EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
PORTADA | PUBLICAR EN ESTE SITIO | AUTOR@S | ARCHIVO GENERAL | CONTACTO | ACERCA DE | ESTADISTICAS | HACER UN APORTE

— VER EXTRACTOS DE TODOS LOS ARTICULOS PUBLICADOS A LA FECHA —Artículo destacado


El diálogo intertextual de Santa Evita con la literatura argentina.

por Marcelo Coddou
Artículo publicado el 03/09/2011

Evita sólo pudo ser ella cuando murió, cuando su memoria empezó a llenarse con los innumerables significados que le fue atribuyendo la imaginación de los argentinos
Tomás Eloy Martínez[1]

 

Hemos sostenido, en ensayos anteriores a éste, que TEM, con sus revisiones ficcionales del peronismo −lo que equivale a decir de la Argentina toda desde hace más de medio siglo− obliga a repasar los recorridos históricos de muy diversos discursos, historiográficos, literarios, políticos, sobre los hechos que él busca identificar más apropiadamente. Revisaremos, en lo que sigue, un aspecto específico de tal cuestión: la presencia en Santa Evita de autores y textos literarios que, de una u otra forma, tienen como personaje a quien es la protagonista de su novela[2]. Recordemos también que nuestro escritor insistió que en ella intentó recuperar la esencia mítica de Evita, reuniendo en un solo texto todo lo que los argentinos hemos imaginado y sentido sobre Eva Perón durante dos o tres generaciones[3].

Partamos aceptando lo sostenido por Viviana Paula Plotnik de que en el corpus literario referido al peronismo: 1) Eva Perón se ha convertido en un signo de múltiples codificaciones que superan al personaje histórico y las polarizaciones tradicionales (peronismo/antiperonismo); 2) que su figura ha sido apropiada para resignificar visiones sobre la nación donde su cuerpo tiene un rol crucial, y 3) que la literatura existente sobre Eva Perón constituye una forma de matarla de nuevo e impedir  su retorno pero al mismo tiempo es una manera de invocarla, hacerla presente y recuperarla[4].

Recorramos parte de ese corpus literario, limitándonos a aquellos autores y textos explícitamente mencionados en Santa Evita, con el fin de apreciar cómo se da entre ellos el diálogo intertextual o, por lo menos, lo que sobre tales escritos ajenos nos dice el de TEM.

La primera muestra de intertextualidad en la novela del escritor tucumano −Julia Kristeva, como se sabe, concibe la escritura como una lectura de un corpus literario anterior[5]− se ofrece con respecto a ensayos y estudios críticos sobre Perón y Eva Duarte[6]. Pero el primer texto propiamente literario al que se alude es “Esa mujer” de Rodolfo Walsh[7]. El comentario del narrador (vale decir de TEM, que aparece como narratario y expresando en la novela sus propias ideas, las que conocemos por ensayos y entrevistas), es de gran relevancia y muestra además al gran conocedor del autor de “El aleph” que es nuestro escritor,  quien nos confirma su enorme capacidad de apreciación crítica y la audacia intelectual de que es capaz en sus proposiciones:

el coronel de “Esa mujer”(…)se parece al detective de “La muerte y la brújula”. Ambos descifran un enigma que los destruye(…)Todos los relatos que Borges compuso en esa época reflejan la indefensión de un ciego ante las amenazas bárbaras del peronismo. Sin el terror a Perón, los laberientos y los espejos de Borges perderían una parte sustancial de su sentido. Sin Perón, la escritura de Borges no tendría estímulos, refinamientos de elusión, metáforas perversas (57).

