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La novela de Perón de Tomás Eloy Martínez y el Facundo.

por Marcelo Coddou
Artículo publicado el 15/05/2012

Atengamos a una importante afirmación de Tomás Eloy Martínez [TEM] que nos informa sobre su voluntad autorial al escribir La novela de Perón:

Voy a tratar de hacer, de reproducir, lo que Sarmiento hizo en 1845 con el Facundo.Voy a tratar de construir un relato en el cual Perón aparezca como yo creo que verdaderamente es, y no como el de la mayoría de los argentinos ve.

Sarmiento, como es sabido, al intentar componer la biografía de Facundo Quiroga lo hizo con el fin de entender a Rosas y lo acontecido con el poder político por él ejercido en un momento de génesis de la Argentina independiente. TEM busca, por su lado, teniendo en cuenta como modelo superior a Sarmiento, hacer una recomposición biográfica de Perón con vistas a entender el poder que éste ejerció y cómo lo sostuvo y prolongó. Se adentra en el personaje histórico porque ello debiera permitirle también comprender en qué sentido «fue un elemento que transformó la vida argentina de modo radical»[1]

Reflexionemos un momento sobre tan importantes declaraciones del novelista. Sarmiento, empecemos por esto, tenía ya muy clara su concepción personal de la biografía con bastante anticipación a la escritura del Facundo. Para él biografía es, ante todo, historia, a la que se unen dos funciones, una pedagógica y otra estética:

la biografia es (…) el compendio de los hechos históricos más al alcance del pueblo y de una instrucción más directa y más clara. Mucho trabajo cuesta comprender el enlace de la multitud de acontecimientos que se desenvuelven a un mismo tiempo; pero nada es más fácil, ni hay cosa que excite mayor interés y mueva simpatías más ardientes, que la historia particular de un hombre.[2]

Según sostiene acertadamente Alberto Julián Pérez, Sarmiento «rescató el valor moral ejemplar del género biográfico para su sociedad» [3]. En efecto, sus grandes libros tienen todos, parcial o definitivamente, contenido biográfico o autobiográfico. Recordemos algunos títulos: Mi defensa, Recuerdos de provincia, Memorias, Vida de Fray Félix de Aldao, Vida del Chacho, Vida de Dominguito, y hasta Campaña en el Ejército Aliado de Sud-América.

Creo que resulta adecuado establecer las conexiones que con la convicción del ensayista del XIX –que recién citáramos–guardan las del novelista del XX. En efecto, como se sabe, según TEM, llegó un momento en que  se borraron para él los deslindes entre el periodismo y la literature; sostiene, pensando en el primero pero teniendo también en cuenta la segunda que:

las noticias mejor contadas son aquellas que revelan a través de la experiencia de una sola persona, todo lo que hace falta saber. [Y pide investigar] cuál es el personaje paradigmático que podría reflejar, como un prisma, las cambiantes luces de la realidad (fragmento del «Discurso de Guadalajara» [4]).

Claras resultan las analogías de su propósito con lo postulado por el autor de el Facundo.

Leer el Facundo y otras obras de Sarmiento, pero sobre todo su gran libro de 1845, significa, como lo ha señalado Beatriz Sarlo, pensar «sobre las relaciones entre literatura e historia, literatura e ideología, ficción y política, representación, invención y construcción de la referencia»[5]. En su medida, es lo que acontece con La novela de Perón. Por su parte González Echeverría, sostiene que una evidencia de la perdurable relevancia y pertinencia del Facundo en el discurso hispanoamericano es el de constituir el origen de un tópico, de valor literario duradero, que ha proliferado en la narrativa de las últimas décadas: el del dictador[6]. En efecto: el Facundo –también lo recuerda el crítico cubano– se centra en el tema de la autoridad y el poder, tema decisivo en toda la obra de TEM, pero que en él alcanza proyecciones diferenciadas a las de Carpentier, Roa Bastos o García Márquez.

