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Reflexiones críticas en torno a Lecciones de mitomanía de Luis Quintana Tejera.

por Carlos Karim Zazueta Vargas
Artículo publicado el 20/10/2006

He tenido el honor de analizar la última obra del Dr. Luis Quintana Tejera. SusLecciones de mitomanía, una muy buena colección de cuentos independientes relacionados por el tema central: la mentira, más que eso: la mitomanía. El tomo inicia con un Decálogo del Mitómano que anuncia “tu mentira debe tener tal validez que el primero en creerla serás tú”, termina con un Epilogo del narrador, en el que éste confiesa “el principal mitómano, soy yo”. Entre estos extremos se suceden once relatos. Difícil tarea la elegir unos como si fueran mejores que otros, de esta serie de excelencia, mencionaré brevemente dos.

Dios ya no duerme

En el cuento “Dios ya no duerme”, se toca el tema del mito y la superstición como límites para el desarrollo intelectual de la humanidad, se habla también de la intervención divina y de la posible eficacia de la oración. No debemos pensar que se trata de una narración del clásico problema entre saber y creer. Es mejor advertir que el dilema central es la posibilidad de que ambos puntos (o cualquier otra oposición) sean defendidos por la misma voz narrativa; como un nuevo sofista el narrador puede someter a su arte cualquier postura y por tanto cualquier posible verdad. El mitómano aquí es el narrador, que se une a otros dos mentirosos, Mario y la divinidad, el resultado es divertido, pero no ligero ni superficial.

El profesor Marius

El personaje del cuento tiene un popular programa de radio en Maldonado, Uruguay, y de lunes a viernes atrapa al público con la presentación de horóscopos “que rara vez se cumplían, pero que se manifestaban con tanta convicción que sólo los más atrevidos podían llegar a dudar de ellos”, el relato continúa insinuando una realidad fantástica iniciada en un linaje ni heredado ni interrumpido que puede rastrearse hasta el siglo primero de la era cristiana y que se extiende más allá de la muerte del profesor Marius.

Los elementos fantásticos y la maravillosa teoría que los sostiene no son menos impresionantes que el hecho de que el narrador dude de ellos. Apenas nos encontramos en los primeros párrafos con la arrolladora frase “Hasta aquí los hechos”. La narración continúa pero el lector no puede estar seguro de qué hacer ante la ruptura del convenio de verosimilitud.

Al final del cuento se dice que el personaje “ha representado un esfuerzo inmenso por convencer a la humanidad sufriente de que todo es posible”. Cabe decir todo, más allá de los hechos de la historia envuelta en el relato.

La intertextualidad, es uno de los recursos técnicos utilizados en el texto, consecuencia del amplio bagaje cultural del autor — en realidad un erudito de la literatura y la filosofía— que enriquece y dimensiona la obra. Son de notarse las referencias expresas a Lorca, Volpi, Urroz, Márquez, Benedetti…, también el manejo cómodo y moderado de remisiones a Balzac, Rebelais, Lope de Vega, Cervantes, Goethe, Homero, Platón y Dante.

Llama especialmente nuestra atención la utilización y remisión a Shakespeare. Como José Enrique Bengochea,  personaje del cuento “La parábola del buen mitómano”, el narrador se centra casi exclusivamente en la tragedia de Macbeth. Esto puede interpretarse, al menos, siguiendo dos senderos: el narrador ha conocido anteriormente la historia de José Enrique y la ha asimilado tanto que repite sus pormenores, o bien, el personaje no ha existido nunca para el texto y es sólo una imagen del narrador. La diferencia es importante, porque en el primer caso encontramos una inocente identificación del personaje y la voz narrativa, en el segundo una pista sobre la posible falsedad de la fábula, posibilidad que como veremos no está exenta de realización.

Además de las menciones tímidas que pueblan la obra. La referencia a Macbeth pasa por la cátedra del profesor José Enrique, por una digresión al inicio de “Hernán, el amigo de las sombras” y por el anacrónico reloj que tanto desconcierta en la descripción, hecha bajo hipnosis, de Isauro Dante Cabrera. Cuando encontramos en una narración, una carga de intertextualidad relativa a la famosa tragedia y a las tres hermanas, no podemos hacer menos que suponer la presencia de un destino no conocido, pero ya definido, no se trata de la discusión común sobre el conflicto ontológico de nuestra voluntad y albedrío, sino de la posibilidad de que alguien utilice la verdad futura para manipular el presente, una mitomanía del tiempo, indescifrable y desafiante.

La utilización del recurso de intertextualidad enriquece, como señalamos, la obra, pero no lo hace por la simple acumulación de referencias; sino por adentrar al destinatario del texto en una dimensión cultural distinta. Una dimensión en dondeLecciones de mitomanía no es sólo el preciado libro entre las manos, sino una pieza de una larga serie de combinaciones felices de las 23 letras, el texto mismo nos obliga a mirar a otros lados, a recordar las viejas lecciones de las escuelas de literatura y a recordar, como hizo  Proust, por medio de toda clase de mnemotecnias. Como en El Aleph, en el libro de Quintana podemos recordar no sólo lo que no pasó, sino lo que no pudo pasar.

