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Escenario de guerra de Andrea Jeftanovic: Entre el flujo femenino y el desarraigo

por Carolina Andrea Navarrete González
Artículo publicado el 16/07/2004

Pronunciar lo silenciado, hacer ver el lado «oscuro» de la anatomía y fisiología femenina para mostrar la crisis centrada en sujetos individuales, en los desolados parajes del Yo es lo que en 185 páginas nos revela Andrea Jeftanovic con su primera novela: Escenario de guerra.
El propósito de las siguientes líneas tiene relación con la lectura de la novela a la luz de una literatura femenina capaz de combinar la sangre y la violencia en un escenario cuya noción de crisis es padecida por seres huérfanos, cuyas raíces al aire- en búsqueda del sentido de la existencia- claman por la constitución de un viaje afectivo hacia un tiempo originario.
Hablar de una «literatura femenina chilena» resulta arriesgado puesto que son variadas las polémicas que suscita esta temática por esta razón nos hemos decidido por tomar ciertas características comunes de la «literatura femenina en Chile» tales como el aborto, la lactancia, el parto y la menstruación. Dentro de estas imágenes ciertamente femeninas esta última concitará nuestra atención ya que además de resultar un rasgo apreciable en la novela de Jeftanovic constituye un aspecto que ayuda a estructurar un mundo fracturado y desarraigado. Es importante destacar los dos momentos que parecen ser claves en esta temática, el primero lo encontramos en el capítulo 7 llamado «Papá y mi sangre» en el cual la protagonista concibe su flujo menstrual como una amenaza destructiva que provoca culpabilidad y vergüenza: «Siento pánico de este flujo que amenaza con destruirme. Estoy al acecho de cualquier señal[…] No sé por qué tengo tanta pena[…] la culpa me fluye entre las piernas.» (38) Como podemos apreciar la llegada de la primera menstruación conlleva la connotación de «cambio», «renovación», el problema es que en el mundo de la protagonista esta experiencia la despoja de su relación afectiva con su padre sintiendo que este hecho ofende y provoca a su progenitor puesto que se vincula con el recuerdo de un crimen pasado donde su sangre se mezcla con la de asesinos y mártires: «Escondo las vendas que curan esta herida infinita[…]Intento detener eso que corre por mi piel para seguir existiendo. Y para que papá me vuelva a querer, para que no esté más molesto conmigo.»(39) De esta manera la sangre provoca la negación de la condición natural femenina junto con dar pie a la represión en la figura paterna de cualquier indicio que lo conduzca al enfrentamiento con su propio pasado, el cual esta encubierto por un manto de violencia y sangre:
Y su puño choca, rebota contra la cubierta de la mesa del comedor. – No quiero sangre en esta casa- dice. Cierro las piernas, hundo el vientre, respiro hondo. […]Yo sé que cuando sangro papá piensa, sospecha, está seguro que tengo algo que ver con el oficial del brazo alzado. (39-40)

Esta combinación de violencia sangrienta, constituye un factor que marca la vida de Tamara, la protagonista, situándola en una posición de desarraigo ya que se comienza a sentir excluida del amor filial además de convertirse en un factor desencadenante en la aparición de la terrible visión de la guerra en la patria de nacimiento de su padre.
El segundo momento vinculado con el flujo menstrual tiene como puente la adopción obligada de Tamara, quien en su carácter de orfandad sale en búsqueda de su tío, hermano gemelo de su fallecido padre. Cuando la protagonista le pide que le cuente la historia sobre la muerte de su abuelo, acontecimiento ocultado por su padre, vuelve a sangrar y a sentir mismo temor que la invadió en su primera menstruación:
He comenzado a sangrar. Tac. Contraigo los muslos pero esa lava tibia fluye sin cesar. Tic. Nuevamente mi cuerpo no obedece y cumple el dictamen de su erosión. Tac. No quiero ser portadora de una sangre que tiene que ver con la muerte de mi abuelo. Tic. Siento tanto temor a que mi tío lo note. Tac. Que de pronto él también golpee la mesa y prohíba la sangre en su casa. (171)

De este modo, se confunden los dos flujos que le dan sentido a esta historia: El tic, tac del reloj y la sangre que brota del cuerpo de Tamara. Uno funcionando como clave de un destino trágico que marco la generación de su padre y el otro como herida manifiesta de una historia erosionada. En este punto, se le revela a la protagonista el
misterio de su desarraigo al darse cuenta que su padre ha huido desde los nueve años del episodio del robo y de la muerte tapando su pasado con los mismos diarios que taparon a su abuelo muerto: «En una oportunidad mi padre tomó un reloj de cadera que al limpiar le resultó familiar. Era un aparato de números romanos, esfera gris y con una larga cadena de plata. Era el reloj de su padre. […] papá salió corriendo y no habló por días.»(171) Y deberíamos agregar que por años ya nunca fue capaz de contarle el secreto a su hija, obligándola a salir en la búsqueda de su origen para explicarse una existencia enmarcada en la crisis y en el extravío. Podríamos señalar que Tamara sería una hija huérfana ya que debe salir a buscar su pasado, para poder inventarse un presente convirtiéndose así en una narradora-protagonista que articula la memoria del origen. En definitiva, estamos ante el testimonio atormentado y circular de una protagonista que paulatinamente se va convirtiendo en una llave que abre un pasado de muerte y guerra, convocándonos así, a presenciar la apertura de las heridas de una historia familiar y personal.

Notas
Al respecto las mismas autoras chilenas han tratado de dilucidar lo que se entiende por el término «femenino» y por la supuesta «chilenidad». Por ejemplo Diamela Eltit sostiene que la escritura es un instrumento social, por lo tanto no sería sexuada: «Lo que torna masculina o femenina una escritura es su relación con el poder, creo que hay una diferencia entre el lenguaje femenino y masculino, pero en la utilización de los códigos, en el juego entre el dominante y lo periférico» («Cuestionario sobre literatura femenina», sin publicar, 1990) Otro aspecto interesante lo entrega Mercedes Valdivieso, quien sostiene que la escritura no pasa por el sexo sino por la representación que el sexo tiene en la sociedad: «Pienso que la representación de una voz femenina en la literatura, sería la de deconstruir la imagen de la mujer que nos legó una narrativa masculina»(Cuestionario…,1992). Cabe destacar las reflexiones sobre el aspecto de la chilenidad en la literatura, al respecto, Lina Vera Lumperein en su libro Presencia femenina en la literatura, señala dos factores importantes: La falta de una tradición histórica y la escisión de la llamada literatura «post-golpe» en dos bloques: la del exilio y la de «las que quedaron».

Bibliografía
Cánovas, Rodrigo, «Nuevas voces de la novela chilena.»Literatura Chilena Hoy, la difícil transición. Madrid: Iberoamericana, 2002.
Jeftanovic, Andrea, Escenario de guerra. Chile: Alfaguara, 2000.
Kohut, Karl; José Morales Saravia (eds.) Literatura Chilena Hoy, la difícil transición. Madrid: Iberoamericana, 2002.
Pfieffer, Erna, «Reflexiones sobre la literatura femenina chilena». Literatura Chilena Hoy, la difícil transición. Madrid: Iberoamericana, 2002

 

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