EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Mandrake, el mago (basado en una de sus historietas).

por Marcos Winocur
Artículo publicado el 01/01/2005

“Estos textos son geniales, el indispensable alimento de mi inconsciente y de mi líbido… Les diré más: si tardo en consumirlo, me pasa lo que a Superman sin cryptonita, a Popeye sin espinacas:
mi yo se convierte en tú y mi superyo en subyo.
Recomiendo su lectura sin reservas.”
Sigmund Freud
“Excelente. De todas mis lecturas, éstas constituyen mi más preciado capital.
No se las pierda.”
Karl Marx
“Bárbaro. Debo confesar que cada nuevo escrito de
Marcos Winocur me sume en el pánico. ¿Qué tal si echa
por tierra mis teorías? Vivo así la insoportable
relatividad del ser. Por nada del mundo dejes de leer
este texto, hará de ti un hombre nuevo.”
Albert Einstein

 

Un día, Marcos Winocur, historiador, declara:
“la Historia no da lecciones sino sorpresas y, para sorpresas, mejor las fabrico yo.”
Y se vuelca a la Literatura.

 

Dos acontecimientos suceden simultáneamente.

Uno, es el siguiente. La vida del planeta resulta conmocionada por la llegada de los ET. Pero de una manera asaz curiosa. Las comunicaciones se interrumpen para escuchar una voz que clama en todos los idiomas: “¡Terrícolas! Nos habéis tomado prisioneros. Si en una hora no recuperamos la libertad, el planeta será destruido.” Y una y otra vez el mismo mensaje, sin que nadie sepa de qué están hablando ni de dónde han salido, ni quiénes chingados son. Que la amenaza va en serio, nadie lo duda: si pueden interrumpir las comunicaciones e irradiarse plurilinguísticamente… Todo el mundo está asustado, nadie entiende nada.

Ése es un acontecimiento.

El otro es el siguiente: una basurita cae en el ojo de Mandrake, el mago, sin que logre sacársela.
Se dirige a su mujer, Narda, y ésta le dice espantada: “¿Pero no has oído…? ¿Y me vienes con esa nimiedad?
¡Es el fin del mundo!”.

Es el otro acontecimiento.

Y entonces llaman a la puerta, el asistente del secretario general de la ONU viene urgentísimo por el mago ante la emergencia mundial. Mandrake se siente cada vez peor, el ojo le duele y continuamente le lagrimea, ni abrirlo puede. Y los ET truenan: “¡Ya basta de arrojarnos chorros de agua y de tenernos a oscuras!”. Y el mago, perplejo, comienza una frase: “¿Quién los tiene a oscuras…?” e inútilmente trata de levantar el párpado de su ojo malo. Y agrega: “¿Quién les echa chorros de agua…?” y no puede contener las lágrimas. No hay tiempo que perder, todos salen rápidamente y suben al auto. Se desata entonces una discusión entre Mandrake y Narda. Si dirigirse directamente a la ONU o bien ver antes al oftalmólogo.
Les queda de paso.

Triunfa la segunda tesis. El oculista los atiende de inmediato. Examina el ojo de Mandrake y diagnostica: “Es una partícula metálica.” Y va por un imán, lo aplica al ojo. En ese momento se escucha: “¡Cesad inmediatamente el campo magnético…!” El oculista toma entre dos dedos la partícula que está adherida al imán y la coloca sobre la palma de su mano. Pero “¿dónde está? yo la puse… ¿se me habrá caído?” Y por un momento todos creen haber visto un punto brillante elevarse como si la partícula… “No, no es posible…”

Y caen en cuenta: se ha hecho el silencio, no truena ninguna voz de los ET.

“Ya sé, es otro de tus trucos, Mandrake”, exclama Narda. “Por eso no te importaba demorar la llegada a la ONU.” Mandrake sonríe tontamente, “gracias, doctor, qué alivio para mi ojo.”

NO ME DESCUBRIERON, LUEGO SOY INOCENTE
Marcos Winocur

– En esta clase voy a hablar de ustedes -anunció el profesor sacando un pañuelo de tela de la bolsa trasera del pantalón-. ¿Les interesa que hable de ustedes? -desplegó el pañuelo con rápido movimiento-.
Estoy seguro que les interesa. Si me preguntaran por los jóvenes de hoy, menos de dieciocho años, diría que… -el pañuelo voló a la nariz-, diría que -se sonó-, el rasgo más destacado es marchar hacia una nueva moral, la moral de la no-culpa -el pañuelo se replegó al tamaño de un puño y regresó a la bolsa trasera del pantalón.

– Se los explicaré. ¿Están de acuerdo con que se los explique?.

– Profe -intervino un alumno- ¿es cierto que en Argentina fajar se dice franeliar?

– Cayáte vos, dejáte de joder, che -otro alumno.

– La moral de la no-culpa -prosiguió el profesor-.
Antes el tipo cometía un crimen, venía a resultar que tenía suerte y escapaba a la justicia. Pero no a su conciencia. Si quieren conocer el prototipo de aquella moral, les recomiendo leer la novela Lord Jim de Conrad.

– Profe, está lloviendo -un alumno.

– ¿Está yo-viendo? -otro le hizo eco-, no sabes hablar, se dice estoy yo-viendo.

– ¿Llo-viendo? No veo cómo yo pueda llover.

