EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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El espíritu bucólico del Modernismo. Retazos oscurantistas del Medioevo en la poética simbolista de Rubén Darío.

por Luis Andrés Zamorano
Artículo publicado el 28/12/2013

PREFACIO
Campo simbólico de correspondencia proporcionado a la base de un lenguaje alegórico, cuyo propósito es la facilitación de la lectura para el demos ignorante, ajeno al buen decir, por medio de la figurización del verbo en aquel preciso instante en que la escritura se vuelve ilustrativa. O bien, como una alegoría que no se presentaría como facilitación, sino que como una operatividad compleja del lenguaje cuyo sentido solo será remitido por medio de una clave o símbolo interpretativo de lectura, cuyo desconcierto nos puede llevar a las sombras, o a las profundidades de la caverna platónica, como bien pudiese entenderlo Bello, a la manera de una escritura a base de una tinta que discurre y se derrama a manchones amorfos y sobreabundantes, que terminan por emplazarse por sobre toda normatividad ideática de la lengua, transformando aquella escritura transparente y verídica del saber y el buen decir, posada sobre la superficie hoja blanca, en una hoja cubierta de tinta oscura, que inhibe la voluntad elucidatoria del saber, llevándonos a una esfera del descampado, acaso no de lo maldito. El hombre medieval habitaba un mundo que se manifestaba por medio de remisiones en la esfera del lenguaje y sobresentidos de una naturaleza que hablaba un lenguaje heráldico. Cuestión que Bello calificaría como neurótica y oscurantista, donde cohabitan no solo una visión deformada del mundo, sino que también una visión enajenada de la realidad a base de una mentalidad primitiva que no traza una línea de escisión entre las cosas y los conceptos, la vida y la narración, la poesía y el saber. Vacío de la duda filosófica que no ha logrado llenarse narrativamente por un saber. Cuestión de suma importancia, pues es de este escenario desde donde se posibilita una poética simbolista —acaso no maldita—, distorsionada, imaginativa, que nos lleva al descampado como la no capacidad para restablecer el vacío que la duda filosófica en la poética a dejado, en su intención de posibilitar un pensamiento poético y una poética del pensamiento.

 

I. La imagen poética del espíritu y la encarnación de la idea en Darío.

Para aproximarnos al trance performativo de la escritura que se debe acoplar al lenguaje poético del Modernismo —y sus retazos míticos del Medioevo— en el caso del Simbolismo de Darío; y por otra parte, como restauración de lo Clásico en el Romanticismo de Bello, debemos entender en este pequeño ensayo el cruce tensional dado en la época entre la poesía y la filosofía, o en un ámbito más amplio de comprensión entre literatura y saber, narración —prosa— y verdad; nociones que por lo demás ya en sus ingenuas y pocos finas dicotomías y ambivalencias dejan traslucir un velo metafísico que opera allí como dispositivo teologal del lenguaje epocal.

Es en estas condiciones, que nosotros entenderemos a diferencia de las conjeturas de la época, lo bello de la poesía como la manifestación sensible de las ideas; ahora bien si en el resto de las artes esta manifestación sensible se entenderá a la manera de una encarnación material de la forma, en donde salen a la luz los materiales de toda creación artística, nosotros nos internaremos e interesaremos más bien en su fondo desde donde se construyen y se posibilitan las semánticas y sentidos puestos en juego en aquel acto de creación, y sus juegos e idearios de una intimidad acosada por una templanza anímica peculiar, lugar desde donde hablaremos por vez primera de la constitución ya no solo de un objeto estético —como en el resto de las artes—, sino más bien, de un acto de creación estética, en donde ya no solo está en juego las materialidades sino más bien las templanzas anímicas, los temperamentos y las disposiciones afectivas —no solamente propias del Romanticismo— en un diálogo permanente con el entorno. En efecto “el discurso, incluso cuando se esfuerza por evocar en nuestro espíritu la imagen real de los objetos, no tiene la finalidad de darnos la percepción sensible, sino simplemente de hacer nacer la idea” (Hegel, 2010: 13).

Para lograr precisar más esta cuestión, se nos hace de suma importancia revisar de manera breve la importancia de las etapas evolutivas del arte en el tiempo, identificando principalmente sus formas, para posteriormente trabajar nosotros en su fondo. Es así entonces, que podríamos en primera instancia mencionar algunas diferencias entre las formas y formatos en las artes, para dar así con mayor cautela y precisión con las características esenciales de la poesía simbolista de Darío. En consecuencia advertiremos, una forma simbólica de la poesía, en donde postularemos que las ideas, el pensamiento y el saber estarían mediados ineludiblemente por un temperamento anímico sea este personalista o impersonal —como en el caso de Darío— que busca una manifestación, pero que no se desarrolla necesariamente de manera material como en las demás artes clásicas, sino que más bien un signo que subyace a toda obra poética —o cualquier obra en general— que se presentaría como clave de lectura interpretativa de la obra, no importando tanto así su materialidad, sino más bien su sentido mediado por el símbolo, en donde problematizaremos las posibilidades de un materialismo de lo incorporal en la poética Simbolista de Darío, en el sentido de una escritura figurativa que se funde con otras artes, en este caso con las artes sonoras —musicales—, en donde el soporte mismo de la escritura se presenta como acto fundacional de una materialidad escrituraria de otro tipo, en otro nivel de intelección, cuestión que trabajaremos a medida que vaya tomando forma —paradójicamente — nuestro trabajo. Es así que, “la fuerza de la imaginación poética consiste en poder representarse los objetos mediante el pensamiento, sin llegar a darles una forma exterior tan real y completa como en las demás artes” (Hegel, 2010:42).

Distinción de esta forma simbólica del arte poético —y de todo arte creativo y poiético en general— , en donde las ideas contenidas en el pensamiento se manifiestan en un símbolo como clave de lectura performativa, cuestión radicalmente diferente a aquellas artes que se presentan bajo el estatuto de la forma clásica, ya que esta ya vendría a obviar un acuerdo implícito dado entre la forma de su arte —a base de sus materialidades— y empleos dados en las superficies sígnicas, y su fondo, como si la mera preocupación por las formas de las artes y sus materiales —condicionantes de posibilidad para su aparecer— ya transparentarán y solucionarán la cuestión de su fondo; recordemos que los objetos y materialidades del arte en general, para poder aparecer, y salir a la luz deben en primera instancia espacializarse, momento en el cual nos dirá Kant los objetos y creaciones en general salen a luz, se fenomenologizan.