Es conveniente subrayar que de los muchos “reconocimientos” con que se cierra esta novela de TEM, el primero es otorgado precisamente a Rodolfo Walsh, de quien dice: me guió en el camino hacia Bonn y me inició en el culto de “Santa Evita”(393). Nos enteramos así de lo decisivo que le significaran a TEM, para la composición de su novela, la amistad de Walsh y su lectura de ese cuento, cuya trama el novelista resume en la forma que vamos a citar y que claramente constituye una especie de esbozo de Santa Evita, que no hace sino −y nada menos− que ampliar, profundizar y enriquecer el texto ajeno:

el cuento alude a una muerta que jamás se nombra, a un hombre que busca el cadáver −Walsh− y a un coronel que lo ha escondido(…)[Como en el cuento de Borges] el Coronel de Walsh  también espera un castigo que va a llegar fatalmente, aunque no sabe de dónde. Lo atormentan con maldiciones telefónicas. Voces anónimas le anuncian que su hija enfermará de polio, que a él van a castrarlo. Y todo por haberse apoderado de Evita.[8]

Santa Evita, según podemos apreciar, tiene en “Esa mujer” un texto base del que es reminiscencia y transformación. El cuento constituye un texto previo del que la novela sería, en términos de Kristeva, absorción y réplica. Viviana Paula Plotnik acertadamente señala lo que ambos tienen en común:

tematizan el intento por resolver el misterio de la trayectoria del cuerpo [embalsamado de Evita] desde que desapareció de la CGT hasta su reaparición (49)[9].

A lo cual agrega otra conexión intertextual cuyo análisis emprende cuidadosamente en el capítulo de su estudio sobre Eva Perón como personaje literario centrado precisamente en ambos textos, dada la afinidad que entre ellos reconoce:

La llave del misterio [de las trayectorias del cadáver embalsamado] la tiene un Coronel que fue el encargado de esconderlo y enterrarlo. Este Coronel se convierte en el personaje a través del cual se despliega la importancia del cuerpo como sitio donde se condensan el deseo sexual y el deseo político, o ‘la erotización de la política y la politización del deseo’ (…) Dicha condensación explica la posesividad del Coronel respecto al cadáver. Los narradores, por otra parte, enuncian un deseo por otro tipo de posesión, la de un cuerpo textual construido en base al cadáver y que resuelva el enigma (49).

La importancia de la relación intertextual entre el cuento de Walsh y la novela de TEM es tal, que la presencia del primero es recurrente en la segunda: de ninguna manera se limita al pasaje que más arriba hemos recordado. En el capítulo que sigue al del encuentro con la viuda del Coronel, el narrador relata cómo, al buscar por varias semanas en los archivos de los diarios material para la escritura de la novela −la que estamos leyendo− recordó que en “Esa mujer” Walsh deslizó algunas pistas sobre los infortunios que, según la viuda del Coronel, sufrían todos aquellos que se apasionan, de una u otra forma, por el destino del cuerpo embalsamado de Evita. Y, al igual que el narrador del cuento, el de la novela al principio descree de las fatalidades anunciadas por quienes sostenían que toda la gente que anduvo con el cadáver acabó mal, según le había dicho a él la viuda del Coronel. Sin embargo, a diferencia del narrador de “Esa mujer”, él pronto va a descubrir que efectivamente los cadáveres no soportan ser nómades(61). Confirmamos lo sostenido: el diálogo intertextual con el cuento es permanente en la novela, indicio claro de lo decisivo que no sólo para su génesis él tuvo, sino también para su configuración diferenciada.

La segunda referencia a un escrito estrictamente literario se ofrece con respecto al poema “El cadáver de la nación”, de Néstor Perlongher[10]. En la novela se ha transcrito el “Inventario de los efectos hallados en el segundo piso de la CGT el 24 de noviembre de 1955”, entre los cuales se menciona una libreta de anotaciones manuscritas que se atribuyen al doctor Pedro Ara. Consta de catorce hojas (162-163). En nota al pie de página el novelista hace notar que en la segunda parte de su poema “El cadáver de la nación” Perlongher, hacia 1989, reagrupó esas páginas del inventario original, en que las frases seguían el orden de las hojas (163). Nada más, por ahora, sobre el poema, al cual dedicará otras consideraciones avanzada la novela.

