INTRODUCCIÓN
Desde que se desplaza la noción de Crítica y Hermenéutica por el de Crítica y Pensamiento Latinoamericano, surge en mí un cuestionamiento en relación a las subjetividades del emisor del discurso crítico. Desde que se habla de Pensamiento latinoamericano no podemos quedar ajenos a la discursividad situada que sobreviene, especialmente en la rama crítica de los estudios literarios. La autorreflexividad del crítico es uno de los llamados que subyace en los Estudios Subalternos, precisamente debido a que pone en cuestionamiento todo un orden preestablecido y dado por supuesto infranqueable. Esta desestabilización del cómodo funcionamiento de la Crítica permitió que las conciencias despertaran y comenzaran a pensar, a reflexionar y a escribir desde sus propias plumas.
Lo que a continuación presentaré es una reflexión personal respecto a la problemática que subyace la práctica crítica en Latinoamérica, cuando ésta se sitúa desde la figura del Intelectual. Para comenzar, me parece necesario delimitar el conflicto que atravesará mi reflexión, y el punto de debate que he advertido a lo largo de mis lecturas, a saber, la posición del Intelectual con respecto al sujeto subalterno que ellos formulan. Como punto de partida, John Beverly, en la Introducción de su libro Subalternidad y Representación. Debates en teoría cultural(1) indica que:
Los estudios subalternos tratan sobre el poder, quién lo tiene y quién no, quién lo está ganando y quién lo está perdiendo. El poder está relacionado con la representación: ¿cuáles representaciones tienen autoridad cognitiva o pueden asegurar la hegemonía, cuáles no tienen autoridad o no son hegemónicas?
Vemos que más allá de la categoría particular subordinada de subalterno –que Beverly relaciona con la categoría de lo Real de Lacan, es decir aquello que “resiste la simbolización absolutamente”- su interés es la relación de esa categoría con la posibilidad de su representación. En esta problemática se advierte un cerrado círculo que vaticina el mismo nombre de los estudios subalternos, donde el término estudios contradice el signo subalterno y el oximoron que construyen niega lo que propone. Por lo tanto:
Los estudios subalternos deberían incorporar la resistencia al saber académico que Menchú expresa en las palabras finales de su testimonio: “Sigo ocultando lo que yo considero que nadie sabe, ni siquiera un antropólogo, ni un intelectual, por más que tenga muchos libros, no saben distinguir todos nuestros secretos” (2)
El propio Beverly propone dos respuestas ante esta tensión al interior de los estudios subalternos. Por un lado, indica la necesidad de desarrollar nuevas formas de práctica académica; y por otro, la urgencia por desarrollar una crítica del saber académico como tal. Es decir, nuevamente se advierte una contradicción, otro oxímoron en las propuestas que se esbozan para mejorar la tensión –también contradictoria- de los estudios subalternos.
Sin embargo, y a pesar de estas confusiones producto de la necesidad que tenemos de clasificar siempre dicotómicamente, siempre ordenada y motejadamente, lo que considero destacable es la conclusión a la que llega el autor hacia el final del primer capítulo, luego de citar a Richard Rorty en su idea del deseo de solidaridad y objetividad. (3) Los estudios subalternos, concluye Beverly, no reivindicarán la representación del subalterno, sino que tratarán acerca de cómo el saber que se produce por ellos está estructurado por la ausencia, dificultad o imposibilidad de representación del subalterno. Al hacer esta tarea, los estudios subalternos dejarán ver el cambio que se necesita para transformar el orden social existente.
Me baso en estas conclusiones para dejar instalada la hipótesis que formulé al comienzo. Considero que la autorreflexividad del sujeto crítico, no solo en los estudios subalternos, sino en cualquier práctica crítica abre una nueva valoración de su objeto, pues al cuestionarnos desde la propia situación de enunciación examinamos este objeto desde el conciente filtro de nuestra propia subjetividad. Con ello, disminuimos la distancia que separa al objeto del conocimiento del sujeto que lo observa y construimos una escala humana en base a relaciones intercambiables que dependen de esa situación enunciativa. Sin embargo, las reflexiones que presentaré dan cuenta de la ingenuidad de mi propuesta, pues, a lo largo de los siglos, en lo que entendemos por Latinoamérica (4) se ha dado una falsa construcción en la propiamente problemática temática de la identidad latinoamericana. Estos débiles y conflictivos cimientos comenzaron a instalarse desde la Colonia, y el responsable de aquello no es, como podría pensarse naturalmente, el poder imperial europeo, sino que es la figura del Intelectual latinoamericano quien tendría la gran responsabilidad de haber creado falsas historias, en base a falsos preceptos, y falsas intencionalidades.
MARCO TEÓRICO METODOLÓGICO
Examinaré este concepto de situación enunciativa de acuerdo a algunos planteamientos que Dominique Maingueneau postula en el artículo “¿Situación de enunciación? o “situación de comunicación?” (5) para ver cómo los estudios subalternos logran desarticular ciertas posiciones histórica y tradicionalmente estables. En consecuencia con ello, basaré mis reflexiones principalmente en el Manifiesto Inaugural de los Estudios Subalternos (6), así como también en el texto de John Beverly que anteriormente he citado Subalternidad y Representación. Me interesa indagar en su visión con respecto al rol del Intelectual y su relación con la representación que puede o no hacer del subalterno. En complemento con ese libro, examino el texto de Gayatri Chakravorty Spivak ¿Puede hablar el subalterno? (7) Además de la postura que plantea Beatriz Sarlo con respecto al rol del Intlectual. (8) Utilizo también, y de manera central, las ideas que postula Walter Mignolo en relación con la teoría de la Poscolonialidad en América latina. Para ellos recurro a diferentes artículos que he recogido de Internet, específicamente de su propia página web (9). Complementando sus propuestas reviso también dos textos de Aníbal Quijano: “Don Quijote y los molinos de viento” y “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América latina” (10). Finalmente, acudo al texto de Estela Fernández Nadal “América Latina: Los estudios poscoloniales y la agenda de la filosofía latinoamericana actual” (11) que relaciona de manera muy interesante las principales ideas de tres textos que leí de manera acuciosa: “Leones, cazadores e historiadores: A propósito de las políticas de la memoria y del conocimiento”, de Hugo Achúgar; Introducción: la translocalización discursiva de “Latinoamérica” en tiempos de la globalización, de Santiago Castro-Gómez y “Hegemonía y Dominio: Subalternidad, un significado flotante, de Ileana Rodríguez”. (12)
1. SITUACIÓN DE ENUNCIACIÓN: EL LUGAR DEL INTELECTUAL LATINOAMERICANO
Hay un proverbio africano que dice: «Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador» El proverbio escenifica un conflicto permanente mediante tres personajes: leones, cazadores e historiadores, o dicho de otra manera, los oprimidos, los opresores y los intelectuales. Al mismo tiempo que alude a una historia, diseña dos lugares y dos prácticas intelectuales: el lugar y la acción de los leones y el lugar y la acción de los cazadores. Hay otra historia, de origen brasileño, que ofrece una variante de interés: un hombre narra a un amigo su aventura con una onza. A medida que avanza el relato, el oyente interfiere reiteradamente en el relato, lo que obliga al fastidiado narrador a preguntar: «¿Vocé é amigo meu ou da onça?». La historia de la onza agrega un personaje o una situación al escenario del proverbio africano: se trata del intelectual que sin ser onza o león, es sin embargo amigo de la onza. Lo que se agrega es la posicionalidad del intelectual que, sin pertenecer al ámbito de los oprimidos leones, se ubica a su lado y toma, si no una identidad prestada, al menos sí una «conciencia de onza prestada».
