son las preguntas metahistóricas que Jean Paul Sartre identificó para cualquier escritor: por qué, para qué y para quién escribir. En torno a las condiciones materiales de escritura, se trata de una doble dimensión precisa. En efecto, escribe Piglia, “entre vivir la vida y contar la vida hay que ganarse la vida”[50]. En una introspección que el propio Rulfo confiesa a su entonces novia Clara Aparicio, Rulfo avanza una conjetura futura sobre sí mismo: si lo hubieran dejado rico, hubiese sido Rulfo un borracho en auto que atropella a gente[51]. También se concibió Rulfo como un futuro librero en Guadalajara[52]. El gusto y cuidado por los libros, empero, lo llevará a desempeñarse como editor de libros de antropología cuando su obra personal estaba consumada. Desenfrenado y amante de los libros, ¿puede un artista auto retratarse de otro modo? Además de los libros, Rulfo amó las fotos y también la música clásica y religiosa, medieval y barroca.

Lo cierto es que Rulfo comenzó a trabajar desde 1937 como archivero en la Secretaría de Gobernación. ¿Cómo llegó Rulfo a los anaqueles de esta Secretaría? El entonces subsecretario de Guerra y Marina, general Manuel Ávila Camacho, pidió un acomodo para Rulfo[53]. El coronel David Pérez Rulfo, tío paterno del escritor, fue un colaborador cercano y fungió como jefe de algunas dependencias de gobierno. David Pérez Rulfo será diputado y contenderá para la gubernatura de Jalisco. Ávila Camacho tuvo una relación con los altos y con los bajos de Jalisco mucho más allá de lo anecdótico. Fue comisionado por aquellos lares para combatir a los cristeros, pero en Sayula y en Atotonilco el Alto Ávila Camacho se conquistó el cariño de sus enemigos, pues “era noble y magnánimo con los espías”[54]. En Sayula conoció y se casó en rigurosa ceremonia religiosa con su futura esposa. Ávila Camacho, en suma, concedió la amnistía a los cristeros mucho antes que fuese una salida negociada entre la Iglesia y el gobierno.

Lo fichan en Gobernación a Rulfo. Fecha de nacimiento, 16 de mayo de 1917. Lugar de nacimiento, Sayula. Estatura, 1,70. Color, blanco. Pelo, castaño. Amplitud de la frente, mediana. Cejas, escasas. Ojos, café oscuro. Nariz, recta. Boca, grande. Señas particulares, ninguna a la vista. ¿Qué clase de archivos? ¿Qué está clasificando? ¿Qué es lo que está leyendo?

En Gobernación, antes bien, conoció Rulfo al guanajuatense Efrén Hernández. Allá en 1936 o 1937 lo descubrió Hernández a Rulfo escribiendo por las noches en la oficina de Migración. Dice Rulfo que Hernández, “el jefe”, le enseñó el camino y por dónde. Alberto Vital, el biógrafo de Rulfo, sostiene que la relación que se estableció entre Rulfo y Hernández fue decisiva. Una profunda amistad, muy cerca la relación entre un maestro y el discípulo. Según Vital, la relación entre Rulfo y Hernández semejó la relación que se estableció entre el vanguardista Macedonio Fernández y Jorge Luis Borges[55]. Un árbol escueto, escribe Rulfo, fue lo que las tijeras podadoras de Hernández hicieron con él[56]. Trece años mayor que Rulfo, Hernández lo alentó a continuar con la novela[57]. Había sido un poeta Hernández de ánimo irónico, ligado a la concepción que la ficción es la realidad que importa [“Tachas”, 1928]. ¿Un vanguardista Hernández? Lo cierto es que la digresión y no la anécdota fue el hilo narrativo de los textos de Efraín Hernández[58]. Murió prematuramente [1904-1958]. Desde luego, Hernández debió de haber conocido borradores de cuentos, quizá largos pasajes de El hijo del desaliento, primera novela de Rulfo que Rulfo destruyó. ¿Cuánto tiempo le tomó a Rulfo escribir esta novela? Trasladó Rulfo a la ficción las altas y las bajas del termómetro de su desaliento[59], de los cúmulos de su soledad. ¿Por qué la desechó? Era retórica, alambicada, decía Rulfo[60]. Intentó Hernández sin éxito la publicación de algunos capítulos de la novela en Romance, que dirigía el poeta español Juan Rejano. Activo miembro de la revista América, fundada en agosto de 1940, empero, Hernández facilitó la publicación de fotografías de Rulfo y algunos cuentos que compondrán más adelante El Llano en llamas en la revista antológica América. Fueron publicados en ésta: “La vida no es muy seria en sus cosas” [núm. 40, 1945] y “Macario” [1946]. “Es que somos muy pobres” [núm. 54, 1947] y “La cuesta de las comadres” [núm 55, 1948]. “Talpa” [núm. 62, 1950], “El Llano en llamas” [núm. 64, 1950] y “Diles que no me maten” [núm. 66, 1951]. Siete cuentos de Rulfo. Escritor de cuentos y productor de imágenes, sugiere en su novela-ensayo Cristina Rivera Garza, nacieron más o menos al mismo tiempo[61]. ¿Un artista visual Juan Rulfo?

Tras un breve periplo clasificando expedientes de migrantes, se desempeña Rulfo como agente de inmigración a partir de 1941. Quizá fue otra vez su tío, el teniente coronel David Pérez Rulfo, miembro del Estado Presidencial de Ávila Camacho, quien lo recomendó al departamento de Migración. Como agente de migración Rulfo perseguía a ilegales. No agarró, dice Rulfo, a ninguno[62]. Fueron meses muy activos en Migración antes y durante la declaración de guerra por parte de México a los países del Eje [1942]. Reconcentraban a los alemanes, italianos y japoneses que residían en las costas y en las fronteras para después ubicarlos en las ciudades del interior. Arrestaban a presuntos espías y, de paso, los enviaban a Estados Unidos. Los vientos internos, empero, no eran nada favorables para aquellos propósitos porque había en México simpatía por los alemanes y los italianos. José Vasconcelos, a punto de editar Timón, entre ellos. La capital del país y la de Jalisco serán los centros de operación por los que transita y viaja regularmente el agente Juan Rulfo. El medio para ganarse la vida no le impide a Rulfo continuar de algún modo con los viajes.

