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Contemplar la locura: un encuentro entre Arredondo y Bataille.

por Paola Licea
Artículo publicado el 19/08/2020

Resumen
Cuando Platón expulsa a los poetas de la polis, la literatura y la filosofía pierden al mejor de sus aliados siendo ambas formas de pensar y experimentar el mundo que se complementan. En esta ocasión, la escritora Inés Arredondo y el filósofo Georges Bataille se unen para abordar la locura y sus nexos con el erotismo, la violencia y el éxtasis, características que no sólo consideran propias del hombre, sino que afirman su humanidad tanto como la racionalidad.

Abstract
When Plato expelled the poets from the polis, literature and philosophy lost the best of their allies, both being complimentary ways of thinking and experiencing the world. On this occasion, writer Ines Arredondo and philosopher Georges Bataille joined to address madness and its links with eroticism, violence and ecstacy. Such features are not only considered inherent of mankind, but also assure its humanity as well as rationality.

Palabras clave: Locura, éxtasis, goce.
Keywords: Madness, ecstasy, enjoyment.

 

1. Introducción
Uno de los principales retos a los que se enfrentan la filosofía occidental y la literatura contemporánea es conciliar la íntima relación que las une y que con el paso de los años se ha vuelto complicada y confusa. Estas dos disciplinas han abordado de distinta manera cuestiones fundamentales que tienen que ver con el sentido de la existencia; este esfuerzo compartido ha enriquecido los análisis en torno a temas fundamentales para el hombre a lo largo de su historia. En este tenor todo afán por resarcir esa brecha que por años se excavó entre la literatura y la filosofía debe considerarse y repensarse.

La literatura contemporánea y la filosofía occidental han tratado de conciliar su relación y restituir su origen semejante bajo la premisa de que existe algo filosófico en todo texto literario y, asimismo, todo discurso filosófico se vale de recursos literarios para expresarse. La reconciliación entre estas dos esencias hermanas, permite la apertura y exploración de nuevos horizontes de estudio tanto para la filosofía como para la literatura, es por ello qué ningún esfuerzo por hacer evidente este nexo es demasiado pequeño ni lo suficientemente grande como para no ser considerado. Ambas disciplinas son formas de pensar y concebir la existencia humana y pueden converger hacia una misma dirección en aras de ampliar la comprensión de lo humano.

En el presente análisis, la literatura y la filosofía se retroalimentan para ahondar en el tema de la locura que, si bien ha sido estudiada por grandes pensadores no sólo del área filosófica sino médica y psicológica, también es cierto que todos los estudios que se han realizado se han tornado violentos y excluyentes. Sin embargo, no todos los intelectuales interesados en este tópico se han enfocado en la exclusión. Georges Bataille e Inés Arredondo consideran que aspectos como la locura, el erotismo, la violencia, el error y la muerte (por mencionar algunos), no deberían tornarse excluyentes, puesto que ningún ser humano se encuentra excluido de ellos.

2. Bataille: el filósofo infrahumano
En el pensamiento batailleano es fundamental retomar las características que diferencian al ser humano de otros animales y que no necesariamente se reducen solamente a la razón. De hecho, para el pensador francés, estas otras características, que parecieran inhumanas, son derivadas de la capacidad de razonar del ser humano. Esta capacidad que le permite al hombre comprender los fenómenos naturales que le rodean, también le permiten crear fenómenos sociales, propios de lo humano y abrir una ventana hacia el cuestionamiento de algunas leyes naturales tales como la muerte. En este sentido el ser humano se siente atrapado entre dos mundos: aquel que puede comprender, ya sea porque lo ha estructurado o porque la complejidad natural del hecho se lo ha permitido y aquellos que no puede explicarse. El hombre, por ejemplo, comprende cómo sucede la muerte, pero no el ¿por qué? Sabe qué existen ciertos impulsos a los que tarde o temprano sucumbe, incluso conoce la razón de ser de estos impulsos, lo que no puede aceptar es que son parte de él porque en tanto la percepción de un ser razonable, ceder a estos impulsos, resulta infrahumano. Esta conciencia de sí mismo aunada a la falta de comprensión de ciertos aspectos de su naturaleza lo llevan a la angustia existencial. Pareciera que Bataille reconoce una conformación endémica del ser humano en esta disociación, en la cual una parte de él busca alejarse y anular su naturaleza y otra se esfuerza por mantener un vínculo con el universo. Y es, justamente, a través de esto que el ser humano niega aspectos que lo conforman y que son capaces de expresar esa disociación. Bataille logra ver que lo infrahumano sólo puede tener cabida en el ser humano.