Lo medular del libro de Sarmiento es la vida de Facundo Quiroga, caudillo a quien quiere estudiar con el objetivo de comprender a Rosas y la génesis y ejercicio del poder político en su país. Mucho se ha discutido sobre la adscripción genérica del Facundo, texto central en la historia de la cultura argentina, pero a nosotros, por ahora, nos basta recordar lo sostenido hace ya mucho por Alberto Palacios:

¿Se propuso de verdad Sarmiento escribir en su libro de historia, pura y simplemente? Nada autoriza a suponerlo, a pesar de los variados elementos históricos que contiene. Facundo fue inicialmente un libro de combate contra la tiranía (…) En cuanto a su fondo, no puede decirse que consiste en la historia entendida como crónica de una época, sino en su explicación o interpretación[7]

La novela de Perón, por su parte, proporciona, precisamente, una explicación y una interpretación, cabalmente históricas –vale decir, necesariamente subjetivas, no sólo por tratarse de un escrito de constitutiva índole ficcional–, del extenso período en que el peronismo ha tenido vigencia y, como en el Facundo, ello se logra por medio del cuidadoso trazado biográfico de quien fuera su protagonista, el Juan Domingo Perón de la vida real. Podríamos concluir, entonces, que el propósito de TEM de, en cierto sentido, emular a Sarmiento, está cabalmente cumplido. Quizás valga la pena agregar una cita más, la última, con la que nos quedará perfectamente esclarecido lo que el autor de La novela de Perón ha intentado y, en nuestro entender, logrado plenamente hacer. Refiriéndose otra vez al Facundo sostiene:

El libro era una biografía que denunciaba el salvajismo de Facundo Quiroga, un caudillo de provincia. Muchas de las descripciones y ejemplos históricos de Sarmiento contradicen la verdad documentada. Los argentinos siguen pensando que el auténtico Facundo Quiroga es el de Sarmiento y no aquél descrito en los recuentos oficiales, y esto a causa de que el personaje fue narrado tan poderosamente, con tal convicción y con tal riqueza de tonos que el Facundo real fue abolido por el Facundo imaginario[8]

Como en el caso del Facundo Quiroga de Sarmiento, el Perón de la novela de TEM, el imaginario, llega a abolir al que la historiografía oficial ha intentado mostrar como «real». Y ha sido el mismo autor quien ha reconocido que esta novela suya:

ha cambiado en mucha medida la imagen que de Perón tenía el peronismo mismo. A Perón se lo ve ahora más como el Perón de La novela de Perón que como el Perón de las Memorias dictadas por él mismo [9] .

¿Significa esto que la figura del General se ha agotado para el imaginario argentino? TEM postula, razonadamente, que esto es prácticamente imposible.

En la historiografía literaria argentina existe una prolongada y rica cadena de variados eslabones, cada uno de los cuales constituye una modalidad de re-lectura del Facundo. Todas ellas encuentran su fundamento en la noción binaria civilización/barbarie (y sus conexas: ciudad/campiña, cultura central/culturas marginales) más otras que con ellas también se relacionan y que hablan de poder, nación, autoridad, progreso, identidad, etc. Un ensayo verdaderamente desafiante, que busca entender el rol cumplido por el Facundo en la construcción de la cultura argentina, es el de Diana Sorensen [10] , en que, revisando «las grietas ideológicas que los atraviesan», recorre los principales de los innumerables escritos que, prácticamente desde su aparición, ha suscitado la obra magna de Sarmiento. El problema central al que se enfrenta Diana Sorensen es el de establecer las clases de mitos de construcción nacional (de la Argentina) que ha ido promoviendo el libro desde su inicial publicación en 1845 hasta los momentos presentes. Sectores importantes de la crítica lo conciben como un necesario llamado a incorporar al país al mundo «desarrollado» siguiendo los modelos civilizatorios europeos y norteamericanos. En su contrapartida están quienes lo leen como lamentable aporte al discurso ideológico que ha frustrado la legítima aspiración de los estamentos populares y no citadinos de participar en la construcción de una verdadera identidad nacional. La ensayista hace notar cómo, por ejemplo, en la década de 1970, bajo los gobiernos de Cámpora y Perón, cuando se daba voz al populismo:

el Facundo fue enjuicidado como documento de los «vendepatrias» que habían traicionado a la Argentina y literalmente se la habían entregado a los intereses extranjeros. Los ataques eran lanzados desde distintos ángulos, pero un blanco permamente era la dicotomía civilización/barbarie, a la que se invertía para poder leer todo el libro en sentido opuesto (16).

