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Jacques Derrida. Tropos y Acontecimiento. Tropismos del acontecimiento literario.

por Luis Andrés Zamorano
Artículo publicado el 07/08/2012

1. Sobre la posibilidad de un materialismo de lo incorporal. Dispositivos escriturales/ metáfora figurativa / metonimia literaria.

Foucault plantea en la lección inaugural del seminario El Orden del Discurso, dictado ya hace cuatro décadas; que más que tomar posición decisional, subjetivacional y deliberativa en torno a las palabras, sean estas presentadas por medio de dispositivos escriturales u orales, deberíamos sentirnos más bien internos, envueltos y transportados por ellas, entendiendo así que al momento de colocarnos a escribir u hablar, enunciar y vociferar una palabra, o muchas de estas, ya le precedía a este ejercicio escritural u habla enunciativa una voz anónima, sin nombre, que hablaba a través del hablante. “De esta manera, el sujeto de la enunciación, o bien, el sujeto del habla escritural literaria, en lugar de ser la génesis de aquella escritura o discurso, más bien sería una pequeña laguna en el azar de su desarrollo” (Foucault, 1999: 11).

De ahí que nuestra hipótesis conceptual y/o axiológica, se encuentre destinada a pensar este dispositivo operacional del habla literaria y los procesos escriturales, desde un semblante meramente político y posibilitador, y como este ha dado paso en la actualidad a una voluntad de saber, como aparición de nuevas formas deliberacionales sobre la verdad. Fenómeno literario, que no solo abarca la cuestión en torno al dispositivo escritural como téchne política –a la manera foucaultiana-, sino que también como ejercicio retórico –arte del rhétor-, objeto de estudio derridiano en La Retirada de la Metáfora en donde se sustituyen las expresiones por otras de sentido figurado, no solo como proceso orientador y directivo, sino que también como denotativo de los procesos retóricos, metafóricos y metonímicos implícitos en la operacionalidad de un lenguaje literario desfondado, que da cabida a una escritura estilizada y seductora, como procesos de estetización experimentados en la auto alienación del sujeto entendida como una aisthesis escritural y lectiva de goce estético y retórico, a la manera benjaminiana.

Fenómeno que nos orienta, dirige y guía en el quehacer literario ya no tanto por medio de su contenido, sentido, saber y semántica si no que más bien, por medio de sus juegos lexicales, sintácticos; si es que no iconográficos de orientación y sentido. Fenómeno que nos lleva al problema de la ambigüedad. Peligro de la ambigüedad husserliana, que como plantea Derrida se experiencia y plasma en la cuestión literaria como el permanente traslado y desvío automatizado, al cual solo puedo acceder en su constante deslizar inflexivo – y por que no desinteresado-, que al reactivarse al interior de los procesos escriturales desfondados, desubjetivados y desontologizados del sujeto contemporáneo, reactiva una ambigüedad desidealizada y carente de verdad, como un continuo y progresivo proceso centrifugo de reactivación, que al carecer de idealidad, ethós y proyección, anularía toda posibilidad de fundamento, fenómeno ejemplar de desacoplamiento estructural derridiano.

Fenómeno interesante ya que antes que presentarse como obstáculo, se presentaría como pura condición de posibilidad para que los procesos escriturales y prácticas del habla, en especial atención a los procesos literarios de creación, ya que se presentarían las bases para ejercer libremente y de manera desinteresada el ejercicio paradójico de la irresponsabilidad de “decirlo todo” como pura responsabilidad para el devenir correcto de los flujos y devenires de la democracia. Pues como lo reafirmara Derrida, entre otros autores contemporáneos a trabajar, se presentan nulas las posibilidades de una responsabilidad trascendental única y necesaria, que acontezca como la facultativa de un saber y verdad sustancial univoca, a la manera de un en sí ontológico, predeterminado y adiscursivo, que pareciese tener la pretensión independentista respecto de las prácticas escriturales, literarias y los hechos de habla y discursivos que la constituyen como posibilidad.

En este mismo sentido y siguiendo el hilo argumentativo precedente, si pensamos estos procesos de desmaterialización como hechos de inscripción escritural u hechos de habla, y sumamos a estos, los intentos de dominación del acontecimiento aleatorio, nos podremos dar cuenta tal como lo plantea Virno, que en toda sociedad la producción del discurso como la producción literaria, se encuentra controlada, seleccionada y redistribuida por procedimientos que tienen por función conjurar sus poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad, lo que manifiesta una cuestión un tanto desatendida, estamos hablando de la posibilidad de irrupción de un materialismo de lo incorporal. Más aun cuando pensamos las figuras retóricas de la metonímica literaria y la metáfora figurativa y su incidencia en la rememoración de los acontecimientos como hechos de lenguaje y no como factualidades materiales.

En el caso de la metonimia literaria, como figuras retóricas que tienen por función designar las cosas con el nombre de otras que mantienen una relación de proximidad indirecta, y en el caso de las metáforas figurativas, como figuras retóricas que consisten en la identificación objetual o escritural, por medio de la semejanza o la analogía con otros objetos, en donde lo real se presenta en lo que se habla u escribe, lo imaginario en lo que se asemeja a la cuestión real, y el fundamento a la relación de semejanza entre lo real –tenor- y el termino (vehículo o navío derridiano que alude a la Odisea homérica).