Uno de los temas que es constante en la obra batailleana es el erotismo, exclusivo del ser humano, explica el filósofo. Para él la sexualidad es un rasgo que también pertenece a lo animal, ya que su finalidad es la procreación, la preservación de la especie y este instinto se presenta en todas las especies animales, incluido el hombre. El erotismo, por otra parte, tiene como fin la satisfacción de impulsos y nada más; el erotismo es un gasto puro de energía: “Para Bataille, al animal se le puede atribuir sexualidad, pero no erotismo, debido al elemento diabólico al cual se haya vinculado este último”[1]. En este sentido, Bataille considera que otro aspecto que es único del ser humano es la maldad (quizás en un sentido muy kantiano) y es justamente esta maldad la que pareciera justificar los excesos del hombre, cuando menos visto desde la razón. Aún el propio Rene Descartes, a quien se debe el infalible método que utilizan las ciencias para crear conocimiento, acude a la figura del “genio maligno”[2] para evidenciar la maldad habita en el ser humano y afirmar que es este personaje quien desvía del camino correcto del saber, al hombre.

Es en esta maldad en la que Bataille sitúa al erotismo, afirmando que el ser humano se acerca a este para encontrase con su naturaleza. Existe en esta afirmación un corte ciertamente freudiano, puesto que Bataille asocia al erotismo con el éxtasis, la muerte, la violencia, la locura y demás excesos y trasgresiones humanas. Lo que la teoría batailleana propone es que el erotismo es la forma en la que el ser humano logra salirse de sí y entrar en contacto con el cosmos, lo que lleva a pensar que hay algo antinatural en la naturaleza humana ya que los otros animales viven conectados al todo sin tener que recurrir a la trasgresión.

Esa búsqueda del éxtasis a través de erotismo es lo que Bataille percibe como la vida: “un efecto de inestabilidad del desequilibrio”.[3] El éxtasis es para Bataille, ese fallo en la estructura que, al ser tan sólida e inflexible, termina por convertirse en una estructura vulnerable a cambios, a desequilibrio: “El éxtasis es comunicación entre dos términos (esos términos no son necesariamente indefinibles), y la comunicación posee un valor que no tenían los términos, los aniquila -de igual modo, la luz de una estrella aniquila (lamentablemente) a la estrella misma”.[4] En el pensamiento batailleano el éxtasis presenta al ser humano abierto, incapaz de ser reducido a una estructura inflexible o a un círculo cerrado.

Dentro del éxtasis existe un constante vaivén del tejido de sentido al goce y viceversa y es precisamente de este irse de ahí que surge el tema de la locura como una fuga del mundo y un vínculo con el cosmos, al mismo tiempo, es un aspecto del ser que el hombre se empeña en ocultar. Tal pareciera que contemplarla es un acto impúdico. En tanto más el hombre se esfuerza por ceder cada acto y aspecto de su vida a la razón, la locura se ha vuelto un tema de vergüenza que debe ser contenido:

La práctica de la reclusión en los inicios del siglo XlX coincide con el momento en el cual la locura es concebida no tanto en relación al error como en relación a un comportamiento regular y normal; en el cual aparece ya no como juicio trastornado sino como trastorno en el modo de comportarse, de querer, de experimentar las pasiones, de tomar decisiones y, de ser libre; en suma, cuando se inscribe no ya en el eje verdad-erro-conciencia, sino sobre el eje pasión-voluntad-libertad.[5]

En términos batailleanos, la locura se vuelve la perversión y el abismo en el cual el ser humano razonable puede perderse y por ende es imperativo retirarlo de la vista de la humanidad; el manicomio se vuelve el lugar idóneo para este fin. Ocultar la perversión, la falta de moral, la locura que también es un gasto puro de energía que lleva camino al éxtasis y sin duda alguna al goce, se vuelve una práctica común en las sociedades más avanzadas. A pesar de que el ser humano requiere, constantemente de fugarse al éxtasis y al goce, no puede evitar el sentimiento de angustia y de culpa.