Se traslada Rulfo a Guadalajara en 1941. Es un año crucial para los días personales del jalisciense. Descubre en un restaurante a una joven once años menor que él que lo cautiva. La espía el agente Juan Rulfo. La sigue, averigua dónde vive y a qué se dedica. Un buen día en el café Nápoles se le persona a Clara Aparicio, quien será su futura novia, esposa y madre de sus cuatro hijos[63]. Fue hasta octubre de 1944, empero, que Rulfo le envió la primera carta escrita. Cartas de amor, todas ellas, que muestran a un Rulfo enamoradizo y juguetón, poético y privado. Una joya documental que Clara viuda de Rulfo decidió abrir al público atento a partir del año 2000. En Guadalajara entabla una amistad con Juan José Arreola y Antonio Alatorre, quienes editaban la revista Pan, financiada por el político católico Efraín González Luna. Fueron publicados en Pan “Nos han dado la tierra” [núm. 2] y “Macario” [núm. 6], ambos de 1945. Regresa a la Ciudad de México ese año y se instala definitivamente en la capital en 1946. Por eso pudo frecuentar Rulfo las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras cuando se ubicaba en la casa de los Mascarones en la avenida San Cosme de la colonia Santa María la Ribera. Se había inscrito en un club alpinista “Everest”, que lo llevarán a la exploración de cerros y volcanes del centro del país. Y frecuentaba a un grupo de literatos “más locos que él”, autonombrado Concordia: reuniones en un restaurante del mismo nombre. Y ahí alguien le habló de las teorías de Kant y de la posibilidad de tomar clases en la Facultad[64]. ¿A quién escucha? Para la época se dice que en la Facultad de Filosofía y Letras no se impartían propiamente clases sino se ofrecían conferencias. Un género, la conferencia, de gran peso en la tradición intelectual mexicana que se refinó con la generación del Ateneo: los sobresalientes Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, Antonio Caso y José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán. Entre otros, Rulfo atiende en Mascarones a los hermanos Antonio y Alfonso Caso, al marxista Vicente Lombardo Toledano y a Justino Fernández, prestigioso historiador del arte precolombino y colonial.

Sale Rulfo de la Secretaría de Gobernación y se incorpora a la compañía Goodrich Euzkadi. ¿Cómo llega Rulfo a la compañía de llantas? Demandó Rulfo un favor a su tío Phelan Rulfo y funge en seguida como capataz de obreros. Los días para Rulfo no sólo son penosos sino largos y extenuantes. No resiste. Hay en Rulfo una crítica puntual a los intersticios de la fábrica:

Ellos no pueden ver el cielo. Viven sumidos en la sombra, hecha más oscura por el humo. Viven ennegrecidos durante ocho horas, por el día o por la noche, constantemente, como si no existiera el sol ni las nubes en el cielo para que ellos las vean, ni aire limpio para que ellos lo sientan. Siempre así e incansablemente, como si sólo hasta el día de su muerte pensaran descansar.

Te estoy platicando lo que pasa con los obreros en esta fábrica, llena de humo y de olor a hule crudo. Y quieren todavía que uno los vigile, como si fuera poca la vigilancia en que los tienen unas máquinas que no conocen la paz ni la respiración. Por eso creo que no resistiré mucho a ser esa especie de capataz que quieren que yo sea. Y sólo el pensamiento de trabajar así me pone triste y amargado[65].

Si se observa de cerca, Rulfo se aproxima a uno de los críticos latinoamericanos más furibundos de los efectos nocivos del maquinismo en el hombre: Ernesto Sabato. Rulfo no le ha oído ni el nombre porque el físico argentino se estaba haciendo un escritor de ensayos y ficciones en la clandestinidad. Escribe Sabato en 1951:

Los patronos, o el Estado Patrono, buscaron la forma de aumentar el rendimiento mediante la densificación de la labor humana: cada segundo, cada movimiento del operario, fue aprovechado al máximo y el hombre quedó finalmente convertido en un engranaje más de la gran maquinaria capitalista o estatal (.) He ahí el triste fin del hombre renacentista. La máquina y la ciencia que orgullosamente había lanzado sobre el mundo exterior, para dominarlo y conquistarlo, ahora se vuelven contra él, dominándolo y conquistándolo como a un objeto más. Ciencia y máquina se fueron alejando hacia un olimpo matemático, dejando sólo y desamparado al hombre que les había dado vida. Triángulos y acero, logaritmos y electricidad, sinusoides y energía atómica, extrañamente unidos a las formas más misteriosas y demoníacas del dinero, constituyeron finalmente el Gran Engranaje, del que los seres humanos acabaron por ser oscuras e impotentes piezas[66].

Amaga Rulfo con la renuncia y Phelan Rulfo le ofrece opciones. Ventas. Elige el departamento donde puede respirar. Es literal. Rulfo se convierte en un agente que viaja a lo largo y a lo ancho del país vendiendo llantas. ¿Y cómo le va a Rulfo con las llantas? Se vendían solas, dice Rulfo[67]. ¿Quién estaba interesado en adquirir neumáticos? Luis Spota respondió de algún modo la pregunta con una frase breve y crítica que llegó incólume hasta nosotros: se bajó del caballo y la Revolución se trepó al Cadillac. El año de arribo de Rulfo a la Goodrich Euzkadi, en efecto, coincide con el de Miguel Alemán al poder. ¿Cómo nombrarlo? ¿Contrarrevolución? ¿Neoporfirismo? ¿Abogansterismo? En célebre ensayo intitulado “Crisis de México” en Cuadernos Americanos de 1947 —lo que le valdrá amenazas del gobierno—, Daniel Cosío Villegas lo había sentenciado como la “muerte de la Revolución”. Los seis años de Ávila Camacho no habían sido sino un paraje previo al giro abrupto. Alberto Vital, el biógrafo de Rulfo, se cuida en formas y nombra de “liberal conservadora” al vuelco en manos de Ávila Camacho. Se ajusta el biógrafo al lenguaje políticamente correcto como su biografía. ¿Ya no era posible estirar más el arco de la Revolución? De manera paradojal Cárdenas fue el primero en creerlo y en su momento desechó al radical Francisco José Múgica: su lógico sucesor y viejo amigo, alma ideológica de los artículos radicales de la constitución y pieza clave también de la expropiación petrolera. Los ecos carrancistas revolaron la decisión de Cárdenas. ¿Cuántos años quieren que dure esta guerra? Mano derecha de Cárdenas, sin embargo, Ávila Camacho enfrió y para siempre el último estertor de la Revolución. El arribo de Miguel Alemán Valdés en 1946, terminada una guerra mundial, fue el primer ladrillo sólido de una maquinaria, o serie de regímenes junto con su ideología, que se nombró revolucionaria sin serlo. No es que no la haya habido antes pero la palabrita entró en escena de la mano de Alemán: industrialización. Y otras que acompañaron el elenco: productividad, irrigación y tecnología. Propiedad privada y apertura a la americanización de las inversiones y de la vida nacional. Vehículos y carreteras, presas y aeropuertos. La urbanización galopante y la Ciudad de México como la geografía más clara de esta “modernización”. Todo junto se amontó en lo que Roger Hansen llamó más adelante “milagro mexicano”. Más aún: todo aquello se desarrolló a la manera de series extensas de negocios turbios, inmorales también, encabezados por el “presidente empresario” y sus amigos. Quedaban fuera de este cuento, desde luego, los pobres, que eran campesinos tradicionales y conformaban la mayoría de la población. Para muchos de ellos la única salida a la vista fue arracimarse en las ciudades o internarse hacia el Norte. Fue el cine de la “época de oro” [1935-1955], empero, quien sí trató con los pobres pero reducidos a las actuaciones en pantalla.

