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Esther Tusquets: reinvención y posguerra.

por Valentina Mayorga
Artículo publicado el 01/12/2011

Todo acontecimiento histórico donde se involucre la dignidad de las personas, provoca repercusiones en la sociedad, especialmente si están en juego la vida y la muerte. Una guerra puede transformarse en una marca imborrable de la memoria humana, pues al jugar injustamente con ambas caras, se produce un caos generalizado.

En el caso de la Guerra civil española, la herida resultó ser profunda, y así fue como la literatura recuperó, en cierto modo, el ambiente cultural de la época, bajo una diversidad de miradas evaluadoras de la experiencia.

El relato de la vida en el marco de la guerra, está realzado en Habíamos ganado la guerra, autobiografía de Esther Tusquets, donde, desde una postura muy original, la autora narra su experiencia como integrante de una familia de clase alta, en medio de la Guerra Civil española (1936-1939), y heredera de sus consecuencias. Ella rescata los acontecimientos más representativos de su vivencia durante este contexto, para dar cuenta de su postura frente a un problema político-social, del cual cuestiona el componente ideológico que está de por medio; la autora discute consigo misma, a partir de un análisis de su actitud frente a las circunstancias, logra un acuerdo con las tendencias políticas y calma su inquietud sobre sus conflictos espirituales.

Para una escritora como Esther Tusquets, haber escogido la autobiografía como género literario para narrar sobre la guerra, no sólo es un acto de valentía, es también una forma de inspeccionar el grado de responsabilidad involucrado como parte de un grupo social específico, en este caso, la burguesía barcelonesa. Es por ello que la autora, al analizar su experiencia no deja de ser crítica de su propio origen, pues le parece que algo quedó pendiente, es más, siente que pese a haber pertenecido al bando de los ganadores, no hubo quien ganara efectivamente, más bien, sólo hubo vencidos.

Aunque este sentimiento sea recurrente en las personas que experimentaron las “repercusiones de la guerra”, resulta trasgresor que sea reconocido por una supuesta “ganadora”. Y este fenómeno es posible gracias a la presencia del relato íntimo.

Más allá del pacto autobiográfico, propuesto por Lejeune (1), la autobiografía implica invención a través del lenguaje, puesto que el autor es capaz de crear una imagen de sí mismo para sus lectores, por medio de diversos objetivos, entre ellos, para bloquear momentos desagradables y resaltar los sublimes (especialmente si se trata de un famoso desprestigiado), o para dar a conocer vínculos familiares (como la relación con la madre).

El autor se construye, y en ese proceso descubre la identidad que desea ver y mostrar a los demás: su sinceridad responde a la capacidad creativa del artista. En este ámbito reconocemos que la autobiografía es invención, donde los referentes reales funcionan como elementos resignificados en el contexto de la narración. Desde esta postura, la autora española se inventa por medio del lenguaje, y lo atractivo es que además de crear una figura de sí misma, se dedica a discutir su vida en torno a la guerra: se trata entonces de “reinvención”, construcción de imagen y cuestionamiento sobre su postura sobre un hecho histórico español.

Para Esther Tusquets, pertenecer a una clase tan definida le produjo ciertas contradicciones desde pequeña, pues sentía que debía cumplir con parámetros de conducta, propios de su grupo social, con el que no necesariamente se identificaba. Sin embargo, pudo adaptarse a las condiciones de la época, gracias a su familia, un círculo controversial: por una parte significaba la seguridad del bienestar económico y también ideológico, en el sentido de que sus padres, si bien eran estrictos, tenían grandes intereses culturales que transmitieron (in)conscientemente a sus hijos, a quienes dieron una educación de calidad, y por otra parte, la autora manifiesta cierto descontento con el vínculo familiar, ya que le impidió mantener una relación amorosa con un novio, quien reforzaba  su pasión por el teatro, y además, este núcleo familiar fue un límite para conocer otras realidades.

De la escritura de Esther Tusquets, quien  decidió escribir tardíamente (su primera novela El mismo mar de todos los veranos, fue publicada en 1978), se puede sostener que posee un sentido común muy singular, un tono moderno con respecto a los temas y a la agilidad del relato, a través de un lenguaje donde el mundo interior está profundamente arraigado: la experiencia se convierte en el espacio que permitirá situar las acciones de los personajes, un juego sumamente delicado entre realidad y ficción.