Esta extensa cita de Hugo Achúgar (13) permite abrir la postura que desarrollaré con respecto al rol del intelectual en Latinoamérica. Tal y como acabamos de leer, existirán tres posiciones enfrentadas en complejas relaciones de poder, conformando un triángulo que potencia las oposiciones binarias clásicas en las que históricamente se ha basado nuestro concepto de identidad: Dominante / Dominado, Hegemonía / Subalternidad, Civilización / Barbarie, Yo / Otro, etc. Estas dualidades se han ido transformando en un aparente triángulo de fuerzas, pero que sin embargo no es otra cosa que una continuidad de las oposiciones, pero con la trampa de cargar la balanza más hacia un lado que hacia el otro. Este factor desestabilizador del “equilibrio” de estos binarismos está dada por el rol del Intelectual, que, como veremos, se ubica hacia el extremo derecho de la balanza, esto es, hacia el lado del Dominante, de la Hegemonía, de la Civilización, del Yo.
Se recalca en las palabras de Achúgar, la posicionalidad del intelectual, la cual influiría en el rol que éste desempeñará, posicionalidad, que además de ubicarse geo cultural e ideológicamente, se instala desde la figura del intelectual letrado o del intelectual orgánico. Quienes se diferencian en un rasgo básico, que, según Beverly, tiene que ver con la aceptación de la materia prima heredada, archivada y aceptada; frente a quienes consideran esa materia prima como una fuente no propia y desconfiable.
Para empezar a situar al Intelectual, considero necesario examinar cómo Dominique Maingueneau delimita la noción de situación de enunciación diferenciándola claramente de la situación de locución. Explica que la primera está formada por coordenadas abstractas, puramente lingüísticas, que hacen que todo enunciado sea posible por el hecho de reflejar su propia actividad enunciativa. Así la situación de enunciación no es una situación de enunciación socialmente descriptible, sino una propiedad del mismo lenguaje que por su carácter reflexivo (en el sentido de la reflexividad expresada por el pronombre se) define tres posiciones fundamentales: la del enunciador, del co-enunciador y de la no persona. La posición del enunciador establece el origen de las coordenadas enunciativas, el anclaje, como dice Maingueneau, de la referencia y de la modalización del enunciado: El Yo que enuncia. En segundo término, la posición de co-enunciador, tiene que ver con el Tú al cual se dirige el enunciador, ese Tú que tiene cualidades de diferencia con respecto al Yo, pues representa una alteridad de no Yo. Finalmente, la posición de no persona (término que Maingueneau adopta de Benveniste y que este diferencia del término tradicional de tercera persona) corresponde a las entidades que se presentan como no susceptibles de asumir un enunciado, de hacerse cargo de un acto de enunciación.
Luego de delimitar la situación de enunciación, Maingueneau la diferencia de la situación de locución. La primera conlleva un sistema de posiciones abstractas sobre las que reposa la actividad enunciativa, mientras que la segunda tiene que ver con los lugares ocupados en el intercambio verbal. Es decir, en esta situación, las “personas” tienen roles de locución. Él separa ambas situaciones ya que explica que no siempre un Yo, propio de la situación de enunciación, juega un rol de locutor en el intercambio verbal, así como también el Tú de la enunciación puede no cumplir, necesariamente, un puesto de alocutor. Es así como establece las tres situaciones de enunciación y las tres situación de locución como: Yo/locutor(el que habla); Tú/alocutor(a quien le habla); Él/ delocutor (de lo que se habla). Aún y cuando estas posiciones suelen presentarse armónicamente, en el lenguaje de uso cotidiano se pueden evidenciar múltiples rupturas (14).
Ileana Rodríguez, en su texto “Hegemonía y dominio: subalternidad un significado flotante” (15) plantea que una de las primeras demandas de los estudios subalternos fue la definición de la categoría de subalternidad, exigiéndoles que explicaran qué entendían ellos al usar el concepto de subalterno. Y agrega:
Lo que está en juego es la relocalización de la subalternidad en los procesos de generación de conocimientos dentro del paradigma de la globalización, tal y como esta se representa dentro del universo disciplinario creado en y por las academias. Nuestra relación con la tematización de la subalternidad es quizás lo que más propiamente define nuestra posición como subalternistas.
Esta cita me permite relacionar la delimitación de la situación de enunciación que define Maingueneau con la reflexión en torno a la categorización de subalternidad que explica Rodríguez. Si por una parte la correspondencia entre situación de enunciación y situación de locución no siempre se puede asegurar, y por otra, la localización de la subalternidad depende de los procesos de generación de conocimientos, podríamos postular que sería esta generación de conocimientos academicistas la que desarticularía la situación de enunciación y la situación de locución en el discurso de los estudios subalternos. Veamos:
El Yo de enunciación no existe en el discurso del subalterno, pues, como dice Spivak, el subalterno no puede hablar, pues en la medida que su voz sea escuchada, dejaría su condición de subalternidad (16). Por lo tanto, ese Yo/locutor está ausente, en su lugar se instala un Tú, pero este Tú de la situación de enunciación no es un Tú/alocutor, sino un Tú/locutor, pues asume la locución del Yo/locutor silenciado, que pasa a ser un Él/delocutor, es decir, objeto de lo que ese Tú/locutor habla. Este desplazamiento en la situación de enunciación del discurso que postulan los estudios subalternos tiene como ejemplo lo que realiza Florencia Mallon (17) en su libroCampesino y nación. Beverly concluye que lo que ella realiza en ese texto es asumir la voz del subalterno a través de su propia voz, es decir suplantar el Yo/locutor, por el Tú/locutor y despalzar al Yo/locutor hacia un Yo/de locutor. Dice Beverly:
El problema está, en el simple hecho de que la voz (y la escritura) del subalterno sencillamente no está presente como tal en su narrativa. Está solo la voz de Mallon y su escritura (las historias alternativas de fundación de intelectuales locales que ella refiere en su texto están parafraseadas o re-narradas). (18)
Existe, por otro lado, otra clase de desplazamiento en la relación entre situación de enunciación y situación de locución. Rodríguez dice más arriba que la subalternidad se establece en la relación con las disciplinas académicas, por lo tanto allí estaría la desarticulación pues al querer dar cuenta de un Yo –latinoamericano- la academia utiliza las nociones que le han sido heredadas del Yo –europeo occidental-. En esta apropiación academicista vemos cómo el Yo/locutor europeo habla no con el Tú/alocutor latinoamericano, sino que lo silencia construyendo conceptos que éste último recoge para creer que con ellos está hablando desde el Yo/locutor latinoamericano. Sin embargo, esos conceptos lo distancian enormemente hasta llevarlo a una situación de enunciación que no es la de un Yo, ni siquiera es la de un Tú, sino que pasa a ser una no persona, un Él/locutor. Habla de sí mismo como si fuera otro, pues se ha constituido en la situación de enunciación desde los conceptos que lo figuraban como el otro en relación a la mismidad europea. Nos saltamos el Tú, ya que los conceptos no son operativos para un diálogo entre el Yo europeo locutor y el Tú latinoamericano alocutor, pues para el Europeo locutor el latinoamericano ha sido históricamente una propiedad, un bien de consumo y de explotación, o un objeto de conocimeinto y no un ser en igualdad de condiciones para crear un puente de diálogo y por tanto una situación armónica de locución. Para profundizar en estas ideas, cabe resaltar las propuestas de Walter Mignolo en relación al pensamiento descolonial y el posoccidentalismo.
