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Instructivo para trastocar la realidad

por Carlos Yusti
Artículo publicado el 05/11/2024

“Puede parecer una tarea estéril e ingrata discutir una vez más el tema de Don Quijote, ya que se han escrito sobre él tantos libros, bibliotecas enteras, bibliotecas aún más abundantes que la que fue incendiada por el piadoso celo del sacristán y el barbero. Sin embargo, siempre hay placer, siempre hay una suerte de felicidad cuando se habla de un amigo. Y creo que todos podemos considerar a Don Quijote como un amigo. Esto no ocurre con todos los personajes de ficción”.
Jorge Luis Borges

 

Alonso Quijano (Don Quijote) sale a los caminos como un personaje literario (ataviado como caballero andante) por dos razones, sin duda habrá muchas otras, que en lo particular me resultan punzantes y capaces de dibujar el insomnio en el resplandor nocturno de cualquiera.

La primera podría ser su edad. Es ya un cincuentón, gran lector con preferencia a leer esos libros de caballería, inigualable superventas de la época, que están repletos de asuntos mágicos y aventuras. Encuentra en dichos libros las aventuras que en su vida no tuvo. Ahora con suficiente tiempo libre se abre a sus pies ese abismo del jubilado. Ha leído varias veces su biblioteca y no puede proseguir en esa noria de hámster, de tristeza y melancolía, ya que si prosigue en esa rutina morirá antes de lo esperado. Debe hacer algo pronto y activarse.

La segunda razón es esa inusitada intención de hacer realidad lo leído en los libros, tratar de comprobar que la literatura tiene la capacidad de estremecer la realidad, moverla de sus goznes hasta transformarla. Esto trae algunas implicaciones de fondo. Hacer patente lo escrito en los libros frisa las líneas fronterizas de la razón, el delirio y la locura. Lo que implica dejar la comodidad de su biblioteca para intentar que la realidad se desplace, cambie de aires, se tonifique hasta que la imaginación haga de las suyas.

Alonso Quijano va a vivir, sin un objetivo cierto, la literatura o en todo caso el arte de escribir (la realidad y la ficción entremezcladas) como destino. No va escribir la obra que desearía leer, como le sucedió a Juan Rulfo que escribió Pedro Paramo debido al deseo personal de leer una novela con esas características; no, nuestro héroe ficticio va vivir su novela sobre la marcha. Quijano es un escritor frustrado, varias veces estuvo tentado a tomar la pluma, pero continuos y mayores pensamientos siempre le estorbaron.

El caballero cincuentón no tiene claro que hará y tiene algo así como una epifanía y decide armarse caballero al estilo de los personajes que protagonizan sus novelas preferidas. Durante ocho días piensa el nombre que utilizará y echa mano a todos los adminículos que le rodean para armarse caballero. Hamlet ha dicho que “la locura acierta a veces cuando el juicio y la cordura no dan fruto”.

Apertrechado en su locura sale a los caminos para experimentar y explorar los pros (o contras) de su peculiar empresa. En su segunda salida la locura ya lleva las riendas de su caballo Rocinante y sabe que necesita un escudero que le acompañe. Así convence a un labriego “con poca sal en la mollera” llamado Sancho Panza quien le acompañará sin tener idea cuál será su función y mucho menos sabe a ciencia que será eso de una ínsula, que será su pago por servicios prestados, pero se embarca en una travesía que le permitirá sufrir una metamorfosis radical al lado de su vecino.

Miguel de Cervantes a través de su personaje y de su historia va a reinventarse también. Desde su novela no sólo va a cuestionar las conexiones de la realidad y la ficción, sino que propondrá una estructura distinta para narrar. Cervantes sin saber está pergeñando los nuevos derroteros de la novela a futuro donde lo épico no encuentra cabida y se vale de la vida mundana para crear una heroicidad menos extraordinaria, pero en el fondo tan trágica como la historia de Don Quijote y así Franz Kafka escribirá El Castillo, James Joyce Ulises y Adriano González León escribirá una heroicidad de opereta en País Portátil.