– Allí, en su conciencia -la voz del maestro apagó la polémica-, estaba instalada la culpa como un segmento listo a activarse, a dar lata, dirían ustedes. Y el tipo, a pesar de haber escapado al castigo, no podía vivir tranquilo. Y ni qué hablar si era creyente. Era preferible pagar aquí, en la tierra, sus deudas, y no en el más allá. Y un buen día, no soportando más el peso de la culpa, el tipo corrió a confesar todo a la delegación. Y esa noche, entre rejas, por fin pudo dormir tranquilo. O bien el sujeto se encargaba de dejar un indicio acusatorio. Ya el dicho «el asesino vuelve al lugar del crimen» estaba sancionando la imprudencia como acto fallido. Hoy, cuando la mayoría de los delitos queda impune, la mala conciencia ya no dice «el que la hace la paga» sino: aprovecha la situación no seas… bueno, no seas pendex, digo, para que me entiendan, bueno, no te dejes agarrar, cuida bien de no dejar indicios, no me vengas con acto fallido ni nada. En rigor, la mala conciencia se ha jubilado y en su lugar…

– Profe, el alumno Maracachimba me está molestando.
– Él empezó primero -se defendió el aludido.
– En el hogar de mis padres -prosiguió el profesor- bastaba una mirada severa para anularme porque, como digo, la culpa estaba ya instalada dentro mío, dentro del niño que entonces era, lista para activarse. Pero ustedes han reaccionado frente a ese manipuleo de las conciencias. ¿Pecado original? -se han preguntado. Y contestado: de lo que menos somos culpables es de haber nacido. Y yo los comprendo, los culpables son gente del segundo milenio cristiano, ya expirado.

– Profe, voy al baño.
– Y bien -prosiguió el maestro-, la moral de la culpa está en crisis. Para muchos, cede su lugar a la contraria, la moral de la no-culpa. ¿Saben qué es eso? Se los voy a explicar. ¿Cometí un crimen y quedó impune? Qué bueno. Soy doblemente feliz: me di el gusto de hacer daño, de ser violento con el otro y, si he tenido suerte, con crueldad; y luego hice pendejas -dirían ustedes y no encuentro mejor expresión- a las instituciones. O triplemente feliz: obtuve, además, sin mayor trabajo, un beneficio del crimen, sea pecuniario o en prestigio. Soy culpable si me agarran, soy inocente si no me agarran.
– El alumno Maracachimba se echó un pedo, yo lo escuché -dijo el que se sienta al lado.
– Y yo lo olí -dijo el que se sienta atrás.
– Luego les escribo la bibliografía en el pizarrón -anunció el maestro-. La llamada generación ye, a la cual ustedes por edad pertenecen… bueno, les decía de la bibliografía, vamos a trabajar con una novela que, a pesar de pronósticos negativos, fue editada y obtuvo un éxito espectacular, novela que seguramente ustedes ya conocen, donde el autor se describe como un caso patológico de culpa, deteniéndose a las puertas del suicidio. Naturalmente, estoy hablando de El buen perdedor de Marcos Winocur.
-¿ …?
– Se escribe con doble u -aclaró el profesor.
– Entonces, es Uinocourt.
– No, el maestro dijo Betancourt.
– ¿Betancourt con Be grande o Vetancourt con Ve chica?
– Betancourt con doble u.
– ¿Con doble u? Entonces es Winnipu.
– Uilson, el maestro dijo Güilson.
– Un caso patológico de culpa y autopunición -repitió el profesor-. Y bien, para el nuevo criterio, un acto es moral si escapa el castigo. Pero puede suceder que las cosas me salgan mal, y me descubran. Entonces sí, me siento culpable y arrepentido. Y lo demuestro en cada una de mis actitudes, en cada uno de mis gestos.
Naturalmente, forma parte de mi defensa, me lo aconsejaría cualquier abogado, y no es necesario que lo haga: me surge espontáneamente, me siento culpable de veras, no estoy simulando para obtener la absolución judicial o la más baja condena. No, al punto que es entonces -y sólo entonces- que llego a plantearme el suicidio como forma de expiación y como salida a una situación agobiante. Culpa y arrepentimiento son gatillados cuando estoy entre rejas, no antes. Caso contrario, si no soy descubierto y penado, vivo feliz, me siento -soy- inocente. Y ahí reside la istinción entre el bien y el mal, según esta nueva moral. Ultimamente el cine, pienso en Asesinos por naturaleza, también en un filme de Woody Allen, creo que se llama Crímenes y pecados, y desde luego Dostoievski, el novelista ruso del siglo XIX, Crimen y castigo…

– Terminó la hora -varios alumnos a coro, mientras la clase se levanta tumultuariamente.
– En suma -la lección acaba ante el aula vacía-, y a manera de conclusión, cabe plantearse: ¿es la nueva moral un síntoma aberrante más, indicador del próximo fin de la especie humana?.
– Y todavía, una cuestión accesoria: ¿valía la pena habérmela jugado para terminar preguntándome eso, nada más que eso?

El viejo profesor recoge su portafolios luego de echar una mirada a su alrededor, y sale. Cruza el patio donde varios alumnos lo saludan:
– Adióóós, profe, adióóós.

Y más lejos sigue la polémica:
– ¡Winnipu!
– ¡Güilson!

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Requerido.

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