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Desde la otra orilla: devenir escritura.

por Jonathan Alexander España Eraso
Artículo publicado el 20/09/2016

RESUMEN
En este texto la escritura es un extrañamiento que se origina en los márgenes, en los bordes, que ponen en obra un devenir que no es más que el acontecer literario de lo que llega, de lo que se escribe, en tanto experiencia de la luz, en el blanco de la página.

 

“La escritura es mi padre, mi madre, mi nodriza amenazada.”
Cixous

 

El extranjero puede serlo por hablar una lengua distinta, por tener un lugar originario diferente al espacio que se habita o, simplemente, por poseer un sistema cultural otro, pero casi siempre por la huella de una alteridad amenazante y peligrosa que queda tatuada en el cuerpo del texto como impronta de identidad. En ese sentido, la escritura (véase, por ejemplo, desde los filósofos H. Cixous y M. Blanchot) es un extrañamiento: el que ella misma experimenta en relación a su llegada, a su venida en el lugar propio de la página, que no es más que el “acontecimiento literario”[1] hecho sendero.

Si se piensa la escritura en ese devenir, se puede decir que ella es siempre un cuerpo, el tacto de quien escribe, que no se limita, y se destaca, y se va, se marcha y se manifiesta entre lejanías, y por ello es susceptible de estar fuera de sitio, con espacios y tiempos propios. Ese motivo genera que toda escritura se direccione por huellas, rastros del sentido, que cada vez producen un lugar donde habitar. Es ahí, en los umbrales, donde el escritor entrega la palabra y la propia materialidad de lo literario constituye el referente que hace real lo imaginario.

Por eso, se dimensionan en la página escrita instantes de donación que dan apertura a lo secreto de las palabras; su evocación, que despierta todo lo anterior, trasciende “la memoria vana basada en la mera emotividad”[2], para crear escrituras que devienen “otraluz”[3] en las noches del pensamiento.

Hay en todo esto un movimiento cauteloso. El inicio es el inicio de la escritura, pero ¿qué hay antes de lo escrito? A fin de hallar la fuente creadora lo escrito se delinea como el ser y la carnalidad de las palabras y la escritura se manifiesta como el claro, el despeje, la claridad que acontece en su articulación, en su sustitución, en aquellas palabras que relampaguean, en tanto son el origen iluminado del mundo que se pone en obra. Así, el escritor habita en lo impensado de ese movimiento de la luz que no es más que su búsqueda en el desierto de la página en blanco.

NOTAS
[1] En esa medida, las palabras empiezan a ser acontecimientos discursivos sublimes que iluminan. De ahí los autores ejemplares de los que dispone Blanchot. Véase: BLANCHOT, Maurice. El Libro que Vendrá. Caracas: Monte Ávila Editores, 1992.
[2] BÁRCENA, Fernando. El delirio de las palabras. Ensayo para una poética del comienzo.Málaga: Ediciones Rúbeo, 2009, p. 246.
[3] “Siempre cuando me voy (escribir es primero una partida, un embarque, una expedición) primero me hurto al mundo y a la sociabilidad diurna por un sentido truco de magia: cierro los ojos, los oídos. Y el truco está hecho: las amarras se han roto. Al instante no estoy ya en este mundo político. No existe ya. Detrás de mis párpados estoy en otra parte. En otra parte reina la otra luz. Escribo en la otra luz.” (Las cursivas son mías)CIXOUS, H. La llegada a la escritura. Madrid: Amorrortu, 2007, p. 55.
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