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La ventana discreta.

por José Sabater de Montfort
Artículo publicado el 12/05/2013

Observaciones desde una ventana (Garcín editores, 2013) es la segunda novela del escritor colombiano Darío Rodríguez, quien es autor también del libro de poemas Capítulo (2007). La novela Observaciones… es una nouvelle sin argumento, pero con una razón central: el rompimiento de la temporalidad por la vía de la asimilación al espacio, de la materia, del objeto. Así, su diseño estructural es uno de puro neo-vanguardista, que recoge ecos del ideario y la estética dadá y de Apollinaire tanto como de Perec y, por sobre todo, de Cortázar, e incluso de Calvino. Pero fundamentalmente se vincula de manera sentimental con el ideario poético del chileno Juan Luís Martínez.

Es una narración que recuerda a muchas cosas, Observaciones…, pero que no se asemeja más que a sí misma, a su extrañeza. Y ello respecto a esto que dice el narrador en un momento dado: “un nombre extraño siempre es un nombre que emigra”. Siendo un artificioso conjunto de signos que se quieren voz, Observaciones… es precisamente un constructo lingüístico en permanente fuga. Una composición metaficcional sabedora de su precario e inestable asidero en un lenguaje extravagante (de tallos subterráneos y poéticos) y que, por esta razón, busca siempre la decepción del lector, busca frustrar sus expectativas. Con ello, cada una de las sesenta Hojas de las que consta el libro (y ha de decirse que funcionan al modo de las hojas desprendidas de un calendario) se afana en regenerarse, en comenzar de nuevo, buscando negar y contradecir lo dicho o acaso refugiarse en un indecente decir nuevo, como si tuviese una “carencia de pasado”. Y es que la nouvelle es un continuo percutir del lenguaje contra sí mismo, una deserción y un réquiem.

“El idioma es sólo una habitación iluminada con precariedad, su luz casi extinta, y paredes humedecidas en tan obvio añejamiento”, escribe Darío Rodríguez. Y podríamos decir que así igual es la sensación de espera con la que trabaja el libro: un tiempo interior (del cuerpo del hombre a quien el narrador habla) incapaz de hallar acomodo en su realidad circundante. “¿No es la espera una construcción espiritual —o ideal— de alguna elaboración material?”, se pregunta el narrador en un momento determinado, como ensayando —al tiempo que la historia discurre— la propia hermenéutica de lo que sucede, explicitándola, de hecho.

En lo que respecta al estilo, se ha de decir que hay un tú a quien habla la voz autorreferencial del narrador y en cuanto a la estructura se podría considerar una antinovela en el sentido de que busca precipitadamente su final, y se auto-destruye, se inmola gracias a su enfática conclusión. Las trazas poéticas proceden de las disonancias sensoriales, del desarreglo perceptivo presentado a veces al modo de la aliteración y la sinéresis y mayormente por virtud de la concepción sinestésica del mundo que late en el ideario narrativo de Darío Rodríguez y que se fundamenta en las variaciones de una melodía dada.

El protagonista involuntario de Observaciones… es un hombre común, de nociones abstractas, un mero concepto (un constructo cultural), alguien que “no es culpable de esta espera [a la que se ve irremediablemente abocado]”, un hombre que “no debió acudir a esta cita” que es la propia novela. Este hombre se nos va dibujando a través de “una serie de cristales” y paulatinamente se va construyendo a imagen y semejanza del narrador, al modo del reflejo blando, dejando que la novela perfile su “biografía ficticia”. Según van avanzando las Hojas (al modo de las hojas del calendario, como dijimos antes, pero también de las hojas caídas de los árboles otoñales que caminan hacia el frío del invierno; verbigracia: la muerte) se intensifica la subjetividad de un tiempo elástico, una dilatación que de manera serpenteante va demudando la identidad del hombre hacia la identificación con la ventana y, del mismo modo, va fusionando al narrador con el propio protagonista, propiciando la ambigüedad del propio título del libro y que lo convierte en un artefacto reversible, tal que si pudiese ser leído en dos direcciones. No en vano pregunta el narrador al protagonista hacia al principio del libro: “¿es ella [la ventana] quien observa o es usted?”. La esplendidez del libro de Darío Rodríguez radica en el hecho de que se conteste lo que se conteste a la pregunta, la respuesta será al mismo tiempo una tautología y una falacia metadiscursiva.

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Requerido.

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