2. EL LEGADO COLONIAL
Los legados coloniales son configuraciones geohistóricas construidas por los diseños imperiales. La epistemología imperial/moderna (19) separó el espacio del tiempo, y al hacerlo fijó las culturas a territorios y las ubicó atrás en el tiempo de la ascendiente historia universal. Este diseño imperial posiciona jerárquicamente relaciones de ubicación donde Europa es el punto de llegada y de guía para el futuro, mientras que todo lo no Europeo es desplazado. Podríamos plantear esta diferencia en la dicotomía Yo / Otro, donde ese otro no es un Tú, como decíamos más arriba, sino otro con el cual no cabe diálogo alguno. Mignolo propone dos ejes sobre los cuales se proyecta esta epistemología colonial/moderna: La misión civilizadora y la cristianización, que ocupó los proyectos coloniales hasta 1945; y el desarrollismo/modernización consumista que reemplazó el proyecto después de 1945 liderado por Estados Unidos. Plantea, además, que estos legados coloniales son variados, no solo porque existieron muchos colonialismos e imperialismos superpuestos, sino porque las localizaciones geográficas donde operan estos colonialismos varían. Escribo el verbo operar en cursiva, ya que Mignolo establece que el imaginario colonial, en el presente, aún mantiene contradicciones no resueltas con el pasado colonial. El legado colonial es un espacio de furia que no logra articularse teóricamente, pues la teoría ha estado siempre del lado civilizador.
Existe, sin embargo, una epistemología fronteriza, pero ésta –como el propio nombre lo indica- ha estado reprimida a lo impuro y lo mixto, frente a las teorías que defienden la unidad del idioma, la pureza de la sangre y de una razón no “contaminada” por las emociones. Esta dualidad, propone Mignolo, hoy se está rearticulando, ya que la furia del engaño histórico está dando paso a una toma de conciencia. De la furia inicial, a la conciencia presente. Este cambio se facilita cada día más por la globalización (última etapa de la globalización), en la cual resulta problemático hablar de una expansión imperial occidental. Esta globalización conlleva una transformación radical de la epistemología al llamar la atención entre espacios geográficos y localizaciones epistemológicas. Esto resulta difícil, pues hay que in-corporar la producción de conocimientos que fue des-incorporada por la gestación del concepto moderno de razón y conocimiento occidental.
De esta forma, hoy se instala una “Razón Post” imperial, occidental, colonial, donde las historias comienzan a contarse desde abajo hacia arriba, considerando otros lenguajes y otras historias, además de “las del amo” (20). La etapa actual de la globalización reconvierte la idea de la modernidad de la progresión lineal y temporal de la Historia Universal, hacia la simultaneidad espacial de las historias locales. Es decir, la Historia Mundial es ahora la Multiplicidad de Historias Interconectadas Locales. De esta forma, la noción de epistemología fronteriza, se libera de una imagen propia que era el reflejo en que el discurso colonial producía agentes subalternos. Es decir, el Yo/locutor puede izarse ahora como un Yo/locutor latinoamericano, desde una situación de enunciación que le permita una correspondencia con su situación de locución. Ahora, son ellos (nosotros) quienes van (vamos) a transformar los conceptos que antes los (nos) cualificaban. Esta epistemología fronteriza será una nueva disciplina indisciplinada, que tratará de escapar al control civilizador de las Ciencias Sociales y de su complicidad con los diseños imperiales. Ya que, desde que el mundo se distribuyó entre occidente/oriente; cristianos/salvajes; primer mundo/tercer mundo, etc. el espacio geográfico se marcó por localizaciones epistemológicas, donde los conocimientos se exportaban al igual que la Coca-cola en el siglo XX. (21)
3. EL INTELECTUAL Y EL SUBALTERNO
Una de las maneras de construir una epistemología fronteriza, a mi juicio, comienza al tomar la responsabilidad de los discursos que emitimos. Cuando un sujeto latinoamericano es capaz de hacer coincidir, como veíamos más arriba, su situación de enunciación Yo, con su situación de locución Locutor, estaríamos frente al primer paso de construcción de “pensamiento descolonial”, como lo llama el propio Mignolo. Para él, este pensar significa separarnos de las categorías que la lengua del imperio nos impuso, es decir, escapar de las categorías del griego y del latín y de las modelizaciones de mundo que ellas imponen. (22) Agrego a esto una fórmula en apariencia más sencilla, la cual consiste, en primer lugar, en hablar desde uno mismo y no desde otro o desde una no persona. Los Estudios Subalternos desde la primera línea de su Manifiesto Inaugural (23) proponen esto mismo:
El trabajo del Grupo de Estudios Subalternos, una organización interdisciplinaria de intelectuales sudasiáticos dirigida por Ranajit Guha, nos ha inspirado a fundar un proyecto similar dedicado al estudio del subalterno en América Latina. El actual desmantelamiento de los regímenes autoritarios en Latinoamérica, el final del comunismo y el consecuente desplazamiento de los proyectos revolucionarios, los procesos de redemocratización, las nuevas dinámicas creadas por el efecto de los mass media y el nuevo orden económico transnacional: todos estos son procesos que invitan a buscar nuevas formas de pensar y de actuar políticamente. A su vez, la redefinición de las esferas política y cultural en América Latina durante los años recientes ha llevado a varios intelectuales de la región a revisar algunas epistemologías previamente establecidas en las ciencias sociales y las humanidades.
