El texto de Barthes es una reflexión en torno a la fotografía y su relación con la muerte tras la experiencia de perder a su madre. En el primer apartado, aclara que le interesa indagar en la fotografía como obra de sentido ontológico es decir, cuáles son sus rasgos esenciales al margen de las propuestas técnicas, de estilos o el afán estructuralista de la clasificación. ¿Cómo guiarse?
Para el autor la fotografía escapa de la ordenación por ser exterior al objeto mismo, no se conecta con su esencia porque los criterios (retóricos, estéticos, empíricos) pueden ser aplicados a otras manifestaciones visuales/representacionales, por eso considera que es inclasificable. ¿Cuál es la causa?
El reproducir lo que no podrá repetirse existencialmente que ocurre en una ocasión determinada y una sola vez (“esto”); la foto no puede salir del lenguaje deíctico de mostrar la contingencia. Su característica más destacable es no distinguirse de su referente, lo lleva consigo y ambos están marcados por esa inmovilidad. De la obstinación del referente (estar siempre ahí) surge la esencia que busca Barthes en su ejercicio de interpretación.
El autor expone su estado solitario frente a esta interrogación, que busca aminorar las influencias sociológicas y técnicas que pretenden explicar/clasificar la foto que retrata el cuerpo que él ama, ya que sólo ve el objeto deseado (el referente). De esta manera, su libro es llevado a un plano biográfico de un sujeto expresivo y a su vez crítico, que mezcla áreas de su formación (sociológico/semiológico/psicoanalítico) junto a un yo sensible que somete a prueba a la fotografía, sin reducirla a un sistema analítico rígido.
Desde este yo como medida del saber fotográfico, afirma que una foto puede ser objeto de tres prácticas: hacer (operator–fotógrafo), experimentar (fotografiado–el referente), mirar (spectador). Barthes se posiciona desde el sujeto que mira un referente (incluida sus propias imágenes) para desplazar el operator.
En una línea de interpretación psicológica, el autor se pregunta por la remezón que significa el ver el yo fotografiado debido a las implicancia que hay detrás: “el advenimiento del yo mismo como otro” (41) que transforma al sujeto en objeto. Cruzado por imaginarios que se implican y se deforman a la vez, entre las imágenes que creo que soy junto con las que construyen de mí los demás. Proceso que no concuerdan en un armado coherente sino que entran en tensión, la sensación de impostura del sujeto es el devenir en objeto que para Barthes es “vivir la microexperiencia de la muerte, convertirse en espectro” (46)
La posición del autor es de un spectador de un conjunto de fotografía que tienen sentido para él, por eso es un corpus netamente subjetivo, argumentos que apuntan a dar fuerza a una ciencia del sujeto que Barthes se pronuncia abiertamente. Buscar la esencia le permitiría guiarse por las operaciones de la fenomenología; sin embargo, esta teoría no da respuesta al deseo y al dolor porque lo esencial como parte de la foto no puede separarse de estos sentimientos que remecen su espíritu patético; por lo tanto, su reflexión es desde la herida.
Al observar el trabajo de Koen Wessing “el ejército patrullando por las calles de Nicaragua” (1979) Barthes comprende que hay una copresencia de dos elementos discontinuos que no pertenecen al mismo mundo (las monjas/los soldados), presiente una regla estructural a la medida de su mirada. Son criterios de ordenación del material como nexo entre la foto y la reacción experimentada por el sujeto al mirarla.
a) Studium: Es la presencia de la cultura de quien mira los signos que la remiten, donde la emoción es impulsada racionalmente por la cultura moral y política (lo codificado), ya que una foto es testimonio político, económico, social, etc.
El sentido codificado del studium se puede conectar parcialmente con el criterio propuesto por el mismo autor en “el mensaje fotográfico”(2). En este texto, la imagen fotográfica se define como una reproducción análoga de la realidad, ausente de elementos que se puedan considerar signos (mensaje sin código); sin embargo, existen en ella elementos retóricos (de composición, estilo, etc.) posible de funcionar de manera autónoma como mensaje secundario (lo connotado). El significante es generado por el operator y el significado (estético o ideológico) remite a la sociedad que recibe el mensaje, de ahí que lo connotado se analice según el autor, desde el plano de la producción y la recepción. Si bien el studium no es una definición exacta de lo planteado anteriormente, observo una conexión, ya que el studium supone dar con las intenciones del fotógrafo (implica el plano de la producción) y el spectador se conecta con estas intenciones en un acto de comprensión (la recepción)
b) Punctum: Divide el studium, es algo que sale de la escena para punzar el yo, perturbar el sujeto que mira (pinchazo, agujero, pequeño corte, casualidad), en algunos casos puede ser un detalle.
