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Las cuatro tragedias de Vasili Grossman.

por Pablo Batalla Cueto
Artículo publicado el 20/08/2013

Publicado originalmente en el Magazine digital español Edgar Neville

Vasili Grossman nunca se perdonó no haber hecho lo suficiente por salvar a su madre. Cuando Grossman murió, sus allegados encontraron dos cartas entre sus papeles personales. Ambas comenzaban de la misma manera: «Querida mamá». Sin embargo, estaban fechadas en 1950 y 1961: Grossman había escrito aquellas misivas nueve y veinte años después de la matanza de Berdíchev, en la cual los nazis habían asesinado a Ekaterina Grossman junto con otros treinta y cinco mil judíos de la ciudad.

Algunos de los pasajes de estas dos cartas privadas —incluidas por Galaxia Gutenberg en un librito titulado Sobre «Vida y destino» publicado en 2008— hacen buena la aseveración de José María Pemán de que todos somos niños cuando se nos muere la madre: a sus 45 y 56 años, Grossman muestra hacia la suya una ternura infantil sobrecogedora, escribiéndole líneas como ésta: «Durante toda la vida he creído que todo lo que había de bueno en mí, todo lo honesto, todo lo bondadoso, mi amor por los otros, todo venía de ti. Todo lo que hay de malo en mí no viene de ti. Pero tú, mamá, me amas, a pesar de todo lo malo que tengo. Tu amor está conmigo, y el mío estará contigo por toda la eternidad».

La primera tragedia de Grossman fue la que nadie ha sabido reflejar mejor que Art Spiegelman en Maus. En aquella aclamada novela gráfica sobre el Holocausto, Spiegelman tuvo la original idea de representar a sus personajes al modo de dioses egipcios, con cuerpos antropomórficos pero cabezas animales. Cada personaje de Maus es dibujado con una cabeza de animal diferente dependiente del grupo étnico o nacional al que pertenece: todos los nazis tienen cabeza de gato y todos los judíos tienen cabeza de ratón, del mismo modo que todos los suecos tienen cabeza de ciervo o todos los rusos cabeza de oso. El propósito de Spiegelman era expresar, de la manera más vistosa y descarnada, la terrible despersonalización, y la terrible imposibilidad de escapar a las etiquetas raciales, que caracterizó a la era del nacionalsocialismo. En algunas partes de su obra, también Grossman dará fe de los padecimientos de ciudadanos alemanes defenestrados por el régimen de Hitler tras descubrírseles la mácula de un abuelo judío. Como ellos, y como los ratones de Maus, Grossman no pudo escapar en vida al estigma del judaísmo, a pesar de que había nacido en una familia asimilada que había abandonado por completo las prácticas religiosas y el uso de la lengua yidis. Cuando tenga noticia del martirio de su madre, Grossman no podrá evitar que lo asalte el pensamiento de que él podría, o incluso debería, haber sido uno de aquellos treinta y cinco mil judíos de su Berdíchev natal. Pero antes de eso ya habrá entrado, como corresponsal de guerra junto al Ejército Rojo, en el Treblinka recién liberado, y habrá enmudecido a la vista de los barracones y las cámaras de gas a los que más tarde llevará a varios de sus personajes, y se habrá convertido en uno de los primeros denunciadores del Holocausto judío porque habrá escrito El infierno de Treblinka, que será utilizado como prueba durante los juicios de Núremberg. Y aun antes de eso, su peregrinaje por los frentes de la Gran Guerra Patriótica lo habrá hecho tropezarse con las montañas de cadáveres de los guetos, los pogromos y el colaboracionismo, y Grossman ya habrá sido sacudido por el pensamiento de que él podría haber sido uno de esos esqueletos. Los tiempos que corren obligan a Grossman a enfrentarse a la realidad de su judeidad, adormecida por el bálsamo del internacionalismo obrero, y a cargar con el peso de dos banderas: la deseada, con la hoz y el martillo, y la inevitable, con la estrella de David. Le obligan a decirle que sí a Ilya Ehrenburg y al Comité Judío Antifascista y a participar en la recopilación y redacción de las truculencias judeófobas de El libro negro.