Es en este preciso sentido, que los acontecimientos se reconocerían en la historia como memoria literaria del desborde, como dispositivo de inscripción, y/o soporte u memorial carente de contenido, ávido de flujos de sentidos ahora desbordados y desorientados en los flujos trópicos del lenguaje. Pues no hay acontecimiento sin representación literaria ni archivo escritural, pues estas cumplen una función manifestativa, que consiste en re-inscribir los acontecimientos en el devenir lineal de lo irreversible. En este sentido la infinitud de detalles, que son el cuerpo mismo del acontecimiento en su facticidad irreductible, hacen del acontecimiento una ausencia, que solo puede ser rememorado como un hecho del lenguaje u hecho literario.

Fenómeno ejemplar, ya que daría la posibilidad de pensar un materialismo de lo incorporal en donde el recurso metafórico ya llevaría un proceso figurativo, por medio del recurso de la analogía y semejanza como elemento trópico, ya no fáctico, ni sensitivo, si no que más bien, orientativo y suprasensitivo, no abocado a la materialidad de los cuerpos, sino que más bien a su recorrido y direccionalidad intelectiva, que tiene como génesis un proceso escritural y literario, de carácter metafórico, como retiradas. Pues la historia al darse a conocer por medio de acontecimientos rememorados como hechos de lenguaje u/o literarios, nos mostraría que este dispositivo técnico rememora los acontecimientos fácticos y su inagotable despliegue material, por medio del recurso reductivo de la analogía, el ejemplo y los tropos en general, que como plantea Derrida se presentan ya no como irrupción, sino que más bien , como constructo discursivo e imagético, en donde el acontecimiento es rememorado a lo más, partir de la descripción de sus rasgos invariables, estamos hablando de aquellos rasgos y características que permanecen inamovibles y que aparecen como zonas repetitivas, no así de sus puntos inflexivos que nos desconciertan.

En este mismo sentido, que la historia al darse a conocer por medio de los acontecimientos rememorados como hechos de lenguaje literario, nos muestra que lo que pareciese claro y evidente dista de serlo, puesto que los útiles de la conciencia en que lo verdadero en sí ha de darse, aparecer y acontecer, son históricos, relativos y sometidos a las paradojas de las figuras retóricas de la metáfora figurativa y la metonimia literaria/estética respecto del acontecimiento.

2. Sobre la posibilidad de un extravío derridiano. Escritura/ tropos/acontecimiento.

Si asumimos como indicio pragmático de la deconstrucción derridiana, el derecho a poder decirlo todo en la literatura a base de un ejercicio escritural desfondado, y acoplamos a este, la importancia de la emancipación, materializada en la figura del discurso clásico. Podremos acotar en el ámbito de la literatura, que esta emancipación se encontraría íntimamente vinculada a una promesa intrínseca a los flujos sígnicos, que no se presenta como utópica en un sentido temporal, ¿acaso sí aporético? entendida esta como experiencias de la imposibilidad y/o de la indecibilidad. De estas, la experiencia de la indecibilidad nos lleva a la paradoja de la escritura derridiana entre quienes irresponsablemente pueden “decirlo todo” sin previa apropiación intelectiva de la cosa, y entre quienes experimentan la indecibilidad y la experiencia del imposible.

Aquella temporalidad que se alude al hablar de la promesa, ahora al interior de los juegos sígnicos, más precisamente literarios, acontecen de manera inflectiva en su relación con el por venir, desajustándose, o rebalsándose sobre un saber que busca retenerlo y archivarlo. De ahí que el por venir en los juegos de creación literaria, responden a una venida irruptiva del acontecimiento como flujo o experiencia del imposible que no puede atestiguar ninguna constatación, realzando la figura de la “promesa”. Fenómeno que Derrida ejemplificara en Mal de Archivo, en donde alude a lo performativo del porvenir y su presencia, como también a su resistencia al registro de los juegos de significación literaria; porvenir que por lo demás se pretende a sí mismo como un incognoscible, que como plantea Derrida se aproxima a lo mesiánico sin mesianismo.

“Mas es preciso insistir en ello, ese poder archipolítico no deja tras de sí nada que le sea propio. Como la pulsión de muerte es también (…) una pulsión de agresión y de destrucción (Destruktion), ella no sólo empuja al olvido, a la amnesia, a la aniquilación de la memoria, como mnéme o anámnesis, sino que manda asimismo la borradura radical, la erradicación en verdad, de lo que jamás se reduce a la mnéme o a la anámnesis, a saber, el archivo, la consignación, el dispositivo documental o monumental como hypómnema, suplemento o representante mnemotécnico, auxiliar o memorándum. Ya que el archivo, si esta palabra o esta figura se estabilizan en alguna significación, no será jamás la memoria ni la anámnesis en su experiencia espontánea, viva e interior. Bien al contrario: el archivo tiene lugar en (el) lugar del desfallecimiento originario y estructural de dicha memoria”(Derrida,1994:4).

Es en este preciso sentido que el por venir lo podemos articular al ejercicio trópico del acontecimiento literario, ya que al recurrir a las figuras retóricas de la metonimia y la metáfora como relaciones de proximidad indirecta, podría relacionarse eventualmente con el compromiso de la irresponsabilidad de decirlo todo sin previa apropiación de la cosa, como del evento o fenómeno al cual se refiere, por lo que no dependería como recurso esencial de sobrevivencia y vigencia de un saber sino que más bien de un acontecer como venida. Deslizamiento que a fin de cuentas no deja venir más que permanentes flujos, como experiencias diversificadas, que no constatarían la unidad de un saber o teorema, pues justamente la virtualidad del ejercicio literario no solo como dispositivo de inscripción o téchne, sino que como arte del rhétor consiste en la no constatación de nada en particular, pues se trataría más bien de un arte performativo que como nos reiterará Derrida, su archivo, no presenta una relación con el registro de la presencia como tal.