Los estudios subalternos latinoamericanos, a partir de los procesos que describen en la cita anterior, buscan nuevas formas de pensar y actuar, ellos agregan políticamente, pero para efectos de mi propia propuesta dejaré el adjetivo suspendido. “Nuevas formas de pensar y actuar”, es decir, hacernos cargo de nuestro Yo, desde nuestro propio Yo para comenzar a pensar desde este Yo y a actuar desde este mismo Yo. Sin embargo, para conseguirlo, se levanta una figura que vale la pena analizar: El Intelectual. Este Intelectual, y lo escribo con mayúscula para enfatizar el rol (con minúscula) que cumplirá, tal y como lo dice el Manifiesto, es quien revisará las epistemologías heredadas que planteaba Mignolo, (24) al hacerlo, como consecuencia, se posicionan jerárquicamente en un nivel superior, es decir, se sitúan en igualdad de condiciones con aquellos intelectuales de Europa que nos heredaron sus propias epistemologías. Este juego encubierto, pues el Intelectual latinoamericano al que alude la cita, está implícitamente desprendido del poder dominador que pretende revocar –al revisar estas epistemologías heredadas- aparece como un “salvador” democrático y “de los nuestros”.
Al respecto, resulta oportuno revisar algunas de las ideas que plantea Sarlo sobre el la relación entre el Intelectual y el Subalterno:
Pensaron que estaban en la vanguardia de la sociedad; que eran la voz de quienes no tenían voz. Creyeron que podían representar a quienes vivían agobiados por la pobreza y la ignorancia, sin entender cuáles eran sus verdaderos intereses ni el camino para alcanzarlos. Pensaron que las ideas podían bajar hasta aquellos (los obreros, los campesinos, los marginados) que, sumergidos en un mundo ciego, eran víctimas de su experiencia. Se sintieron portadores de una promesa: obtener los derechos de quienes no tenían ningún derecho. Pensaron que sabían más que el común de la gente y que este saber les otorgaba un solo privilegio: comunicarlo y, si era preciso, imponerlo a mayorías cuya condición social les impedía ver claro y, en consecuencia, obrar en el sentido de sus intereses.
Tal y como muy explícitamente lo plantea Sarlo, la figura del Intelectual se posiciona como el “salvador”, tal y como lo planteaba este revisionista de epistemologías que propone Mignolo. Ambos postulan esta visión común donde el Intelectual está siempre sobre el común de la gente, sobre el dominado, el subalterno. Si más arriba decíamos cómo el Intelectual cargaba la balanza hacia el lado derecho (el del poder), aquí lo vemos casi justificado, casi moralmente justificado, pues el Intlectual tiene la misión ética de representar al que no puede, bajo ninguna circunstancia –según ellos-, representarse.
3.1. EL INTELECTUAL Y LA CONCIENCIA CRIOLLA BLANCA
Me detengo un momento en este punto para realizar una comparación que advierto tras acercarme a la tesis que propone Mignolo (25) de que la idea de “Hemisferio Occidental” dio lugar a un cambio radical en el imaginario y en las estructuras de poder del mundo moderno/colonial (26). Al definir lo que es el imaginario, dice que es la construcción simbólica con que una comunidad se define a sí misma (esto, en un sentido geo político y usándolo para entender la formación del imaginario del sistema-mundo moderno/colonial). Desde el siglo XVI, la derrota de los moros, la expulsión de los judíos, la expansión por el atlántico que desplazó a los amerindios y a los esclavos africanos, las misiones jesuitas a China… dieron paso a una concepción identitaria que configuró el imaginario occidental cristiano como la diferencia (exterioridad) en el interior del imaginario, es decir, se concibe un afuera que está dentro porque contribuye a una definición de la mismidad. El imaginario occidental está conformado por el discurso colonial de la diferencia imperial; y por las respuestas de las colonias o comunidades involucradas en su propia autodescripción. Así se vislumbra un imaginario conflictivo que surge con y desde la diferencia colonial. Para Mignolo, el circuito comercial del Atlántico en el siglo XVI es fundamental en la historia del capitalismo y de la modernidad/colonialidad. Él define lo que se entiende por Colonialidad del Poder como una estrategia de la modernidad desde la expansión de la cristiandad hacia América y Asia que contribuye a la autodefinición de Europa y es parte indisociable del capitalismo (por eso los Jesuitas tendrían una gran participación en la construcción del imaginario de la actual civilización occidental). Así las cosas, la modernidad y el capitalismo serían un fenómeno planetario donde todos participarían, pero con diferentes posiciones de poder, y desde esta perspectiva, solo podría concebirse la modernidad con la colonialidad. Sin embargo, los intelectuales y el discurso oficial del Estado han construido una imagen de la modernidad que deja afuera la colonialidad. Por ello, el discurso “Posmoderno” critica este silencio en el discurso moderno, pero continúa ocultando la colonialidad, ya que este discurso “Posmoderno”, está dentro de la Modernidad y no desarrolla la diferencia colonial, es un lugar pasivo. Por el contrario, en la Modernidad, la diferencia colonial se hizo notar en los Movimientos de Descolonización e independencia, y la misma concepción de “Hemisferio Occidental” sería un movimiento descolonizador.
La colonialidad del poder sería el eje que organiza la diferencia colonial y su engranaje es la etno-racialidad, pues se configura a partir de la expulsión de los moros y los judíos, luego en los amerindios, y posteriormente en los esclavos africanos (el circuito comercial del Atlántico convirtió esclavitud en negritud). La diferencia colonial es un lugar que otorga la colonialidad del poder, y en esa diferencia colonial se puede observar cómo las voces pueden ser oídas o apagadas, pues hay historias contadas desde un solo lado, o bien historias contadas desde la doble conciencia que genera la diferencia colonial. Esta doble conciencia que existe en quienes somos Latinoamericanos, surge porque no hemos tenido autoconciencia, sino que nos hemos definido en relación al otro Mundo (27). Es decir, las subjetividades formadas en la diferencia colonial, al vivir la modernidad desde la colonialidad, construyen una conciencia vivida desde la diferencia colonial que es doble porque es subalterna.