3. Arredondo y Bataille: dos extremos de una misma línea
Inés Arredondo y Bataille encuentra un punto de convergencia en esos sentimientos de culpa y de angustia que ambos pueden identificar en el ser humano cuando experimenta lo más elemental de su naturaleza. Para los dos esta disociación en el ser humano es lo que le permite mantenerse conectado con el mundo. Tanto para Bataille como para Arredondo la muerte misma es una forma de volver a conectarse con el mundo, con la naturaleza y en ese sentido el éxtasis y el goce son medios para que el hombre se experimente natural y parte del todo.

En el cuento Río subterráneo[6], Arredondo muestra a una familia que al parecer se contagia de locura. El texto comienza cuando la narradora dirige una carta a su sobrino para explicarle cómo fue que su padre murió y como esta “enfermedad” se extendió a los otros integrantes de la familia. La narradora relata la forma en la que ampliaron su casa y construyeron una escalinata cuyo único fin era poder contemplar la locura que corría como un río, bajo los cimientos de la estructura.

Cuando se lee este cuento da la impresión de que Arrendo escribiera esta carta a Bataille, como si ella adivinara los pensamientos del filósofo y supiera que él entendería lo que narrará a continuación, principalmente al inicio:

He vivido muchos años sola, en esta inmensa casa, una vida cruel y exquisita. Es eso lo que quiero contar: la crueldad y la exquisitez de una vida de provincia. Voy a hablar de lo otro, de lo que generalmente se calla, de lo que se piensa y lo que se siente cuando no se piensa. Quiero decir todo lo que se ido acumulando en un alma provinciana que lo pule, lo acaricia y perfecciona sin que lo sospechen los demás.[7]

En estas primeras líneas, la narradora se dirige al lector para explicarle que en la locura se vive el éxtasis y la angustia a la par. Es aquí donde Arredondo comienza a entablar el diálogo con Bataille, pues ambos concuerdan en esta afirmación. Para Bataille, tanto el éxtasis como la angustia con exclusivas del ser humano y, sin embargo, concuerda con Arredondo en que la sociedad espera que el hombre razonable las oculte:

Tú no tomas en cuenta el río y sus avenidas, el sonar de las campanas, ni los gritos. No has estado tratando, siempre, de saber que significan, juntas en el mundo, las cosas inexplicables, las cosas terribles, las cosas dulces. No has tenido que renunciar a la que se llama una vida normal para seguir el camino de lo que no comprendes, para serle fiel. No luchas de día y de noche, para aclararte unas palabras: Tener destino. Yo tengo destino. Pero no es el mío. Tengo que vivir la vida conforme al destinos de los demás.[8]

En este párrafo la autora incluye elementos que para Bataille son de suma relevancia: el primero, el río. Para Bataille existe una relación erótica entre los elementos de la naturaleza. Interpretaría una tormenta como el coito entre estos elementos naturales: “Me extendí sobre la hierba, con el cráneo apoyado en una gran piedra plana y los ojos abiertos a la Vía Láctea, extraño boquete de esperma ancestral, que atravesaba la bóveda craneana formada por el círculo de las constelaciones”.[9]

Es así como el río, sus avenidas y su fluir, personifican una fuerza implacable, furiosa, incontenible e incluso una suerte de destino, claramente erótica como la locura misma, contemplar el correr de este río y sus causes, lleva a la narradora al éxtasis y en este estado de éxtasis sucumbe ante la necesidad de cuestionarse por su propia continuidad con el todo.

El segundo elemento son las campanas, como símbolo de lo sagrado. En el pensamiento batailleano, la iglesia goza de cierta sacralidad y no en términos religiosos, más bien como aquella figura que, en otra época, designaba el momento de la festividad y el momento de volver al mundo racional. En este mismo sentido el sonar de las campanas en la narración indica el comienzo de los rituales sagrados de expiación. Aún más, seguida del tercer elemento que son los gritos, lo cuales se producen en un momento de éxtasis, ya sea producido en el acto sexual, por la violencia o incluso la muerte. Es debido a todos estos excesos a los que hace referencia la narradora que se afirma fuera de lo normal y lo permitido. Al mencionar el destino y a su vez negarlo como suyo, juega con el misticismo de la naturaleza humana ese que no se comprende aún y que Bataille trae a cuenta en toda su obra.