En realidad ha sido a lo largo de toda la historia argentina que el Facundo, como texto, ha sido «completado» de muchas formas diferentes [11], las que según inteligentemente reconoce Sorensen, tienen que verse «dentro de relaciones contextualizadas de poder, restricciones intitucionales y otras circunstancias que afectan los ‘usos’ que se le dan a un libro» (17). Resulta así conveniente intentar ver cuál es el que TEM le ha dado en su proyecto escritural de La novela de Perón (y su, en este sentido, «continuación» que es Santa Evita).

Lo emprendido por Diana Sorensen con respecto al libro «modelo» puede servirnos de orientación para leer, desde esta perspectiva crítica, lo programado por TEM para sus dos grandes novelas peronistas. Esto equivale a decir: pensemos la obra como algo, no sólo destinado al lector, algo perfectamente acotado y que exige recepción pasiva por parte suya, sumisión, sino, por el contrario, un algo necesitado que el lector active, dando vida plena a sus significados. En términos de la estudiosa:

El texto, entonces, es un objeto para el sujeto lector activo, quien es un coproductor creativo en un proceso de comunicación no subordinado a la idea de una interpretación correcta o adecuada (17).

Obras como La novela de Perón y Santa Evita engendran, al igual que el Facundo, una pluralidad de lecturas, «dramatiza[n] la naturaleza inestable del texto mismo: lejos de ser un portador homegéneo de sentido, [son] una red de relaciones diferenciales no restringidas a los límites físicos del libro sino extendidas sobre una basta red de lecturas que pretende legitimarlo, cuestionarlo o negarlo»[12]. Es lo efectivamente acontecido con las dos novelas –y las grandes crónicas de Lugar común la muerte–: no debe concebírselas independientemente de sus lecturas, así como sus lecturas no deben separarse de los contetos en que funcionan. No hay un sentido objetivo de la obra de TEM. Sus lecturas muestran el sello de los residuos de otras lecturas; obligan a atender a su, constitutiva, dimensión intertextual. Citemos nuevamente a Diana Sorensen, quien nos guía en este instante de consideración de las narrativas de TEM a partir de lo que éste ha sostenido que lo une a una formulación literaria como la de Sarmiento en el Facundo:

La productividad de una obra reside en las lecturas variadas y a veces inesperadas a las que da lugar, en las nuevas estructuras de recepción que resultan de diferentes interpretaciones (18).

Aquí vale la conocida propuesta de Hans Georg Gadamer de que la interpretación de cada texto (en nuestro caso La novela de Perón, Santa Evita), es un hecho creativo que no se limita a reapropiarse del mensaje textual del pasado: también incorpora el presente del intérprete [13]. La estudiosa de cuya guia nos estamos valiendo, al aceptar este acerto de Gadamer recien recordado, está pensando en una obra de amplia recepción diacrónica; el caso de TEM es en este sentido, obviamente muy diferente. Pero basta con atender a la diversidad de interpretaciones que se han dado a sus obras para concluir que también en él se nos obliga a considerar el por qué de una recepción tan variada. Los términos no son muy diferentes para cada caso: «novela cabal», «testimonio insuficiente», «tergiversación de la historia», «manipulación de informaciones fragmentadas», «ficcionalización total de hechos ‘históricos’ concretos», «usufructo de lo aprovechable en la imediatez del mercado», etc.