La paradoja de este procedimiento, se reconoce en la literatura derridiana bajo el denominativo de lo mesiánico, que sin embargo se despoja de toda cuota de mesianismo u éthos centrípeto, como también de todo carácter univoco y unidireccional, porque más bien se presentaría como ateológico. Es en este sentido, que la literatura como el libre ejercicio de decirlo todo de manera indiferente al objeto que refiere, se presentaría como vinculado a la temática de la democracia y la justicia, en donde el devenir de lo otro en tanto otro, como su acogida, podría eventualmente restituir la experiencia del pensar como acontecimiento del porvenir, que colocaría de manifiesto la cristalización formal de una promesa, que bien pudiese no corresponderse con el evento o fenómeno que refiere.

Blanchot en La Escritura del Desastre, nos plantea el mesianismo a diferencia de lo mesiánico, como una relación del acontecimiento con el indavenimiento, en donde las presencias no se presentan como garantías de una promesa cumplida, que deja de ser promesa al instante de su cumplimiento pues la venida no se correspondería con una presencia. Es en este preciso sentido, que nosotros más bien entenderemos lo mesiánico como una experiencia del desliz, flujo o apertura como el imposible reductor de movimiento, presentándose como una apertura y posibilidad, que en el ámbito literario se manifiesta como un decirlo todo, que no necesariamente se presenta como decir veraz, sincero y desinteresado, sino que como experiencia del lenguaje, que en la literatura se presentaría como el lenguaje de la experiencia.

Si volvemos a la idea de lo mesiánico, para pensar ahora la literatura como un lenguaje de la experiencia, más que en una experiencia del lenguaje derridiano, nos daremos cuenta que lo mesiánico se inscribiría al interior de una temporalidad sin esperas, como puro acontecer de la acogida de lo otro en tanto otro, como pura posibilidad, que como lo planteará Carlos Contreras en Emancipación, Temporalidad y Literatura en el Pensamiento de Jacques Derrida se presenta como una posibilidad de la hospitalidad absoluta, que deberá ser entendido como un desnudamiento que dice sí a lo que viene, como despojamiento que rondaría la idea de una aporía de la espera carente de horizonte y perspectiva. Es en este preciso sentido, que Derrida planteará en Espectros de Marx, que el carácter propiamente ateológico de lo mesiánico, posibilitaría un/os fantasmas a los cuales debemos tener presente en nuestro análisis literario, ya que este se presentaría ahora como cuasi- mesiánico, por lo que daría la posibilidad de una cuasi- trascendentalidad.

Fenómeno a tomar en cuenta en el ámbito literario, ya que la paradoja dada entre la posibilidad de decirlo todo y la experiencia de la indecibilidad, vuelve a relucir, a causa de la extraña relación dada por un lado, entre la hospitalidad de lo otro como promesa a confiar no ha demandar y exigir, como pura experiencia de la imposibilidad, y por otro lado, la posibilidad de decirlo todo que puede presentarse a la par de la imposibilidad de comprenderlo todo, como pura fragilidad del hombre en busca de sentido. Experiencia que podríamos pensarla tanto como experiencia del lenguaje, o bien, como lenguaje de la experiencia manifestada en el ejercicio literario, como posibilidad de decirlo todo, bajo un sedimento o estructura frágil, fisurada, sin provisiones de saber que en términos de Derrida habría que pensarlo quizás como un materialismo sin sustancia de la khôra como mesianismo desesperante.

Pensamiento lleno de paradojas, sobre todo al pensar la posibilidad de aquel materialismo sin sustancia, que preferiríamos trabajar en este apartado a la par de un materialismo de lo incorporal, pues su itinerario desclasificante que deviene movimiento o flujo sin dirección precisa, que en Derrida refiere a la khôra, se relacionaría en su parecer a una especie de mesianismo exasperado. Ahora bien, el autor nos advertirá muy lucidamente que estas paradojas inciden en la exigencia de tener o experimentar la aporía como un imposible, ya que si no tuviésemos la experiencia aporética recaeríamos a una especie de buena conciencia. De ahí que, sin esta experiencia estaríamos operando en la calculabilidad del dispositivo literario no esperanzador, pues se podría ya saber la direccionalidad del dispositivo, en donde se podría ejercer eventualmente a nuestro entender, el derecho o ejercicio escritural y literario pero bajo basamentos axiológicos y teoréticos, que se presentarían como trilla interpretativa perpetua, desesperanzadora e injusta, que Derrida dará a conocer en Y Mañana Qué….

“Lo universal así proyectado no está dado a la manera de una esencia, pero anuncia un proceso infinito de universalización (…) ese proyecto de universalización de la filosofía jamás dejó de mutar, de desplazarse, de romper consigo mismo, de extenderse. Hoy debe profundizar ese camino para seguir liberándose cada vez más de sus límites” (Derrida, 2001: 26).