El imaginario del mundo moderno/colonial tiene como característica el Principio de Doble Conciencia (tanto en los márgenes de los imperios, como desde dentro de ellos, a través de las migraciones masivas). Esta doble conciencia significa mirarse a través de los ojos de otro, y conformar dos almas, dos pensamientos, dos ideales, dos preocupaciones, en un solo cuerpo oscuro. Pero, esta doble conciencia también está unida a la idea de “Hemisferio Occidental”, la cual significa un intento por marcar la inserción de criollos descendientes de europeos en las Américas. Ello va junto a la inserción de la doble conciencia criolla. Esta denominación de “Hemisferio Occidental” surge desde el Siglo XVIII y establece una posición ambigua, pues América es la diferencia, pero al mismo tiempo es la mismidad; es otro hemisferio, pero es occidental; es diferente de Europa, pero está ligado a él; es diferente, eso sí, de África, de Asia y de otras culturas que no son occidentales. Por lo tanto, esta calificación de “Hemisferio Occidental” o de “Nuestra América” es una figura propia del imaginario criollo sajón e ibérico, pero no del imaginario Amerindio o Afroamericano. La conciencia criolla en su relación con Europa es geo política, más que conciencia racial, esta última se forjó internamente en la diferencia con la población afroamericana y amerindia. Es decir, apareció un Colonialismo Interno, estableciendo una diferencia colonial por los líderes de la construcción nacional. El “Hemisferio Occidental” es la necesaria marca distintiva del imaginario de la conciencia criolla blanca, postindependencia. La conciencia criolla colonial es diferente de la conciencia criolla poscolonial y nacional.
La conciencia criolla blanca es una doble conciencia no reconocida: Hay una negación de Europa, pero no de la europeidad, ellos se definieron geopolíticamente diferente a Europa y racialmente diferentes a los Amerindios y se reconocen hoy en la homogeneidad del imaginario nacional y en el mestizaje como contradictoria expresión de homogeneidad, “La pureza mestiza de sangre”. Si bien es cierto que la formación del estado nación requiere homogeneidad, si la conciencia criolla blanca se hubiera reconocido como doble no existirían hoy en día los problemas de Identidad y de multiculturalismo. La idea de “Hemisferio Occidental” está ahora quebrada pues el propio Hemisferio se ha dividido. Estados Unidos desplazó a Europa y este Hemisferio Occidental se cambió por El Atlántico Norte. Este cambio margina a América Latina de la civilización occidental y le otorga fuerza a voces silenciadas cuando formábamos parte del Hemisferio Occidental, tales como la voz amerindia y afroamericana.
3.2. EL INTELECTUAL MENTIROSO
Al retomar la idea del Intelectual que veíamos más arriba, podemos advertir cómo el sujeto criollo blanco se podría asemejar en ciertos rasgos a él. La conciencia criolla blanca luchó por la independencia de la bandera imperial, al igual como el Intelectual lucha por el desprendimiento epistemológico heredado de aquella colonialidad del poder. Luego, la conciencia criolla blanca tomó el poder que había ganado tras la emancipación, negando a sus colonizadores, pero disfrutando de ese poder que había ganado. Negando a los europeos, pero no la europeidad. Por su parte, vemos cómo el Intelectual, al revisar las epistemologías heredadas se “emancipa” del dominador europeo, pero en este acto independentista asume una postura ideológica confusa.
En el Manifiesto de los Estudios Subalternos, se define de algún modo al subalterno:
Se lo caracteriza como un sujeto social desterritorializado, cambiante e internacionalizado, no aprehensible desde las categorías de «nación» y «clase», y que abarca una multiplicidad «híbrida» de posiciones, entre las que se incluyen las siguientes: la masa de la población trabajadora, los estratos intermedios, los subempleados, los vendedores ambulantes, la gente al margen de la economía del dinero, los niños, los desamparados, las mujeres, las minorías sexuales, etcétera Todos estos sujetos habrían sido opacados por el análisis marxista y su unilateral acento en un «sujeto clasista unitario», que «velaba la disparidad de negros, indios, chicanos y mujeres» y excluía a «los sujetos improductivos» (28)
El concepto de subalterno que se propone en el Manifiesto, no es una categoría nueva que propongan los Intelectuales que participan en su redacción, si no que está tomado de Gramsci, el cual:
hacía referencia a los estratos populares que expresan sus luchas a través de una emergencia episódica; de su praxis resulta la construcción de una historia disgregada y discontinua, que contrasta frente a la continuidad histórica de las clases hegemónicas. (29)
Por el contrario, en el Manifiesto, la categoría de subalterno está homogeneizada en las diferencias que enumera y transforma la idea original gramsciana por un ejercicio puramente intelectual, ya que, como concepto teórico, necesita una coherencia niveladora que de alguna manera sacrifica la diversidad empírica que en sí conlleva. Al realizar esta transformación “utilitaria” que convierte una realidad en un concepto operativo a una teorización, los Intelectuales que abogan por los Estudios Subalternos, se convierten no en una vía de independencia de las epistemologías heredadas que decía Mignolo, sino que en falsos líderes que intentan competir por el poder europeo. Es decir, si volvemos a la comparación entre la conciencia criolla blanca y los Intelectuales, podríamos concluir que estos últimos niegan lo europeo, pero no el poder que lo europeo supone, ya que a través de la caracterización del subalterno están creando nuevos conceptos que sirven a sus propios intereses intelectuales.
Otro aspecto que nos sirve como argumento a esta comparación tiene que ver con una de las caracterizaciones del subalterno, la cual dice que éste sería un sujeto social desterritorializado:
El subalterno aparece entonces como un sujeto «migrante», tanto en sus propias representaciones culturales como en la naturaleza cambiante de sus pactos con el estado-nación (30)
Agrega el manifiesto, “sujeto mutante y migrante” y es en esta denominación que puedo advertir cómo el Intelectual que hoy escribe sobre América latina y sobre el subalterno se refugia en esta misma característica de sujeto migrante. Tomemos como ejemplo solamente a dos de los participantes en la elaboración de este Manifiesto, Mignolo y Beverly (como lo indiqué más arriba). Ambos son latinoamericanos que están radicados en Estados Unidos, tienen un buen puesto en universidades norteamericanas de prestigio, y desde ese lugar, escriben. Ellos, utilizan esa condición de “migrantes” para “solidarizar” con los sujetos subalternos que describen, sin embargo esa solidaridad es solo apariencia, ya que no hay que ser muy escéptico para darse cuenta que la posición de un Walter Mignolo en poco o nada se puede asemejar a la de un Chicano trasvesti y contagiado de Sida que deambule por las calles oscuras de un barrio latino en Nueva York. (31) Por lo tanto, este ocultamiento y directo engaño de parte de los Intelectuales funciona aquí como una nueva manera de ver cómo, nuevamente, se habla en nombre de otros. Achúgar plantea que la migración de intelectuales “English Speaking” a los centros académicos del primer mundo no debe siquiera acercarse a las migraciones de sujetos hispano hablantes que llegan a comunidades de habla inglesa. Si volvemos a la fórmula de Maingueneau, vemos que el Intelectual proyecta un deseo de liberar al latinoamericano, digamos al sujeto subalterno latinoamericano, de la quebrada relación entre el Yo de la enunciación que es realmente un Él en la situación de enunciación. (Recordemos cómo el Yo/locutor latinoamericano era verdaderamente un Yo/delocutor latinoamericano, pues hablaba desde una situación de enunciación de Yo, a partir de la no persona otra de la situación de locución que había construido el discurso europeo respecto a él.)
