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Mantra: una novela Fresániforme.

por Cristián Brito Villalobos
Artículo publicado el 01/04/2005

Escribir sobre una ciudad es un desafío considerable. Especialmente si esa metrópoli es la monstruosa y gigantesca Ciudad de México, un lugar que parece concebir literatura, una urbe habitada por fantasmas, muertos célebres, poseedora de un historia tan vasta y rica que por ello no sorprende la particular obsesión por la muerte que sus habitantes y costumbres demuestran. Ciudad de México, al menos la que conocemos por textos literarios, está a su vez cruzada por tradiciones sincréticas, sacrificios y juegos mortales. Es importante recordar que Rodrigo Fresán aceptó el encargo de escribir sobre México y todo lo que éste curioso país le impactó aparece en esta extensa y desafiante novela. Pero Mantra no sólo es un proyecto literario ambicioso, resulta también un desafío para el lector por diversos factores; como la prosa frenética y, en ocasiones, vertiginosa de su autor, por la fractura temporal que en la obra está siempre latente, por la ramificación que la historia oficial ejerce constantemente, por el frecuente montaje cinematográfico y los resabios de experimentación narrativa que Fresán realiza y adopta en este proyecto, todas estas características llevan al lector a un verdadero mundo, en ocasiones amorfo, en otros simplemente fresániforme.

En el presente informe se abarcará la obra global, en este sentido, y considerando la magnitud tanto de contenido como de extensión, Intentaré dar una visión general de la novela como un todo, resaltando aquellos pasajes que me resultan más relevantes.

Mantra en su disposición narrativa, está dividida en tres partes: la primera es un viaje a la infancia, el antes o pasado; un territorio feliz para el narrador, que recuerda sus días en Buenos Aires, capital de un lugar que nombra como «mi hoy inexistente país de origen» (Pág. 24), en una escuela cuyo nombre es de prócer mejicano, Gervasio Vicario Cabrera, colegio n°1 del Distrito Escolar Primero. Es en este escenario donde aparece el inquietante niño Martín Mantra, que a grandes rasgos cumple una doble función, por una parte sirve de guía espiritual, una especie de modelo a seguir, y además se presenta como la llave que abre la puerta de acceso a un mundo sumamente extraño y con más de un rasgo de perversidad.

En esta primera parte encontramos rasgos que nos develan que estamos frente a una novela de formación, con el viaje mítico en búsqueda del padre como telón de fondo. Respecto al narrador, éste sería autohomodiegético según lo planteado por Genette, ya que «narra en primer grado y cuenta su propia historia»(1), sin embargo, el tipo de narrador definitivo se develará con mayor precisión en las partes posteriores y finalmente tomará su lugar una voz narrativa autohomointradiegética (Goic) pues se introducen además aspectos biográficos y una crónica del mundo en que se vive. La primera parte se caracteriza por un narrador aludiendo constantemente a Martín Mantra, del cual, hasta ése momento, no sabemos mucho, pues como se dice anteriormente, se refiere a él como un personaje con rasgos mitológicos, un ser poderoso y omnipresente a pesar de su corta de edad, en realidad se presenta al lector como a un verdadero caudillo «Mis recuerdos de Martín Mantra intentan ser invocados a partir de una absoluta identificación con el héroe. Cualquier rasgo de estilo que se encuentre aquí, cualquier maniobra estética, obedece no a una necesidad de seducir sino a una resignación frente a las mareas de mi cerebro contaminado…Intentaré seguir a mi héroe, hacer memoria impulsado por la admiración y no por la necesidad de, simplemente, recordar algo para después poder contarlo, leerlo» (Pág. 31). Lo que sí sabemos de él, es su obsesión con llevar a cabo un ambicioso proyecto, habla de realizar una película total, donde se muestre el Mundo Mantra, en la que filmará el auge y decadencia de una familia tradicional de México, su propia familia, y que sea al mismo tiempo la historia consumada de México «En el futuro todos seremos directores de cine, todos filmaremos la película de nuestras vidas. Pienso en un mañana cinematográficamente autobiograforme…Entonces lo sabremos porque la Historia habrá adquirido la textura de un film total…Viviremos en el constante suspenso de un guión en desarrollo, en tres actos con forma de un solo acto, y nuestra trama será nuestra mejor manera de darnos a conocer y relacionarnos» (Págs. 67-68).