La segunda tragedia de Grossman fue que, pronto, también la bandera deseada dejaría de serlo. Las páginas de Vida y destino, pero también ya, de manera tímida, las de Por una causa justa, atestiguan igualmente la existencia de viejos bolcheviques caídos en desgracia por el pecado de un abuelo terrateniente o un bisabuelo aristócrata. Grossman, estrella rutilante de las letras soviéticas, miembro de la Unión de Escritores Soviéticos nominado varias veces al premio Stalin, reputadísimo cronista del órgano oficial del Ejército Rojo, Héroe de la Unión Soviética, miembro de la Orden de la Estrella Roja y de la Orden de la Bandera Roja, también acabará viéndose abocado a cargar con el estandarte de la disidencia cuando haga la amarga constatación de que los dos grandes totalitarismos del siglo XX son una corbata reversible, y vierta tal constatación de manera magistral a las páginas de Vida y destino a través de la conversación entre el nazi Liss y el bolchevique Mostovskói que es el corazón de la novela.

Grossman, como Koestler y a diferencia de Solzhenitsyn, no nace disidente. De alguna manera nunca llega a serlo del todo: Grossman, como el propio Koestler o como Orwell, forma parte de esa clase especial de disidentes que diside del Terror, pero no del marxismo ni de la idea de revolución proletaria. Y en cualquier caso, Grossman, a diferencia de Koestler, no sale del armario de la disidencia de manera brusca y decidida, sino que remolonea y dubita en el interior del mueble. Entreabre la puerta, ve de refilón los cuerpos esqueléticos de las víctimas del genocidio ucraniano de 1932, una bocanada de aire gélido invade el armario, y vuelve a cerrarlo. Le muerde la curiosidad, vuelve a entreabrir la puerta en 1937, esculca discretamente el exterior, huele los cadáveres de amigos y conocidos devorados por las purgas estalinianas, siente una vez más el puñetazo del frío, y vuelve a cerrar. Por un lado, Grossman es un estómago agradecido, que no olvida que debe al Estado revolucionario el aupamiento desde las profundidades de las minas de la cuenca del Donbás, donde fungía como ingeniero químico, a las alturas del Parnaso literario soviético. Por el otro, Grossman quiere salir del armario, o más bien sabe, porque ha leído a Chéjov, que debe salir de él, pero está cómodo en el calor del interior del mueble, cobijado por la toga de ilustre propagandista. Ni siquiera se decide a salir después de la guerra, cuando Stalin arroja a los supervivientes del nazismo a las simas del Gulag acusándolos de traidores a la patria y arruina con ello el espejismo de la redención del sistema soviético en las trincheras de Stalingrado. Tampoco sale Grossman cuando el Vozhd imprime un volantazo antisemita al timón del Kremlin orquestando la farsa del complot de las batas blancas. La tercera tragedia de Grossman, y la mayor de todas, fue la cobardía. Una cobardía parcial, cierto es: no hay que olvidar que hablamos de un corresponsal de guerra que vive cuatro años de su vida tentando a la muerte en Kiev, en Kursk, en Moscú, en Stalingrado y en Berlín; y una cobardía comprensible en el contexto del Gran Terror, por supuesto, pero una cobardía no por ello menos causante de dolorosas llagas en la piel de la conciencia. Grossman no sólo permanece dentro del armario, sino que se aferra a él cuando tiene que hacerlo: firma, como su alter ego Viktor Shtrum en Vida y destino, un manifiesto conjunto reclamando la pena de muerte para Kámenev, Bujarin y Zinóviev; y se abstiene de mover hilos para tratar de conmutársela a su propio tío y a dos amigos escritores después de haberse arriesgado excesivamente moviéndolos a favor de su propia esposa, salpicada por el fusilamiento de su primer marido.

A diferencia de la Unión Soviética, Grossman sí logrará redimirse. Escribirá Vida y destino y Todo fluye, y clavará en esas dos cumbres literarias del siglo XX todos los demonios que le corroen —la Gran Hambruna Ucraniana, la Gran Purga Estaliniana, la Gran Cobardía Grossmaniana—, pero sólo osará hacerlo cuando el Ojo que Todo lo Ve se cierre. Y sin embargo, al hacerlo se dará de bruces con su cuarta tragedia.