3. Literatura/Acontecimiento. O de los tropismos del acontecimiento literario y la ficción.

Si bien hemos mencionado algunas de las múltiples paradojas del pensamiento derridiano, a las que se suman la indiferencia en algunos fragmentos entre el comentario y su propuesta filosófica, hemos también de mencionar las paradojas concernientes a los condicionamientos imposibles de lo mesiánico, en donde la experiencia de la aporía, antes que jugar en contra, en el caso de los procesos de significación y prácticas literarias, se presentaría como pura condición de posibilidad de la justicia ¿acaso de una justicia entendida como la pura facultad deliberativa como dispositivo literario emancipador?, o más bien ¿ la justicia entendida como la posibilidad de decirlo todo, sobre cualquier cosa, evento o fenómeno?, o bien ¿ambas o ninguna de estas?

Es en este entramado de incógnitas y cuestionamientos, en donde vemos la experiencia aporética de la indecibilidad y el imposible, junto a la posibilidad de decirlo todo, una posibilidad única de hospitalidad, como justicia y responsabilidad ética, ciertamente rupturante, con caracteres de índole político, en donde la justicia quizás en algún momento se presentase en su relación a la literatura, su ejercicio y puesta en práctica, como condición de posibilidad de la irresponsabilidad de decirlo todo como pura responsabilidad ante el ejercicio libre, y muchas paradójico -si es que no equivoco- de la democracia, como ejercicio de apertura, ¿cuáles son sus consecuencias en el campo de la literatura y la política?, ¿acaso la responsabilidad entendida como el opuesto dialéctico posibilitador de la irresponsabilidad y falta de norma?.

Derrida nos respondería ciertamente, a favor de una cesura radical, como ímpetu revolucionario de la interrupción en la historia. Historia que por lo demás a nuestro entender como hipótesis de trabajo, es el lugar en donde se reconocen los acontecimientos, pues recordemos que postulamos la inexistencia de este sin la posibilidad de la representación –entre otras, la literaria-, pues esta cumpliría la función manifestativa, que la reinscribe en el devenir de lo irreversible, en un constante fluir deslizante retórico, en donde los acontecimientos son rememorados solo como hechos de lenguaje. De ahí, que esta interrupción o cesura histórica, y la posibilidad de decirlo todo como acto de irresponsabilidad, como pura posibilidad democrática, se presentaría paradójicamente como pura responsabilidad, pero ahora de carácter ético, en desacuerdo con la normatividad de la responsabilidad de las trillas de lectura, que aparecen como tramados de fondo, y que nos determinan en nuestro decir y escribir.

Esta irresponsabilidad de decirlo todo como pura responsabilidad, se presentaría como la experiencia del imposible ahora llevada al límite de la pura posibilidad, como un acontecer no diagramado previamente que desborda todo eje de sentido y excede todo horizonte de lo posible, que como dirá Derrida excederá también al poder y su potencia. Cuestión no menor, en el caso de la literatura y su ejercicio emancipatorio y de su derecho al optar por la irresponsabilidad de decir cualquier cosa sin mayores problemas, ahora como rasgo fundante de índole transgresor e institucionalizado como contra-institución, ficción instituida o como lo plantea Dereck Attridge como institución ficticia. Lectura del desenvolvimiento derridiano y de su concepción sobre la literatura que nos fuerza a pensar el decir todo por medio de un collage de formas y trópos en donde todo intento de formalización aparece desestructurando, o bien, desacoplando todo dispositivo de tipo normativo.

De ahí que este carácter contra- institucional de la literatura como permanente desafío de la ley, y la prohibición institucional, tenderían a desbordar los márgenes institucionales que la intentan contener, convirtiéndose en un movimiento o flujo emancipatorio y subversivo, que porta una indicialidad de índole político. Este carácter ficticio de la literatura como contra- institución, como de su amplitud política y deber de desfondamiento ante los poderes fácticos imperantes, podrían a la vez presentarse a nuestro entender, como un artificio sumamente peligroso, si es que no sumamente conservador, en donde decimos desde la irresponsabilidad como derecho facultativo de lo democrático, por lo que también como nos indicará Derrida podría aparecer como un arma o dispositivo político sumamente fácil de contrarrestar y marginar, debido a su carácter netamente ficcional e irresponsable.

Es en este sentido que la literatura nos instala al interior de la problemática de la democracia por venir, mutabilizando y fisurando el concepto tradicional de la responsabilidad. Fisura o cambio semántico netamente moderno, que a nuestro entender se daría gracias a los continuos procesos de desideologización del sujeto, ahora desfondando y desontologizado, que asume su falta de itinerario y sentido, transformándose justamente en su experimentar literario un sujeto buscador de sentido, relacionado a lo que Derrida plantea en Papel Máquina al decirlo todo, como el libre ejercicio del no decir que sin embargo dice y significa, produciendo y haciendo sus propias leyes internas a la manera de una autopoiesis de leyes internas regidas en su propia arbitrariedad, no compareciendo así ante ningún tribunal despótico o censurador, pues como indicará Derrida en Passions, no existiría la posibilidad de pensar la democracia sin el ejercicio transgresor de la literatura y viceversa, ya que en su conjunto existirían y compartirían éthos comunes de desplazamiento y derivas, ley y virtualidad, realidad y ficción.

“La literatura une así su destino a una determinada no-censura, al espacio de la libertad democrática (libertad de prensa, libertad de opinión, etc.). No hay democracia sin literatura, y no hay literatura sin democracia. Siempre puede no admitirse ni la una ni la otra, y tampoco se privan de no respetarlas bajo cualquier régimen. Muy bien se las puede no considerar como bienes incondicionales y derechos indispensables. Pero no se puede, en ningún caso, disociar la una de la otra. Ningún análisis sería capaz. Y cada vez que una obra literaria es censurada, la democracia está en peligro: todo el mundo concuerda en esto. La posibilidad de la literatura, la autorización que una sociedad le otorga, la ausencia de sospecha o de terror que ella inspira, todo esto corre parejo -políticamente- con el derecho ilimitado de plantear todas las preguntas, sospechar de todos los dogmatismos y analizar todas las presuposiciones, aunque fueran las de la ética, o de la política de responsabilidad” (Derrida, Pasiones :6).

