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La mirada mexicana de Valle-Inclán.

por María Ángeles Vázquez
Artículo publicado el 04/10/2008

Artículo publicado originalmente en la revista Omnibus,
Madrid.  España.

 

Es irrebatible que Ramón del Valle-Inclán (1866-1936) es uno de los escritores españoles más carismático, apasionante e innovador del siglo XX, del que poco se puede añadir aún habiéndose convertido en un clásico de la literatura hispana. Su indumentaria estrafalaria, como si de un «enfant terrible» se tratara, le provee de un desaliñado aspecto: su ostensible manquera y su delgadez extrema, barbas blancas y anteojos redondos -fachada real que no obstante él se ocupa de acentuar-, dotan a Valle de un retrato fronterizo a su esperpento. En el segundo viaje que realiza a México, desembarca en el puerto de Veracruz el día 7 de septiembre de 1921, y en una de las entrevistas que días más tarde le hicieran en El Heraldo de México, diría acerca de su poética teatral: Estoy haciendo algo nuevo, distinto a mis obras anteriores. Ahora escribo teatro para muñecos. Es algo que he creado y que yo titulo ‘Esperpentos’. Este teatro no es representable para actores sino para muñecos a la manera del teatro ‘Di Picoli’ en la Italia … Esta modalidad consiste en buscar el lado cómico en lo trágico de la vida misma …

El mismo vocablo esperpento tiene un origen etimológico incierto, tanto como el encuadre literario al que se ha visto sometido el estudio de su obra, bajo el yugo siempre obstinado de la clasificación generacional como condición presuntamente cientifista en la que se asocian géneros y estilos cronológicos sin más consideraciones. A caballo entre el modernismo y el noventaiochismo, su obra primigenia se amasa con un fuerte componente romántico que ya nos apunta a un Valle con un atropellado sentido fugista de la realidad en donde la literatura es ilusión, fantasía, hasta llegar a engendrar un audaz género que marca un hito en la historia de las letras hispánicas.

La tragedia grotesca ha dominado gran parte de la literatura del siglo XX, algunos antecedentes los encontramos en Cervantes, Pérez Galdós o Quevedo, pero Valle-Inclán le dará un tratamiento ambiguo para exhibir un proyecto perifrástico de la realidad (aunque nunca se llega a alejar -en la última etapa creativa- del romanticismo inicial). Nos sugiere con sus esperpénticos personajes, la técnica del guiñol, la dinámica de sus movimientos y finalmente su formalidad de máscaras. Máscaras distorsionadas por el efecto de los espejos cóncavos en los que se mira la naturaleza humana: ésta será la pericia del esperpento valleinclaniano y que merece una evaluación distinta a la de sus predecesores.

Valle no dotará a sus personajes del patetismo y enloquecimiento que hallamos en la obra de Galdós -sentimiento producido por la realidad social que vive-, ni los dotará de la moral estoica quevediana, él re-crea su particular pleito en seres ridiculizados y extravagantes, en gárgolas a modo de los personajes de la commedia dell’arte (claro influjo modernista), pero con la peculiaridad de que éstos no nacen de la figura humana, lo harán desde la conciencia artística de su progenitor o desde ese dualismo romántico que genera lo grotesco como tragedia o como comedia en una formalidad deshumanizada y vejatoria, tullida. Un proceso, como apunta Anthony N. Zahareas, análogo a la distorsión naturalista de los Caprichos de Goya y en nuestro tiempo alGuernica de Picasso, las figuras desecadas de Giacometti, los cuartetos de Bartok, el humor del dadaísmo o las máscaras de Ghelderode. O lo que es lo mismo, y tal y como el mismo Valle reconoce, el proceso que modifica al artesano en un gran demiurgo. Único don Ramón del Valle-Inclán.

M. Ángeles Vázquez
mavazquez@omni-bus.com
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