Es en el capítulo 8, titulado “Una mujer alcanza su eternidad” −y en el que se dan respuestas tentativas a la pregunta que lo abre ¿Cuáles son los elementos que construyeron el mito de Evita?− donde TEM revisa varias de las imágenes que la literatura está dejando de Evita (así, en forma verbal que indica que se trata de un proceso que está en curso). Nos interesa ver la lectura que el autor hiciera de esas obras literarias para de tal modo apreciar, como lo hemos estado haciendo, en qué Santa Evita se aproxima o distancia de ellas. Parte por señalar que la imagen que la literatura ha ofrecido de Eva Perón es sólo la de su cuerpo muerto o la de su sexo desdichado (197). Aseveracón altamente sugerente, pues en forma clara indica que, desde el punto de vista del autor de Santa Evita, es necesario atender a otras dimensiones del personaje histórico y del mito. Idealmente −y, por lo mismo, imposible−, a todas las facetas que constituyen su rica realidad. De allí que en su novela cubra un tan grande número de aspectos, algunos de los cuales estamos analizando en este estudio.

La primera obra considerada por TEM en este tramo de su novela es El examen[11], cuya escritura Julio Cortázar terminara en 1950. Martínez concluye que en ella:

Evita es el regreso a la horda, es el instinto antropófago de la especie, es la bestia iletrada que irrumpe, ciega, en la cristalería de la belleza (197).

TEM interpreta así, de modo decidido y tajante, lo que Saúl Yurkievich, en “Señal de vida” −texto que se incluye en la primera edición de El examen− propone de forma más velada al explicar las circunstancias de la redacción de la novela y el motivo del deseo de su publicación póstuma. El ensayista la estima respuesta literaria al estímulo de una sociedad hostil, metáfora premonitoria del descalabro nacional. Para el novelista tucumano en esa obra de Cortázar el terror que flota en el aire no es el terror a Perón sino a Ella, que desde el fondo inmortal de la historia arrastra los peores residuos de la barbarie (197), interpretación que sustenta con respecto a algo que, según él, sucedía en la Argentina en los años en que Cortázar escribió El examen:

La Jefa Espiritual, aún sana, de afilados colmillos y uñas crueles sedientas de sangre, infundía un pavor sagrado. Era una mujer que salía de la oscuridad de la cueva y dejaba de bordar, almidonar las camisas, encender el fuego de la cocina, cebar el mate, bañar a los chicos, para instalarse en los palacios del gobierno y de las leyes, que eran dominios reservados a los hombres (198).

Destaquemos que, fiel a su propósito de dar una imagen lo más cabal posible de Eva Perón, al considerar la novela de Cortázar −de la que éste mismo declararía, en una “Nota” que los editores hicieron acompañar a la edición póstuma, que le gustaba su fábula sin moraleja− traza un cuadro completo: a su propia interpretación de la novela, agrega una de las apreciaciones que de Evita hacía un sector acotado de argentinos, pero que no aparece avalada por TEM, quien deja al descubierto el profundo sentido machista que sustentaba tal apreciación. Para TEM la novela de Cortázar debiera comprenderse como expresión del antiperonismo de su autor. Quizás sea una propuesta de lectura válida, pero no resulta improcedente recordar lo afirmado por el propio Cortázar cuando, consultado por su antiperonismo en los años de El examen, sostuvo:

fue una actitud política que se limitaba (…) a la expresión de opiniones en un plano privado y a lo sumo en un café, entre nosotros, pero que no se traducía en la menor militancia[12].

A continuación, dentro de este capítulo dedicado a la imagen que la literatura ofrece de Evita, TEM insiste en recalcar que algunos de los mejores relatos de los años cincuenta son una parodia de su muerte (198). Como ejemplos señala el cuento de Onetti “Ella”, escrito en 1953 y publicado cuatro décadas después[13] y el de Borges “El simulacro”[14]. Comenta TEM en Santa Evita: los escritores necesitaban olvidar a Evita, conjurar su fantasma (198). En el caso del autor de El aleph debe tenerse en cuenta su decidida posición antiperonista[15], lo que explicaría que el propósito de Borges en su relato −según TEM− fuera poner en evidencia la barbarie del duelo [por la muerte de Evita] y la falsificación del dolor a través de una representación excesiva (199). En efecto, como recuerda el autor de Santa Evita, en el relato borgiano Eva es una muñeca muerta en una caja de cartón, que se venera en todos los arrabales(199). Realmente interesante es la conclusión −discutible, claro− a que llega TEM en su lectura de este cuento de Borges:

lo que le sale sin embargo [a Borges, dice TEM] es, sin que él lo quiera porque no siempre la literatura es voluntaria −un homenaje a la inmensidad de Evita: en “El simulacro”, Evita es la imagen de Dios mujer, de Dios de todas las mujeres, la Hombre de todos los dioses (199).

Interpretación a la que Plotnik afirma que se podría argumentar −y creo que tiene razón− que si bien en el relato de Borges ella es una diosa, el endiosamiento intensifica la percepción que tiene el narrador [del relato de Borges] del mal gusto y la ignorancia que caracterizan a quienes participan del ritual fetichizante (39).

Más discutible es que la ensayista, en las conclusiones de su estudio, ponga al mismo nivel el cuento de Borges y la novela de TEM (junto a El cadáver imposible, de José Pablo Feinmann), en cuanto a que en esas obras aparecería Evita muerta convertida en muñeca con el fin de quitarle la palabra (170). Concluye Plotnik que:

transformarla en una muñeca es una forma de despolitizarla, neutralizarla e infantizarla, y también una manera de resaltarla como fetiche o como sinónimo de lo siniestro (170).

En la novela de TEM no sólo es episódica la aparición del cadáver embalsamado concebido como una muñeca, sino que, por sobre todo, en Santa Evita está muy lejos la despolitización y neutralización del personaje, tanto el histórico como el mítico[16].

TEM, después de referirse a los relatos de Onetti y Borges (y a la novela de Cortázar), escritos que obedecen, según él, a la fascinación por el cuerpo muerto de Evita, sostiene que quienes mejor han entendido la yunta histórica de amor y muerte son los homosexuales. Pasa así a considerar la comedia de Copi (Raúl Damonte, 1939-1957), Eva Perón[17] y los tres cuentos de Evita vive, de Néstor Perlongher[18]. Sostiene TEM:

todos [los escritores homosexuales que escriben sobre Eva Perón] se imaginan fornicando locamente con Evita. La chupan, la resucitan, la entierran, se la entierran, la idolatran. Son Ella, Ella hasta la extenuación (199).

De la obra teatral de Copi afirma haber visto en París una representación y haber grabado, o copiado, durante uno de los ensayos, “un monólogo en francés”, cuya traducción al “argentino”[19] le habría hecho el mismo Copi y que el novelista cita −sin garantizar la autenticidad plena del texto recordado−, en Santa Evita (199). Sobre esto comenta: “Sí, claro, es un retrato del derrumbre, pero imperfecto”, apoyando su enjuiciamiento en que Copi no tuvo la calle que había tenido Evita, y en ese texto se nota (200)[20]. Y se nota, según TEM, en las modalidades de la escritura de Copi: “sus mierdas huelen a la Place Vendôme y no a los albañales de Los Toldos: está lejos de la brutalidad analfa con que hablaba Evita” (200). O sea, el novelista, en su interpretación crítica −y éste es el carácter de sus reflexiones sobre los textos que maneja al reconocerlos como referentes  para su proceso de [de-re] construcción de su obra−, apunta a lo que él mismo procura tener muy en cuenta al escribir  sobre Eva Perón: quiere hacerlo respetando del modo más cabal posible, el habla de su personaje, manteniéndose así alerta a esa forma de tergiversación que significa utilizar una visión ajena, un lenguaje inapropiado, cuando el intento es dar con la figura del referente extratextual en toda su “real” dimensión. Otra reflexión de TEM insiste en lo mismo:

a la comedia −¿o drama? − Eva Perón se le derrama la compasión por los pespuntes del vestido: ningún espectador puede dudar de que para Copi la obra fue un paciente y no encubierto trabajo de identificación: Evita c’est moi (200).[21]

El novelista muestra estar alerta al peligro que le parece ofrece tal tipo de relación entre autor y personaje. No extraña entonces que, con respecto a los cuentos de Néstor Perlongher, sostenga algo parecido:

Perlongher quiere desesperadamente ser Evita, la busca entre los pliegues del sexo y de la muerte y, cuando la encuentra, lo que ve en ella es el cuerpo de un alma, o lo que llamaría Leibniz “el cuerpo de una mónada” (200-201).