En las líneas que siguen Arredondo invoca a la disociación del ser humano que Bataille propone: “Soy guardiana de lo prohibido, de lo que no se explica, de lo que da vergüenza, y tengo que quedarme aquí para guardarlo, para que no salga, pero también para que exista. Para que exista y el equilibrio se haga. Para que no salga a dañar a los demás”.[10] En esta afirmación, la autora, de una forma poética e implícita plasma la percepción cultural de la locura y al mismo tiempo expresa la importancia vital de que esta exista a modo de equilibrio. Es este equilibrio al que Bataille se refiere en El punto de éxtasis: “no es menos pusilánime temer la estabilidad fundamental que vacilar en romperla: la inestabilidad sin cese es más sosa que una regla rigurosa: no podemos desequilibrar (sacrificar) más que lo que es”.[11]

Más adelante la narradora dice: “Siento que me tocó vivir más allá de la ruptura, del límite, de ese lado donde todo lo que hago parece, pero no es, un atentado contra la naturaleza. […] Siempre he tenido la tentación de huir. Sofía no, Sofía incluso parecía orgullosa, puesto que fue capaz de construir para la locura”.[12] Este fragmento es otro punto de encuentro entre la literata y el filósofo, ambos logran ver que la trasgresión de los límites, el cruzar las fronteras es algo natural en el ser humano aunque no corresponda a una naturaleza animal, puesto que el ser humano no puede regresar a ese estado animal, si es que, alguna vez fue un animal menos evolucionado: “[…] la animalidad del hombre está basada en un conjunto de dramatizaciones y no consiste en sumergirse en la animalidad natural del animal, tal retorno es imposible”.[13]

Por otra parte, el construir para la locura, desde la perspectiva batailleana, podría interpretarse como una parodia desde dos vértices: en el arquitectónico y también en el espiritual. La arquitectura es considerada un arte, en este tenor, alberga un cariz de sentido, es decir, las construcciones tienen una razón de ser ya sea política (edificios de administración pública), social (espacios donde la población realiza sus actividades) o religiosa (en el caso de los templos). Sin embargo, Bataille infiere que la arquitectura existe como una evidencia física del ejercicio del poder sobre la población: “Así los grandes monumentos se alzan como diques que oponen la lógica de la majestad y la autoridad a todos los elementos confusos: bajo la forma de las catedrales y los palacios, la Iglesia o el Estado se dirige e impone silencio a las multitudes.[14] Arredondo presenta a personajes que han construido parte de su casa sólo para contemplar la locura, no sería arriesgado decir que Bataille pensaría en esta construcción como una forma de parodia al sistema que impone normas y ejerce el poder. Por otra parte, está la contemplación que es una práctica realizada en ciertas culturas, para alcanzar la paz y equilibrio mental y espiritual, pero no existe nada más alejado de esto que contemplar la locura en un estado de éxtasis que limita con el goce e incluso decanta en la muerte.

La estructura misma de la casa parece ser la construcción de una psique perturbada, en la cual hay habitaciones cuya finalidad es inexplicable e incluso inexistente, pareciera que los niveles representan el yo, el super yo y el ello freudianos y la escalinata ese descenso a la oscuridad y, aun así, no está privada de una increíble belleza:

Es una casa como hay muchas, de tres corredores que forman una U. pero en el centro, en lugar de patio, ésta tiene una espléndida escalinata, de peldaños tan largos como es largo el portal central con sus cinco arcos de medio punto. Baja lentamente, escalón por escalón, hace una explanada y luego sigue bajando hasta lo que en otro tiempo fue la margen del río cuando venía crecido. No te puedes figurar lo hermosa que es.
A la altura de la explanada fueron socavada cuatro habitaciones; dos de cada lado de la escalinata, así quedaron debajo de los corredores laterales y parece que siempre estuvieron allí, que soportan la parte de arriba de la casa. Quizá sea verdad.