Barthes al referirse a las operaciones del operator, reconoce que este ejerce en nosotros “choques” con la finalidad de sorprendernos, gestos que nos son ajenos “el fotógrafo como un acróbata, desafía las leyes de lo interesante” (109). Son esas manifestaciones fotográficas que exponen la técnica, capta una escena rara, o bien la proeza de retratar un instante significativo cuyo valor es lo sofisticado de la foto. Otro tipo de fotografía que critica son los “rostros de tiempo” que constituyen testimonio de una sociedad y su historia de manera intencionada (por el operator); por ejemplo, el retrato de William Casby es la representación de la esclavitud que de alguna forma desplaza el sujeto retratado. Por último, las fotografías unarias que sólo transforman enfáticamente la realidad sin desdoblarla manteniendo su unidad (fotos de reportajes y pornografía). Este conjunto de producciones está ausente del punctum por la intención del operator que insiste en una causa de la presencia, pero desde la acera del spectador el detalle (punctum) es dado por la suerte, gratuitamente, no tiene una lógica que la encierre. “el punctum es, en cierto modo, entregarme” (103)
En esta fotografía de una familia negra norteamericana (1926) de Van Der, el studium es la expresión de familiaridad, la respetabilidad junto con demarcar la vestimenta según los atributos del blanco. El punctum para el autor, es el enorme cinturón de la mujer de pie, sus brazos cruzados y sus zapatos con tiras, que mueve en él gran benevolencia, casi ternura. Aquí advierte que el punctum es una fuerza de expansión a menudo metonímica que niega la intención construida por el fotógrafo.
En “disminuidos en una institución” (1924) de Lewis H. Hine, el autor no destaca el perfil monstruoso que forma parte del studium, más bien el detalle descentrado del inmenso cuello de la camisa del niño y el dedil de la joven. Por lo tanto, el studium es una codificación, busca atraer la mirada del spectador; sin embargo, el punctum es aquello que no puedo nombrar, o bien es evidente en el recuerdo, la visión directa perturba este encuentro con el yo. Barthes retorna entonces, a la imagen de la familia negra y corrige que el punctum en realidad no son los zapatos de tiras, sino el collar que es similar a una tía soltera que cargaba su tristeza. La subjetividad absoluta se consigue en el silencio: “la foto me conmueve si la retiro de su charloteo ordinario: “Técnica”, “Realidad”, “Reportaje”, “Arte”, etc.: no decir nada, cerrar los ojos, dejar subir sólo el detalle hasta la conciencia afectiva” (105).
Al final de este apartado, el autor no logra dar aún con la naturaleza de la fotografía, así decide que en el segundo capítulo va descender más en sí mismo para encontrar lo evidente.
II
Inicia el capítulo con el encuentro de las fotografías de su madre recientemente fallecida. El autor mientras la observa se da cuenta de la fatalidad que significa buscar su rostro entre esas imágenes, de la imposibilidad que la memoria pueda reestablecer la presencia del ser amado (se tropieza con fragmentos). Hasta que encuentra una fotografía del periodo de infancia, retratada cerca de un invernadero junto a su hermano cuando tenía cinco años (1898) “Observé la niña y reencontré por fin a mi madre. La claridad de su rostro, la ingenua posición de sus manos (…) En esa imagen yo veía la bondad que había formado su ser enseguida y para siempre sin haberla heredado de nadie” (123). Es el testimonio de lo esencial de su madre fuera de todo aquello que pudo haber constituido su vida, en tal espacio fotográfico existe aquello que únicamente perteneció a su presencia, es la huella que ratifica la existencia de lo-que-ha-sido, pero desde la desolación de quien mira como un sobreviviente que acoge la memoria de quien ha desaparecido: “muerta ella, yo ya no tenía razón alguna para seguir la marcha de lo Viviente superior (la especie)… Ya no podía esperar más que mi muerte total, indialéctica” (129)
Decide entonces, extraer su naturaleza a través de la interrogación de lo evidente, porque esa foto lo guía a un laberinto cuyo centro le pertenece en una relación romántica entre el amor y la muerte. Aclara que no exhibe esta foto porque sólo existe para él, en nosotros sería una manifestación visual que aplicaríamos el studium (leer su época, vestimenta, gestos, etc.) no abriría en nosotros una herida.