Es precisamente Hegel quien nos advertirá, que en este supuesto de perfeccionamiento del fondo dado por medio del empleo y trabajo de su forma, desde donde advendría el condicionante de la verdadera personalidad del arte clásico, donde su posibilidad se presenta como pura destrucción, lo que se relacionaría de inmediato con su conducción hacia la forma romántica —con caracteres de una lengua teologal y teleológica—, lugar en donde la materialidad y plasticidad como preocupación propia de lo clásico como idea se vuelve sobre sí misma, lo que en términos kantianos equivaldría a decir que se desespacializa, lo que quiere decir que deja de lado su materialidad expuesta a luz, lugar y momento en donde lo bello, lo racional y lo moral ya no gozarían de la exclusividad de la representación de las artes, pues ahora el espíritu dejaría de ser plástico para hacerse musical y lírico, conectividad común dada en la poesía de Darío y la asimilación que se da de manera conjunta o por medio de unas interferencias de varias tipologías de sensaciones de diferentes sentidos en un mismo acto de percepción —la sinestesia—.

Es de esta manera entonces, donde nos daremos cuenta que en el resto de las artes que abogan por una materialidad, y un trabajo de la forma que relacionarán de manera contigua con una maduración del fondo o sentido primero y virtuoso del arte, que se nos hace necesario epocalmente resituar a lo bello como una expresión, por lo que un nuevo arte se hace necesario, más allá de las pretensiones clásicas del arte plástico y expresiones románticas del arte poético ensimismado, vuelto y volcado sobre sí. Es así que si bien la escultura y la arquitectura tienen como idea base su plasticidad y materialidad, con el surgimiento de las artes románticas, toman importancia la pintura, la música y poesía, momento en cual la forma irá perdiendo importancia como determinación material de los objetos, liberándose no solo de su carga pesada —estamos hablando de su materialidad—, sino que también se libera de su gravedad unidireccional y déspota, entrando en un continuo proceso de espiritualización, que en el caso de la poesía logra penetrar la idea que encarna.

Cuestión no menor si queremos problematizar y tensionar la poética de Darío, si entendemos el Simbolismo de la poesía como un sonido enunciativo traducible a signo, lo que constituirá la palabra poética como imagen del espíritu. Es en este preciso momento, en donde la idea y el saber en general ambos desenvueltos en el pensamiento logran dar con una expresión simbólica que viene a superar al clasicismo, superando su forma y plasticidad por medio de una serie de orden poética, lugar en donde el arte se volatiliza y en donde se posibilita tal como lo vemos en Darío, un cruce para algunos —como para Bello —un tanto confuso oscuro y primitivo —si es que no maldito— en donde la idea y el pensamiento son parte de la imaginación poética, cuyo signo o símbolo desclasificaría su verdadera misión de ser, cotejándose permanentemente con la verdad científica, la creencia religiosa y la duda filosófica.

Es así que para terminar esta primera entrada analítica a las tensiones dadas en la poética simbolista de Darío, y sus desempeños, encuentros, desencuentros y devenires en la Modernidad, que reiteraremos nuestra puesta en duda y permanente tensión sobre aquellas concepciones en las que se insiste en que lo bello de la poesía de Darío y del simbolismo francés en general —Baudelaire, Mallarmé, Verlaine—, que lo bello se posaría sobre la prosa propia de una realidad finita, y que al contacto con sus esferas contiguas como la religión, la ciencia y el saber —la filosofía en general—, la poesía cedería su expresividad, creatividad y virtuosidad a un absoluto que estaría desvinculado de toda forma sensible, en donde las tensiones y amalgamas posibles existentes entre arte de la letra —la poética— y estas otras disciplinas ya mencionadas, vendrían más que a proporcionar un espacio de expresión al arte vendría a socavar toda posibilidad de credibilidad, siendo subsumida por estas otras disciplinas. Momento en el cual el simbolismo nos da la oportunidad de que más bien, no debemos dejarnos llevar por la materialidad y formas de las creaciones, sino más bien por un entramado de significancia que habita en otro lugar, que estaría protegido por un signo que se presenta como clave de lectura.

II. Poética de la indistinción: Poesía y duda filosófica.
Si bien ya Hegel afirmaba metafóricamente que el templo de las artes clásicas pide un dios que las habite, estas artes plásticas solo conjeturaban la belleza, virtuosidad y voluptuosidad de las artes, bajo el apelativo de las bellas proporciones, lo que implicaba dar forma a la materia empleada por el artista, para así poder conocer su verdadero espíritu epocal. Es en estas condiciones que estas las artes clásicas, a diferencia del simbolismo de Darío —padre del Modernismo Latinoamericano—, no profesaban la falta de materialidad de la poesía bajo el apelativo de un símbolo oscuro —por no decir extraño y extravagante— que le subyacía como clave de lectura, sino más bien a una forma concreta y duradera que parecía ser inmanente al acto mismo de su creación y montaje.

Es así que en término estricto la escultura a diferencia de la poesía, en razón de su materialidad edificada de materiales e imágenes, hace que su carácter propiamente general en lo que refiere al ideal de sus representaciones, no vendría a expresar ningún tipo de principio espiritual como lo es en algunos casos la poesía, menos aun a representar dramas de la vida sentimental de los individuos ávidos de voz y resonancias rítmicas en las que habita el poeta Garcín quien Darío lo describe como un joven melancólico que tiene el vino triste —lo que espinozianamente se daría a conocer bajo la figura del poeta melancólico que no logra expresar sus ideas, pues vive subsumido en un estado de inexpresividad que lo carcome, irrita y destruye— pues esta característica es propia de un arte mayor, que Hegel entenderá como la pintura.

Pues la pintura reduciría la forma de la materialidad plástica de las artes —en este caso de las artes clásicas— a una apariencia que se manifiesta en un ordenamiento ideal, en donde el color y su escurrir tomarían una importancia no menor en su determinación. Cuestión no menor, si queremos entender que el pensamiento y con este el saber y la reflexión filosófica implícita en los juegos poéticos del lenguaje, se hacen parte de la conciencia, encontrando en estas manifestaciones sensibles una existencia que les es extraña y un tanto oscura y escurridiza, pues esta no abogaría a los objetos representados, sino a una clave de lectura misteriosa que las subyace.