Este párrafo resulta revelador puesto que en él se simboliza la estructura del ser humano, una estructura que no puede ser, de ninguna forma, inflexible o terminada. Al hacer alusión de que existen muchas parecidas refiere que los seres humanos tratan de ser similares en la forma en la que se comportan en sociedad, sin embargo, la diferencia está por dentro, en la psique. Habla de un patio, que simbólicamente representaría el yo, es decir lo que los demás pueden ver porque son actos controlados por la voluntad, consciencia y cultura. El siguiente nivel, es decir la explanada de la escalinata, correspondería al superyo, aquello que se encuentra entre la aceptación de la realidad, la satisfacción de necesidades, pero también como regulador de las acciones y deseos. Finalmente, al término de la escalinata se encuentra el ello, el nivel en el que se satisfacen impulsos más que necesidades, en él yace el río de la locura. Es una interpretación similar a la que Bataille haría del cuerpo humano: “Pero ¿qué representan los genitales para Bataille? Precisamente una suerte de abismo, un vértigo que amenaza con destruir la subjetividad, es como si a través de ellos se presintiera el caos que habita en la subjetividad profunda”[15] De esto se puede inferir que la parte media del cuerpo humano es aquella que satisface necesidades atendiendo a la realidad y la parte superior, es la parte consciente y razonante.

Otra particularidad de la escalinata es que la gente acudía a la casa con el único objeto de admirarla, pero después de haberla contemplado un rato, se despedían y se marchaban, como si tuviesen miedo a no poder regresar jamás de esa contemplación, de caer en el abismo y jamás regresar de él: “Es verdad que cuando entras a la casa y atraviesas por primera vez el pasillo y el portal, te detienes al borde de la escalinata, con el pequeño terror de haber podido dar un paso más en falso”[16]

La escalinata no es más que la materialización de la locura de los hermanos, algo que se había construido para poder observar, sin pudor alguno, la locura, hasta llegar al éxtasis y al goce, pero no es algo que se desarrollara fuera de ellos. En primera instancia Pablo es descrito por la narradora: “Pablo siempre fue alegre, ruidoso, le gustaba cantar y levantar en vilo a nuestra madre para darle vueltas y que diera gritos mientras él reía. Alegre y fuerte, muy fuerte” Esa euforia que caracterizaba al personaje es ya un indicio de que la locura, tal como en la casa, habitaba en él. Así como el río que termina desbordándose, Pablo se instala en la locura hasta que un día incendia su propia casa y muere durante el incendio.

Otro punto de convergencia entre Arredondo y Bataille, es la forma en la que equiparan la oscuridad con el exceso de luz, para ellos, ambos llegan a enceguecer al hombre. Arredondo lo expresa en una escena donde enfoca su atención en la falta de conciencia de Sergio: “Son las cinco de la tarde y estamos en junio, el sol todavía está alto y cae sobre él con su luz que anula, con su con su calor que destroza, pero Sergio no se da cuenta, está allí, parado, haciendo como que mira a los obreros, impecablemente vestido de lana gris y con una corbata plastrón”.[17] En tanto que Bataille lo plasma:

Hay que añadir el tórrido cielo, particular de España, que no es en absoluto coloreado y duro como se imagina: apenas perfectamente solar con una luminosidad brillante, blanda, caliente y turbia, a veces irreal, a fuerza de sugerir la libertad de los sentidos debido a la intensidad de la luz aunada al calor. Esa irrealidad extrema del brillo solar se liga indisolutamente a lo ocurrido el siete de mayo.[18]

Sergio por su parte, gustaba de observar la violencia, la narradora refiere un acontecimiento al que llama “el saqueo”, algo parecido a la llegada de revolucionarios al pueblo. Durante este saqueo los habitantes corrían, se escondían, gritaban, pero Sergio, él abrió las puertas de la casa, dejó todo lo de valor al alcance y a la vista de los saqueadores y se sentó, junto con sus hermanas, a contemplar los robos, asesinatos y violaciones, en espera de que los delincuentes llegaran a su casa.