Pero, a diferencia de Copi, propone TEM, en los relatos de Perlongher, Evita habla el mismo lenguaje de la boldería, de la humillación y del abismo (201), lo que se traduce en que Perlongher la entienda mejor que nadie (201). Sugerente observación por parte de quien está construyendo a su personaje, en medida importante, a partir de las construcciones de otros. TEM desprende de su lectura que Perlongher[22]

no se atreve a tocar su vida [la de Evita] y, por eso, toca su muerte: manosea el cadáver, lo enjoya, lo maquilla, le depila el bozo, le deshace el rodete (…) Contemplándola desde abajo [concluye] la endiosa. Y como toda Diosa es libre, la desenfrena (201).

Sea justa o no su apreciación, lo importante para nosotros es que al parecer ello le sirve de advertencia para no incurrir en el mismo exceso. En este sentido es que hay que observar cómo procede el autor de Santa Evita frente a los textos de los que parte para la producción del suyo: frente al endiosamiento y el desenfreno de un Perlongher, una actitud más “humana” y más “ponderada” en lo suyo.

Pero ello no significa que no valore lo que le parece logros en los textos ajenos, que procura apreciar adecuadamente, tanto para sus propósitos de [re] escritura, como para una propuesta de la lectura que nosotros emprendamos, tanto de lo cumplido por otros como de su propia obra. Así, por ejemplo, nuevamente en referencia e Evita vive, sostiene:

los que pusieron pleito a Perlongher por su ‘escritura sacrílega’[23] no entendieron que su intención era la inversa: vestir a Evita con una lectura sagrada (201).

Y, según hemos ido concluyendo TEM, no obstante titular su novela como lo hace, no intenta darnos una perspectiva sacralizadora del personaje, así como rehuye también una opuesta denigración del mismo. Pretende, más bien, abarcar su posible gama completa, en una apreciación por ello más ajustada a la “realidad”. Hasta el punto que atiende a cómo Evita quería ser apreciada, a lo que él piensa que Evita quería. Especialmente en todo lo relativo al controversial tema del sexo. Para el escritor tucumano, la literatura ha visto a Evita de un modo precisamente opuesto a cómo ella quería verse (202). Basa su conclusión en las definiciones de Evita sobre la mujer, que ocupan toda la tercera parte de La razón de mi vida, en donde la palabra sexo no aparece ni una sola vez. Ella no habla del placer ni del deseo; los refuta(202). Cita de esta obra −cuya autoría, como se sabe, es totalmente discutible[24]− escribe (o dicta, o aceptan que le hagan decir): “Yo soy lo que una mujer en cualquiera de los infinitos hogares de mi pueblo […] Me gustan las mismas cosas: joyas, pieles, vestidos y zapatos…Pero, como ella,  prefiero que todos, en la casa, estén mejores que yo. Como ella, como todas ellas, quisiera ser libre para pasear y divertirme…Pero me atan, como a ellas, los deberes de la casa que nadie tiene la obligación de cumplir en mi lugar (202).

TEM insiste en que Evita quería borrar el sexo de su imagen histórica y reconoce: en parte lo ha conseguido, para lo que aduce que las biografías que se escribieron después de 1955 guardan un respetuosos silencio sobre ese punto. Luego reitera:

sólo las locas de la literatura la inflaman, la desnudan, la menean, como si ella fuera un poema de Oliverio Girondo. Se la apropian, la palpan, se le entregan (202).