Sin embargo, aquella intención del Intelectual de liberar el discurso del Yo/locutor europeo y del Yo/ delocutor latinoamericano, a un verdadero Yo/locutor latinoamericano no se logra cumplir, y lo que se consigue es una nueva situación de dominación, pero ya no en manos del Yo/locutor europeo, sino que ahora la dominación corresponde al engaño que realiza un Yo/alocutor intelectual latinoamericano.
El Intelectual, al querer revisar las epistemologías heredadas del poder colonial, incorpora en su epistemología fronteriza, en primer lugar, su propia situación de enunciación, es decir, recupera su Yo, pero este Yo corresponde a un Yo enunciativo de sujeto intelectual latinoamericano. Éste fue reconstituido en un diálogo con el Yo europeo donde el Yo intelectual latinoamericano se ubicó como un Tú intelectual latinoamericano. Una vez desde esa situación de enunciación, el Intelectual va a avanzar hacia la recuperación de la armonía entre ese Yo enunciativo y el locutor que le debiera acompañar. Al hacerlo, necesariamente debe instalarse en un diálogo con el Yo/locutor europeo, es decir, plantearse como un Tú/alocutor intelectual latinoamericano. En este diálogo por el poder de las epistemologías, el Tú/alocutor intelectual latinoamericano posiciona al Él/delocutor latinoamericano como una no persona subalterna en relación al diálogo que establece con el Yo/locutor europeo.
Por lo tanto, como vemos, es el sujeto intelectual latinoamericano quien mueve y desestructura ciertas condiciones de enunciación en su revisión de las epistemologías heredadas, pero, en esta revisión dialógica frente al Yo/locutor europeo no logrará nunca posicionar al sujeto latinoamericano subalterno como un Yo/locutor, pues ese movimiento significaría desplazarlo a él mismo como miembro fundamental de este diálogo con la mismidad.
Siguiendo estas relaciones, se logra entender la ubicación del Intelectual latinoamericano en la academia norteamericana. Desde ese lugar, su situación de enunciación como Yo adquiere validez y voz para elaborar una mirada –exterior o exógena- de lo latinoamericano, disfrazada con la supuesta condición de autoridad moral que lo equipararía con el sublaterno, esto es, su condición “migrante”. Achúgar agrega enfático:
Me parece que es tan poco aceptable decretar desde el espacio del migrante la universalidad de su experiencia, como decretarla desde el lugar de aquellos que no han migrado. (32)
Así, el Intelectual teoriza, revisando las epistemologías heredadas, sobre la propiedad epistemológica de Latinoamérica, es decir, teoriza por Latinoamérica, asumiendo la voz de los latinoamericanos desde su propio Yo tensionado por el diálogo con el Yo de la mismidad y desde una posición trasvestida con el escudo de la migración. Dice Estela Fernández en su reflexión acerca de los Estudios Poscoloniales:
Este «afuera» desde donde se mira no es un espacio físico sino una ubicación geo-ideológico-cultural, que ignora la situación de enunciación propia de las sociedades latinoamericanas y la asimila a la del migrante latino en los Estados Unidos. Se da así la paradoja de que, en nombre del derecho a enunciar desde un locus particular, se habla, de nuevo, por otros y en nombre de otros. (33)
Por lo tanto, al igual que la conciencia criolla blanca, el Intelectual nos libera del imperio para llevarnos a su propia dominación oculta tras intencionalidades dudosas. El lugar desde donde habla el Intelectual recuerda el distanciamiento imperial. En este sentido, resulta operativo el concepto que plantea Maingueneau de escenografía:
Podemos decir que la escenografía implica un proceso circular. En el momento en el que acontece, la enunciación del texto (pre)supone una cierta escena, escena que, en realidad, se convalida progresivamente a través de la enunciación misma. La escenografía resulta así, simultáneamente, aquello de donde el discurso proviene y aquello que el mismo discurso genera. La escenografía legitima un enunciado, un enunciado que, a su vez, debe legitimarla y establecer que esa escenografía de donde las palabras provienen es justamente la escenografía requerida para enunciar de modo adecuado, según sea el caso, la política, la filosofía, la ciencia, la promoción de un cierto producto, etc. (34)
El Intelectual latinoamericano, en su condición “migrante”, en una situación de enunciación de Yo y en una situación de locución de locutor respecto al sujeto latinoamericano subalterno, construye a su vez una escenografía en su discurso. Escenografía que legitimará su discurso como un enunciado con autoridad declarada por los propios sujetos subalternos. Dice Maingueneau que existen numerosos géneros discursivos que no tienen escenografía, él ejemplifica con la guía telefónica o los informes de peritaje que se ajustan de una forma estricta a las rutinas de sus escenas genéricas, en cambio existen otros géneros discursivos que se alejan de sus modelos preestablecidos. Para el caso que aquí nos interesa, vemos cómo el discurso del Yo/locutor Intelectual latinoamericano se construye a través de la creación de una escenografía.
Revisemos: La escena de enunciación, es decir, el marco escénico del género discursivo del Yo/locutor Intelectual latinoamericano, corresponde a un discurso academicista epistemológicamente europeo. Por el contrario, la escenografía elegida es la de una revisión de las propias epistemologías donde el sujeto de la enunciación, el Yo/locutor Intelectual latinoamericano, juega un rol reivindicador de la situación de enunciación del sujeto subalterno latinoamericano. Como fácilmente se logra deducir, el marco escénico y la escenografía de este discurso son incompatibles, pues nadie puede pretender incorporar un discurso que posicione una palabra que la misma palabra niega. En este caso vemos cómo el marco del género discursivo que le corresponde al discurso del Intelectual latinoamericano – género propio de la academia europea/norteamericana- es totalmente incompatible con la escenografía que construye –antiacademicista europea/norteamericana- por lo que nos encontramos ante una paradoja poco honesta por parte del Yo/locutor que es el Intelectual latinoamericano respecto al Él/delocutor que sigue siendo el subalterno latinoamericano. Digo paradoja poco honesta, pues, a pesar de que para Maingueneau se pueda construir una escenografía diferente al género discursivo donde ésta se enmarca (35). Él plantea que muchas veces se crean escenografías para captar la atención de un interlocutor que pueda ser reticente al marco escénico donde se enmarca el discurso que recibe. Todo lo anterior puede ser muy natural, comprensible y lógico cuando la intención al crear la escenografía es didáctica. Sin embargo, en el caso de la creación de escenografía por parte del Yo/locutor intelectual latinoamericano, no debe ser entendida tan ingenuamente. Principalmente debido a que él habla en un marco escénico de la academia, es más, habla desde la academia. En segundo término, su situación de enunciación no es didáctica, sino reivindicativa. En tercer lugar, su discurso plantea el fin de la dominación epistemológica del Yo/locutor europeo, y en ningún caso el inicio de la dominación epistemológica del Yo/locutor intelectual latinoamericano. Por lo tanto, estos tres puntos demuestran que en este discurso en particular, la creación de escenografías no es pertinente en lo absoluto.