La cuarta tragedia de Vasili Semiónovich Grossman fue la ingenuidad, si bien cabe decir en su descargo que su candidez fue la candidez del mundo entero. Grossman, como el mundo, se deja ilusionar en demasía por el Deshielo desestalinizador de Nikita Jruschov, y envía el manuscrito de Vida y destino a una conocida revista, Znamia, para que ésta lo publique. Sobre lo que sucede después, además del registro del apartamento de Grossman por el KGB y el secuestro de los originales, de los borradores e incluso de las cintas de máquina de escribir utilizadas, el mejor documento es una transcripción hecha por el propio Grossman de una entrevista mantenida con Mijaíl Suslov, concertada en respuesta a una carta de Grossman a Nikita Kruschov en la que reclamaba a éste libertad para su libro. Merece la pena leer un generoso extracto, algunos de cuyos momentos recuerdan al rotundo «Verdad es lo que es útil; mentira, lo que es nocivo» de El cero y el infinito de Koestler:

«En su carta solicita que se publique su novela, Vida y destino. Eso es imposible. Usted dice que su libro está escrito con sinceridad, pero la sinceridad no es el único requisito para la creación de una obra literaria en nuestros días. Su novela es hostil al pueblo soviético; su publicación perjudicaría no sólo a nuestro pueblo y al Estado soviético, sino a todos los que luchan por el comunismo fuera de la Unión Soviética. La novela beneficiaría a nuestros enemigos.

»Estamos restableciendo las normas de la democracia fijadas por Lenin. Pero esas normas no son las de la burguesía. Considera usted que en su caso hemos violado el principio de libertad. Si es así, entiende la libertad en el sentido burgués. Pero nosotros tenemos otra noción de libertad. No entendemos la libertad del mismo modo que los capitalistas, como el derecho a hacer todo lo que a uno le venga en gana sin tener en cuenta los intereses de la sociedad. Esa libertad sólo es necesaria para los imperialistas y los millonarios. Nuestros escritores soviéticos deben producir sólo lo que el pueblo necesita, lo que es útil a la sociedad. Todos los que han leído su libro coinciden en su valoración: lo consideran políticamente nocivo para nosotros. ¿Por qué deberíamos añadir su libro a las bombas atómicas que nuestros adversarios preparan contra nosotros? En su libro aparecen comparaciones directas entre nosotros y el fascismo hitleriano. Ofrece una descripción falsa e incorrecta de nuestra gente, los comunistas. ¿Cómo habríamos podido ganar la guerra con una gente como la que usted describe?

»En su libro habla favorablemente de la religión, de Dios, del catolicismo. En su libro defiende a Trotski. Está repleto de dudas acerca de la legitimidad de nuestro sistema soviético. Usted sabe cuánto daño nos hizo el libro de Pasternak. Todos los que han leído el suyo coinciden en observar que el daño que causaría Vida y destino sería infinitamente mayor que El doctor Zhivago. Tengo en mucha estima sus libros Stepán Kolguchin, El pueblo es inmortal y Por una causa justa. Le invito a volver a las posiciones que mantenía cuando escribió esos libros.»

Jruschov había deshelado las cárceles y las estatuas de Stalin, pero no los icebergs de la censura. Lo que sucedió después es una trama cinematografiable al más puro estilo siglo XX: : una red de disidentes entre los que se encuentran Vladimir Voinóvich y Andréi Sajárov consigue fotografiar un original de Vida y destino cuya custodia había tenido Grossman el cuidado de encargarle a un amigo, y logran sacar de contrabando los microfilms del país. Copian con algunos errores y lagunas el manuscrito a partir de estos microfilms, y lo publican en Suiza en 1980. Alcanza un éxito enorme (en España se publica por primera vez, traducido del francés, en 1985), y ocho años más tarde, en 1988, la glásnost gorbachoviana le abre finalmente a Vida y destino las puertas de la Unión Soviética. En 1989 se desclasifican nuevos borradores del libro, esta vez sí, completo, y también es publicado Todo fluye. Grossman es ya un clásico moderno.

Lamentablemente, Vasili Semiónovich Grossman había fallecido en 1964 de un cáncer de estómago. Tenía cincuenta y ocho años.

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