De lo dicho hasta el instante se desprende que quiero moverme en un doble plano: la revisión que de el Facundo se ha hecho a lo largo de la historia situando los encuentros y desencuentros que con tales interpretaciones nos ofrece el autor de La novela de Perón y, por otro lado, ver lo que esto le ha significado a su propia obra, leída en conexión con el complejo fenómeno del peronismo. Si el proyecto autorial era realizarse con el Facundo como modelo, necesariamente su escritura estará enlazada también con lo que el clásico libro sarmientino haya suscitado en las diferentes y encontradas lecturas que de él se han hecho. Volviendo a la estudiosa Diana Sorensen: ella demuestra que cuando se considera críticamente el Facundo a través de sus lecturas: «lo que emerge es un proceso en y a través del cual una sociedad articula su cultura y al hacerlo produce y media el conflicto, dándole forma a las relaciones sociales» (19). Denomina al libro de 1845 como «una máquina para engendrar textos y discursos interpretativos (28)[14]. Entre los inmumerables que deben haber afectado la consistencia del pensar de TEM, sin duda que figuran los escritos sarmientinos de Ezequiel Martínez Estrada, especialmente en su afirmación fundamental de que los temas vitales de Argentina deben entenderse dentro de los parámetros establecidos por un Facundo concebido como profesía y mito. ¿Por qué TEM piensa en el libro de Sarmiento al escribir el suyo sobre Perón? Quizás porque acepta la concepción del autor de Radiografía de la pampa de que el Facundo contiene todas las combinaciones necesarias para entender la nación:

Si hoy [el Facundo] se nos ofrece con una actualidad tan vigente como hace un siglo es por dos circunstancias: porque no se ha hecho nada –excepto alguna obra reciente- que lo supere como calidad literaria ni como visión profunda de los órganos internos de la realidad, y porque esa realidad profunda, la de los órganos internos, no ha podido ser sancada [15].

Otro autor de las predilecciones de TEM, Borges, coincide con Martínez Estrada, dentro de sus diferencias de muchas índoles, en la apreciación de la importancia decisiva del Facundo:

El Facundo nos ofrece una disyuntiva –civilización o barbarie– que es aplicable,  según juzgo, al entero proceso de nuestra historia. Para Sarmiento, la barbarie era la llanura de las tribus aborígenes y del gaucho; la civilización, las ciudades. El gaucho ha sido reemplazado por colonos y obreros; la barbarie no sólo está en el campo sino en la plebe de las grandes ciudades y el demagogo cumple la función del antiguo caudillo…La disyuntiva no ha cambiado. Sub specie a eternitatis, el Facundo es aún la mejor historia argentina [16].

A los nombres de Martínez Estrada y de Borges, por supuesto que cabría añadir muchísimos otros cuyos escritos, justamente a partir de las lecturas del Facundo, han ayudado a construir la problemática de la tradición argentina. Y es en ese extenso decurso escriturario donde cabría situar la obra de TEM, algo que nos limitamos aquí a señalar y, en escasa medida, a considerar con alguna mínima detención. Alguna esencial: porque el Facundo ha cumplido un rol central en las luchas por la autoridad en la vida política argentina, su consideración cuidadosa le resulta ineludible a todo autor que trate el tema –es el caso de las obras de TEM–, cualquiera sea la modalidad genérica que éstas asuman.

(Y aquí un paréntesis que puede resultar alentador para quien atienda a la cuestión del género literario en la obra de TEM. No resulta extraño que para él, que ha roto los deslindes fijos entre la crónica periodística y la ficción y que tanta presencia brinda en su prosa a la imaginación y al lenguaje de la lírica, que construye momentos importantes de sus relatos con los procedimientos del cine, etc.,etc., haya partido de una obra, como el Facundo, de tan grande hibridez genérica, a la vez biografía, historia, panfleto político, ensayo, con indisputables rasgos novelescos).

Walter Benjamin ha subrayado, como el que más, la dinámica de la subjetividad presente en una situación histórica: «la historia es el sujeto de una estructura cuyo sitio no es el tiempo vacío y homogéneo sino el tiempo llenado por la presencia del ahora», afirma en Illuminations [17]. Esto equivale a aceptar que el «ahora» subjetivo condiciona, ineludiblemente, la comprensión del pasado, tanto como la orientación que se daría a la búsqueda de información significativa. En este sentido hay que aceptar que la imagen del pasado que el Facundo ofrece, por ejemplo., a TEM, es reconocida por éste como una de sus propias preocupaciones.