El discurso del Yo/locutor Intelectual latinoamericano debe ser sincero, sin embargo, para captar favoritismos, para resultar más seductor, se construye como una publicidad engañosa que promete lo que sabe no puede suceder. Los Intelectuales instalados en la Academia, especialmente la norteamericana, viven una doble situación de enunciación y a través de ella dejan en una subalternidad más profunda a los latinoamericanos, tal y como la doble conciencia criolla blanca, planteada por Mignolo, hizo con la identidad latinoamericana.
Por otro lado, la propia condición -y aceptación de esa condición- de Intelectual, ya deja entrever duda o al menos suspicacia por parte de los latinoamericanos que no ostentan esa condición. El Intelectual se ubica, necesariamente, a cierta distancia de los grupos sociales o de la “masa”. Esta distancia es constitutiva de su condición de Intelectual, pues ella permitiría una objetividad o lucidez respecto a lo que observa. En el caso que estamos comentando, el Yo/locutor Intelectual latinoamericano nos hace creer que esa distancia no existe y que él no solo revisará las epistemologías heredadas, sino que romperá con la estructura de dominación que el Yo/locutor europeo ha impuesto. Sin embargo, todo es un engaño, pues aquella estructura está aceptada y confirmada por el solo hecho de que el Yo/locutor intelectual latinoamericano habla desde esa situación de enunciación, de locución, y con un determinado marco escénico academicista. Todo lo anterior se refuerza al construir una escenografía que marca más aún que su posición es doble, fragmentada y engañosa. De esta forma, volvemos al inicio, a lo que Beverly plantea como el problema que existe entre la subalternidad y la representación, o lo que Spivak expresa a través de la pregunta retórica ¿Puede hablar el subalterno?
El caso de este Intelectual latinoamericano que estamos revisando es doblemente complejo, ya que por un lado corrobora el inherente sentido de su condición de Intelectual, pero por otro pretende dar vuelta esa condición, y al intentarlo, engaña. Este engaño es, por su parte, también doblemente complejo, pues en Latinoamérica hemos vivido históricamente una identidad quebrada y suplantada, y ahora que se atisba una esperanza de autenticidad o al menos de esfuerzo de autenticidad, caemos nuevamente en el conflicto identitario, volvemos a la doble conciencia criolla blanca, ahora desde la doble conciencia engañosa del Yo/locutor Intelectual blanco.
Si el Yo/locutor intelectual latinoamericano reconociera su imposibilidad de hablar por el subalterno, si aceptara que él no es igual a un migrante latino desempleado en Nueva York, si gritara que es imposible una relación simétrica y coincidente entre su Yo/locutor y el Él/delocutor de los sujetos subalternos latinoamericanos, tal vez podríamos comenzar a vislumbrar un espacio de pertenencia o al menos, de honestidad.
CONCLUSIONES
Volvamos a la idea que postulé al comienzo de este trabajo: La autorreflexividad del sujeto crítico, no solo en los estudios subalternos, sino en cualquier práctica crítica abre una nueva valoración de su objeto, pues al cuestionarnos desde la propia situación de enunciación examinamos este objeto desde el conciente filtro de nuestra propia subjetividad. Con ello, disminuimos la distancia que separa al objeto del conocimiento del sujeto que lo observa y construimos una escala humana en base a relaciones intercambiables que dependen de esa situación enunciativa. Como hemos visto a lo largo de estas páginas, el sujeto crítico Intelectual latinoamericano sostiene una autorreflexividad en su discurso, más bien, diríamos que basa su discurso en la práctica autorreflexiva. Sin embargo, la contradicción que obstaculiza esa autorreflexividad se advierte al cerrar el filtro de la propia subjetividad instalado en su conciencia. Ese filtro está tapado y por lo tanto no fluye el discurso autorreflexivo con coherencia, pues las palabras que emite este Yo/locutor Intelectual latinoamericano acarrean autorreflexividad mentirosa.
Cuando utilizo el adjetivo de mentirosa o de mentirosos para referirme a los Intelectuales que se posicionan desde un Yo/locutor Intelectual Latinoamericano, también me refiero a lo que está sucediendo más allá de sus propias conciencias. Estamos en el cruce de un paradigma a otro, se está desplazando el eje de la temporalidad por el de la espacialidad (si es que no está ya totalmente instalado), es decir se está concibiendo el conocimiento desde una perspectiva donde las relaciones de ubicación adquieren especial relevancia, más allá que las categorías de tiempo en ese espacio. Mignolo plantea que la llamada Teoría Postcolonial desplazó al antiguo paradigma, es decir, de la progresión lineal y temporal de la historia universal, se pasó a la simultaneidad espacial de las historias locales. Este cambio nocional, del tiempo al espacio, es lo que marcaría una nueva tendencia crítica en los estudios literarios y culturales. Desde esta nueva mirada, el interés se centra en realizar una reflexión crítica sobre el colonialismo, o más bien, sobre los legados coloniales. Este es el panorama en el que nos situamos para reflexionar acerca de la importancia que tiene hablar desde uno mismo, en todo el sentido que el uno mismo abarca.