La segunda parte de la novela, representa quizá, un verdadero vuelco a los postulados de Gennette, ya que se expone «un expresionismo sui generis, que según los postulados de Gennette resulta inviable, pero que aquí se da, pues la voz narrativa es la de un muerto» (Goic). Efectivamente en esta parte lo narrado es la autobiografía de un muerto que mira su propia vida por televisión. Este segmento es, sin duda, el más complejo y gravitante dentro de la novela. Su composición presenta una ordenación alfabética y anafórica, separada por títulos y que son seguidos por paréntesis complementarios. Lo curioso es que se omite la letra R, cuestión que el propio Fresán explica «Nadie se dio cuenta pero a la segunda parte de Mantra -la alfabética- le falta la letra R. Me guardé esa letra y Mantra sigue creciendo ahí. La letra R, supongo, aparecerá en otro libro o en una futura edición»(2). Otra cualidad importante a destacar son las constantes y múltiples entradas del narrador, que el lector relaciona directamente a la disposición narrativa con que está compuesta Rayuela de Cortázar. Así la segunda parte está plagada de guiños autoreferenciales que van en directa alusión a la profesión de Fresán, quien además de su trabajo literario, se dedica con gran éxito al periodismo crítico musical y cinematográfico «Escribo esto y enciendo mi MTV de hotel y, cosa rara, no hay rocker haciendo el ridículo sino Christopher Walken bailando por los pasillos, ascensores y escaleras mecánicas de un hotel muy parecido a éste. Christopher Walken bailando una canción de algo que se titula Half Way Between the Gutters and the Stars o algo así. «Weapon of Choice», se llama la canción. Es divertido verlo, es interesante». (Pág. 306).

La secuencia de la segunda parte es la que ocupa la mayor parte de la novela, ocurre en México y aparecen todos los motivos tradicionales de la historia mejicana: la llegada de los conquistadores, el sincretismo religioso, la revolución, los personajes que han pasado por México (desde Trotsky, Burroughs, y Frida Kahlo, hasta Buñuel, Artaud y Eisenstein) en un compulsivo pastiche de historias, invenciones y digresiones. La cercanía que la segunda parte tiene con el cine, se refleja en su constante fragmentación, en los llamados cut ups y que van en directa relación con la búsqueda de Martín Mantra por llegar a su film total. Un apartado particularmente llamativo es el del IRREALISMO LÓGICO (Realismo mágico), donde Fresán, en voz de María-Marie, entrega su opinión del realismo mágico y devela el proyecto literario que persiguen y construyen los narradores de su generación, entre los que se podrían citar a Bolaño, Pauls, Villoro, Aira, e incluso al mismo Fuguet, entre otros: «Mientras que lo que se conoce como realismo mágico es la medida y justa intrusión de lo fantástico en el tejido de la realidad, yo diría que los Mantra nos ubicamos dentro de algo que bien podría llamarse irrealismo lógico y que empieza y acaba de definirnos a la perfección: mínimas esquirlas de lógica, como las luces en los trajes de los charros, bordadas sobre la amplia y cotidiana tela de lo irreal e imposible» (Págs. 312-313).

La tercera y última parte cierra la narración con una imaginaria ciudad después de un temblor apocalíptico, en el sentido de la destrucción del mundo y su renovación, en el que un cyborg metamorfoseado por la televisión aparece buscando al padre, realizando el viaje mítico antes nombrado y realizando una especie de reescritura del Pedro Páramo de Rulfo con los procedimientos que la ciencia ficción otorga. En conclusión podemos decir que Mantra resulta una novela del lenguaje, un texto con pulsión histórica y lingüística en la que la histeria narrativa se funde con referencias, motivos e inspiraciones de la historia mejicana.

Quizá uno de los puntos criticables o débiles de la novela, es la excesiva reiteración autoreferente que Fresán realiza. En oportunidades queda la sensación de que se aleja de la novela y su asunto para mostrarnos algo más de su propia visión, fantasmas y gustos, pero es indudable que consigue entregar una obra innovadora y de prosa ágil, en la que confluyen distintos mundos, personajes reales y ficticios, además de una multiplicidad de géneros artísticos que dejan un sabor especial en el lector. Definir, o más bien, resumir la novela en pocas palabras resulta muy difícil, pero me afirmaré en la aproximación que Bolaño hace: «Mantra es una novela caleidoscópica, recorrida por un humor feroz, en ocasiones excesiva, escrita con una prosa de rarísima precisión que se permite oscilar entre el documento antropológico y el delirio de las madrugadas de una ciudad, el Distrito Federal, que se superpone a otras ciudades de su subsuelo como si se tratara de una serpiente que se traga a sí misma».

NOTAS
1. Genette Gérard. Figuras III. Ed. Lumen, España 1982. Pág 302
2. Extracto de entrevista concedida al sitio de internet http://www.terra.com.ar/canales/libros/46/46606.html
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