Para finalmente concluir, en pregunta de indisputable carácter retórico: al fin de cuentas ¿no es eso lo que Evita pidió al pueblo que hiciera con su memoria? Y, en una dimensión compleja, es también lo que él, TEM, hace en su novela, pero enriqueciendo enormemente lo cumplido por los autores de quienes parte para su muy personal elaboración del personaje. No lo hace entérminos delimitadores −como p.ej. los de los homosexuales−, sino en otros abarcadores de muchas opciones posibles.


Notas
[1] TEM, “La Argentina in fraganti”, febrero de 1996. En su obra El sueño argentine, Bs.As.,Planeta, 1999: 320.
[2] Sobre la narrativa argentina atingente al tema del peronismo, debiera consultarse: Rodolfo Borello, El peronismo (1943-1955) en la narrativa argentina, Ottawa, Dovehouse Editions Canada, 1971; Ernesto Goldar, El peronismo en la literatura argentina, Buenos Aires, Ed. Freeland, 1971 ,Andrés Avellaneda, El habla de la ideología, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1983 y Lloyd Hugjes Davies, Projections of peronism in Argentine Autobiography, Biography and Fiction, Cardiff, University of Wales Press, 2007.
[3] Cfr. “Argentina entre la historia y la ficción”, , Página 12, 5 de mayo de 1996: 11.
[4] Vid Viviana Paula Plotnik, Cuerpo Femenino, Duelo y Nación. Un estudio sobre Eva Perón como personaje literario, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 2003:13. El propósito del estudio es explorar la continua centralidad de Eva Perón en la literatura nacional y decodificarla como personaje-signo de múltiples sentidos donde se produce la intersección de lo estético, lo cultural y lo político, y la condensación de cuestiones de clase social, género sexual e ideología (pp.21-22). Se examinan 23 textos, novelas, poemas, cuentos y obras teatrales publicados en los últimos cuarenta años.
[5] Vid. Julia Kristeva, “Problèmes de la structuration du texte”, Theorie d’ensable, Paris, Seuil, 1968.
[6]Citaré siempre por la  decimosegunda ed. de Santa Evita,Bs.As. Planeta., 1995. Cita presente: p.44.
[7] Rodolfo Walsh, “Esa mujer”, en Obra literaria completa, México, Siglo XXI Edts., 1985.
[8] Pág. 56. En adelante se indicará la página al final de la cita y entre paréntesis.
[9] Op.cit Después de su muerte en 1952, el cuerpo embalsamado de Eva Perón fue depositado en el edificio de la CGT, en donde permaneció hasta el golpe de Estado a Perón en 1955. El Gobierno Militar siguiente lo escondió. Le fue devuelto a Perón sólo a principios de la década de los setenta. La llave del misterio la tenía un Coronel encargado de esconderlo y enterrarlo.
[10] Néstor Perlongher, “El cadáver de la nación”, en Prosa plebeya. Ensayos 1980-1992, Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1997.
[11] Julio Cortázar, El examen, Buenos Aires, Sudamericana/Planeta, 1986. Existe también la edición de México, Taurus/Alfaguara, 1990. La novela la escribió Cortázar en 1950, y la había presentado a un concurso literario, en el que  no obtuvo ningún premio. No sería publicada sino en 1986, dos años después de su muerte.
[12] Cfr. “Juego y compromiso politico”, en Omar Prego y Julio Cortázar, La fascinación de las palabras, Madrid, Alfaguara, 1997. La entrevista de Prego fue hecha en 1985.
[13] Juan Carlos Onetti, Cuentos completos (1933-1993), Madrid, Alfaguara, 1994.
[14] Jorge Luis Borges, El hacedor, Madrid, Alianza Editorial, 1987.
[15] Posición que le significara, como se sabe, ser “promovido” al cargo de Inspector de pollos y conejos en un mercado municipal, hecho que llevó a la Sociedad Argentina de Escritores a rendirle un homenaje de desagravio, acto en el cual Borges pronunció un encendido discurso contra “las dictaduras”. Vid. Emir Rodríguez Monegal, “Borges y la política”, Revista Iberoamericana, Vol. XLIII, núms. 100-101, julio-dic. 1977:269-291. Todo el volumen está dedicado a Borges.