La niñez como lugar de (des)encuentro con la sociedad
Esther Tusquets vivió la guerra de un modo diferente al común, (al de los oprimidos) pues si bien supo de calles invadidas por la revolución, provocada por la dictadura franquista, (que en su vida universitaria viviría de cerca) y observó las marchas del ejército nacional entrando triunfante a Barcelona, su familia, al formar parte de la burguesía barcelonesa, desconocía en la práctica los motivos por los cuales se levantaba el pueblo ante el poder de Franco y seguía su vida disfrutando de las comodidades que eran posibles para la clase alta.

Mientras su padre tomaba en brazos a la pequeña Esther, para ver la llegada de los soldados de Franco a fines de la guerra, su madre celebraba.”Mi madre gritaba el nombre de Franco con un entusiasmo que yo le vería manifestar en muy contadas ocasiones a lo largo de su vida, y siguió un buen trecho a los soldados sin dejar de vitorear y de aplaudir” (2).

La madre, tradicionalmente propiciadora y formadora de vida, a lo largo del relato es una de las principales causas de controversia para la autora, pues su figura no representa precisamente la imagen de una mujer tolerante, como ocurre con otras madres, como la de Soledad Puértolas en la autobiografía “Con mi madre” (3), por ejemplo, sino que se manifiesta de manera opuesta, sobre todo si consideramos que Esther Tusquets la recuerda como una mujer que no se adapta a las incomodidades, esto se aprecia con esplendor cuando la familia vive en un piso de Pedralbes escondida por la guerra, donde exige los mismos privilegios de antes de la guerra, sabiendo que eso era imposible en el nuevo contexto.

Las actitudes de la madre debieron impactar a nuestra autora, quien la critica deliberadamente, pese a agradecerle haber demostrado una mentalidad abierta para la época, lo que dio lugar a promover el arte en sus hijos y a matricularla en colegios mixtos, una vez acabada la guerra, (el primero sólo fue elegido para contentar a la familia) pues lo normal era la educación en establecimientos religiosos, donde había separación de géneros.

La niña creció en un ambiente cultural ajetreado, con clases particulares al principio y educación regular más adelante: experimentó la actividad educativa en cinco colegios diferentes, con características que le permitirían compartir con hombres y mujeres que no siempre la tomaban en cuenta, por su “rareza”. Además de su timidez, ella parecía tener algo diferente, algo que provocaba un rechazo de parte de sus compañeros y a ella misma la desencajaba. ¿Será posible que haya intuido estar al borde de un precipicio sin ver el final, gracias al amparo de una brisa que la detenía al caer? Está claro que la pequeña no se enteró directamente de las fatalidades de la guerra, pues afuera el sufrimiento era terrible, sin embargo parecía sentir un ruido que la podría ensordecer algún día.

Luego de estudiar en el Santa Isabel (colegio de monjas) y en el Colegio Alemán, ingresó a la Escuela Suiza, donde fue discriminada, por parte de  sus compañeros: ella pertenecía al grupo de los nazis o pro alemanes, pues así eran tachados los ex -alumnos del Colegio Alemán, así que debió adaptarse con esfuerzo al nuevo ambiente, que conoció de manera retrasada a causa de entrar fuera de plazo.

Allí vivió una experiencia que podría considerarse traumática para un niño, si tomamos en cuenta el daño psicológico que puede provocar: se usaba coleccionar cromos y criar gusanos de seda, ella tenía los mejores gusanos, comprados por su madre, y como acto de solidaridad decidió intercambiarlos con una compañera, quien tenía unos bichos flacuchentos. La reprobación fue tal que sólo recibió burlas.

Posteriormente, la niña se dirigió al Tibidabo y gritó al cielo: “¡A Dios (y por una vez escribiré dios con mayúscula) pongo por testigo de que nadie volverá a reírse de mí!” (4). Esta imprecación tenía su origen en la opresión que había vivido: por una parte se liberaba de la angustia sentida en los colegios anteriores y en el Colegio Suizo, y por otra parte se rebelaba secretamente de las decisiones maternas que no siempre tenían los mejores resultados emocionales para Esther.