Es así entonces, que el Modernismo literario Hispanoamericano, especialmente dando luces del Simbolismo de Darío deberá como arte creativo liberarse de las concepciones tradicionales —o clásicas— del arte plástico, reemplazando los materiales que condicionan al arte en una materialidad inerte, por un modo de expresividad inmaterial, lugar en donde la poesía y la música —como musicalidad de la palabra— en Darío, revelan una poética no mediante formas visibles, sino mediante un uso adecuado del lenguaje bajo influencias parnasianas, que se cotejan mutuamente con las combinaciones armoniosas del sonido —lugar en donde se posibilita la cursilería Hispanoamericana— como recurso propio del lenguaje modernista Hispanoamericano. Creatividad poética en donde el pensamiento y el saber encuentran en el sonido de las palabras empleadas y su musicalidad, una manifestación de orden simbólica.

Cuestión no menor si atendemos a la idea planteada por Hegel, que consiste en decir que el sonido no expresa ideas, insuficiencia que Bello atiende a esta para abogar más que a una poética simbólica peculiar, a un saber y arte del buen decir de la gente educada —aristoi — que margine todo resquicio oscurantista del medioevo o todo matiz o clave de lectura, para postular más bien una escritura sin matices oscuros que se abran a una interpretación múltiple, abierta y performativa, cuestión que más bien hablaría de un primitivismo no secular y antimodernista. Cuestión de suma importancia si atendemos a la idea de que las influencias del romanticismo en Bello dejan entrever como volcamiento sobre sí, la base de una lengua republicana única y unificadora, en donde el atrevimiento romántico se coteja con la secularización de los individuos. Lugar en donde el sentimiento y la templanza como disposición anímica efectiva ineludiblemente se encontraría ya enlazada y enraizada con una voluntad modernista que toma al individuo como base de la comunidad autodeterminada por un saber constructivo que la sostiene, cuestión no menor si queremos defender la hipótesis de que la poesía y la filosofía, la literatura y el saber, la prosa narrativa y la verdad gozan de una intimidad asociada —que me atrevería a decir también se encuentra implícitamente dada en Bello— tesis que más se quiere combatir por quienes acaecen y reivindican en la postura racionalista de Bello, en contraposición a las diferencias y creaciones literarias y poéticas de Martí y Darío.

“Como el pensamiento no puede estar totalmente ausente (…) la música [de las palabras —la poética—] se ve obligada a llamar en su socorro a la significación de la palabra, precisando así los pensamientos de sus temas y dándoles una expresión característica; en suma pide un texto (…) la música pierde su carácter de concentración abstracta, haciéndose clara y firme” (Hegel, 2010: 12).

De ahí que solo el saber contenido en la poética y en las artes en general puede llenar nuestro espíritu dejándose abandonar en el curso melodioso y musical de las palabras, fenómeno ejemplar que dimos cuenta al momento de hablar de la figura de la cursilería Modernista Hispanoamericana. Ahora bien, si la obra de Darío es una poética de la indistinción y del enlace paradójico, especialmente en los trances sinestésicos de su obra, debemos agregar que la musicalidad de la palabra empleada siempre desarrolla un cotejo con el saber mítico —muchas veces griego— clásico, aun en el Simbolismo de Darío, momento el cual la poética simbólica toma forma de escritura figurativa. “Es propio de la poesía representar lo verdadero de forma figurada (…) las palabras pueden tener un significado propio y otro figurado, y en este caso, el sentido literal no es la figura, sino lo figurado” (Eco, 2012: 116).

Fenómeno ejemplar que nos deja entrever, que la musicalidad de la poética de Darío como expresión sumamente rica de melodías y cursilerías —tópicos característicos de su virtuosidad y belleza— no vendría a despojarse de su férrea alianza y amalgama con las palabras y sus posibles significancias para deslizarse libremente en la esfera de los sonidos, pues esta abogaría ya no por una poética en alianza con la filosofía, sino a una phoné antimodernista. Ahora bien el pensamiento, no debe pensarse por medio de la figura reductiva del sentimiento, cuestión que más bien le compete al romanticismo, sino que más bien debe ser creador y constructor de realidad, cuestión que la abstracción musical de la armonía poética no le concede, por lo que deberá liderar su existencia como posibilidad en el arte de la poesía misma, más que en su ritmicidad, cuya eficacia y eficiencia se encuentra en la esfera de la comunión, convocatoria y participación —en un Estado naciente— .

Es así entonces, que la música como arte de la sonoridad y la rítmica —dos tópicos que además comparten los ideales de la poesía clásica— quedan eximidas de toda abstracción confusa, a base de una exposición u obra transparente y clara, su obra no se reduce al mero saber que se diluiría en medio de los mares de las palabras y sus figuraciones y posibles sentidos, como en el caso del simbolismo de Darío, dejando de ser prioridad su formalidad y forma sino una expresión creativa —génesis de un nuevo éthos americanista— que escenifica letradamente a la base de un dispositivo escritural fecundo —haciendo referencia al parto de una madre— que la contiene un resquicio que más bien pertenece al romanticismo, estamos hablando del sentimiento, pero que con el simbolismo de Darío variará radicalmente, pues este transgrede el principio volitivo del volcamiento hacía sí mismo —como pura posibilidad— propio del romanticismo, volcamiento sobre sí que deja sus huellas en Bello ya sea para hacerse parte de sí mismo, o bien, como para crear una identidad diferenciada —por ende fundadora—, a la manera de una dialéctica que posibilitaría la fundación de nuevo orden y éthos cultural, construido a la base de una posibilidad dada entre una determinada forma de ser que se posibilitaría con ocasión de aquello que no es, en donde lo otro nos posibilitaría como diferencia, lugar en donde no hay cabida a lo abismal y fantasmal de la escritura de Darío —acaso no maldita—, que forja su imperio bajo el apelativo, la seña, la huella, la marca, la cicatriz, o el símbolo, como clave de lectura interpretativa epocal, acaso no fantástica, cuestión que más adelante retomaremos para hablar de la posibilidades de un fantasear en la fundación de una madre, una patria, una América libre.