Buena parte de las cartas a Clara fueron escritas en el transcurso de 1947. Durante este año Rulfo tiene ya en la cabeza Pedro Páramo cuyo título tentativo fue Una estrella junto a la luna[68]. Los murmullos y Los desiertos de la tierra fueron posteriores títulos provisorios. Quizá desde antes Rulfo la ha venido escribiendo en la cabeza. Por lo dicho hasta aquí, hay en la trayectoria de los días personales de Rulfo, aunado a los días nacionales que corren, la materia prima con la que se alzarán sus ficciones. En el ajetreo de la Goodrich Euzkadi Rulfo carece de tiempo y de libertad. Ausencia de tranquilidad, digamos, para lidiar con una novela. Quiere escribir Rulfo lo que aún no ha podido. Mantiene tensión entre los deseos escriturales y los deseos personales: un mejor salario, una mejor residencia y la posibilidad de iniciar un matrimonio. Rulfo ha cumplido la treintena de años en 1947. Aún no posee Rulfo, además, todos los recursos estéticos o literarios que se obtendrán, empero, con la escritura de los cuentos. Las cartas a Clara son un testimonio indiscutible que Rulfo necesitaba el amor de Clara Aparicio para escribir. Son los cuentos, dice Rulfo[69], la antesala para arribar a la novela. ¿Cuánto puede demorar la escritura de un cuento? ¿Una noche? ¿Una semana? ¿Un año entero? “Luvina”, dice Rulfo, ha creado la atmósfera de lo que viene. Una serie de cuentos que tardan en escribirse, con toda precisión en publicarse [1945-1953], lo que durará la primera temporada del priismo: el sexenio de Miguel Alemán [1946-1952].

Si el alemanismo le ha dado un giro abrupto a la Revolución, los cuentos de Rulfo se han preguntado por aquellos sin nombre o sin rostro que aún la inquieren. Si el alemanismo se alzó en la gran metrópoli, los de Rulfo escarbaron las zonas secas, inhóspitas, llenas de polvo. Si Alemán se confió ciego al futuro promisorio, los de Rulfo se adentraron en el pasado, inmediato y profundo. Si Alemán buscó la americanización de la vida nacional, los de Rulfo recrearon la nacionalidad mexicana. Si el alemanismo fue una fiesta inmoral cuyos invitados exclusivos fueron los ricos, los de Rulfo fueron hechos por un escritor que no se prestó al juego de la promoción literaria. Si Alemán le apostó a una “modernidad” galopante y sin escrúpulos, los de Rulfo escarbaron el rencor vivo abrevado de los días y de siglos. Si el alemanismo fue un régimen envilecido, los de Rulfo bebieron de religiosidad. Si el de Alemán fue un gobierno que encumbró a los universitarios o los “licenciadillos”, los de Rulfo se aferraron en personajes que perdieron hasta el nombre de sus pueblos. ¿Por qué Juan Rulfo un buen escritor? Un escritor es también un testigo de una época.

¿Escapó Rulfo a la relación que se instituyó entre el intelectual y el Estado en el siglo veinte? ¿Cuándo inició este siglo para los intelectuales? A la manera como lo conciben los historiadores franceses, el siglo veinte fue también un siglo corto que inició con Regeneración [1908] pero terminó con el movimiento estudiantil en 1968. Una relación de conveniencias mutuas la que hubo entre ambos bandos a lo largo del siglo. ¿Cómo puede definírsele al intelectual? El margen para el sustento autónomo del intelectual ha sido frágil en México. ¿Qué clase de circuitos alternos hubiesen sido posibles? ¿El mercado de libros? ¿Los periódicos? ¿Las revistas? ¿Los suplementos culturales? ¿Las regalías de las publicaciones? ¿Los premios? ¿Las traducciones? ¿Las conferencias? Todos los intelectuales importantes, entiéndase también los escritores que vinieron con y después de la Revolución, han necesitado, requerido o aceptado, de algún modo o de otro, el presupuesto gubernamental para las posibilidades futuras de la obra. Una dependencia que sufre el intelectual de la nómina del Estado. Un salario cuya importancia no reside desde luego en las quincenas sino en el ofrecimiento de tiempo. No era nada nuevo. Las luminarias del Ateneo de la juventud: Pedro Henríquez Ureña y Antonio Caso, Alfonso Reyes y José Vasconcelos, también Martín Luis Guzmán, buscaron invariablemente el apoyo del porfirista Justo Sierra, ministro de educación[70]. Un puestito a menudo en los despachos de algún confín o de algún satélite de la Secretaría de Relaciones Exteriores para lidiar aparte con la obra. ¿Era inevitable? ¿Pudo haber sido de otro modo? La Revolución, dicho sea de paso, necesitó siempre del intelectual o del escribiente para la manufacturación de las proclamas, los pactos y los manifiestos, la correspondencia y la redacción del ideario. De los secretarios de los caudillos se produjeron las crónicas o las ficciones más personales que heredó la Revolución. La fiesta de las balas fue un encabezado al interior de El águila y la serpiente [1928] con el que Martín Luis Guzmán poetizó la mano dura del villismo.

Enrique Krauze ha observado que tras el desmoronamiento del régimen de Madero, el de Huerta se llenó de intelectuales[71]. Madero les sustrajo las pequeñas chambas y puestos secundarios, becas o subvenciones. ¿Eran razones suficientes para apoyar a Huerta? Tras la monumental cruzada educativa que emprendió más adelante Vasconcelos en el régimen de Obregón, quizá Vasconcelos fue el único en aventurarse de manera radical: del poder de su pluma, removedor de consciencias desde el periódico El Universal, al ejercicio del poder. Apoyada por universitarios y los llamados sectores de la clase media, la candidatura presidencial de Vasconcelos en 1929 no fue suficiente para sacar de la escena a Plutarco Elías Calles.

Desde luego, el exilio fue un modo de escaparse a la relación de las conveniencias mutuas: el caso de Alfonso Reyes, exiliado profesional. Martín Luis Guzmán durante un tiempo, más de una vez Vasconcelos. Manuel Gómez Morín y Vicente Lombardo Toledano, intelectuales posrevolucionarios de primera línea, no lo fueron por su obra escrita sino por su laboriosidad política. Daniel Cosío Villegas, por el contrario, no participó exclusivamente del afán de crear instituciones pero su legado sí se alzó a partir del ensayo y de la investigación histórica. Para su biógrafo, Enrique Krauze, Cosío Villegas fue ante todo un “empresario cultural”. Jaime Torres Bodet y Agustín Yáñez, por su parte, usaron sus posiciones en el gobierno para promover publicaciones y los proyectos intelectuales de otros escritores. Por aquella época un desconocido tercer secretario en la embajada de México en París publicaba en Cuadernos Americanos de Jesús Silva Herzog unos ensayos agrupados después en El laberinto de la soledad. Corría el año de 1950 y su autor era un desconocido Octavio Paz. Afincado el alemanismo, sin embargo, la oficina de gobierno, o los salones universitarios, fueron, como en el porfiriato, los dos páramos principales para la cabida de los intelectuales. Aunque han sido casi siempre mentores de políticos, el top de los intelectuales mexicanos ha alcanzado a intervenir la orientación de la política de los gobiernos posrevolucionarios, pero no fue siempre y no es lo típico. Sufren los intelectuales en México, en suma, una dependencia estructural del Estado[72].