Se trata de literatura hablando de literatura, no queremos decir que las historias narradas tengan por tema la literatura, sino que la obra general puede ser leída a un nivel distinto. Los relatos son independientes, pero también pueden recibirse como diégesis de la metadiégesis de la mentira, al menos de la mentira en el pueblo uruguayo de Maldonado, pero esta historia está a su vez circunscrita en la metahistoria de la narrativa universal. Se puede decir que toda obra es parte de la historia de la literatura, lo que sorprende es la conciencia que el narrador tiene de este hecho y la valentía con que asume su solitario papel de perfeccionador y continuador de un proyecto de siglos.

La soledad es un signo recurrente en toda la obra. La soledad de los personajes se manifiesta en distintas páginas y con distintas intensidades (Armando Pérez Ururtia, La parábola del buen mitómano, Dios ya no duerme), hay soledades atroces y soledades compartidas. A fin de cuentas, los personajes de este libro están inmersos en este sentimiento y utilizan la mitomanía como un escape.

¿Cuáles son estás mitomanías?: la mitomanía del Quijote, la mitomanía de la dictadura, la el exilio, la mitomanía del personaje que no quiere quedarse solo por las noches, la del capitán nazi que cree ser héroe y que convence al narrador mismo, la de la mujer que añora su viaje de ensueño, la mitomanía del torturador y genocida que pretende llevar una vida digna, las mentiras no descubiertas por el narrador y tantas otras.

La mentira se utiliza por los personajes para olvidar su soledad, para encubrir sus conflictos internos y seguir aventurándose por la vida. Es utilizada por el narrador para iluminar los pasajes obscuros de las historias, para acentuar el carácter de alguien o la atmósfera de una época idolatrada y también para atrapar al lector.

El diluvio de engaños que empapa las páginas de la obra lo que logra es darle pleno sentido a la frase «Desde el territorio mitómano y obseso en el que muchos de los hombres estamos…», son tantos y tan variados los ejemplos, que la lección final es la constatación de la cotidianeidad del mentir. Acaso la enseñanza última de toda narrativa es la demostración de la inverosimilitud de la realidad.

El tono general de la obra — como ya lo señaló Seymour Menton — es tranquilo y humorístico. En todas las piezas el narrador tiene un papel lúdico y busca un diálogo con el lector, estamos ante un narrador que se deja ver, que se descubre a cada paso y que conscientemente nos impide olvidarlo y adentrarnos de lleno en cada historia. Frases como “este narrador de cuentos”, “esta metahistoria agregada” y “Mi conciencia de narrador”, tienen la fortuna de salvarnos de esa perdición que representa la identificación completa de la fábula y la verdad.

La verdad misma parece inasible en el devenir de cada diégesis, el narrador presta su voz, pero no da en prenda su suficiencia; critica y cuestiona, inquiere tanto al personaje como al lector y parece ser que no encuentra nunca la satisfacción de la certeza ni la comodidad de la confianza.  Es por esto que cada relato aparece ante nosotros como una posibilidad, sólo eso, una barcaza narrativa, una de tantas, para surcar los ríos del abismo infinito de la literatura y el pensamiento en el que habita el narrador.

Por momentos parece ser que él está desesperado por hacer notar su inconformidad con la realidad diegética que nos da a conocer. Es una voz que conscientemente disecciona y valora su propio discurso, temerosa de que visiones fatídicas trastoquen su pureza al engañarlo con la verdad, en “Hernán, el amigo de las sombras” se lee “Llego al final de mi relato presumiblemente confundido y respetuoso”.

De escritura clara y directa, de pensamiento profundo y erudito, no podemos creer que esta voz —la que fue tan honesta como para señalarnos las otras naves del helesponto y del aqueronte— se proclame mentirosa “el mitómano más extraño y perverso; el que ha vivido las historias sin saberlo, el que ha alimentado su espíritu con perversas descripciones del otro: el que añora y sufre; ése, el principal mitómano, soy yo”.

Es una reelaboración sutil de la paradoja del mentiroso, pero es un juego al que el sano lector se resiste, si una voz ha demostrado convincentemente las mitomanías ajenas, los errores espirituales de otros y ha tenido además la gentileza de expresar sus dudas y sus límites cognitivos, qué hacer cuando se declara mentirosa.

En ese acto se transmite al lector la duda y el horror del narrador, ahora somos nosotros los inseguros, los que releemos para buscar una clave que descifre el texto, pero no habrá ninguna, es mejor, es más sencillo, considerar sinceras las historias y olvidar la atroz revelación. Al final, el mitómano más eficaz y más cruel es el que, ni por confesión expresa, puede convencer al otro de la falsedad de su propio dicho.

ver: www.luisquintanatejera.com.mx
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Requerido.

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