“La poesía o arte de la palabra es (…) la totalidad que reúne los extremos formados por las artes figurativas y la música” (Hegel, 2010: 12). “Antes las cosas valían no por lo que eran, sino por lo que significaban: en cierto punto, en cambio, se advierte que la creación divina no consiste en una organización de los signos, sino en una producción de forma” (Eco, 2012: 124).

En estas condiciones, si la musicalidad de las palabras en la poesía simbolista contiene una percepción inmediata de la templanza del poeta, esta se desenvuelve en la esfera de la imaginación entendida esta como un pensar que se encontraría mediado por imágenes y figuras, no llegando al extremo de las sombras e inflexiones transgresivas, pero en la misma línea del la poesía maldita. La poesía por su parte no requiere tomar forma concreta alguna para lograr mediar al espíritu de su magia poética-figurativa, si es que podemos aun hablar de este resquicio del medioevo en el simbolismo en general, cuyo soporte o tropos esencial de desenvolvimiento son las figuras literarias de la alegoría y la metáfora, quienes gozaban en su época de un estado de indistinción total, siendo alarde de ensombrecimiento y confusión para los racionalistas de la época como Bello.

Es así que en la poética simbolista de Darío la imaginación como pensamiento, saber y duda filosófica mediada por imágenes, no necesita tomar forma plástica y corporal, para que por medio de la mediación de la mirada, pueda confiar y acreditar un saber que la contiene, pues más bien la poesía abraza ya al pensamiento mismo, postulando así la incapacidad escritural de la época para dar una existencia real y formal de un éthos como objeto visible, sino que más bien como un acto de creación. Es de esta manera que:

“en efecto [la poesía], (…) incluso cuando se esfuerza por evocar en nuestro espíritu la imagen real de los objetos, no tiene la finalidad de darnos la percepción sensible, sino simplemente de hacer nacer la idea” (Hegel, 2010: 13).

Idea que por lo demás estará enraizada y posibilitada por una duda como aperturidad y posibilidad, antes de cómo saber puro, ontológico o como valedero general, cuestión fundamental si queremos dar con los puntos de comunión dados entre la poesía y la duda, o bien entre la filosofía y la literatura, pues la tarea de la poética en el romanticismo, pero precisamente con el simbolismo, para hacernos cargo de Darío, consiste en tomar de la filosofía una cuestión de carácter existencial, pues la virtud de esta última por una parte, no consiste en ocasionar problemas instalando la duda, sin prever un estado de certeza y sus consecuencias más inmediatas, problema de suma relevancia en Hume; ni por otro lado, dar solución concreta y formal a los vacíos que fisuran y fragmentan el saber, pues en este estado de cosas, la verdad, el orden, el saber y en general el arte del buen decir se nos impondría de manera inequívoca, subyugando el acto virtuoso de la creación poética a un saber que lo regula y limita a un conocer; cuestión fundamental ya que su tarea primordial consiste justamente en redefinir los bordes, los límites y contornos, como también su pregunta por el sentido, allí donde toda problemática ya aparece solucionada, aproblematizada, reduciendo un fondo de por sí ambiguo en sus juegos y semblanzas, a una forma en la cual toda clave de lectura como experiencia originaria ya se encontraría regulada y prefigurada.

 

III. Del universo alegórico y metafórico como indicio simbolista del Medioevo: la oscuridad, la sombra y la imagen poética del espíritu.

Si bien con el Modernismo Hispanoamericano, ya podemos hablar de una corriente romántica que se traza y deja ver como tramado de fondo en el pensamiento racionalista, y escritura unificadora de Bello, cuyo semblante arroja indicios tentativos de una deuda restaurativa con el clasicismo; el Simbolismo por su parte, bajo la figura de Darío aun mostrará retazos de una escritura o poética medieval mística, dotada de símbolos, bajo una escritura figurativa desclasificable bajo el simbolismo que se proporciona como clave de lectura teologal, bajo un manto para muchos abismal, oscuro y primitivo como lo es para Bello, cuestión que tiende a equilibrarse en medio de ambas posturas con Martí.

Es así que para esclarecer, el contexto decimonónico desde donde se posibilitan estos autores modernistas Hispanoamericanos, estamos hablando principalmente de Bello, Martí y Darío, debemos buscar ciertos indicios en épocas pasadas, que den luz de ciertas dependencias, transgresiones y desfases dados en sus escrituras y obras de creación en general, para así trazar un primer acercamiento a la poética de Darío, cuyo escenario natural de desenvolvimiento es el simbolismo. Es así que en el medioevo la belleza solo podía entenderse por medio del hilemorfismo, cuestión enraizada a Aristóteles quien afirmaba que todo cuerpo estaba constituido por materia y forma, aspecto de una sensibilidad medieval que le proporciona al simbolismo una visión o posibilidad simbólico-alegórica del universo, “esta relatividad de lo eterno en las cosas nos permitirá atribuir a cada una de ellas valor de metáfora pasando del simbolismo metafísico al alegorismo cósmico” (Eco, 2012: 100).

Campo simbólico de correspondencia proporcionado a la base de un lenguaje alegórico, cuyo propósito es la facilitación de la lectura para el demos ignorante, ajeno al buen decir, por medio de la figurización del verbo en aquel preciso instante en que la escritura se vuelve ilustrativa momento en el cual Virno nos dirá que el verbo se hace carne, se materializa. O bien, por otra parte, esta alegoría no se presentaría como facilitación, sino que como una operatividad compleja del lenguaje cuyo sentido solo será remitido por medio de una clave o símbolo interpretativo de lectura, cuyo desconcierto nos puede llevar a las sombras, o a las profundidades de la caverna platónica, como bien pudiese entenderlo Bello, a la manera de una escritura a base de una tinta que discurre y se derrama a manchones amorfos y sobreabundantes, que terminan por emplazarse por sobre toda normatividad ideática de la lengua, transformando aquella escritura transparente y verídica del saber y el buen decir, posada sobre la superficie de hoja blanca, en una hoja cubierta de tinta oscura, que inhibe la voluntad elucidatoria del saber, llevándonos a una esfera del descampado, acaso no de camino a lo maldito.