Si las conveniencias mutuas caracterizaron la relación entre el Estado y la intellegentsia en el corto siglo veinte, la renuncia de Paz a su cargo por la matanza estudiantil ensombreció el modo natural de dicha relación y abrió la brecha de la autonomía del intelectual. Según Arturo Azuela, el nieto del autor de Los de abajo, Rulfo participó en marchas en el 68 e hizo declaraciones contra los militares que no dudaron en amenazarlo[73].Tras el trágico 68, no renunciaron a sus cargos, debe notarse, Jesús Reyes Heroles ni Antonio Carrillo Flores. Tampoco Silvio Zavala ni Roberto Usigli ni Agustín Yáñez. ¿Escapó Rulfo a la relación que se instituyó entre el intelectual y el Estado en el corto siglo veinte?

Asfixia la Goodrich Euzkadi a Rulfo. Testimonió que durante los años que trabajó para la empresa de llantas estaba cansado física y mentalmente. Cinco años trabajando catorce horas diarias sin descanso, incluso días feriados y domingos. “Ya no quiero ser esclavo ni un minuto más —le escribe Rulfo a Clara— de un ambiente contrario a todos los colores del alma”[74]. No le impidió a Rulfo, empero, colaborar con textos breves y fotografías sobre historia y arquitectura en la guía Caminos de México, una publicación turística sobre carreteras, editada por la llantera. ¿Qué propósitos perseguían estas publicaciones de la Goodrich Euzkadi? Buscaban rivalizar con el ferrocarril, encumbrado en tiempos de don Porfirio, y popularizar el uso del automóvil, símbolo material de la “modernización alemanista”[75]. ¿Fue el publicista Juan N. Pérez Vizcaíno un agente más del ambicioso “proyecto modernizador” que encabezó Alemán? ¿Un proyecto que su literatura contradijo? ¿Un empírico Juan N. Pérez V. en tensión con el escritor Juan Rulfo? Fue cuando dejó el puesto de agente de ventas y pasó al departamento de publicidad.

Debió esperar Rulfo la postulación de una beca que le concedió el extinto Centro Mexicano de Escritores, fundado en 1951 por la novelista estadounidense Margaret Shedd. Acaecida en 2006, la del Centro Mexicano de Escritores fue una muerte tal que no causó paradojalmente ni frío ni calor entre los propios escritores de nuestra época. ¿Una fundación privada en México, el Centro Mexicano de Escritores, que apoyó a escritores entre veinte y cuarenta años de edad? Una rareza, ciertamente, porque la empresa privada en México ha sido tradicionalmente “inculta, conservadora, clerical y antiintelectual”[76]. Integraban el consejo literario del Centro, entre otros, Julio Torri, Agustín Yáñez, presidido por Alfonso Reyes, “un sol declinante en las letras mexicanas”[77]. La primera beca del Centro [1952-1953] fue quizá la coyuntura de Rulfo para mandar a la Goodrich Euzkadi a la chingada[78] y renunciará a la “industria pesada” en diciembre de 1952. Al inicio de éste, sin embargo, Rulfo editó el número 194 de Mapa. Revista de Automovilismo y Turismo, órgano de la Asociación Automovilística Mexicana. Más aún: firmó con seudónimo una monografía con fotografías sobre Metztitlán, Hidalgo. Según Víctor Jiménez, escribe el biógrafo de Rulfo, Alberto Vital, llegó a escribir Rulfo 400 textos de diversa extensión. Textos que entrelazaron documentación histórica, conocimiento arquitectónico y experiencia de viaje[79]. Muchas líneas escritas que escribió Rulfo fueron pensadas para el turista tripulante de autos. ¿Un talento en bruto, el de Rulfo, orientado al público pequeñoburgués? Con la beca del Centro Mexicano de Escritores que empezó a correr en septiembre de 1952, pudo Rulfo escribir otros relatos compilados después en El Llano en llamas y otros cuentos bajo el cuidado del Fondo de Cultura Económica, dirigido en ese entonces por Arnaldo Orfila Reynal. Fueron dados a conocer por primera vez: “El Hombre”, “En la madrugada” y “Luvina”. “La noche que lo dejaron solo”, “Acuérdate” y “No oyes ladrar los perros”. “Paso del Norte” y “Anacleto Morones”. 7 cuentos inéditos.

El Centro Mexicano de Escritores había sido respaldado financieramente durante los primeros quince años por la Fundación Rockefeller. Además de las becas, el Centro desarrollaba un variado espectro de actividades. Funcionaba en primer lugar como un taller literario: un modo importado de los talleres escriturales de Estados Unidos sobre cómo fichar a escritores o sobre cómo gestionar la escritura. Alentaba las traducciones del español al inglés y participaba activamente con editoriales y medios de cultura estadounidenses. Y difundía la literatura mexicana o latinoamericana en Estados Unidos y Europa. Renovó Rulfo el apoyo del Centro [1953-1954] para avocarse otra vez de tiempo completo en la escritura de Pedro Páramo. ¿Para quién escribe Juan Rulfo? Para la época, por lo demás, ¿cuánto representaban los 182.50 dólares mensuales de la beca Rockefeller? Para la época, por lo demás, ¿a cuánto equivalían con una devaluación que sufrió el peso en 1954? Como todos sabemos fue Pedro Páramo la primera y última novela que lo catapultará como una máxima expresión del siglo veinte. No fue la opinión, empero, de la generación de Rulfo. Ricardo Garibay y Eduardo Elizalde, Antonio Alatorre y Alí Chumacero, escritores coetáneos de Rulfo, no fueron los lectores felices de Pedro Páramo[80]. Junto con Rulfo, fueron becarios del Centro Mexicano de Escritores Garibay y Chumacero de la generación 1952-1953. Garibay había pensado que los de Rulfo eran cuentos de “campesinos larvarios, acomodaticios, de entraña folklórica y populachera, y nada más”[81]. Fue de la primera edición de Pedro Páramo por parte del Fondo de Cultura Económica un tiraje de dos mil ejemplares y mil vendidos durante los primeros cuatro años tras la aparición de la novela el 19 de marzo de 1955. Hacía poco que el Fondo había incorporado la literatura a su catálogo de libros, compuesto fundamentalmente por sociología, estética y economía; una editorial, el Fondo, de presumible impacto inmediato. Los otros mil, cuenta Rulfo, los regalaba a quienes se la pedían[82]. Con una compilación de cuentos de por medio, ¿cuál habrá sido la primera experiencia de un lector anónimo que el mar de las publicaciones le ha puesto en sus manos páginas adelantadas de la novela en revistas Las Letras Patrias, Universidad de México o Dintel[83]? La primera vez para los escritores y los lectores siempre es difícil. ¿Cómo se leyó a Rulfo? ¿Cómo debió de haberse leído? Financiado en su momento por fondos extranjeros, la excepcionalidad del Centro Mexicano de Escritores puso en suspenso la relación natural entre el Estado y los intelectuales. Sin el Centro Mexicano de Escritores, ¿hubiera sido posible el resto de El Llano en llamas o Pedro Páramo?