Sofía que inicia la construcción del templo a la locura y cuando el saqueo acontece, se queda simplemente mirando y conteniendo a su hermana para inducirla de alguna forma al éxtasis: “Yo les vi entrar a la plaza: a pie, a caballo, gritando y disparando, rompiendo las puertas, riendo a carcajadas, sin motivo, y tuve miedo; me acerqué a Sofía, le tomé la mano y ella me sonrió y me sentó a su lado; luego se volvió para seguir mirando”[19] Finalmente la narradora quien, al contemplar el caos, ha “comprendido” lo que sucede en esa casa y se ha autodenominado la “guardiana de lo prohibido”. A través de “el saqueo” logra darse cuenta y experimentar su propia existencia y la de sus hermanos: “Ahora me imagino que debimos parecer un retrato de familia, los tres en el marco de la ventana, pero en ese momento fue la primera vez que sentí que estábamos, yo también, aparte, y que no podían tocarnos”[20] En este punto, Arredondo hace referencia al rito sagrado de la fiesta, tal como Bataille lo trae a cuenta:

En las noches siguientes, mientras pasaban las rondas y se oían los “quién vive”, algún disparo y los perros, Sergio le explicaba a Sofía las diferentes fiestas de los diferentes dioses. “El desorden sagrado”, recuerdo que dijo, y cosas así. […] Es extraño que lo que le dolía de aquella noche no era ni lo del señor cura ni lo de Rosalía, ni lo de los colgados, era que la alegría de aquellos hombres era falsa, que se equivocaban, que en lugar de aquellas carcajadas huecas hubieran debido gritar, dar de alaridos, y matar, y robar, con verdad, con dolor, “porque era lo más parecido a una fiesta”. Y era verdad que estaba triste por aquellos hombres.[21]

Es este el punto cúspide de encuentro entre Arredondo y Bataille, la prominencia del erotismo decantado en violencia, trasgresión y muerte que se conjuntan el tiempo sagrado que se dedica al exceso. Pero no por parte de los bandidos que, finalmente, regresan al tejido racional, sino en los hermanos, que han mirado tanto el abismo que ese abismo ahora los habita de una forma permanente. Tal como Bataille lo expresa en sus textos el ser humano experimenta la angustia al salir de ese tejido racional para entrar el éxtasis, justamente por su temor a llegar al goce y no regresar a este tejido racional. Ese sentimiento de angustia lo vive Sergio, el primer hermano en contraer el mal: “Todo quiere simplificarlo, cree que lo que Sergio tiene es melancolía; ignora lo que es la angustia” y más adelante: “Si la angustia y el remordimiento gratuito son la locura, todo es demasiado fácil y resulta monstruosamente injusto que Sergio sufra tanto por nada. La locura sería entonces no más que un desajuste, una tontería, una pequeña desviación de camino, apenas perceptible porque no conduce a ninguna parte; algo así como una rápida mirada de soslayo”.[22] En esta descripción que hace la narradora, se expresa explícitamente, la angustia vivida por los hermanos y el momento en el que esa racionalidad humana es abandonada en busca del éxtasis sin retorno.

Hay algo en ese contemplar que hace al hombre trasgredir el límite. Tal vez por eso para Bataille son tan importantes los ojos, la mirada, ese esfuerzo que se realiza al tratar de comprender lo incomprensible. Referencias como mirar, observar, contemplar e incluso, los ojos en los personajes del cuento, plasman la relevancia de la mirada tal como lo hace Bataille en Historia del ojo. Quizás porque el erotismo está fuertemente relacionado con la mirada. Hay algo erótico en contemplar la locura, en tratar de entenderla y es lo que finalmente la desata en los personajes y la razón por la que la narradora le suplica a su sobrino que no vaya “al país de los ríos” que no piense en ellos ni en la locura y todavía más allá, que nunca les dirija un poco de su amor.

Esta petición se relaciona con Bataille en dos direcciones: la primera de ellas si se piensa al amor como una pulsión de muerte: “Sade -lo que Sade quiso decir- horroriza por regla general a los mismos que aparentan admirarlo, aunque sin haber conocido por sí mismos este hecho angustiante: que el impulso del amor, llevado hasta el extremo, es un impulso de muerte”[23] En este sentido se puede inferir la vinculación del amor con el sacrificio, es decir, los hermanos, por amor se sacrificaron a quedarse en la casa, sin embargo, la narradora le pide a su sobrino que no realice este sacrificio como si lo liberara de ese, su destino, un destino que “tiene” pero no es suyo.

