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El baúl de Mercedes. Novela con novedosa estructura del suspenso.

por Isaías Peña Gutiérrez
Artículo publicado el 25/01/2007

El baúl de Mercedes Saluzo del escritor colombiano Juan Revelo, está escrita con excelente manejo narrativo y novedosa estructura del suspenso. El tesoro escondido en el baúl de una dama rica de los años cuarenta –el cual desaparece misteriosamente el día que ella muere–, recoge su más remoto pasado, y Mercedes lo mantiene como un presente intacto. Allí están las cartas secretas del amante que nadie conoció, están los doblones de oro que heredó de su abuelo y también otros objetos que la acompañan en su deseo de no dejar morir los años que ya se fueron. Como si el pasado se pudiera ver con unos binoculares, una mañana, dos de sus sobrinos la atalayan desde una casa vecina y descubren algunos de aquellos objetos que ella guarda. Pero su drama interno no lo ven, como tampoco sus sobrinos lograrán ver las sorpresas que la vida les tiene reservadas.

Mientras el baúl permanece en Manzanar del Río, una pequeña ciudad donde vive Mercedes, los personajes de la novela deambulan por el mundo buscando sus azarosos destinos. Las reflexiones sobre el amor, el destino, la vida y la muerte, así como los viajes por ciudades de España, Francia e Italia; sus visitas a los museos, las observaciones sobre obras de arte; la mirada detenida en los paisajes, las calles y los caminos de lugares diversos, enriquecen el libro y preparan la tensión para el desarrollo final. Al fondo de los conflictos, sin embargo, aparece una idea central, que se remite a las razones y sinrazones de la existencia de la relación de pareja.

En páginas brillantes, la novela se adentra en la discusión del matrimonio de los sacerdotes católicos y con sindéresis, se reflexiona sobre el obligado celibato. Con admirable manejo narrativo, el libro cuenta, entre otras, la historia de dos personas que llegan al matrimonio civil teniendo que abandonar las órdenes religiosas. Mientras se investiga el destino final del tesoro de Mercedes, la novela indaga nuevas propuestas que resolverían uno de los temas más caros para la iglesia católica.

Juan Revelo Revelo, con absoluta discreción en su lenguaje, conocedor del manejo de tensiones e intensidades narrativas, y mediante una arquitectura argumental de gran armonía, sin caer en experimentalismos ni ortodoxias literarias, ha escrito una excelente novela que deja una muy grata sensación en el lector.

Fragmento (Capítulo lll) de la novela El baúl de Mercedes Saluzo:
“Sentado frente a Ramón en la azotea de su casa, Ernesto sentía que el tiempo avanzaba lentamente. Lo oía ronronear como si fuera un gato perezoso, recostado en la mañana cálida. Habían jugado unas ocho o nueve manos de naipe que le parecieron eternas aunque sólo llevaban media hora de juego. Todas las perdió porque no podía concentrarse al pensar en lo que Alejandro estaría viendo con los binoculares. Se imaginaba que Mercedes ya habría sacado del baúl todas las cajas y los cofres, y se moría de curiosidad por saber cuál era su contenido. De pronto, sopló una suave brisa y ella le trajo el olor a pétalos de rosa. Su agradable aroma subió desde las rosaledas que se extendían hasta la mitad del inmenso huerto que estaba debajo de la azotea, y volvió a sentir la sensación de regocijo y sosiego, de alegría y paz interior que experimentaba al entrar en el jardín de Mercedes. Tan solo con mirar las rosas recién abiertas, sobre un follaje que oscilaba en verdes de diferentes tonos, sentía que su corazón también florecía”.
“Pegados a las paredes de la casa y debajo de los ventanales que miraban al huerto, se veían varios rosales formando atractivos arriates. Eran rosas de las variedadesFloribunda y Polianta, condelicadas flores que formaban racimos compactos de suave colorido. En las esquinas se levantaban dos columnas con pequeñísimas rosas trepadoras que ascendían al segundo piso y bordeaban las ventanas de las alcobas. Estos rosales, que ella bautizó con el nombre de “Rocío perfumado”, crecían durante todo el año y siempre se los veía orgullosos, florecidos, irguiendo sus tallos, sus hojas y sus flores hacia el sol, en una demostración de belleza y silente magnificencia. Se esparcían por toda la fachada interior de la casa apoyándose en los muros y les daban a éstos un apacible color rosado. Abajo, ocupando una parte del huerto, Mercedes sembró tres variedades de rosas: Las Concorde de un amarillo suave, las Sterling de una fragancia exquisita y las Cénides, rosas híbridas de un raro color, entre amarillo y magenta, lujuriosamente hermosas aunque efímeras y muy susceptibles a las variaciones del sol y el agua”.
“Estas tres variedades de rosas llegaron a ser sus preferidas y a ellas les dedicó mucho tiempo y cuidado, hasta que en uno de los viajes que hizo a Bogotá, halló en el Jardín Botánico las rosas Charleston y decidió cultivarlas en área especial, a prudente distancia de los manzanos que se levantaban en la parte trasera del huerto. Le cautivaba su fina textura y su color que variaba a medida que abrían los pétalos. “Las rosas Charleston parecen llamas de terciopelo cuando están abiertas” –decía emocionada–. Y en verdad, esas rosas de pétalos muy tersos, abrían con un color amarillo que a los pocos días se transformaba en rosado y después se encendía en un rojo vivo, como si fueran llamitas ardiendo encima de los rosales. Si se las miraba a distancia parecían pequeñas antorchas, y a Mercedes le gustaban tanto, que se acostumbró a adornar con ellas todos los floreros de la casa; entonces los llenaba con esas rosas Charleston, a veces combinadas con las Grimaldi. Ninguna otra flor en los floreros, sólo estas dos rosas sensuales, abiertas, ancladas a resistentes tallos erizados de espinas, listas a advertir que su belleza era frágil y transitoria como todo en la vida”.

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