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José Martí: Lengua, literatura y la unión de Nuestra América.

por Egberto Almenas
Artículo publicado el 02/12/2013

José Martí (1853-95) estimó a su pesar que todavía faltaba en Nuestra América una esencia capaz de discernir entre lo duradero y lo que carecía de “condiciones de fijeza”. No en vano se pregunta si se unirán allí los pueblos de larga estirpe análoga, o si han de marchar divididos “por ambiciones de vientre y celos de villorrio, en nacioncillas desmeduladas, extraviadas, laterales, dialécticas…”

La sostenida importancia que desde joven le adscribe a la virtualidad de la lengua y la literatura para dar pauta a los “hechos constantes y reales” de la unión se comprueba con el hallazgo tardío de un artículo suyo de 1889 titulado “El castellano en América”. Casi al tiempo de aceitar fusiles para la guerra en la manigua, agolpa aquí una de las pocas discusiones de alguna extensión íntegra espigada hasta hoy de todo cuanto compuso sobre este tema.

El artículo en cuestión trasuda el problema de fondo que entraña el arte del buen decir. En tiempos de efervescencia, había anotado su autor, los “patricios, y los neopatricios se oponen a que gocen de su derecho de unidad los libertos y los plebeyos”. La patria en la concepción martiana es “la parte de la humanidad más cercana a nosotros”. Segarle derechos a cualquiera de sus componentes implica violentarla en lo más íntimo de su expresión constitutiva.

Hay que “ir acelerando lo que ha de acabar por estar junto”, advierte. “Si no, crecerán odios; se estará sin defensa apropiada para los colosales peligros, y se vivirá en perpetua e infame batalla entre humanos por el apetito de tierras”. Urge insuflar la lengua y la literatura de un espíritu que refrene los reciclajes impropios. “Y la lengua que se habla”, se lee en el artículo recién exhumado, “debe hablarse como lo manda la razón, y como sea la lengua, por lo mismo que uno se pone la ropa a su medida, y no a la del vecino, con el pretexto de que todo es ropa”.

A más de un siglo de distancia culmina “la nueva acomodación de las fuerzas nacionales del mundo”. Hoy la llaman globalización neoliberal, y podría decirse que aún se impone como entonces en Nuestra América aquel “agrupamiento necesario y majestuoso” contra la “infame batalla entre humanos”. De ahí la vigencia de la prédica martiana en torno al humanismo, el cual el avance desacoplado de las ciencias especializadas todavía anubla y desprestigia.

¿Cuánto de lo que Alfonso Sastre llamaba “barbarie de la especialización” se debe también a que la lengua mayoritaria desde el Bravo hasta la Patagonia todavía padezca de “oquedad y follaje”? El “castellano es lengua fofa y túmida”, se quejaba además Martí, “y cuando se le quiere hacer pensar, sale áspero y confuso, y como odre resquebrajada por la fuerza del vino”. Basta con poner “en equilibrio la imaginación y el juicio,” y hacer de “éste dueño de aquélla”, y gastar “pocos abalorios”, como en efecto sucede con el inglés.

En un discurso de 1964, Pedro Salinas hablaba de la “desnaturalización inútil” del español que resulta de su contacto a diario con esa lengua extranjera. “Se leen, con dolorosa frecuencia”, argumentaba, “dislates lingüísticos, que no atentan a una supuesta corrección del idioma, ni ninguna regla académica, sino a la naturaleza misma, al genio del español”.

Ahora bien, ese término, naturaleza, descarga en el uso significados antojadizos. Podría tratarse de una naturaleza abocada en plazo breve a su propia extinción. Sea lo que se entienda por “genio hispánico”, valdría más que se hablara de una “desnaturalización útil”. Este trueque de términos sólo parafrasea el “necesario influjo” al que se refiere Martí, ajustado con “antejuicio suficiente”, o como la ropa a su medida.

La que viste su ensayo “Nuestra América” es la de una gran familia que aún puede reconocerse como tal por la armonía que emana de su diversidad caótica, o por la interculturalidad que sobreviene de un dinámico orden interior, humanístico, y no por un artificio de categorizaciones lineares y subordinantes.

Innovar la lengua y la literatura con frases o palabras nuevas, si son expresivas “y crecen naturalmente del influjo de nuestros caracteres en nuestro idioma”, rinde si aporta a esa conformación abierta de un espíritu propio, pues no puede haber expresión si no hay esencia que expresar, o si “falta aún el pueblo magno de que ha de ser reflejo”.

En Nuestra América apremia por tanto anteponerse la “verdad importante” que se declamaba en clave romántica, y la cual todavía consiste en seguir alentando, de cara a las “potencias reales”, el “consorcio urgente, esencial y bendito” que afianza la independencia.

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