También debe haber interesado a TEM la validez de las certezas que Sarmiento tenía con respecto a la eficacia práctica de la palabra escrita. A partir del Facundo, por generaciones, la Argentina se ha cuestionado sobre la amplia presencia que las prácticas discursivas tienen en las relaciones sociales y políticas. Sarmiento no parecía dudar de las repercusiones que su libro iba a tener en el mundo «real». Y tales pretensiones le serían avaladas por muchos de sus coetáneos –no Alberdi, claro está– como lo demuestra la certeza con que Wenceslao Pannero le señalara al autor sobre su proyección pragmática a muy corto plazo de aparición del Facundo:

Ninguno de los escritores argentinos ha comprendido y explicado los diversos elementos de nuestra sociedad como Ud. Felicítese, pues, amigo, de que su trabajo es hermoso y fecundo en resultados [subrayado nuestro][18]

TEM, aunque cauto en extremo con respecto a la eficacia inmediata de un escrito, no deja de pensar que éste puede tener algún grado de presencia significativa en los espacios en que se formula. Como dice Foucault– y TEM parece aceptar– «el poder circula», funcionando en la forma de una cadena, y así como la producción y circulación de discursos en la correspondencia epistolar y artículos de periódicos relacionados con el Facundo están definidos por la «coreografía del poder», que se cumplía antes y después de la derrota de Rosas, el autor de La novela de Perón y Santa Evita, tiene conciencia de que sus escritos se incorporan y anudan con la reflexión –posible de transmutarse en práctica– que sobre la Argentina de hoy y su génesis en el pasado reciente, también vivo, se está cumpliendo ahora mismo.

Lo que en Sarmiento constituía certeza sobre la alianza entre discurso y poder, se ha históricamente manifestado el peso que ha tenido «la relación entre la recepción del Facundo y la conformación de una tradición cultural argentina» (Sorensen:45). Por ahí también, entonces, la discipularidad que TEM asume con respecto al proyecto y cumplimiento de lo acontecido con la obra del autor de Los recuerdos de provincia. Lo que en éste significara resolución pragmática, podría darse también en obras como La novela de Perón y Santa Evita. Es con legítima complacensia, entonces, que, refiriéndose a una modalidad de recepción de estas novelas suyas, su autor haya podido reconocer que la figura de los carismáticos líderes peronistas que él ha plasmado, son las que se ofrecen con mayor presencia en el imaginario argentino.

TEM muestra que sabe moverse en lo que Hans Robert Jauss llama el «horizonte de expectativas» de los lectores [19], hondamente marcado por conflictos y en donde sus textos serían insertados en un interjuego de relaciones existentes más allá de los bordes textuales y «literarios», para situarse en dimensiones extra-textuales, sociales si se quiere, históricas, sin duda.

Esto nos lleva a regresar a un aspecto que ya hemos considerado con cierta extensión en otros trabajos nuestros: las conexiones entre ficción (y sus riesgos) y los estatutos canónicos del escrito histórico. Para TEM los deslindes son discutibles y, por lo mismo, difíciles de establecer con precisiones epistemológicas. No justificando, sino esclareciendo lo por él mismo realizado en narraciones como sus novelas peronistas, ha sido insistente en señalar una insoslayable clave de lectura ficticia para ellas, sin negar los lazos referenciales, de tan fuerte presencia en sus obras. Lo sorprendente en su caso es que, no obstante la inestable afiliación genérica de La novela de Perón y Santa Evita, esto no ha problematizado de modo negativo el encuentro el lector y los textos. Así por lo menos lo demuestran los éxitos de venta y de crítica de tales libros. Y es que si se los desconsiderara a partir del hecho de que ellos ofrecen un desvío de los parámetros de la escritura histórica, tal hecho no podría convertirse en acusación descalificadora ya que TEM no pretende moverse, como sabemos, dentro de orientaciones canónicas del discurso historicista. Lo que no significa que eluda las cuestiones de verdad y escritura histórica, sino que se manifiesta frente a ellas de modo que hacen recordar a los de Sarmiento ante la historia positivista, basada tan sólo en hechos. Al igual que el maestro del siglo XIX, recurre a elaboraciones metafóricas y a polarizaciones. Mucho se ha hablado de las afinidades del Facundo con las historiografía romántica. Pero su discurso sobrepasa los parámetros de la disciplina para ofrecer sus ideas con desnuda subjetividad, dando más espacio a la opinión que a los hechos y aunando en él elementos provenientes de fuentes genéricas muy variadas. Según lo comprueban los análisis de Diana Sorensen, junto a los de otros estudiosos, es precisamente esta riqueza discursiva motivo de algunas de las controversias que han rodeado a la obra desde su aparición. Al igual de lo que aconteciera con el Facundo sucede con las novelas de TEM: es posible considerarlas tan sólo como obras de ficción cortando así su relación con el mundo factual, sin disminuir su status de textos poderosos y sugestivos. Esto tendría validez siempre que la motivación de tales juicios no fuera la de disminuir la autoridad del texto para restringir ésta a su valor estético. Fue lo que sucedió con los oponentes ideológicos de Sarmiento de quienes Martínez Estrada sostiene:

Son los que se benefician con la mentira y con la confabulación del silencio, quienes entienden que Facundo no es historia, ni sociología, sino novela de costumbres, ignorando además que justamente la novela de costumbre es la historia y la sociología verdaderas [20].

Reflexión ésta, que condice cabalmente, en un sentido profundo, por lo sostenido reiteradamente por el autor tucumano en numerosas declaraciones suyas. Si Sarmiento se cuidó de pedir disculpas anticipadas al lector por las posibles inexactitudes que podrían habérsele escapado y llegó a rogar a quienes las advirtieran que se las comunicaran[21], TEM no necesita de ello, pues deja en manos del género literario escogido la tarea de justificar el que recree, imaginariamente, las anécdotas de las vidas de sus personajes[22]. No extraña así lo afirmado por el novelista argentino en su penetrante reseña de La fiesta del Chivo, de Vargas Llosa (con cuya cita cerramos nuestra aproximación al tema que nos ha preocupado):

Cada novela crea, como se sabe, su universo propio de relaciones, sus crepúsculos, sus lluvias, sus primaveras, su propia red de amores y de traiciones.Ese conjunto de leyes no tiene por qué ser igual a las leyes de la realidad. Su única obligación es engendrar una verdad que tenga valor por sí misma, que sea sentida como verdadera por los que la lean. Ese prodigio es difícil de lograr en cualquier novela, pero es aún más difícil de lograr en una novela que trabaja sobre el tejido de la historia reciente, porque en ese caso cada lector cree tener una verdad distinta, que se contradice con la verdad de la ficción [ el énsasis es nuestro] [23]

TEM la verdad que quería engendrar en La novela de Perón era, según hemos pretendido mostrarlo aquí, la de un personaje histórico que apareciera tan verdadero y tan paradigmático como lo es el Facundo Quiroga de Sarmiento.