Según el autor, la foto tiene una relación co natural con su referente porque no se puede despegar de él, no puede negar que esa persona-objeto haya estado allí. Doble posición conjunta entre realidad y pasado que se reduce a lo esencial mismo. Por lo tanto, el noema de la fotografía es “esto ha sido” (lo intratable). Dicho de otra manera, lo que fundamenta la naturaleza de la fotografía es la pose, lo que queda ahí para siempre. Expresión distinta al cine que arrebata y niega la pose, debido al movimiento continúo de imágenes que alteran el noema. La foto es la reserva de algo que fue real y viviente y que se remite a un pasado que para Barthes se conecta con la muerte. Por lo tanto, la fotografía no puede rememorar el pasado ni restituir lo abolido, sólo es testimonio de “lo que veo ha sido”, en un sentido más metafísico ratifica lo que representa.
Postura que difiere con Bazin (3) que reflexiona desde una postura psicológica sobre el arte, para buscar el origen de las inquietudes humanas identificada por el autor como la necesidad de vencer el paso del tiempo. Es un texto que analiza la evolución del arte en general con relación a esta necesidad humana de escapar de la inexorabilidad del tiempo (23). Respecto a la fotografía, considera que libera a la pintura de su obsesión por lograr la semejanza con el referente, el carácter objetivo que la constituye permite regresar o más bien hacer presente en el tiempo y el espacio al objeto fotografiado. Es abrir una puerta a la posibilidad de superar la brecha temporal por la inmovilidad de la foto, que el autor lo metaforiza con el embalsamar el tiempo que evitaría la corrupción del cuerpo encerrado en el marco de la imagen.
La lectura de Barthes obliga a detenerse a reflexionar sobre la vida y la muerte, antes ubicada en el plano religioso, ahora parece instalarse en la fotografía en un sentido paradójico: producir muerte cuando quiere conservar la vida. En esta misma línea, advierte el autor otro punctum distinto del detalle, que no se ubica en la forma sino en la intensidad: es el Tiempo, es “el desgarrador énfasis del noema (esto-ha-sido), su representación pura.”(168)
El autor lo ejemplifica con la fotografía de Lewis Payne (1895) por Gardner. Este joven fue acusado por intentar asesinar a un alto funcionario del estado americano y condenado a morir en la ahorca. Para Barthes la foto y el retratado es bello (el studium). Pero el punctum es: va a morir. Manifiesta su muerte futura y descubrir esto causa el pinchazo en el autor. “yo leo al mismo tiempo esto será y esto ha sido; observo horrorizado un futuro anterior en el que lo que se ventila es la muerte” (169). Tal ejercicio es lo que descubre en la foto de su madre (¡ella va a morir!) por eso toda fotografía para Barthes carga una catástrofe.
En la interrogación a la fotografía del invernadero, se pregunta el autor ¿en qué es ella? Situación que a veces cree percibir, es así que se pregunta si una foto logra captar la identidad del sujeto, la respuesta es que está no logra parecerse a lo que representa (tal vez sólo al mito que se construye de él/ella), pero reconoce que fragmentariamente puede revelar cierta persistencia del linaje (los rasgos familiares). El linaje revela una identidad más fuerte que la civil y más tranquilizadora al pensar en el origen, ya que reflexionar en el futuro genera angustia.
Finalmente, el autor se rinde de poder atravesar la fotografía por la fuerza de su evidencia: a pesar de que prolongue la observación esta no enseña nada nuevo que únicamente su noema (esto-ha-sido). Para Barhes, la fotografía autentifica la existencia del ser ubicada en el aire, elemento que reconoce como suplemento de la identidad que no separa el sujeto de sí mismo (así y nada más), sin máscaras sociales ni roles que manifiesten algún valor, es una sombra que acompaña al cuerpo y que se revela como en la fotografía del invernadero. De esta manera, el autor cree haber encontrado la verdad de la fotografía total, que la grafica como la confusión de la realidad entre (esto ha sido) con la verdad (esto es), que se caracteriza por ser constante y exclamativa, así la fotografía se acerca a una “loca verdad”. La fotografía es la certeza inmediata del pasado de una cosa, un médium alucinante, falsa a nivel de percepción, verdadera a nivel de tiempo, y posteriormente dividida (no esta ahí, y el estuvo efectivamente ahí).
Si bien el autor cree imposible el apropiar la imagen del ser que perdió, de restituir lo abolido como ejercicio de la memoria, sí en el plano de la fotografía se puede lograr parcialmente con la constancia de la presencia y ausencia a su vez. El autor a lo largo del texto expresa el desgarro de no poder tocar el cuerpo que desea (la madre), espacio en que es posible comprender los planteamientos de Bazin sobre el embalsamar los cuerpos en la cultura egipcia, acto que busca conservar en parte la corporalidad de quien muere. Por eso el concepto de aire de alguna forma, responde a esta necesidad de recuperar la esencia del sujeto, de aquello incorruptible por el tiempo.
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