Lector asiduo de las teorías conspirativas, Patrick Iber difundió recientemente en una nota de blog que el Centro Mexicano de Escritores fue financiado en los años de 1960 por la Farfield Foundation, una fachada de la Central Intelligence Agency[84]. Buscaban los fondos de la CIA, según Iber, impulsar a escritores que opacaran el peso de los escritores comunistas como Pablo Neruda. Suena a cosa fácil, automática. Una “guerra cultural”, escribe Iber, como parte integrante, y no menor, de la Guerra Fría[85]. En riguroso razonamiento aristotélico, Iber concluye que el salario de Rulfo que percibió del Centro Mexicano de Escritores en su calidad de asesor por la misma época fue costeado con los fondos de la CIA. Más aún, le ayudaron en la adquisición del terreno y de la casa de campo en Chimalhuacán-Chalco. Un lugar tranquilo, alejado del bullicio de la capital, para que Rulfo escribiera. El propio Patrick Iber pondera su nota, “amarillista y difamatoria” según Heriberto Yépez[86], que los fondos traspasados por la Farfield Foundation apenas representaron el 2 por ciento del presupuesto. Fueron un rotundo fracaso, además, los propósitos de política cultural, escribe Iber, porque si se trataba de contrarrestar a los escritores comunistas financiando a otros escritores (¿anticomunistas?), fueron becados escritores de izquierda. Entre otros, Fuentes, Poniatowska, Monsiváis. Por lo demás, ¿qué efectos políticos sugiere la lectura de Rulfo? Quizá Patrick Iber, la CIA o no sé quién creyó fácil trasladar la recepción de Rulfo mediante la lectura política de su literatura. Frente a las recurrentes oposiciones entre literatura nacional o literatura cosmopolita, o entre literatura comprometida o literatura de evasión, el debate real es si la literatura es buena o es mala. Si es buena, todos los efectos posibles se disparan en la posterioridad. El extraño fenómeno de la diáspora del sentido. Como el relámpago, se origina en las tinieblas.

Es cierto que Juan Rulfo publicó sólo dos libros y renunció a ensanchar la obra personal. Días de floresta, el segundo libro de cuentos y la segunda novela, La cordillera, fueron proyectos inacabados, quizá perdidos o sólo intitulados. Acaso sólo aludidos, inexistentes. Tal vez fueron respuestas ficticias a la pregunta recurrente e incisiva sobre el por qué dejó de escribir Juan Rulfo. Más bien. Lo que pasaba era que Rulfo trabajaba, afirmó Rulfo en España en víspera del Premio Príncipe de Asturias. En efecto, después del período fructífero en el Centro Mexicano de Escritores, tuvo Rulfo empleos en la Comisión del Papaloapan y en el Instituto Nacional Indigenista. Se expresría aún, empero, como artista visual, la hipótesis de Cristina Rivera Garza. Alejado de la promoción literaria, en efecto, se expresó aún por medio de la fotografía y con la edición de libros de antropología cuando se desempeñó en un departamento de publicaciones en el Instituto Nacional Indigenista [1962-1986]. El silencio fue su última palabra como autor de ficción. Lo que pasaba era que. En efecto. Juan Rulfo.

*

Con motivo de los cincuenta años de publicado El Llano en llamas, la editorial RM, llamado a sí mismo editor autorizado de la obra del jalisciense, publicó en 2003 Noticias sobre Juan Rulfo de Alberto Vital. Un filólogo formado en Alemania que escribió la biografía autorizada sobre Rulfo. La segunda versión de la biografía apareció en 2016, azar de los años que coincidió para alcanzar el brindis de la conmemoración del centenario del nacimiento del escritor en 2017. Se celebró en 2005, además, el cincuenteno de Pedro Páramo con La recepción inicial de Pedro Páramo. 1955-1963 de Jorge Abraham Zepeda[87]. Fue originalmente una tesis de maestría y publicada como libro un año anterior. Edificada por Hans Robert Jauss, la teoría de la recepción ha apuntalado vetas por las que los estudios sobre literatura han alcanzado vida nueva y han exigido nuevos horizontes. La Fundación Juan Rulfo y la Editorial RM en 2015 publicaron una compilación de 18 ensayos sobre la novela Pedro Páramo a 60 años de su aparición original en 1955[88]. A propósito de la conmemoración de los 30 años del fallecimiento del escritor en 2016, la mancuerna Fundación y Editorial RM volvieron a imprimir El Llano en llamas, Pedro Páramo y El gallo de oro. Un texto ficcional, este último, que tuvo el destino de convertirse en guión de cine y publicado como novela corta por la editorial Era en 1980. Tres textos que componen, en suma, el fuerte de la obra ficcional bajo una edición conmemorativa[89]. Desde luego, el editor autorizado ha publicado las fotografías de ferrocarriles y las montañas de Oaxaca. Las Cartas a Clara y un par de estudios fundamentales, ensayísticos y biográficos.

¿Se ha convertido la Fundación y la Editorial RM en el “Estado” de la “sociedad rulfiana”: todos aquellos lectores y escritores que Rulfo convoca? Cuando la escritora Cristina Rivera Garza (Heroica Matamoros, 1964), afincada en Houston, Estados Unidos, publicó su novela-ensayo sobre Rulfo, Había mucha niebla o humo o no sé qué [2016], presentada después en la Feria del Libro y la Rosa que organizó la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM en el mes de abril de 2017, la Fundación decidió unilateral y sorpresivamente su salida[90]. Declaró “difamatoria” la novela de Rivera Garza y exigió la remoción del nombre y la imagen del jalisciense en cualquier evento de la Feria[91]. Lo que pasó fue que Rivera Garza en su novela aludió acríticamente, digamos, a la financiación de Rulfo por la CIA y a la compra del terreno y de la casa de Chimalhuacan Chalco. Al término de la segunda beca del Centro Mexicano de Escritores, Rivera Garza se concentró en el período en el que Rulfo se desempeñó en la Comisión del Papaloapan entre 1956 y 1957, que construyó la presa Miguel Alemán. Además de una intensa actividad como fotógrafo y en reportes de investigación para la comisión, participó Rulfo del reacomodo de chinantecos y mazatecos de la zona del Valle de Soyaltepec, Oaxaca. Cuando se escribe reacomodo, sugiere Rivera Garza, debe leerse “desalojo o expulsión”[92]. No una tragedia sino la inevitabilidad. “Tal vez, como el ángel de Benjamin —continúa Rivera Garza—, Rulfo hubiera querido detenerse, pero al par del ángel de la historia tampoco podía dejar de ser arrastrado por el viento del progreso que le enredaba las alas”[93]. La Fundación, con sus declaraciones y su salida, no sólo censuró a la escritora sino a la Universidad Nacional. ¿Qué deseaba la Fundación? No fue la primera vez. Víctor Jiménez, quien preside la Fundación Juan Rulfo, cuestionó la “autoridad” sobre Rulfo de Juan Antonio Ascencio, Leonardo Martínez Carrizales y Sergio Martínez Mena[94]. En realidad despotricó Jiménez contra ellos y la Casa de Humanidades de la UNAM, que había invitado a los autores, canceló aquella vez un evento sobre Rulfo. Hace tiempo, dicho sea de paso, la Fundación expresó sus propósitos: “hay actos que se realizan sin organización en los que en ocasiones alguien ‘se hace pasar por especialista en la obra de Rulfo y sólo denigra su imagen’. Queremos saber lo que se hace, no para controlar o frenar las iniciativas, sino para canalizarlas o dirigirlas mejor”[95]. Una frontera, lo observa muy bien Roberto García Bonilla, que se difumina entre la crítica y la censura[96].