NOTAS

[1] Cfr. Diálogo dialogo del autor con Guillermo Zambrano www.librusa.com

[2] Sarmiento «De las biografías», El Mercurio, Valparaíso, 20-V-1842.  En otro sitio: «La biografía es el libro más original que puede dar la América del Sur en nuestra época y el mejor material que haya de suministrarse a la historia». Citado por Sylvia Molloy en «Sarmiento, lector de sí mismo», en la Revista Iberoamericana que mencionamos más adelante.
[3] Vid. Alberto Julián Pérez, «El Facundo: Sarmiento interpreta a su nación», en su Los Dilemas Políticos de la Cultura Letrada. Argentina Siglo XIX, Buenos Aires, Edcs. Corregidor, 2002: 105-149. Cit. p. 110.
[4] Discurso pronunciado por TEM con ocasión de la Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa celebrada en octubre de 1997 en Guadalajara. El texto completo puede leerse en www.fnpi.org/biblioteca/textos/biblioteca/tomas.htm
[5] «Nota preliminar» al número especial dedicado a Sarmiento por la Revista Iberoamericana, vol. LIV, n. 143, abril-junio 1988:381-382.
[6] Roberto González Echeverría «Redescubrimiento del mundo perdido: el Facundo de Sarmiento», en la Revista Iberoamericana cit., pp. 385-406. Como hemos estudiado en otra parte, TEM establece con nitidez que las suyas dificultosamente aceptan el calificativo de novelas del dictador y compara lo hecho por él con el García Márquez de El otoño del patriarca y el Roa Bastos de Yo el supremo, a las que considera que «eran una respuesta al afán de los poderes absolutos por apropiarse de la escritura de la verdad y por negar toda verdad que no fuera oficial». Vid TEM, «La resurrección del dictador», La Nación, Buenos Aires, 15 de abril del 2000.
[7] Alberto Palacios, El Facundo,  Buenos Aires, El Ateneo, 1934: 59.
[8] Cfr. NPQ (New Perspectives Quarterly) «Evita or Madonna: whom will history remember? Interview with TEM», 1997 http://www.lasmujeres.com/evaperon/evitamadonna.html
[9] Vid Juan Pablo Neyret, “Novela significa licencia para mentir. Entrevista con TEM”,  Espéculo.Revista de Estudios Literarios, Universidad Complutense de Madrid, núm. 22, 2002.
[10] Inicialmente publicado en inglés en 1996 por University of Texas Press, como Facundo and the Construction of Argentine Cultured, fue traducido al español por César Aira Rosario, Beatriz Viterbo Editora, Biblioteca Tesis/ Ensayo. Prólogo de Ana María Barrenechea. Citamos por esta traducción y edición.
[11] El término lo toma Diana Sorensen de Barthes: «escribir es ofrecer el habla (parole) a otros de modo que puedan completarlo». Cf. Barthes «Litterature et Signification» Tel Quel, 16, 1964:17.
[12] «Si un texto es una diseminación de sentidos, sus lecturas ponen en escena su producción». Sorensen:17.
[13] Véase Hans Georg Gadamer, Philosophical Hermeneutics. Berkeley, University of California Press, 1977.
[14] Sobre la posición privilegiada del Facundo se han pronunciado infinidad de autores: Josefina Ludmer («la primera catedral de la cultura argentina»), Tulio Halperin Donghi, quien ve toda la cultura argentina como continente y contenida por «la doble voz del Facundo y el Martín Fierro«, Nicholas Schumway («la disposición mental peculiarmente dividida creada por los intelectuales decimonónicos que dieron forma a la idea de la Argentina») y que persistiría hasta hoy, con la consecuencia de debilitar el consenso y la creencia en la unidad o comunidad, Martínez Estrada (que ve a Sarmiento como una «cristalización de la ecuación nacional», el «ejemplo de ser argentino»: «él y el país son la misma verdad»).
[15] Cf. Ezequiel Martínez Estrada, Sarmiento, Buenos Aires, Argos, 1956:128. Del mismo autor y sin duda conocidos por TEM las Meditaciones sarmientinas, Santiago, Editorail Universitaria, 1968; Los invariantes históricos del Facundo, Buenos Aires, Casa Pardo, 1974. Además claro, de Radiografía de la pampa, todo él atravesado por ideas de Sarmiento. Sobre el tema vid. Malva Filer, «Sarmiento en el pensamiento de Ezequiel Martínez Estrada», Discurso literario, II, 2: 431-437.
[16] Jorge Luis Borges, «Prólogo» a Facundo, Buenos Aires, El Ateneo, 1974: VII.
[17] Cfr. Walter Benjamin, Illuminations, Glasgow, Fontana/Collins, 1970: 263.
[18] Cfr. la cita de Wenceslao Pannero en Carlos Segreti, La correspondencia de Sarmiento, Poder Ejecutivo de la Provincia de Córdoba, 1988: 80. En la misma obra otra afirmación semejante, en este caso de Juan Andrés Ferrera: «Aldao y Facundo serán bien pronto dos poderes invisibles que arrastrarán hacia el cadalso al infame Rosas», p.78
[19] Vid. Hans Robert Jauss, Toward an Aesthetic of Reception Minneapolis, University of Minnesota Press, 1981.
[20] Cfr. Martínez Estrada, Sarmiento, op cit.: 128.
[21] Vid José Faustino Sarmiento, Facundo, Madrid, Cátedra, Letras Hispánicas, 1999, edición de Roberto Yahni. Cfr. pp. 47-48.
[22] Una de las obras se titula, explícitamente La novela de Perón y para Santa Evita exigió a sus editores que tras el título señalaran : Novela.
[23] Vid nota 3, art. de TEM, «La resurrección del dictador».
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