[16] Estudiamos el punto en el capítulo “Historia, mito y ficción en Santa Evita”.
[17] Copi, Eva Perón, de 1969, traducción de Jorge Monteleone, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2000.
[18] Néstor Perlongher, “El cadaver”, “El cadáver de la nación” y “Evita vive”, en Prosa plebeya. Ensayos 1980-1992, Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1997.
[19] La obra Copi la escribió originalmente en francés. Jorge Monteleone, quien la tradujo al  castellano, la considera parte de la literatura argentina: “al traducir Eva Perón, sentí que Copi no había pensado la obra en francés sino en argentino, que un rumor de imágenes y voces argentinas lo frecuentaron y que para librarse de esos fantasmas demasiado urgentes los conjuró en otra lengua”. Cfr. su “Nota sobre la traducción”, en Copi: 14.
[20] Una síntesis de la obra y comentarios penetrantes sobre ella ofrece Plotnik: 102-109. Entre otros aciertos, su señalización de que “el simulacro que describe Borges en su cuento(…)se lleva hasta las últimas consecuencia en el texto de Copi. El simulacro ya no es simbólico sino literario. El cuerpo exhibido no es el de Evita, ella ni siquiera está muerta, pero el público no lo sabe y venera a una sustituta”(103). El mayor aporte de la estudiosa se da, nos parece, en su inteligente aplicación de los conceptos teóricos de Judith Butler y Jean Baudrillard sobre el trasvesti al personaje de Copi (105-106).
[21] De éste, como de tantos otros aspectos de Santa Evita, Lloyd Hughes Davies ha hecho observaciones válidas, plenas de sugerencias: “He [TEM] achieves a kind of mystical union with her, refering to la yo que era ella (p.65) and afirming that ella no cesa de existir, de existirme: hace de su existencia una exageración (p.204)”, Lloyd Hughes Davies, op.cit.: 212. Pero, como el mismo estudioso inglés se ha encargado de anotarlo en pasaje anterior al que citamos, esta identificación tiene más que ver en TEM, dentro de una concepción bartheana, con las asociaciones corporales físicas y textuales, tan recurrentes a lo largo de la novela.
[22] TEM aprecia más los cuentos de Evita vive que los poemas del mismo autor, de los cuales dice que merodean al personaje: no lo plasman en profundidad. Se refiere a los poemas “El cadáver” y “El cadáver de la nación”. El primero se publicó en el libro de poemas de Perlongher titulado Austria-Hungría, de 1980. Junto al segundo, aparecería nuevamente publicado en Prosa plebeya, op.cit.
[23] Casi veinte años después del atentado al teatro parisino en que se exhibía la obra de Copi −nos recuerda Santa Evita− otros fanáticos peronistas demandaron a Perlongher “por atentado al pudor y profanación” (200)
[24] Evita no fue la autora del texto de La razón de mi vida, aunque sí se lo atribuyó. Marily Martínez de Richter lo ha aclarado documentadamente: “el periodista español Panella Silva afirma en declaraciones a Primera Plana (17 a 23 de enero de 1967) que fue él quien escribió el texto y que luego, por orden de Perón, Raúl Méndez (Ministro de Asuntos Técnicos) y Armando Méndez (Ministro de Educación) corrigieron esta versión original. El mismo Panella dice, sin embargo, que Eva Perón estaba encantada con el libro (“Es el hijo que no tuve”, Primera Plana, 24 al 30 de enero de 1967) lo que indicaría que éste reflejaba en muchos aspectos su personalidad y su posición ideological”. Cfr. Marily Martínez de Richter, “Historia del cóndor y los gorrioenes y de cómo Dios bendijo a los argentinos: un estudio de La razón de mi vida de Eva Perón”, Ideologies and Literature, 4, Spring 1989:41-64. Cit., p. 61.
Print Friendly, PDF & Email


Tweet



Comentar

Requerido.

Requerido.




 


Critica.cl / subir ▴