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Las contemplaciones de Alejandro Cerda (Ediciones Comuna Memoria, 2007).

por Cristián Vila Riquelme
Artículo publicado el 04/08/2007

Alguna vez el poeta Li Po escribió:
En sueños, Chiang Chen se convierte en mariposa
Y la mariposa vuelve a ser Chiang Chen.
Un solo cuerpo toma diversas formas.
Las cosas de aquí abajo son en verdad inciertas.
¡Quién sabe si el agua de Pen-lai no proviene de un humilde arroyuelo!
El que ahora cultiva melones en Puertas Verdes
era ayer el duque de Tong-ling.
Nobleza y fortuna son así, fugitivas.
¿Hacia qué parte corres y qué es lo que deseas?

Está claro que el poeta Alejandro Cerda se ha imbuido de poesía china y japonesa, de haikus, es decir de la presencia del universo entero en el minimalismo de un jardín, de un lago, de un monte, de una mariposa o del chorro de agua de algún grifo que moja a los pájaros (de aquel gesto zen que tiene claro que sólo con haber desplegado conceptualmente el movimiento que gana el combate, el combate ya está ganado). Y eso suele ser difícil. Pues son más fáciles los gestos ampulosos de aquel que supone que el mundo es una especie de proyección de su visión del mundo (de su weltanschaung, por decirlo a la manera de los hegelianos). El mundo de Alejandro Cerda es el mundo que conocemos día a día, y que, de puro frágil, como diría el poeta Antonin Artaud, pasa la más de las veces a nuestro lado y no nos damos cuenta. Y por ello no es ampuloso. No tiene nada que ver con el poder o con la prepotencia propia de los doctores de la ley, ya que todo es fugitivo y en esa fugacidad reside lo eterno o, mejor aún, la posibilidad de la génesis eterna heracliteana. Incluso en la muerte de Li Po, a quien cité al comenzar esta presentación, y que se ahogó abrazado a la luna en un estanque (en el río amarillo, dicen algunos de sus pares). Incluso en Ts’ai Yen, que estuvo prisionera de los Hunos durante años. Etcétera. No diré más de los amados poetas chinos y poetisas chinas ni de los poetas japoneses ni poetisas japonesas. Me basta con el poeta que nos ocupa. Un tipo cuya figura está casi en la flacura de un Gandhi o en la locura de un Li Po, o en la entrañable amistad de un Jorge Teillier, quien era un sabio zen que cultivaba, secretamente, el jardín de la amistad y de la complicidad. Nos encontramos, indudablemente, frente a un poeta mayor, en el buen sentido de la palabra. Y digo mayor, porque no tiene, Alejandro, apuro por publicar, que sería lo propio de los poetas menores ―en el mal sentido de la palabra―, pero también porque él es estasContemplaciones. Está allí como al acecho de lo inconmensurable. Al acecho de aquellos que podrán, tal vez, recibir su propuesta poética con la alegría del que sabe que todo es efímero pero que, al mismo tiempo, se presenta como que todo es nuevo bajo el sol.

La ambigüedad o lo equívoco consustancial de lo viviente está allí, por ejemplo, en esos versos inaugurales: “Pasábamos por mucho tiempo/ con los ojos intactos/ hasta no saber/ si abrir o cerrar los ojos/ era la entrada o la salida” (Ojos en la fuente). Porque esa ambigüedad tiene que ver con la multiplicación, que es, siempre, el deseo: “Siempre dentro de un paisaje/ tendremos las posibilidad de otro paisaje” (Paisaje zen). Como también ese deseo es al mismo tiempo el sueño del que formamos parte: “Puedes verme en este sueño/ porque yo también/ sueño contigo” (A la altura de la oreja de Buda). Lo que nos recuerda esa imagen que también obsesionó a Borges (y a Li Po) y que tiene que ver con una mariposa que sueña ser un hombre que sueña ser una mariposa. “Entre los árboles/ mi hija no es más que un sueño/ que aparece y desaparece”, nos dice el poeta en “Entre los árboles”. Como puede verse, ese juego de apariciones y desapariciones que es esta vida y este mundo, se juega a su vez como parte del país de los sueños y se abre hacia la infinita combinatoria del yo y del otro: “perderse entre las sombras de los árboles/ para ser rescatado/ por el murmullo del viento”, nos dice al terminar el poema ya citado.

Si la poesía es el arte de mostrar o develar aquello que es imposible de decir, revelar el ser del no-ser ―por decirlo a la usanza de los metafísicos―, quiero, entonces, destacar que Alejandro Cerda no sólo tiene un oficio indudable y sólido, sino que hay una permanente búsqueda y descubrimiento de un lenguaje que se quiere lenguajedel mundo, no lenguaje sobre el mundo. Es ese el sentido de estas contemplaciones. Contemplo y soy contemplado en el fulgor y en la danza de la naturaleza, de la cual soy un fragmento que debe ser pura afirmación y maravillamiento perpetuo. Por eso quiero terminar con el poema Sombrero:

Como si las volutas del té
nos dijeran:
“La vida es un sueño que ya se soñó”.
Ahora recuerdo tu casa
con olor a barco viejo
y tu sombrero suspendido
sobre el vaho de tu cuerpo.
Recuerdo el oleaje de luces
que atravesaban las habitaciones
y el sonido del agua lavándote los pies.
Recuerdo la danza en el salón
como si fueras una ciega palpando la claridad del día,
y recuerdo la belleza de tus ojos absortos,
como el recuerdo de un gato
mirando la oscuridad.

Cristián Vila Riquelme
Agosto 2007
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