De esta manera tomando algunas ideas de Huizinga afirmamos que el simbolismo medieval aun vive en el Modernismo y la poética de Darío, e incuso en el hombre contemporáneo. El mirar posibilitado como reflejo de un espejismo oscuro que nos proporciona el cara a cara con el entorno, de ahí que las significaciones no se agotan de manera inmediata en su primera forma de manifestación, pues nada esta transparentado, para que las palabras no hablen por ella, para que no apareciese si no es por medio de la duda mediada por el lenguaje y sus juegos creativos e imaginativos, ciertamente ficcionales:

“ percepción que puede aparecer bajo la forma de una obsesión morbosa, a la que las cosas le parecen preñadas de una amenazadora intención o enigma por conocer, pero imposible de descifrar (…) nos llena de certeza serena y confortante de que nuestra propia vida esta entretejida de ese sentido misterioso del mundo” (Huizinga, 1930: 86).

Es así que podemos rescatar, que el hombre medieval habitaba un mundo que se manifestaba por medio de remisiones en la esfera del lenguaje y sobresentidos de una naturaleza que hablaba un lenguaje heráldico. Cuestión que Bello calificaría como neurótica y oscurantista, donde cohabitan no solo una visión deformada del mundo, sino que también una visión enajenada de la realidad a base de una mentalidad primitiva que no traza una línea de escisión entre las cosas y los conceptos, la vida y la narración, la poesía y el saber. Escenario confuso de reanudación de la actividad mitopoyética del hombre clásico, ahora bajo referencias y figuraciones que pertenecen a un lenguaje creador y ethós teologal, propio del medioevo, como sensibilidad a lo sobrenatural, sentido de lo maravilloso que el clasicismo tardío fue dejándolo en el camino sustituyendo a los dioses de Homero. Es así que el símbolo como aparición y expresión poética en Darío remite a una realidad oscura, que se imposibilita a la expresión dada por medio de conceptos del entendimiento, que para muchos será contradictoria e inasequible, a la manera de una revelación numinosa, cuyo mensaje jamás podrá consumarse, siendo tachado bajo la idea de una escritura hermética; “el símbolo medieval es un modo de acceso a lo divino, pero no es epifanía de lo numinoso ni nos revela una verdad que pueda declararse solo en términos de mito y no en términos de discurso racional ” (Eco, 2012: 98).

Tendencia mítica simbolista y popular como fuga de la realidad, que lidia con un teoricismo epocal exasperado, que escenifica una edad oscura, que por su poca claridad y falta de luz, se presenta informe condicionando una visión y estar endémico ahora angustioso e inseguro; momento en donde hizo irrupción el monaquismo en la vida comunitaria como repertorio simbólico que constituyo y consolido una reacción imaginativa del sentimiento de crisis, vacío de la duda filosófica que no ha logrado llenarse narrativamente por un saber. Es así que en la visión simbólica este sentimiento oscuro que los subsumía en la duda, o la nada metafísica, se convierte en un alfabeto descifrador del sentido que ya habla por sí mismo e intenta prefigurar un orden a base de un lenguaje simbólico en el cual otra entidad habla y se manifiesta por medio de ella. Es así que “Las cosas pueden inspirarnos desconfianza en su desorden, en su caducidad, en su aparecérsenos fundamentalmente hostiles: pero la cosa no es lo que parece, es signo de otra cosa” (Eco, 2012: 89).

Es así que la interpretación alegórica no solo gozaría de credibilidad en el medioevo, influenciando posteriormente el alegorismo escriturario del simbolismo francés e Hispanoamericano, sino que este ya estaba presente con anterioridad a la tradición escrituraría patrística, pues también en el estoicismo se deja ver en la poesía épica un enmascaramiento mítico de las verdades naturales. Es de esta manera que los escritos poéticos, o más bien, los textos poéticos como tales, al igual que los textos religiosos de la época se regían por el aliud dicitur, aliud demostratur. Es así que la tradición Modernista Hispanoamericana logra hacer distinguir el alegorismo del simbolismo, cuestión que hasta el medioevo aparecían como sinónimos.

Esta distinción logra plantearse solo a partir del romanticismo, por medio de los aforismos de Goethe, pues este afirmará que la alegoría transforma el fenómeno en un concepto y este último en una imagen, con la condición de que se mantenga el concepto en la imagen, declarándose y posibilitándose por medio de ella. Es así que la tradición simbolista de Darío desde una lectura goethiana transformaría el fenómeno del aparecer de todo contexto de la enunciación y recitación poética en una idea, posibilitando a esta última como imagen, solo si la idea ejecuta en la imagen un papel activo, pero a la vez inasequible, y aun siendo expresada en la lengua se mantenga inexpresable.

“La alegoricidad de las cosas se vuelve cada vez más pálida, dudosa, convencional, mientras el arte (artes plásticas incluidas) se considera ante todo como una elaborada construcción de sobresentidos. El sentido alegórico del mundo muere gradualmente y el gusto alegórico de la poesía permanece, familiar y arraigado” (Eco, 2012: 115).

Existirá entonces una distinción clave que habrá que hacer para comprender estas cuestiones, pues la poética que busca en lo general todo lo que tiene que ver con un orden particular, posibilitará como procedimiento la cuestión alegórica. A la vez que toda poética que contemple lo particular en lo general, mostrará la verdadera naturaleza de la poesía, expresando lo particular sin pensar lo general. Por el contrario, aquella poética que busque en lo general lo particular, esta última se acusa como ejemplo o muestra de lo general. De igual manera, quien busque lo particular recibirá igualmente lo general, sin percatarse de esto. Es así que “la verdad simbólica es aquella en que lo particular representa a lo más general, no como sueño y sombra sino cual viva y actual revelación de lo inescrutable” (Goethe, 1963: 94). Es así que se identifica a lo poético con lo simbólico pues lo simbólico une las características de lo propiamente intuitivo, en un estado de aperturidad y abertura, imposible de traducción a conceptos convencionales; momento en donde lo alegórico ahora solo puede reservarse a un ejercicio meramente didáctico. “Noción de símbolo como acontecimiento rápido, inmediato, fulgurante en el que se capta por intuición lo numinoso (…) [esta] hincaba sus raíces en lo profundo del alma mitológica griega” (Creuzer, 1923: 94).