El segundo vértice está encaminado a la negación del éxtasis como parte o camino hacia el amor. El amor entabla una relación sujeto-objeto, el éxtasis está fuera de este juego de roles. Los hermanos no quieren pertenecer como objetos de amor, a ninguna persona, no importa que se trate se su único familiar vivo: “El éxtasis no es amor: el amor es posesión a la que es necesario un objeto a la vez posesor del sujeto y poseído por él”[24]. Es por eso que el final del cuento es tan revelador en este sentido la narradora termina escribiéndole a su sobrino: “Y jamás se te ocurra dirigirnos un poco de amor”[25], es decir, intentar poseerlos, convertirlos en objeto, volverlos a esta relación de amo y esclavo que propone Heggel.

4. A manera de conclusión
A lo largo de este entretejido entre Arredondo y Bataille, se puede encontrar un hilo que une al humano con esa naturaleza que trata de negar en aras de un hiper-racionalismo y, sin embargo, debajo de esta careta, se vislumbra como luz que pasa entre las hendijas, aquello que podría ser la mayor paradoja en el hombre: sus rasgos de irracionalidad, esos momentos en los que busca fugarse al éxtasis afirman su humanidad y su singularidad tanto como la racionalidad misma.

Es así como filosofía y literatura se unen para ampliar el panorama de un tema que ha sido abarcado desde varios enfoques olvidando siempre uno de los más importantes, el natural. La locura, la violencia, el erotismo y la muerte forman parte del hombre, lo conforman, lo llevan a enriquecer sus vivencias y experimentarse en el mundo.

Sin duda alguna, abarcar todas las convergencias entre la escritora mexicana y el filósofo francés, sería una labor titánica, sin embargo, a lo largo del presente texto se desarrollan algunas similitudes entre el pensamiento de estos dos personajes que permiten al lector acercarse no sólo su obra, sino también a la comprensión de la naturaleza humana que, es tan compleja y diversa, que hoy en día es imposible cuantificar qué tanto se sabe de lo humano. Con mayor razón si tanto las ciencias exactas como otras disciplinas insisten en negar tópicos de la naturaleza humana que dan sentido, coherencia y estructura al ser humano.

 

Notas
[1] Sierra, Esteban. (2017). Georges Bataille: erotismo, muerte y animalidad (o cómo parodiar el sistema hegeliano). Universidad Autónoma del Estado de México. Toluca, México. Pág. 25.
[2] Léase Descartes, Rene. (1974). Meditaciones metafísicas, Ed. Porrúa. México.
[3] Bataille, Georges. (1981). El culpable. Ed. Taurus. Madrid, España. Pág. 37.
[4] Ídem pág. 39.
[5] Foucault, Michel. (1971). La casa de la locura en Los crímenes de la paz. Investigación sobre los intelectuales y los técnicos como servidores de la opresión. Ed Siglo XXl. México. Págs. 142-143
[6] Arredondo, Inés. (2014). Cuentos completos. Ed. Fondo de Cultura Económica. México.
[7] Íbidem, pág. 173.
[8] Ídem.
[9] Bataille, Georges.(1995).Historia del ojo.Ediciones Coyoacán.México. Pág 42.
[10] Arredondo, Inés. Op. Cit. Pág. 173.
[11] Bataille, Georges. El culpable. Págs. 37-38.
[12] Arredondo, Inés. Op. Cit. Pág. 173.
[13] Sierra, Esteban. Op. Cit. Pág. 16.
[14] Bataille, Geroges. (2003). La conjuración sagrada. Adriana Hidalgo editora. Argentina.
[15] Sierra, Esteban. Op. Cit. Pág. 34.
[16]Arredondo, Inés. Op. Cit. Pág. 179.
[17] Íbidem. Pág. 180.
[18] Bataille, Georges. Historia del ojo. Op. Cit. Pág. 50
[19] Íbidem. Pág. 175.
[20] Íbidem. Pág. 176.
[21] Ïbidem. Págs. 176-177.
[22] Íbidem. Pág. 179.
[23] Bataille, Georges. (1997). El erotismo. Tusques editores en colaboración con Ensayo. Barcelona. España. Pág 46.
[24] Bataille, Georges. (1986). La experiencia interior. Editorial Taurus. España. Pág. 69.
[25] Arredondo, Inés, Op. Cit. Pág. 182.
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