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La última novela de Vargas Llosa: El héroe discreto.

por Marcelo Coddou
Artículo publicado el 04/09/2013

Son tan solo seis los escritores latinoamericanos que han sido galardoneados con el Premio Nobel: Gabriela Mistral (1945), Miguel Angel Asturias (1967), Pablo Neruda (1971), Gabriel García Márquez (1982), Octavio Paz (1990) y Mario Vargas Llosa (2010). A este último la Academia Sueca se lo otorgó por su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota. Reconocimiento éste basado en la totalidad de la extensa obra del peruano, cultor de todos los géneros literarios: novela, cuento, drama, ensayo, memorias (¡qué delicia la lectura de El pez en el agua, modelo de escritura memorialista!).

En agosto de este año, en Florida, EE.UU., la editorial Alfaguara acaba de publicar la última obra de Vargas Llosa, una extensa novela titulada El héroe discreto (383 págs., veinte capítulos sin titulos), y cuya edición y lanzamiento simultáneo en el mundo hispanohablante se hará este 12 de septiembre.

Muy en la línea que le ensalzara el jurado del Nobel, nuevamente Vargas Llosa nos entrega personajes que, a su modo, son discretos rebeldes que intentan asumir su propio destino. El ordenado y entrañable Felícito Yanaqué, pequeño empresario de Piura, es víctima de extorsión. Su contrapartida –y, en cierto sentido, complemento—Ismael Carrera, es un exitoso hombre de negocios, dueño de una aseguradora en Lima. Las dos ciudades de ningún modo son meros espacios físicos, sino reinos de la imaginación, poblados por los personajes del escritor. A estos protagonistas se suma una gama de otros personajes propios de mundo vargallosiano: el Sargento Lituma y los inconquistables (de Lituma de los Andes), don Rigoberto (de Los cuadernos de don Rigoberto), doña Lucrecia y Fonchito, etc. . Todos ellos desenvolviéndose en un Perú que no es el de la decadencia, esa que parecía inevitable en la obra anterior del escritor.

Lo que tan destacadamente se diera en Pantealón y la visitadoras, el humor, reaparece aquí en la reciente novela y nuevamente con rasgos propios del melodrama. Algo semejante acontece con los protagonistas: “no son justicieros”, pero están por sobre las mezquindades de sus circunstancias y logran vivir según sus ideales y deseos.

En una mera reseña informativa y sencilla como ésta quizás pueda aceptarse un rápido juicio de valor: la última obra de Vargas Llosa no está a la altura de esas cumbres suyas que son La ciudad y los perros (1963), La Casa Verde (1965), Coversación en la Catedral (1969), La guerra del findel mundo (1981), o La fiesta del Chivo (2000), mas ello no significa que el lector no vaya a encontrarse con una novela de primerísimo rango, cuya trama podrá seguir sin dificultades, mientras goza de esa prosa que Vargas Llosa aprendiera de sus maestros tan bien asimilados por él y sobre los que también ha escrito magistrales ensayos: Flaubert, Faulkner, p.ej. De este ultimo Vargas Llosa afirmó que era el escritor que llevó a la perfección los procedimientos de la novela moderna. Juicio éste que nos indica con claridad indiscutible la índole magistral que ofrece la presencia del norteamericano en su propio quehacer, algo de lo que también se encuentra huellas en su obra más reciente.

 

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