En rueda de prensa encabezada por los munícipes de Sayula, de San Gabriel y de Tuxcacuesco, anunciaron en conjunto en 2016 la llamada “Ruta Juan Rulfo” para el año 2017. Se incorporaban con ello a la conmemoración de los cien años del natalicio del escritor[97]. Tres municipios de la región sur de Jalisco donde nació y creció Rulfo y sirvió posteriormente para ambientar sus ficciones. Una apuesta por la cultura, dijeron los presidentes municipales, como una palanca para el “crecimiento económico y social” del sur del estado. Una fórmula imprecisa, a saber. Los usos literalmente productivos de la cultura escrita. ¿Ha habido alguna iniciativa semejante, rutas turísticas que recreen los pasos y los paisajes, los momentos y los espacios por donde anduvieron Faulkner, Borges u Onetti? ¿No es la literatura un acto antagónico con la realidad? Un amigo mío que viajó no hace mucho a Dublín, sin embargo, me habló de la existencia de la ruta James Joyce.

Me escribe Hernández: “Hay una ruta, al menos de la que yo tengo cuenta, pero es la de Ulises. Hay una celebración, me parece que a mediados de junio, justo el día que ocurrió en el libro, que sigue la ruta de Leopoldo Bloom o el Odiseo de Joyce. Si no me equivoco hay hasta un mapa de Nabokov. Una “Ciudad de Escritores” es de lo que presume ser la ciudad de Dublín. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura la tiene catalogada como ciudad de la literatura, pero tú sabes que los criterios para asignar los títulos son a veces bastante extraños. Creo que otras tres o cuatro ciudades también tienen ese título. Y no están ni en Francia ni en Rusia. Por el tubo hay una conferencia de Borges sobre Joyce, seguro ya la viste. Hay una parte donde hace mención al Finnegans Wake y al Ulises. Uno sucede durante toda la noche y el otro durante todo el día. Cuando llegué a Dublín era de noche. El autobús me dejó en el centro y no sabía para dónde ir. Como que ya me estaba angustiando porque no había gente y estaba perdido. De pronto me tope con un personaje. De sombrero y gafas, recargado sobre una pierna y sobre un bastón. Era James Joyce, la estatua. Creo que más allá de la ciudad lo particular son las personas, ya lo habíamos comentado. Me sorprendieron”[98].

La Ruta Rulfo suma un trayecto de 67 kilómetros cuya inversión en infraestructura urbanizará zonas enteras de los tres municipios. Las puertas a la inversión privada, aseguraron los del ejecutivo municipal, estarían abiertas a la hotelería, los restaurantes y la industria del tequila.

En su crónica “Jalisco: entre la precariedad y el miedo”, Darwin Franco Migues sostiene que se halla al sur de Jalisco el bastión de una poderosa organización criminal[99]. Negocios enteros sirven de fachada del narcotráfico. Lo mismo ocurre con las autoridades locales, que suelen coludirse con los narcotraficantes. Según Franco Migues, el grueso de las amenazas a los periodistas proviene paradojalmente de los funcionarios públicos, indistintamente de la filiación partidista. Se pone en riesgo la vida al reportar la región y los negocios, la política y los intereses. No tiene el periodismo local margen de maniobra: el silencio, la autocensura, la vista gorda. Señalado por Franco Migues, Cristian Rodríguez Pinto justamente reporteó la Ruta Rulfo a propósito del centenario del natalicio. Intituló al reportaje “El llano sigue en llamas… pero las autoridades lo niegan”. Lo dio a conocer originalmente el portal Aristegui Noticias, medio informativo que no pagó el reportaje, dice Franco Migues, pero le aseguraron que le darían visibilidad[100]. La precariedad laboral es otro miedo que se ha expandido en el periodismo de los estados. El tema de la violencia, su ejercicio extremo, es el fenómeno incólume, vivo, dilatado. El Llano sigue bajo fuego, como una suerte perpetua. Rulfo narró e intentó con algunos de sus relatos descifrar de algún modo un tipo de violencia que azoló la región de su tiempo: los escarnios posteriores a la Revolución que se alargaron hasta el término de la guerra cristera. Hombres acostumbrados al saqueo, la violación y el asesinato. ¿Qué clase de fenómeno es que “El Llano en llamas” hable tan claramente en los primeros lustros del siglo XXI? En el cuento “El Llano en llamas”, que le dio el título final al libro de cuentos, “ahí está todo lo que hay que saber y sentir sobre la violencia heredada de México”[101]. Es porque la literatura son muchas posibilidades abiertas. Un libro, postulaba Borges, es una relación infinita de relaciones. Toda literatura, además, está en relación con los temores y las fobias de un pulso en el tiempo, con las fuerzas subterráneas u oscuras que muchas veces son categóricas, aunque invisibles o negadas.

Fuera de los años de la niñez, empero, Rulfo aseguró que la violencia que tratan algunos de sus relatos es una creación literaria[102]. Quiere decir, con ello, que su literatura no se propuso el tratamiento realista de los personajes de la Revolución ni los de la Cristiada. Desde luego, ecos revolucionarios o cristeros conviven en sus ficciones pero no fue esta violencia histórica, materia prima del historiador, la que alzó su literatura. Eran los tiempos, señor, le decía Abundio Martínez al hijo errante de Doloritas Preciado[103]. Y, sin embargo, las disposiciones a la violencia que le preocuparon sobremanera a Rulfo son otra vez las que han incendiado el Llano en nuestros tiempos. Desde luego, debió salir de la violencia el Llano Grande hace mucho[104]… pero no lo hizo.