Resulta repetitivo seguir mencionando que, históricamente, este uno mismo al que hago referencia no hemos sido nosotros los sujetos latinoamericanos, sino que nuestra mismidad se ha conformado desde una mismidad europea que nos ha instalado como el otro. Este punto de partida es lo que se desea rearticular en la Teoría Poscolonial y en ese deseo se comienza a construirse el engaño. Desde que se habla del sujeto subalterno, en reemplazo de la clase social dominada como categoría para hacer referencia al sujeto latinoamericano histórico, se está incorporando un listado enorme de categorías en un mismo término genérico (clase, género, casta, oficio, etnia, nacionalidad, edad, cultura, orientación sexual, etc.). Por lo tanto, al incorporar este término que ha sido calificado por Estela Fernández como “significante flotante”, se amplía la utilización de él a diferentes ubicaciones o a una multilocalización. Sin embargo, y a pesar de que el concepto de sublaterno está instalado, el término de clase social no ha logrado ser desplazado. Esta es la mentira o paradoja que advierto no solo a nivel del Intelectual latinoamericano, sin a nivel de, para llamarla de alguna forma, una macroconciencia social. Las sociedades actuales están marcadas por una clara estratificación social, la cual, a mi juicio, difícilmente podrá algún día disolverse. (36) Pensar que esta multiplicidad de historias locales ha acabado con la estructuración jerárquica de la sociedad, es engañarse a sí mismo, pues al pensar de esta forma se estaría postulando que ya no existirían, por ejemplo, Intelectuales que se sitúen con el poder de la dominación que significa revisar epistemologías heredadas. La sola intención de hacerlo involucra un posicionamiento jerárquico en la estructura social. Por lo tanto, no hay que perpetuar el engaño de pensar que estas múltiples historias que coexisten han hecho desaparecer las relaciones de dominación, situando a un sujeto que se fragmenta y desarticula en un nivel donde todo está basado en relaciones de fragmentación y desarticulación. Pensar en base a esta mentira significa hablar en el vacío de un círculo vicioso heredado de la modernidad/colonial que ahora se yergue como posmodernidad/poscolonial. Es decri, es seguir pensando en las mismas categorías que Mignolo, con tanto énfasis, pretende desarmar. Al decir poscolonialidad, está integrando la categoría de colonialidad a su propio discurso, y al integrarla la debe negar. Pero en este ejercicio crítico no hay real revisión de la epistemología heredada, hay un diálogo aparente, casi de sordos, donde nada se desarma, sino que se vuelve a repetir la misma Historia bajo nuevos rótulo que nos engañan y mienten a nosotros mismos.
Desde que el Intelectual latinoamericano, en su ubicación en la Academia Norteamericana, habla desde una situación de enunciación armónica con su situación de locución, es decir, desde el Yo/locutor, ya no hay vuelta atrás en la mentira. Mientras el intelectual sea un Yo/locutor no podrá nunca dejar el espacio para que el sujeto subalterno de clase dominada ocupe esa situación armónica, pues debido a que, en el diálogo, el Yo ya tiene situación y locución, él siempre estará en la posición de un Él/delocutor, o, en el mejor de los casos, de un Tú/delocutor. Veamos esto con más detalle apoyándonos en la idea de palabra autoritaria que dice Bajtín:
La palabra autoritaria (religiosa, política, moral; la palabra del padre, de los adultos, de los profesores, etc.) carece para la conciencia de convicción intrínseca; y la palabra intrínsecamente convincente, carece de autoridad, no está sostenida por ninguna autoridad, carece con frecuencia de reconocimiento social (de la opinión pública, de la ciencia oficial, de la crítica) y hasta de legitimidad. El conflicto y las relaciones dialogísticas entre estas categorías de palabra ideológica condicionan generalmente la historia de la conciencia ideológica individual. (37)
En el caso que nos ocupa, la palabra autoritaria está en la voz, en primer lugar, del Yo/locutor europeo dominador/imperialista. Para el Intelectual latinoamericano, su palabra autoritaria, tal como dice Bajtín no tiene convicción intrínseca, simplemente es. Sin embargo, este Intelectual, al ubicarse en situación de diálogo con ese Yo/locutor europeo, al desear revisar las epistemologías heredadas, se apropia de su palabra autoritaria mediante artificios que encubren que aquella palabra autoritaria que sale de la situación de enunciación del Yo intelectual latinoamericano, está en la situación de locución de un Yo europeo. Por lo tanto, se crea una falsa armonía entre el Yo de la enunciación y el locutor de la locución en este sujeto Intelectual latinoamericano. Desde esta falsa sincronía, producto de la apropiación o del robo de la palabra autoritaria europea, el Yo/locutor intelectual latinoamericano ahora disfraza esa palabra autoritaria no propia con una apalbra de convicción intrínseca.
Es decir, hay una doble situación engañosa: El robo de la palabra autoritaria europea (al hablar de epistemologías propias latinoamericanas); y el encubrimiento de esa palabra autoritaria que se dice como palabra intrínsecamente convincente (pues se habla de epistemologías fronterizas, es decir, propias). El concepto mismo de epistemología es heredado, es parte de la palabra autoritaria europea que fue usurpada por el intelectual latinoamericano al instalar el Yo/delocutor que le es propio en un Yo/locutor. Luego, al referirse a epistemología fronteriza encubre su robo a través de una palabra intrínsecamente convincente.
Vemos, de esta forma, que mientras no seamos realmente honestos en nuestro discurso, no podremos nunca hablar desde la mismidad. Todo serán trucos que mejor o peor realizados, finalmente caerán en el desvelamiento de la realidad. Dejo planteada la necesidad de limpiar los filtro de la autoconciencia y de la macroconciencia social para que, tal vez, alguna día, la voz del oprimido, subalterno, dominado, tenga el espacio armónico que merece, es decir, la sincrónica estabilización del Yo de la situación de enunciación con el locutor que le es propio de la situación de locución.
Puedo agregar, para finalizar, que una proyección pertinente que realiza Nelly Richard y que se relaciona con lo que aquí he expuesto, tiene que ver con la finalidad que existiría en aquella revisión de las epistemologías heredadas, de las que se hace cargo el Intelectual. Richard plantea que habrían nuevas formas de representación o desrrepresentación basadas en textualidades discordantes que burlen los sistemas de valoración dominantes. Es decir, ella propone que en lugar de hablar de epistemologías –lo cual sigue siendo el lenguaje del dominante- se erradique ese signo desde nuestra propia forma epistemológica (digo epistemológica a falta de otro significante que tienda hacia el significado que supongo todos entendemos). Hablar de transdisciplinareidad, en lugar de interdisciplinareidad, pues la primera disolvería los límites de la competencia disciplinaria y garantizaría la novedad transdisciplinaria, el riesgo de antidisciplina que ésta conlleva, inaugurando nuevas maneras de conocer mientras que la segunda implica una suma pacífica de saberes que se integran a una nueva totalidad de conocimiento. Si se opta por la transdisciplina se estaría creando la distancia necesaria que debe existir entre lo real y la lectura académica. Me gustaría retomar una cita que expuse al comienzo, y tiene que ver con las palabras que dice Rigoberto Menchú al expresar:
“Sigo ocultando lo que yo considero que nadie sabe, ni siquiera un antropólogo, ni un intelectual, por más que tenga muchos libros, no saben distinguir todos nuestros secretos”
Sus palabras dan cuenta de esa distancia infranqueable entre su realidad y lo que la academia puede intentar comprender. Al devolver esa distancia, se está devolviendo al otro, su real otredad, y solo al hacerlo estaremos uniendo armónicamente el Yo a la situación de locución que le corresponde, pues ese otro podrá verdaderamente hablar desde él mismo, en su situación de enunciación de Yo/locutor-desde mi real otredad- imposible de representar por la mismidad del Yo/locutor académico.
REFERENCIAS
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