Seguida de esa frase, continuó “¡A Dios pongo por testigo de que no dejaré que vuelvan a pisotearme jamás, aunque, para evitarlo, tenga que pisotear yo a los otros!” (4). Este mensaje guarda un componente crítico, ya que no sólo implica el hecho de vengarse, sino también el de asumir un rol para el futuro, que estará impregnado de reflexión y acción respecto de la sociedad.

Pareciera imposible que una burguesita (como se autodenomina irónicamente) pudiera descubrir los problemas sociales de una guerra, sumado a que la autora admite que a su familia no le interesaba lo que ocurría realmente, exceptuando tía Sara, una singular integrante de la familia, quien se convierte en el referente de disidencia para la autora, porque no es solamente una tía que comparte con Esther las consecuencias de la guerra, sino que también saborea sus problemas consecutivos, con el afán de alimentar su desdicha.

Si bien tía Sara fue hija del primer matrimonio del abuelo materno, se relacionaba bastante con la familia de la autora y varias veces estuvo al cuidado de los hijos (Esther y Óscar). Ella era el opuesto de tía Blanca, (hermana legítima) quien sólo demostraba encanto. Si Blanca era blanco, Sara negro.

Tía Sara invitó a la autora a conocer otro estilo de vida: “Únicamente con ella hacíamos colas interminables para adquirir zapatos en las rebajas, visitábamos un montón de iglesias los días de Jueves Santo y ocupábamos algunas tardes recorriendo en tranvía la ciudad” (5).

El interés por experimentar la desgracia, sitúa a tía Sara en un lugar aparte del conjunto de personajes. La autora aduce que no se podría afirmar que sea de izquierda, pero sí podemos desprender, nosotros lectores, que se percata de las diferencias sociales presentes en el mundo. El problema es que este descubrimiento va aparejado de malicia, un sentimiento albergado en su corazón, que la llevó a desear lo peor para su vida, y si no lo conseguía, ella misma se encargaría de malograr las cosas. Se casó y pudo ser feliz, pero todo resultó mal. Finalmente se fue a Argentina para superar su pobreza y Esther Tusquets dejó de verla.

A pesar de ser un mal recuerdo para la escritora española, ella rescata que sólo esta tía narraba historias extraordinarias, que la estremecían y la hacían reír. Además cantaba baladas, tangos y boleros: sin duda una mujer excepcional.

Lo importante de la actitud de Tía Sara es que su sensibilidad ayudaría a Esther, a comprender la existencia de los problemas sociales:

“Desde niña, yo había tenido la sensación de que algo no funcionaba bien en el mundo, de que no era justo que unos tuvieran tanto y otros tan poco, me escandalizaba el trato que algunos señores daban al servicio (“cuando sea mayor no tendré criadas”, afirmaba, y todos se reían de tan loca ocurrencia, porque vivir sin, al menos, una cocinera y una camarera era tan impensable como vivir sin aire que respirar) y me había preguntado alguna vez por qué opinaba tía Sara de forma opuesta a los demás y si podía tener en algunos puntos razón” (6).

A lo largo del relato, la autora reconoce su pertenencia a una clase social determinada, sin embargo, demuestra cierta desconfianza con respecto a pertenecer a ella, pues si bien describe varios privilegios de su familia, como dos lujosas casas donde vivió (sin mencionar los espacios que fueron esporádicos) y los servicios públicos especiales para la clase alta, manifiesta una comparación quisquillosa entre su mundo y el del resto de la gente, pues con respecto a su estadía en la segunda casa no cree que otras muchachas tengan una habitación tan elegante como la suya, y también sostiene que incluso la policía iba a su casa para que su familia pudiera realizar algún trámite, a diferencia de las oportunidades a las que podían acceder las demás personas.