Es en este entramado de juegos sígnicos, desplazamientos, contrasentidos y experiencias aporéticas, en donde el autor y su literatura se despojan de todo agobio normativo y paralizante que los lleve a la responsabilidad, lugar en donde no se exige un saber o un diagrama unificado de verdades consensuadas que se imponen como verdades absolutas e inamovibles, pues como reiterará Derrida y nos mostrará Carlos Contreras, la no respuesta se presentaría en algunos casos como el original más secreto que acontecería en la irresponsabilidad, en el error y la heterogeneidad, como tramados centrífugos y emancipantes anteriores incluso al poder y el deber. Es en este sentido, que el ejercicio literario y su responsabilidad ante la democracia, entendido como la anulación del límite y la normatividad externa e impuesta, alterarían el concepto tradicional de la democracia que presuponía la condición de estabilidad del sujeto, como dispositivo ante el cual se debe testimoniar la ley para develar el secreto o finalidad última.

4. Del advenimiento de la metáfora y la retirada del ser. Metáfora/Ser/Acontecimiento.

Es sabido, nos dice Derrida que Occidente al no percibir sus propios límites, se estaría dejando habitar por la metáfora como circulación y/o transporte que nos lleva a múltiples escenarios y travesías algunas prescritas, pero también otras prohibidas, en donde por medio de la literatura y su puesta en escena, especialmente bajo la figura de la encrucijada metafórica y metonímica, nos dejamos habitar por esta, más aun “somos el contenido y la materia de este vehículo: pasajeros, comprendidos y transportados por la metáfora” (Derrida,1978: 1).

Es en este sentido que nuestro habitar metafórico, se presenta como un dejarse trasladar por medio de ella, en nuestra aseveraciones cotidianas. Ahora bien, es necesario entender, que este habitar en la metáfora, no debe entenderse de manera literal, porque sabemos que lo metafórico, como lo a metafórico se presenta en nuestro habitar diario como el sedimento de intercambio de lugares y funciones, que constituirían al sujeto del enunciado literario, que en su irresponsabilidad de decirlo todo sin previa apropiación intelectiva de la cosa que habla, ya siempre se encontraría embarcado por los mares del lenguaje y sus travesías semánticas ya no como equivoco sino que como acontecimiento del porvenir.

Este proceso, no como encrucijada lógica del dispositivo escritural, sino que como la irrupción de una materialidad desfondada y desontologizada, en donde la metáfora posibilita una escritura en donde se navega de manera desubjetivada, en donde el habla escritural ya hablaría a través de este navegante metafórico que enuncia y vocifera sin restricción alguna lo que por medio de él se manifiesta como lenguaje. Navegante metafórico, que por lo demás solo navegaría según su temple y emotividad. Es en este sentido, que “me voy trasladando de desvío en desvío, sin poder frenar o detener su automaticidad (…) no puedo frenar si no es dejándolo deslizar (…) dejándolo escapar a mí control (…) ya no puedo dominar la deriva o el deslizamiento” (Derrida,1978: 2).

Es en este sentido que la metáfora y la metonimia literaria como recurso literario que rememora los acontecimientos solamente como hechos de lenguajes, hace que nuestro discurso de la irresponsabilidad como acto democrático, al igual que uno, no sea más que un medio para abandonar su desenvolvimiento como deriva imprevisible que puede decirlo todo diciendo nada, y viceversa.

Es en este sentido, que el drama que constituye la rememoración de los acontecimientos como hechos de lenguaje, por medio de metáforas y la metonimia literaria hace que la rememoración literaria misma, ya porte sobre sí misma el desvío como condición de posibilidad misma para el extravío y la ficción. Es en este sentido que Derrida nos recuerda que “el drama, pues esto es un drama, es que incluso si decidiese no hablar ya metafóricamente de la metáfora, no lo conseguiría, aquella seguiría pasándome por alto para hacerme hablar, ser mí ventrílocuo metaforizante” (Derrida, 1978: 2), en donde tal como lo advirtiera ya Heidegger en algún momento el habla ya hablaría a través del hablante, porque nos atravesaría, nos avasallaría. En estas instancias, que ya nada, y ninguna rememoración de los acontecimientos como hechos de lenguaje literarios, se producirá sin metáfora, pues no habrá habido metáfora consistente como para realmente dominar los enunciados que pronuncia, porque ya hablaría a través de él. “Hacer una experiencia con el habla quiere decir por tanto: dejarnos abordar en lo propio por la interpelación del habla, entrando y sometiéndonos a ella” (Heidegger, 1990: 143).

Es en este sentido, que la metáfora se pasa a sí misma por alto, al carecer de sentido univoco, propiamente ideal y literal, lo que se materializa bajo la alusión siempre inquietante de la retirada, en donde quizás la metáfora se retira de la escena en el momento de su más invasora extensión que desborda todo límite, es en este sentido que “su retirada tendría (…) la forma paradójica de una insistencia indiscreta y desbordante, de una remanencia sobreabundante, de una repetición intrusiva, dejando siempre la señal de un trazo suplementario de un giro más, de un re-torno y de un re-trazo en el trazo que habrá dejado en el mismo texto” (Derrida,1978: 2).