Si bien el mundo clásico asimilaba el símbolo y la alegoría a calidad de sinónimos, entre los cuales están los exégetas patrísticos y medievales, también usarán el símbolo figuraciones de tipo didascálicas y conceptualizantes, lo que otros llamarán alegorías. Ahora ya en la Antigüedad como en la Edad Media se hará una diferencia entre la alegoría que es productiva que se ancla a un registro u orden poético, y la alegoría interpretativa plasmada no solo en la poética clásica sino también en la poética y textos profanos de la época. Ahora bien, será Auerbach quien logrará vislumbrar una característica alternativa de la alegoría, en aquel preciso instante en que el poeta ya no alegoriza de modo descubierto, sino que más bien en su poética proliferan en escena personajes y figuras ficticias, y otras reales, que vienen a ilustrar imaginativamente, a la manera de ideas mediadas por imágenes fragmentarias muchas de ellas, una verdad de otro tipo, que se desenvuelven en otras sintonías y templanzas escriturarias, como podemos identificar en la poética de Darío bajo el nombre de simbolismo.

“Tenemos una figura retórica bastante bien descodificable y conceptualizable, que está a medio camino entre la metonimia y la antonomasia, y tenemos si acaso, algo que se acerca a la idea moderna del personaje típico. Pero [ya] no tenemos nada de la rapidez intuitiva, de la fulguración inexpresable que la estética romántica atribuirá al símbolo” (Eco, 2012: 95).

Cuestión no menor si atendemos a la idea de que las influencias del medioevo en la poética simbolista de Darío, mostraría unos retazos oscurantistas no propios del Modernismo Hispanoamericano, pero que sin embargo vendrían ya operando en la poesía de su fundador principal. Lugar en donde los personajes junto a sus tramas de sentido de lo antiguo y clásico se presentan como acontecimientos de la nueva escritura, de la nueva poética, cuya virtud consiste en que no se muestra transparentada y definida, sino más misteriosa, subyacida por un símbolo, que se presenta como clave de lectura interpretativa, pero abierta, lugar donde se posibilitaría el descampado. Heidegger nos abre la posibilidad de pensar una cuestión fundamental, pues este nos dice que debemos entregarnos al mundo en nuestra actitud de entrega, yo voy al mundo, y el mundo viene a mí, cuando yo iba al mundo, este ya me había atravesado, el mundo hablaba a través de mí, yo era el mundo.

Así es que en la poética simbolista de Darío al momento de plasmar una idea, personaje o figuración mítica/metafísica —propia del medioevo— si es que no celestial, no se trata de escenificar o construir una poética que una las características propias de la metafísica cristiana, a la manera de sustancias celestiales o luminosas de características auriformes, pues en Darío, puede avizorarse que su poética simbolista más bien consiste justamente en su contrario, estamos hablando de ocultar bajo estas figuraciones narrativas, una llave que nos conducirá a otro escenario poético, a otra sensibilidad mítica, cuya estancia implica de por sí misma seres de formas más bien misteriosas que comparten oscuras desemejanzas con su tiempo verbal y tesituras apócales. Cuestión de suma importancia, pues es de este escenario desde donde se posibilita posteriormente una poética maldita, distorsionada, imaginativa, que nos lleva al descampado como la no capacidad para restablecer el vacío que la duda filosófica en la poética a dejado, en su intención de posibilitar un pensamiento poético y una poética del pensamiento. Recordemos que el simbolismo nace más que como crítica, como repudio al realismo y naturalismo, quienes exacerbaban en su escritura la cotidianidad de las relaciones humanas y lo que se muestra como tal, por sobre las ideas, cuestión que el romanticismo criticará, para intentar consolidar su ideario principal, estamos hablando de tratar de hacer sensible la idea.

 

IV. Comunidad de la lengua y políticas de la fraternidad. El caso de las escrituras diferidas de la modernidad.

Es así que toda fundación nos dirá Balibar, en el contexto de la constitución de un Estado, se dé por medio de una comunidad de la lengua cuya característica esencial será entender a la lengua como constructora de un origen que sin sernos sustraído, se presentará como una cuestión de orden ficticia para la identidad nacional y el vinculo que deben establecer los ahora ciudadanos, que compartirán ahora en adelante un territorio conformado por una misma y única escritura. Es así que el lenguaje vendría a llenar un vacío, una falta, una carencia originaria, una común inoriginariedad a la vez que funda una tentación de cumplimiento destinada a veces al triunfo o al fracaso. Es de esta manera que se hace de suma importancia resituar la problemática de la escritura, y más precisamente de la poética simbolista en el escenario de la fundación de una comunidad de la lengua, pues la poética simbolista de Darío si bien es acreedora del bien común, no militara en un registro escriturario en donde se transparente el buen decir de Bello, ni menos aun una escritura poética aproblematizable y sin matices, pues ya estando subyacida como expresión estética por un signo que se presenta como clave de lectura interpretativa de la obra, su poesía no produce un objeto estético localizable y transparentado, puesto ahí a la luz sin matices y con formas e intenciones definidas, pues en esta poesía bajo las influencias del romanticismo, como así también del medioevo en su visión alegórica-metafórica del universo, no existe una escisión o fisura que declare como el racionalismo de Bello una distancia clara y visible entre la poesía y la filosófica, como vacío a ser restaurado de manera semántica, a base de un sentido pues es justamente en la poesía de Darío donde a nuestro entender se posibilitaría un pensamiento poético, y una poesía del pensamiento.