Asimismo, en su hogar la servidumbre ocupaba un lugar muy importante, porque controlaba la organización de la casa. Para ésta había un lugar aparte y la casa se dividía entre pobres y ricos: una binariedad estable. Pese a la barrera entre clases, la autora asistía al rincón prohibido, donde se divertía mucho a costas del mundo popular, el que su madre no soportaba, especialmente cuando por un tiempo su esposo atendía en su casa a enfermos de escasos recursos. Un cuadro de este tipo le causaba una molestia muy grande, no sólo por su concepción conservadora sobre la sociedad, sino por sus exquisiteces de una mujer de su clase, que no concordaban con la pobreza: para una mujer refinada como la madre de la autora, todo se aliviaba al vestirse con vestidos elegantes, con los cuales la pequeña hija se absorbía de admiración, una sensación principesca.

La juventud como lugar de (des)encuentro con la política
Cuando la autora crece, modifica su forma de pensar, pues se contacta con personas que tienen un punto de vista bastante crítico sobre el mundo. Independiente de la postura que manifiesten, actúan directa o indirectamente en el pensamiento de la autora, quien se convierte en una persona muy analítica y curiosa de las decisiones políticas que se toman en la época.

Mercedes fue quien llamó primero la atención de Esther, pues en el albergue de Begur, donde la escritora tomó un curso de servicio social, la joven idealista daba clases de “formación del espíritu nacional” y la escritora se vio muy motivada por sus fundamentos. Sin embargo, fue Pilar del Valle, regidora central del SEU, quien le dio a conocer las ideas falangistas, partido del cual se adhiere con posterioridad.

De esta manera, Esther comienza a rebelarse ante los postulados conservadores del franquismo, donde la iglesia se convierte en un punto de conflicto, ya que durante su estadía en Cotolengo, lugar donde pudo reflexionar sobre sí misma, medio obligada por las circunstancias de depresión en la que se encontraba, (re)conoció la figura de Dios, que, con anterioridad había sido reforzada por su tío sacerdote, sin embargo comprendió también los límites que conllevaba la pertenencia a la iglesia católica.

A pesar de alejarse de las ideas políticas de su familia, históricamente adherida al franquismo, confiesa no alejarse de Dios, ya que tuvo un lugar muy importante en su corazón.

Esther ingresó a la Falange de izquierdas y esto le significó un cambio de concepción en su vida, no obstante, más tarde decidió no participar de un partido político, pues se sintió desencantada.

Si bien la autora no manifiesta su postura política actual, al final del relato, declara que la participación en el partido falangista le permitió tener mayor consciencia sobre la injusticia del mundo. La guerra y sus ideologías consecutivas, le significaron el descubrimiento de una serie de problemáticas sociales que despertaron en su interioridad sentimientos de impotencia y de preocupación ante las desigualdades.

La autora descubre su interioridad frente a un problema histórico, y este ritual es realizado gracias a su conocimiento de la escritura como oficio y compañera vital. Hábilmente la obra no sólo revela los cambios emocionales e intelectuales que puede sentir una artista ante causas sociales y políticas, sino también el significado del relato íntimo como recurso literario, una forma de entender el mundo más allá de la representación del comportamiento humano.

Autobiografía equivale entonces al diálogo entre la vida del escritor y su oficio, quien es capaz de comprender su técnica como manifestación del arte de escribir, aparte de intuir que su texto permitirá dar a conocer una problemática histórica como la referida en esta obra (7).

Cuando una autora como la referida cuenta sobre sí misma, sus momentos escogidos muestran su perspectiva de mundo, los cuales propician el entendimiento de su obra completa, por parte del lector, ya que queda de manifiesto su posicionamiento ante la literatura, expresión de arte en constante actividad.

 

NOTAS:
1. El investigador postula que el lector distingue una autobiografía porque en este género se produce la correspondencia entre autor, narrador y personaje. “La autobiografía y sus problemas teóricos”. Suplementos Anthropos 29, año 1991.
2. Esther Tusquets: Habíamos ganado la guerra. Barcelona: Zeta, 2009. Pág.9.
3. Soledad Puértolas. Con mi madre. Barcelona: Anagrama, 2001.
4. Esther. Pág. 83
5. Esther. Pág. 39
6. Esther. Pág. 201
7. Catelli sostiene que el relato de lo íntimo permite la comprensión de las transformaciones históricas, esclareciendo los fundamentos lacanianos, los cuales apuntaban a que la intimidad equivalía solamente a la trampa del autoengaño.
Nora Catelli: En la era de la intimidad. Beatriz Viterbo editora, 2007. Pág.10.
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