NOTAS
[1] Roberto García Bonilla, “Rulfo y sus críticos”, en Letras Libres, el 5 de mayo de 2017. [En línea]
[2] Roberto García Bonilla, “Rostros biográficos de Juan Rulfo”, en Siempre. Presencia de México, 12 de julio de 2012. [En línea]
[3] Puede verse el discurso de ingreso de Juan Rulfo en el sito de la Academia Mexicana de la Lengua. [En línea].
[4] Gerardo Cárdenas, “Una carta de amor o no sé qué”, en MediaIsla.net, el 26 de julio de 2016. [En línea].
[5] Ricardo Piglia, “Sobre Cortázar”, en Crítica y ficción, Buenos Aires, Random House, 2014. [Formato Kindle].
[6] Joaquín Soler Serrano, “Entrevista a Juan Rulfo”, en A fondo, programa de televisión de la RTVE España, el 17 de abril de 1977. [En línea].
[7] Ibídem.
[8] Héctor Abad Faciolince, “El sufragio de las almas”, en Letras Libres, el 17 de mayo de 2017. [En línea].
[9] Alberto Vital, “Capítulo 1 (1917-1927)”, en Noticias sobre Juan Rulfo. La biografía 1762-2016, México, Fundación Juan Rulfo & RM Editorial, 2017, pp. 49-52.
[10] Ibídem, p. 63.
[11] Ibídem, p. 57.
[12] Roberto García Bonilla, “Un tiempo suspendido. Cronología de la obra y la vida de Juan Rulfo”, tesis de maestría en Letras, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2007, pp. 40-41.
[13] Juan Rulfo, “Carta XLVII”, en Cartas a Clara, México, Editorial RM & Fundación Juan Rulfo, 2017, p. 181. [Carta fechada el 16 de noviembre de 1947].
[14] Roberto García Bonilla, “Un tiempo suspendido”, op. cit., p. 36.
[15] Carlos Monsiváis, “Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX”, en Historia general de México, México, El Colegio de México, 2006, p. 1030.
[16] Citado en Roberto García Bonilla, “Un tiempo suspendido”, op. cit., p. 62, nota al pie 3.
[17] Gonzalo León, “Rulfo sabía oír”, en Eterna Cadencia, el 30 de agosto 2017. [En línea].
[18] Alberto Vital, “Capítulo 2 (1928-1943)”, en Noticias…, op. cit., p. 132.
[19] Juan Rulfo, “Nos han dado la tierra”, en Obra Juan Rulfo. El Llano en llamas. Pedro Páramo. El gallo de oro, México, Fundación Juan Rulfo & Editorial RM, 2017, p. 114.
[20] Cristian Rodríguez Pinto, “El llano sigue en llamas… pero las autoridades lo niegan”, en Aristegui Noticias, el 14 de mayo de 2017
[21] Alberto Vital, “Capítulo 1 (1917-1927)”, en Noticias…, op. cit., p. 30.
[22] Juan Carlos Rulfo, El abuelo Cheno y otras historias, cortometraje, Instituto Mexicano de Cinematografía & CONACULTA, 1995. [En línea].
[23] Juan Rulfo, “El Llano en llamas”, en Obra Juan Rulfo, op. cit., p. 83.
[24] Juan Rulfo, “Diles que no me maten”, en ibídem, p. 99.
[25] Elías Canetti, Premio Nobel del 81, testimonió al final de su vida que no conoció cuento «más perfectamente construido, más conmovedor y más entrañable». Véase César Güemes, “Rulfo abordó la muerte sólo en su escritura”, en La Jornada, el 23 de septiembre de 2003.
[26] Juan Carlos Rulfo, El abuelo Cheno, op. cit.
[27] Héctor Abad Faciolince, “El sufragio de las almas”, op. cit.
[28] Este asesinato, sostiene Felipe Cobián, engendró una de las creaciones de las letras más fascinantes en la Hispanoamérica actual. Véase Roberto Bonilla, “Rulfo y sus críticos”, en Letras Libres, op. cit.
[29] Enrique Krauze, “Reformar desde el origen: Plutarco Elías Calles”, en Biografía del poder. Caudillos de la Revolución mexicana (1910-1940), 2ª ed., México, Tusquets Editores, 1997, pp. 309-387.
[30] Luis González y González, “La revolución cristera (1925-1932)”, en Pueblo en vilo, 3ª ed., México, El Colegio de México, 1979, pp. 175-217.
[31] German Dehesa, “Conferencia sobre Juan Rulfo”, en el Museo de Historia Mexicana, Nuevo León, el 28 de noviembre de 1997. [En línea].
[32] Joaquín Soler Serrano, “Entrevista a Juan Rulfo”, op. cit.
[33] Ibídem.
[34] Alberto Vital, “Capítulo 1 (1917-1927)”, en Noticias, op. cit., p. 95.
[35] Joaquín Soler Serrano, “Entrevista a Juan Rulfo”, op. cit.
[36] Alberto Vital, “Capítulo 1 (1917-1927)”, en Noticias…, op. cit., p. 94.
[37] Juan Rulfo, “Pedro Páramo”, en Obra Juan Rulfo, op. cit., p. 197.
[38] Juan Rulfo, “Carta III”, en Cartas a Clara, op. cit., p. 27. [Carta fechada el 9 de enero de 1945, Distrito Federal]
[39] Alberto Vital, “Capítulo 1 (1917-1927)”, en Noticias…, op. cit., p. 66.
[40] Juan Rulfo, “Carta XX”, en Cartas a Clara, op. cit., p. 82. [Carta fechada el 9 de mayo de 1947, Distrito Federal].
[41] Alberto Vital, “Capítulo 2 (1928-1943)”, en Noticias…, op. cit., p. 116.
[42] Antonio Estrada, Rescoldo, 6ª ed., México, Jus, 2011.
[43] Roderic A. Camp, “Los patrones de las carreras”, en Los intelectuales y el Estado en el México del siglo XX, México, Fondo de Cultura Económica, 1995, pp. 141-169.
[44] Alberto Vital, “Capítulo II (1928-1943)”, en Noticias…, op. cit., p. 127.
[45] Juan Rulfo, “Carta III”, en Cartas a Clara, op. cit., p. 27. [Carta fechada el 9 de enero de 1945, Distrito Federal].
[46] Ibídem.
[47] Juan Rulfo, “Carta XVI”, en ibídem, p. 67. [Carta fechada el 21 de marzo de 1947, Distrito Federal].
[48] Juan Rulfo, “Carta XXI”, en ibídem, p. 85. [Carta fechada el 26 de mayo de 1947, Distrito Federal].
[49] Juan Rulfo, “Paso del Norte”, en Obra Juan Rulfo, op. cit., pp. 121-128.
[50] Citado en Cristina Rivera Garza, “Lo que nos pertenece”, en Había mucha neblina o humo o no sé qué, México, Random House, 2016. [Formato Kindle].
[51] Juan Rulfo, “Carta XXI”, en Cartas a Clara, op. cit., p. 85. [Carta fechada el 26 de mayo de 1947, Distrito Federal].
[52] Juan Rulfo, “Carta III”, en ibídem, p. 27. [Carta fechada el 9 de enero de 1945, Distrito Federal]. Véase también Juan Rulfo, “Carta XXVI”, en ibídem, p. 109. [Carta fechada el 27 de junio de 1947, Distrito Federal].
[53] Roberto García Bonilla, “Un tiempo suspendido”, op. cit., p. 67.
[54]Enrique Krauze, “Manuel Ávila Camacho. El presidente caballero”, en La presidencia imperial. Ascenso y caída del sistema político mexicano (1940-1996), 4ª ed., México, Tusquets Editores, 1997, p. 39.
[55] Alberto Vital, “Capítulo II (1928-1943)”, en Noticias…, op. cit., p. 148.