Cervantes tuvo una vida tan accidentada como su personaje. Estuvo en la guerra, fue a la cárcel acusado de robo y como escritor tampoco el viento le fue favorable. Sus contemporáneos lo desdeñaron por completo y como autor teatral no le fue mejor, en suma, era un fracasado a tiempo completo. Con su novela sobre el “caballero de la triste figura” saldrá bien librado de tanto despropósito y conocerá sus quince minutos de fama.

El gran acierto de Cervantes es la quijotización de la realidad, tanto dentro como fuera del libro. No sin razón Alberto Manguel escribe: “Cuando en el sexto capítulo de la primera parte, el cura y el barbero purgan la biblioteca de Don Quijote y encuentran, junto al Cancionero de López Maldonado, la inconclusa Galatea de Miguel de Cervantes, ocurre la primera instancia de este juego vertiginoso: Cervantes existe porque Don Quijote lo ha leído, y La Galatea se salva porque el cura dice ser, desde hace muchos años, gran amigo del autor”.

En muchas ocasiones la realidad irrumpirá en la novela de Cervantes. Lo hace en ese momento cuando el bachiller decide enfrentar a Don Quijote con varios nombres «Caballero de los Espejos», «Caballero del Bosque» e incluso «Caballero de la Selva». En esa oportunidad es derrotado y su móvil para enfrentarlo por segunda vez será el de la venganza. El segundo enfrentamiento entre ambos tiene lugar en una playa de Barcelona, donde Sansón Carrasco se hace llamar «El Caballero de la Blanca Luna». Esta vez consigue la victoria y obliga a Don Quijote a retirarse de sus actividades caballerescas. También cuando Sancho Panza es nombrado gobernador de su ínsula, ubicada en el centro de Aragón y rodeada de tierra por todas partes. Lo hace de igual modo cuando don Quijote se consigue en una imprenta su historia convertida en libro. Así muchos otros indicios en el que ficción y realidad parecen imbricarse para ofrecer una historia destinada a sobrepasar todo el canon literario de su tiempo.

El libro de Cervantes más que una novela es una máquina, un artefacto curioso pleno de partes móviles (o agregadas) que se unen a las piezas de relojería de la historia principal. La realidad ha ocasionado muchos padecimientos a Cervantes escritor y con su personaje no sólo retratará la realidad agreste, sino que la pondrá de revés. No es casual que el caballero don Quijote amolde la realidad a sus requerimientos. Su escudero Sancho trata de disuadirlo, pero su señor tiene en los encantadores el mejor argumento para salirle al paso a cualquier escepticismo de Sancho e incluso del lector.

Se podría convenir que la novela toda es un gran instructivo para trastocar lo real, para mezclarlo con esa fuerza mágica e indudable que tienen las palabras. No existe azar cuando don Quijote representa la antítesis de sus héroes novelescos: flaco, entrado en años, feo y de apocada apariencia. No es el ideal del héroe, sino su reverso. Lo único que tiene a su favor es su verbo. Es un hablador inteligente, hasta sabio a veces, quien, a través de su conversación, de sus cuidados razonamientos hará que todos participen en su peripatética, mágica y creativa aventura. Marthe Robert ha escrito: “Ya la magia no revela el secreto de lo desconocido, sino de lo demasiado conocido, de lo que pasa inadvertido ante los ojos de las gentes tranquilas, pero que asusta o maravilla a los demás, sin permitir que se acostumbren a esa situación”. De igual modo Marthe Robert asegura que la verdadera religión de don Quijote es el verbo. Predica lo que es justo e injusto y se mete donde no le llaman lo que desagrada a los demás. Sin adeptos el mundo al que reta y se enfrenta lo tolera de malas maneras, a veces se burla y otras cae en su juego tan solo para seguirle la corriente.

Para Cervantes el escritor debe restituirle a la literatura su fuerza para soñar, para crear otras realidades más entusiastas y delirantes. Que rescate, de alguna manera, ese sentido mágico, oculto entrelíneas, de la realidad de todos los días.

Carlos Yusti
Artículo publicado el 05/11/2024

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