De ahí que la metáfora portaría un sentido dudoso que se materializa inflectivamente en el desliz de la palabra e donde justamente en la pretensión de dominio sobre la palabra se presenta su revés, ya que nada sería más metafórico que el valor mismo de sujeto de la enunciación. De ahí que, la metáfora “habla curiosamente allí donde no encontramos la palabra adecuada, cuando algo nos concierne, nos arrastra, nos oprime o nos anima. Dejamos entonces lo que tenemos en mente en lo inhablado y vivimos, sin apenas reparar e ello, unos instantes en los que el habla misma nos ha rozado fugazmente y desde lejos con su esencia” (Heidegger, 1990: 145).

En ese preciso instante, en que la metáfora y la metonimia literaria, son recursos usados en la literatura para abordar acontecimientos ahora abocados a una materialidad netamente intelectiva, en donde los acontecimientos se rememoran como hechos de lenguaje, en donde nos preocupa aquella extraña voluntad de la metáfora por salir nuevamente a flote como si esta más que presentarse como recurso de ejemplificación literaria de los acontecimientos, más bien ella misma quisiese presentarse como tal, usando como soporte posibilitador aquel acontecimiento para reinventarse a sí mismo. Recurso seductor del lenguaje y la escritura estilizada, y también generoso por su amplitud semántica y de sus posibles usos, advirtiendo en este un recurso inagotable de sentido, figuración y desfiguración interpretativa, que Derrida radicalizara bajo la figura de las posibles metáforas de la metáfora. “Lo que puede parecer desgastado hoy en día en la metáfora es justamente ese valor de uso que ha determinado toda su problemática tradicional: metáfora muerta o metafóra viva” (Derrida,1978: 3).

En este sentido, más que problematizar en torno a las proposiciones enunciadas a propósito de la metáfora y de sus contenidos explícitamente metafóricos, o sea circunscritos a otros relieves de referencia, lo que nos importa de verdad es su retorica implícita y ese tropos literario persuasivo, en donde se posibilitan la sustitución de las expresiones por otras cuyo sentido a devenido escritura, como clave de inscripción y dispositivo de tratamiento de la lengua, desde donde se piensa el trazo mismo como lenguaje que se rasga y oblitera a sí misma, lo que constituiría su más virtuosa posibilidad.

Acá resurge con particular hidalguía, el planteamiento de Heidegger, en torno a la idea de que lo metafórico solo se da al interior de la metafísica en donde a nuestro entender se daría la posibilidad de aparejar metafóricamente lo que tiene que ver con el carácter de lo propio y de lo figurado, a la vez que la dupla de lo que es o se hace visible, y lo que se hace invisible, duplas que por lo demás Ricoeur las elucida como nudo común en el pensamiento de Heidegger y Derrida. Recordemos que el filósofo de Friburgo hace un hincapié constante entre la dualidad dada entre lo sensible y lo que no es sensible, como rasgos de importancia sobre la cuestión de la metáfora, aun cuando sabemos que Derrida colocara en entredicho la idea de que la metáfora se presente como la transferencia de lo sensible a lo inteligible, en donde se le atribuye a este tropos, la tarea de la desconstrucción de la retorica metafísica.

En este sentido nos preocupa, principalmente la posibilidad de una unidad de transferencia de carácter metafórico, y otra de carácter analógico, en donde pasamos del ser visible a lo invisible en el uso de la metáfora como recurso escritural y de habla, que rememora los acontecimiento, transformándolos en hechos de hablas, abiertos a las múltiples interpretaciones, en donde decirlo todo, puede significar no decir absolutamente nada, que Derrida tratara como estructura intratable, abismal. Y por otro lado, la intrínseca relación problemática dada entre la conceptualización y la metaforización como relación del desgaste del devenir, y no solamente como la producción de un sentido acumulativo.

Es en este sentido que la idea de desgaste se presentaría en directa relación con la idea de metaforicidad en el uso literario, es en este sentido que posiblemente “la historia de una metáfora no tendría esencialmente el ritmo de un desplazamiento, con rupturas, reinscripciones en un sistema heterogéneo, mutaciones, separaciones sin origen, sino la de una erosión progresiva de una perdida de semántica regular, de una agotamiento ininterrumpido del sentido” (Derrida,1978: 7). Es en este sentido, que tal como lo advirtiera Lacan de manera metafórica, de que se puede decir la verdad, pero no toda la verdad, pues no existen las suficientes palabras como para poder decirla toda, pues en este sentido entonces, podemos decir que la verdad como conjetura lingüística, aspira a realidad.

Es en este sentido que Derrida nos dice que debemos considerar a la metafísica, no como una unidad homogénea, inamovible, aproblematizable en su conjunto, pues no existiría como tal una consistencia metafísica, no siendo entonces la clausura el limite circular de un campo homogéneo de orden metafísico, sino más bien una estructura informe, pues “la representación de una clausura lineal y circular rodeando un espacio homogéneo es (…) la autorrepresentación de la filosofía en su lógica onto- enciclopédica” (Derrida,1978: 7). Es en este sentido, que Derrida más bien, nos dirá en La Différence, que el texto de la metafísica antes que estar bordeado por su límite, más bien estaría atravesado por este.