[56] Citado en Francisco Castillo Díaz, “Una aproximación a la cuentística de Efrén Hernández”, tesis de licenciatura en Letras, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 1996, p.55.
[57] Francisco Medina, “A cien años del nacimiento de Juan Rulfo”, en AlMomentoMX, el 16 de mayo. [En línea].
[58] Cristina Rivera Garza, “II. El experimentalista”, en Había mucha neblina…, op. cit. [Formato Kindle].
[59] Juan Rulfo, “Carta XLIII”, en Cartas a Clara, op. cit., p. 170. [Carta fechada el 17 de octubre de 1947].
[60] Juan Soler Serrano, “Entrevista a Juan Rulfo”, op. cit.
[61] Cristina Rivera Garza, “II. El experimentalista”, en Había mucho neblina…, op. cit. [Formato Kindle].
[62] Juan Soler Serrano, “Entrevista a Juan Rulfo”, op. cit.
[63] Juan Carlos Rulfo, Del olvido al no me acuerdo, México, Instituto de Cinematografía & Media Luna Producciones, 1999. [En línea].
[64] Juan Rulfo, “Carta XIV”, en Cartas a Clara, op. cit., pp. 61-62. [Carta fechada el 5 de marzo de 1947].
[65] Juan Rulfo, “Carta XII”, en ibídem, p. 51. [Carta fechada a fines de febrero de 1947. Distrito Federal].
[66] Ernesto Sabato, Hombres y engranajes. Reflexiones sobre el dinero, la razón y el derrumbe de nuestro tiempo, Buenos Aires, Emecé Editores, 1951, pp. 55; 61-62.
[67] Juan Soler Serrano, “Entrevista a Juan Rulfo”, op. cit.
[68] Juan Rulfo, “Carta XXII”, en Cartas a Clara, op. cit., p. 92. [Carta fechada el 1 de junio de 1947. Distrito Federal].
[69] Silvia Lemus, “Entrevista a Juan Rulfo”, en Programa de TV Espejo de escritores, México, Instituto Nacional de Bellas Artes, 1985.
[70] Susana Quintanilla, “Nosotros”. La juventud del Ateneo de México. De Pedro Henríquez Ureña a Alfonso Reyes a José Vasconcelos y Martín Luis Guzmán, México, Tusquest Ediciones, 2008.
[71] Enrique Krauze, “Miguel Alemán. El presidente empresario”, en La presidencia imperial, op. cit., p. 149 y ss.
[72] Roderic A. Camp, “El servicio del Estado”, en Los intelectuales…, op. cit., p. 288, nota 16.
[73] Arturo Azuela, “Juan Rulfo, una ‘biografía cálida’ de 29 años de amistad, en Excélsior, el 4 de marzo de 2012. [En línea].
[74] Juan Rulfo, “Carta LXXV”, en Cartas a Clara, op. cit., p. 273. [Carta fechada el 12 de octubre de 1949. Jalapa, Veracruz].
[75] Enrique G de la G, “Juan Rulfo para turistas”, en Letras Libres, el 12 de abril de 2012. [En línea].
[76] Citado en Roderic A. Camp, “Academias e instituciones culturales”, en Los intelectuales…, op. cit., p. 202.
[77] Alberto Vital, “(Capítulo 3. 1944-1954)”, en Noticias…, op. cit., p. 212.
[78] “Entrevista a Juan Rulfo”, en ibídem, pp. 400-401.
[79] Alberto Vital, “(Capítulo 3. 1944-1954)”, en ibídem, pp. 206 y ss.
[80] Kathia Millares y Ana Sofía Rodríguez, “Pedro Páramo: elogios y diatribas”, en Nexos, el 22 de marzo de 2015. [En línea].
[81] Roberto García Bonilla, “Un tiempo suspendido”, op. cit., p. 102.
[82] Joaquín Soler Serrano, “Entrevista a Juan Rulfo”, op. cit.
[83] Francisco Medina, “A cien años del nacimiento de Juan Rulfo”, op. cit.
[84] Patrick Iber, “How the CIA Bought Juan Rulfo Some Land in the Country”, en S-USIG. Society for US Intellectual History, el 13 de marzo de 2014. [En línea].
[85] Véase Geney Beltrán Félix, “¿Dinero de la CIA para Juan Rulfo?”, en Confabulario. Suplemento cultural de El Universal, el 5 de abril. [En línea]
[86] Heriberto Yépez, “Rulfo, un académico y la CIA”, Milenio.com, el 5 de abril de 2014. [En línea].
[87] Francisco Medina, “A cien años del nacimiento de Juan Rulfo”, op. cit.
[88] Notimex, “Lanzan edición conmemorativa de ‘Pedro Páramo’ ”, en El Universal, el 9 de septiembre de 2015. Ver también Juan Carlos Talavera, “Autores revisan la obra ‘Pedro Páramo’, de Juan Rulfo”, en Excélsior, el 1 de septiembre de 2015.
[89] Notimex, “Lanzan ediciones especiales para conmemorar a Juan Rulfo”, en El Universal, el 15 de febrero de 2016.
[90] Redacción, “La fundación Juan Rulfo deja Fiesta del Libro de la UNAM”, en El Universal, el 6 de abril de 2017.
[91] Cristina Rivera Garza, “Carta a mis lectores”, en Langosta literaria (leyendo a contracorriente), el 7 de abril de 2017. [En línea]. Ver también: Redacción, “Rivera Garza responde a censura de Fundación Juan Rulfo”, en El Universal, el 4 de abril de 2017.
[92] Cristina Rivera Garza, “III. Angelus Novus sobre el Papaloapan”, en Había mucha neblina…, op. cit. [Formato Kindle].
[93] Ibídem. Y continúa Cristina Rivera Garza: «Rulfo no sólo fue el testigo melancólico del atrás que la modernidad arrasaba a su paso, sino también, en tanto empleado de empresas y proyectos que terminaron cambiando la faz del país, fue parte de la punta de lanza de la modernidad corrupta y voraz que, en nombre del bien nacional, desalojaba y saqueaba pueblos enteros para dejarlos convertidos en limbos poblados de murmullos».
[94] Alida Piñon, “Rulfo no estará en la UNAM”, en Diario Monitor, 2 de agosto de 2006.
[95] Roberto García Bonilla, “Rulfo y sus críticos”, op. cit. Nota al pie de página 23.
[96] Roberto García Bonilla, “Un tiempo suspendido”, op. cit., p. 23.
[97] Notimex, “En 2017, Jalisco lanzará la Ruta Juan Rulfo”, en El Universal, el 24 de junio de 2016. [En línea].
[98] Correspondencia privada el 18 de noviembre de 2017.
[99] Darwin Franco Migues, “Jalisco: entre la precariedad y el miedo”, en Romper el silencio, eds. Alejandro Almazán, Emiliano Ruiz Parra y Daniela Rea, México, Brigada para Leer en Libertad, 2017, pp. 209-219.
[100] Cristian Rodríguez Pinto, “El llano sigue en llamas… pero las autoridades lo niegan”, en Aristegui Noticias, el 14 de mayo de 2017. [En línea].
[101] Héctor Aguilar Camín, “Los dos Rulfos”, en El País, el 16 de mayo de 2017. [En línea].
[102] Juan Soler Serrano, “Entrevista a Juan Rulfo”, op. cit.
[103] Juan Rulfo, “Pedro Páramo”, en Obra Juan Rulfo, op. cit., p. 176. Véase también Fabienne Bradu, “Los cuadernos de Juan Rulfo”, en Vuelta, no. 218, enero, 1995, p. 36.
[104] Mónica Mateos-Vega, “La violencia descrita por Rulfo es un mundo ‘del que debió salir México hace mucho’ ”, en La Jornada, el 17 de mayo de 2017. [En línea].
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