Recordemos que la tarea de la filosofía, no es crear problemas posibilitando la duda, no teniendo certezas para volver a llenarla, ni menos aun dar soluciones definitivas y aproblematizables, como finalidad ontológica, sino que más bien redefinir la pregunta por el problema y la duda, allí donde toda problemática ya ha sido solucionada y aproblematizada, dejándola sin matices y averías donde se pudiese intercalar unos otros sentidos. Es de esta manera que en la fisurada —si es que no ya fragmentada— comunidad de la lengua durante el siglo XIX en Hispanoamérica, al presentarse en el contexto del establecimiento de una identidad republicana, en donde se habla continuamente de una americanización del lenguaje, cuyos principales exponentes son Bello, Rodríguez y Martí, sea de vital importancia recalcar como diferencia la cuestión poética de Darío, sobretodo bajo la mirada del velo simbolista, en donde toda intención de elucidación y orden irrestricto se ve socavada por ahora otra lectura más sutil y misteriosa, que esconde otro sentido emancipador para la comunidad, que no se condice con la claridad y la luz ilustrativa que deben adoptar las formas en la construcción de una nueva comunidad en vías de descolonización

Es así que esta madre letrada que según Sánchez vendría operando en las obras de los humanistas y escritores ya mencionados, buscaría posibilitar una cierta comunidad de la lengua en donde se diese un parentesco intertextual, como tejidos o mantos escriturales, que dejan traslucir unas marcas y cicatrices colectivas. Es así que si en el barroco se apela por la reiteración de las marcas enigmáticas en la escritura bajo enclaves ornamentales, esta nueva madre letrada abogará a su contrario, estamos hablando de tratar de consolidar un nuevo poder que deja traslucir una identidad republicana, lugar en donde se dejan a un lado toda ornamentalidad de la escritura, para aplicar correcciones a esta fragmentación de la lengua que busca desaparecer para conformar una patria. Es así que si bien, se busca transitar del castellano a lo propiamente hispanoamericano en las obras poéticas, esta pretensión se verá influenciada paradójicamente no solo por un cierto sensualismo que vendría operando en sus escrituras sino que también un eclecticismo que convive con el positivismo, plasmando al lenguaje de la obra bajo figuras de orden denotativo.

Es así que la pretensión de una lengua republicana como forma de fraternidad en la lengua, se posibilita según Sánchez como la metáfora del amor de la madre, por sobre el vinculo dado por los linajes y parentescos. Pues bien desde esta perspectiva se da un emergente ordenamiento lingüístico, con sus propias acentuaciones, cicatrices fragmentarias en el campo de la escritura, que esbozan una dispersión regional antes que una unidad, lugar donde se designan los lugares no universalizables. Es de esta manera que las nociones clásicas de nación es retomada en la construcción idearia de los estados emergentes hispanoamericanos, a la manera de una implantación del logos/mythos androcéntrico, masculino y paternal del pensamiento occidental clásico, con la tarea política de controlar una especie de irracionalidad primitiva, llena de matices que vendría a colocar en deuda al modernismo, por estar operando allí aun una mentalidad barroca propia del mundo colonizado. Es en este escenario donde se posibilita la restitución de las formas de filiación y lazo que se encuentran contenidas a una cierta corporalidad nacional materna, que hace alusión a una cuestión de orden simbólica. Lugar en donde la escritura como acto fundacional, como entramado de significancias, dice mas allá de lo meramente puesto a la luz, pues están sostenidos y animados en el texto como recursos metafóricos, caso excepcional en donde se muestra la cuestión de la fragmentación de la lengua.

“En la voluntad racionalizadora que moviliza las concepciones de los letrados mencionados [se buscaría] recomponer un cuerpo lingüístico herido (…) ante la mirada del letrado civilizador, la lengua de la tradición es una madre que aparece dispersa y sobreabundante, debido a que es un producto arbitrario que combina retazos heterogéneos de lenguas de distintas procedencias locales cuyo cuerpo aparece herido y maltrecho” (Sánchez, 2005: 244).

Lengua espontánea calificada como bárbara y primitiva en Bello, que al igual que el simbolismo de Darío, hace de su manifestación un trabajo sobre un fondo, una sensibilidad de las ideas, como acto de creación, en donde la inmaterialidad poética se presenta como expresión, antes que como representación, pues esta última aboga por un objeto poético, y la primera a lo meramente mentado no accesible a la sensibilidad como tal, sino a unas palabras conductoras con las cuales posibilitaríamos los dominios de los objetos poéticos, no transparentados, al cual ahora le subyacen símbolos, signos, huellas que vienen a plasmar la posibilidad de una relectura, o lectura innovadora, matizada, en donde todo conocimiento racional, vendría a significar un obstáculo epistemológico como deformación que impide el camino al pensamiento poético.

Si queremos rechazar la imagen propiciada por el letrado culto en el ejercicio de la letra, al cual aboga Bello, para acercarnos a las posibilidades del letrado mestizo al cual menciona Sarmiento, será necesario disentir con aquella templanza anímica y temperamental del hombre romántico que si bien escucha la voz del primitivo con ansias, busca traducirla, a base de un interdicto lingüístico para hacerla parte del imaginario republicano del hombre culto, quien aborrece todo tipo de misticismo, y oscurantismo que vendría operando aun en el hombre moderno, a base de una escritura fragmentaria y simbólica, cuya materialidad del significante se escurre bajo el símbolo que la subyace, contiene y trasciende, pues allí esta matizada su virtus, su gran propiedad desclasificadora, orientada al misterio y la duda —filosófica—. Lugar en donde la relación dada entre el poder y la letra confluyen y se funden, haciéndose parte de una misma cuestión, la política de la letra o la politicidad del habla. Cuestión no menor que Rama traerá a colación a propósito del ritual mágico del dispositivo escriturario fundacional, que vendría a exigir un escriba como entidad que la avale como orden gráfico.

Para pensar las problemáticas que se debe saber sobrellevar para la formación de una comunidad de la lengua, se nos hará clave forjar una diferencia que Derrida será el encargado de esclarecer, entre la oralidad, el habla y su escritura como registro, pues el habla es el estadio previo a la escritura su esencia primera. Lugar en donde el habla como soporte oral de la lengua posibilita una phoné, entendida esta despectivamente por los racionalistas de la época como el ruido que emitirán las bestias por placer o dolor, como sonidos articulados y contenidos por un sistema general del texto. Es así que la escritura aparecerá como un derivado exterior donde se posibilita la representación de un significante primero. Es así que en la escritura de Bello a diferencia de la poética simbolista de Darío, desarrollará un patrón alfabético del signo donde los idealismos, se verán complementados paradójicamente en Hispanoamérica por un eclecticismo, que repercutirá sin duda alguna en el pensamiento y escritos de Bello, cuya base valedera será el empirismo. Momento en el cual se juzga y coloca en cuestión la validez de los lenguajes pomposos del simbolismo de Darío, que por su sobreabundancia serán calificados como primitivos, en donde toda escritura matizada y poco clara en sus objetivos, deslizaría su significado sobre un significante cuya base se ve remecida por un símbolo o clave de lectura abierta, muchas veces confusa y oscura, que podría devolvernos a la caverna de Platón, cuya escritura y uso del lenguaje es equiparado a un habla sin mediación textual, pues su virtud está instalada en su sonoridad y rítmica, estamos hablando en la musicalidad de la palabra que aparece en un mundo iletrado.