Así, una vez hecho el intento por acudir a la metáfora emerge un retorica como red que configura un desvío, una inflexión en donde “lo definido está, implicado en el definiente de la definición [en donde] no se produce (…) continuum homogéneo que remitiría a la metafísica como la retórica” (Derrida, 1989: 272), ahora bien, nos dice Derrida, que si no tomamos en cuenta estas afirmaciones que buscan delimitar a la metáfora en su funcionamiento como limite nos desviaríamos del camino ya recorrido. Es en este recorrido, que debemos entonces preguntarnos por la osadía del nombre y en general de las palabras usadas en la rememoración de los acontecimientos como hechos de lenguaje, en su manifestación puramente intelectiva- figuradora de realidades desconcertantes y evanescentes pues estas palabras llevan como eje central de su desplazamiento y puesta en escena la denominación como primado y posibilidad al cual Derrida coloca en tensión con el orden sintáctico.

Es en este mismo sentido, que Heidegger nos plantea la idea de un lenguaje formal con forma insostenible, en donde se posibilitaría la experiencia de los imposibles, desde donde emerge el metalenguaje y la metafísica como dominio de la forma por la forma; metafísica de la tecnificación integral de las lenguas, que tiene como tarea primordial la de reproducir un instrumento o dispositivo único y funcional, en donde la palabra vendría impuesta como razón económica o economicismo, en donde se posibilitaría una captación de orden traductor “traslación como vehículo de otra lengua o matria (…) o bien, en el sentido más violento, como captura captadora, seductora y transformadora (…) de la lengua, de un discurso y de un texto por parte de otro discurso que pueden violar en ese mismo gesto la lengua materna” (Derrida,1978: 11).

Ahora bien, nos dice Derrida que este concepto metafísico de la metáfora heideggeriana pertenecería a la metafísica en cuanto corresponde a una época, como retirada que dejaría en suspenso el ser ya sea esta entendida como disimulación, velamiento o el estar oculto. En este sentido podríamos decir que, “el ser se retiene, esquiva, sustrae, se retira en ese movimiento en ese movimiento de retirada que es indisociable según Heidegger, del movimiento de la presencia o la verdad” (Derrida,1978: 12). Este sentido se daría al momento de retirarse cuando se muestra, o bien, bajo la forma de un ser que se somete al desplazamiento metafórico- metonímico. Es en este preciso sentido que nuestra problemática particular a seguir trabajando, debería ir en directa relación con el pensar bajo una afirmación netamente hipotética, reafirmándome desde ya en los autores trabajados, que la historia de la metafísica se presentaría como un proceso de orden estructural en el que la epoché del ser al mantenerse en retirada, manifestaría un giro figurativo de orden trópico, que se ve tentado a ser descrito y rememorado desde una conceptualidad retórica, en donde cada palabra ya estaría en una situación trópica.

En este sentido no solo decimos, que la metafísica es el lugar en el que se produce y concentra el concepto de la metáfora y su posibilidad, como determinación del ser entendido como eidos, o forma y figuración. Es en este momento, en que podemos afirmar, que el ser solo podría o tendría cabida como nombramiento en la escisión metafórica- metonímica. Pues lo metafísico que se relacionada a la retirada del ser, subsume en la semejanza una separación metonímica, como figura retorica que designa una cosa con el nombre de otra, con la cual mantiene una relación de proximidad, al interior de una gran metáfora del ser como lengua metafísica. Problema no menor ya que justamente es del ser del que cabria poder hablarse o referirse de manera metafórica.

Es así entonces, que más allá, después de la figura retórica que consiste en la identificación a través de la analogía o semejanza con otra cosa, lo real seria lo que se habla, lo imaginario lo que se asemejaría al termino real, y el fundamento la semejanza dada entre lo real (el tenor) y el termino (el vehículo). Es en este sentido, que Heidegger llama metafísica a la retirada del ser en donde la metáfora como cuestión de orden metafísico mantendría una relación de correspondencia con la retirada del ser. Pues de este modo, el habla enunciativa o dispositivo escritural de orden metafísico que se produce así misma como concepto quasi metafísico respecto del ser, es ya una metáfora que soporta el concepto mismo de metáfora. A su vez, todo el discurrir del discurso metafísico en cuanto retirada del ser, no puede desbordarse, a no ser que entendamos la retirada de la metáfora a partir de la retirada del ser.

Ahora bien, el punto culmine de la problematización sería entonces abordar la idea de que justamente la retirada de la metáfora, al no posibilitar su soporte manifestativo, estamos hablando del habla y la escritura, provocaría un repliegue entendido como un eterno retorno o repetición como trazo suplementario “discurso cuyo reborde retórico no es ya determinable según un trazo lineal” (Derrida, 1978:13). En este sentido, este trazo presentaría una multiplicidad interna, lo que posibilitaría que la retirada misma de la metáfora dé lugar paradójicamente al abismo de lo metafórico, y de la metáfora de la metáfora. De ahí que, la palabra retirada al quedarse en suspenso se retira para designar el movimiento netamente esencial del equívoco, en donde la retirada del ser y su estar en retiro da lugar a la metafísica como ontoteología que produce en sí mismo lo metafórico y se denomina de manera quasi metafórica. Ahora bien nos dirá Derrida, “como la retirada del ser da lugar al concepto metafísico de metáfora como a su retirada, la expresión retirada del ser no es estrictamente metafórica (…) no llegaré a comprender y dejar que se manifieste la retirada en general si no es a partir de la retirada del ser y de la metáfora en todo el potencial polisémico y diseminador de la retirada” (Derrida, 1978: 14).

Es en este sentido, que Derrida nos dice, que pensar en términos de retiradas, tanto del ser, como de la metáfora, no nos permite pensar en sí mismo la problemática del ser y de la metáfora ahora como retiradas, ni como advenimiento, sino que como lo que son en sí mismas. En el caso de esta última, vehículos que nos procuran el acceso a lo desconocido e indeterminado a través del constante desvío por algo reconocible

5. Del intelecto discursivo y la intuición sensible.

De ahí, que si el conocimiento fuese intuitivo no habría otro objeto más que lo real; en donde no existirían conceptos orientados a la posibilidad de un objeto, ni intuiciones sensibles que nos hacen sentir sin la necesidad de conocer el objeto. Esta distinción entre lo posible y lo real estriba, en que lo posible es una posición de la representación de una cosa respecto del concepto y la facultad de pensar; y lo real, una posición de una cosa en sí misma, fuera de todo concepto. He aquí un punto de inflexión fundamental, ya que el “estar por” se presentaría abierto a la posibilidad como a la realidad, ya que la relación entre significados y percepciones sensibles es una relación entre elementos heterogéneos. Heterogeneidad que para Kant, fundamenta la distinción entre posibilidad y realidad. Fundamento neutral equidistante de ambas modalidades en disputa; la de lo posible al “intelecto discursivo”, y la de realidad a la “intuición sensible”. Ahora bien, esta neutralidad modal del fundamento seria solo en apariencia.

Esta diversidad, en donde habitan errores, falsedades, y verdades que son, pasan a formar parte de las aserciones, convirtiéndose así estas inmediatamente en predicados de gran potencial; de ahí que ahora en adelante, el eteron como el contenido y temática sobre la que trata el discurso falso, se hace posible. Conjetura filosófica, que en la modernidad debe enfrentar Hegel, quien con su dialéctica reivindica al “no ser” que sin embargo “es”, propio del sofismo como preludio, indicio o antecedente de la dialéctica idealista en donde el devenir se presenta como la diferenciación sustantiva en el orden del ser, del sujeto mismo, dialéctica que se da en el seno de la relación entre identidad y no-identidad como identidad absoluta que puede valer también como diferencia absoluta. Lo que según Virno probaría, que la lectura platónica y su conjetura parmediana, se presentasen como premisas de la lógica modal aristotélica.

Recopilemos las hipótesis planteadas; la “contingencia”, consiste en el simultáneo acto de “poder ser” y “poder no ser” de una singularidad inagotable, imposible de resolver y prescindir de ella. Contingencia ligada a un “no” como negación, que se presenta como la Nada heideggeriana, como poder “no ser” de la condición sensible. En el principio no es el caos o el ser o el logos; en el principio es la Nada y la Nada está en el fin. Hegel coloca al Ser y al No-Ser en relación dialéctica y concluye, a través del devenir dialéctico, en la Idea absoluta. Heidegger no se opone a Hegel, sino que lo continúa, lo profundiza con despiadada coherencia. Si Ser y No-Ser están en relación dialéctica y la dialecticidad es la esencia de lo real y del pensamiento, no existe un Absoluto que se revela a sí mismo, sino que existe la Nada al principio y al fin.

De ahí, que el “No ser”, o “distinto de”, expresa a lo diverso, como aquello que es en potencia el “no ser”, o lo “falso” en la tradición platónica. Atendiendo a estos insumos analíticos recién mencionados, la modalidad de lo posible cobijada en el cosmos sublunar de la instantaneidad accidental e imperfecta, avizora la antinomia de la expresión sustancia individual, como oxímoron. De ahí, que la “posibilidad” y la “diversidad” como seres, exceden a la mera sustancialización, rescatando la singularidad de lo singular. Singularidad como insustanciabilidad contingente o ens realissimum. De hecho, entender y relacionar el eteron, con el modo de ser de cada uno de los muchos como lo hizo Aristóteles con el sofista, repercute la presunta insustanciabilidad de cada uno de los muchos.

Repercusión que se hace ver, en la crítica que hace Aristóteles a Platón, al intentar fundamentar, encontrar y dar a conocer, en que consistía la potencia de la sustancia, entendida esta última como cosa u objeto de análisis, sin existencia propia e independiente al hombre. Ahora bien, lo que es realmente relevante es, entender en que consiste esta existencia de la posibilidad y la diversificación, que no se presenta como sustancia acultural. En este sentido, la singularidad material por ser insustancial o radicalmente contingente requiere una idea separada de sí, rasgos de la vida interna al lenguaje, no como signo denotativo, que le garantice materialmente la imagen, la apariencia, o el eidos, de la cual esta separada. De ahí que, lo sensible insustancial e irrepresentable da lugar a la idea, y no la justicia, ni la obra de arte, ni el gobierno de la ciudad.

Santiago de Chile, Julio del 2012.

 

Notas y Bibliografía
El presente trabajo de investigación es de autoría exclusiva, y se enmarca dentro del proyecto editorial Metrópolis: Arte/Comunicación/Cultura, llevado a cabo en el marco de los programas de estudios de postgrado en la Universidad de Chile, por investigadores especialmente abocados al estudio de la filosofía de la Escuela Francesa Contemporánea.
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Un comentario

Muy buen ensayo sobre Derrida, excelente ensayo de este autor, recomendables sus dos primeros libros.

Por mauricio sunkel oyarzun el día 25/01/2013 a las 18:33. Responder #

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Requerido.

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