Cuestión de suma importancia, si atendemos a la idea de que lo letrado, y arte del buen decir bellista no busca necesariamente atender a necesidad de integrar o bien dejar una huella, marca o cicatriz escritural, pues más bien su punto de mayor importancia es la letra cuya grafía se establece bajo la orden de una ley. Ratio que al parecer al igual que las artes clásica, a diferencia del simbolismo cuyo eje central es el fondo, buscaría retomar la cuestión de la especialización de las artes clásicas, trabajando sobre una materialidad amorfa e informe del lenguaje primitivo, sonoro, musical de la poesía simbolista, para proveer al lenguaje de una cierta forma que se presenta como condicionante de posibilidad para su aparecer, ante la luz, ahí transparentada, sin matices y claves de lecturas originarias propias del espacio iletrado doméstico.

Es así que el orden secuencial del arte del buen pensar y el buen decir bellista al estar anclado bajo denotaciones universalistas, desarrolla un movimiento hostil con la opacidad de los lenguajes retóricos que usan el lenguaje con una finalidad persuasiva, como también con el lenguaje barroco y simbolista, cuyas figuras literarias o tropos son acusados de no esclarecer los nodos de correspondencias dados entre las ideas y los signos. Cuestión no menor, ya que esta desconfianza nace en relación con el lenguaje empleado, respecto a la similitud y correlación espontánea dado entre un signo y un entorno que estaría careciendo de reglas. Es en este preciso lugar donde vendría operando una sacralización de los argumentos sin fundamento, lugar que la poética barroca y simbolista tomarían para hacer de la belleza y la elocuencia un regla primordial, en donde se invierten el orden de las palabras para alcanzar una mayor belleza expresiva, alejándose de cómo las cosas realmente se nos presentan en primera instancia, limpias de todo juicio y clarividentes. Pues tal como lo planteará Bello, no debemos trasladar las afecciones de la lengua del pensamiento a los accidentes de las palabras, pues para este humanista la filosofía ha errado al pensar la lengua como trasunto del pensamiento.

Es así que estas concepciones que han pensado la lengua como cuestión del pensamiento, se presentarían como palabras huecas, desligadas y desfasadas en primera instancia de significados al circular sin denotación, opacando las hojas y superficies escriturarias, lugar en donde se da una estimación instrumental del significante, como vehículo y transporte material del significado. Jerarquía que Derrida aludirá para afirmar el sometimiento al soporte material de la palabra —significante—, sublimando el contenido, posibilitando a la escritura un lugar que le corresponde al significante representativo, como símbolo de las palabras emitidas por un habla sonoro.

 

Epílogo.
Es así que para finalizar esta primera entrada analítica al estado de arte en cuestión, que debemos mencionar unas últimas cuestiones que serán de suma relevancia, pues si el modernismo nace como una reivindicación a la originalidad de la letra esta pretensión se presenta con caracteres paradójicos, pues en Darío aun vendrían operando ciertos matices escriturales propios del medioevo sobretodo en su visión alegórica y simbolista del universo, cuestión que quedará plasmada en su escritura poética simbolista, cuya inmaterialidad hace que nada este a la vista ahí transparentado, pues se trabaja bajo el precepto de que todo objeto, cosa u obra de arte, esta subyacida por un símbolo que se presentaría como clave de lectura interpretativa de la obra, haciendo de toda escritura una cuestión matizada y misteriosa a descifrar. Es así que las influencia que pudo haber tenido Darío, vienen por el lado de autores como Verlaine, Mallarmé y Valery, quienes en su afán de critica al naturalismo y realismo, quienes exacerbaban la cotidianidad de las relaciones sociales por sobre el ideal, dejaban ver unos resquicios del romanticismo que en el simbolismo aun deja ver sus influencias. Es entonces este afán por encontrar una nueva poética, extraña y antinatural en sus representaciones, que se posibilitaría un yo espontáneo en la poética de Darío, cuya sinestesias sensoriales posibilitan un enlace analógico y metafórico con el mundo. Cuestión que para muchos de la época, lo hará representativo de un estilo decadente, en donde la escritura se encuentra avasallada, sobrepasada por el gusto estilístico a las fuentes dispensadoras del sentido, como la caducidad de la existencia y el eros, culto a lo perverso que a la vez se presentará como lo inútil pero bello de la Modernidad Hispanoamericana.

 

Verano del 2013, Santiago de Chile.
Ensayo de autoría exclusiva que se desarrolla al interior del seminario doctoral Filosofías y Políticas de la Letra, presididos por el Filósofo y Ensayista Latinoamericano Carlos Ossandón Buljevic en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.

 

Bibliografía

Balibar, E. (1991), La forma nación: historia e ideología. España: Lepala.

Bello, A. (1972), Gramática. Venezuela: Ministerio de Educación.

________(1995), Discurso de instalación de la Universidad de Chile. Chile: Ministerio de Educación.

Creuzer, G. (1923), Simbolismo y mitología de los pueblos antiguos. Alemania: Leske.

Darío, R. (2001), Poesías completas. España: RBA.

Derrida, J. (1998), De la gramatología. España: Siglo Veintiuno.

Eco, H. (2012), Arte y belleza en la estética medieval. España: Fabbri.

Goethe, J. (1963), Obras completas. España: Werke.

Hegel, G. (2010), Poética. Argentina: ESE

Heidegger, M. (1990), De camino al habla. España: Serbal.

Huizinga, J. (1930), El otoño de la Edad Media. España: Haarlem.

Martí, J. (1992), Obras escogidas. Cuba: Ciencias Sociales.

Rama, A. (1985), Rubén Darío y el modernismo. Venezuela: Alfadil.

________ (2004), Ciudad letrada. Chile: Tajamares.

Sánchez, C. (2005), Escenas del cuerpo escindido. Chile: Cuarto Propio.

 

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