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Señas de identidad. Antonio Skármeta, la chica del trombón.

por Luis García-Santillán
Artículo publicado el 13/09/2001

Poco podía imaginar Juan Goytisolo cuando escribió sus Señas de identidad que casi treinta años después dicho título sería utilizado como cabecera para la reseña de una de las novelas mas conmovedoras del autor chileno Antonio Skármeta. Y esto de por sí es harto difícil habida cuenta de su obra anterior y sobremanera de la espléndida fábula El cartero y Pablo Neruda. Hasta que uno no ha leído su obra, cuando menos algunos de sus títulos, puede pasar Antonio Skármeta por ser el escritor chileno menos chileno de cuantos actualmente pueblan las estanterías de las librerías. En la cabeza de todos están presentes, como no, Isabel Allende, Luis Sepúlveda y Roberto Bolaños, quizás el que pasa aparentemente por ser el menos latinoamericano de los tres, o de los cuatro, si incluimos a quien nos ocupa. Pero las referencias literarias, históricas y culturales en sus respectivas obras son incuestionables. Los cuatro han hecho de su circunstancia de chilenos la razón de su condición como escritores, y a ello se han entregado con mayor o menor fortuna en los últimos años. Pero Antonio Skármeta, embajador en Alemania de profesión, escritor de vocación como él mismo reconoce, ha introducido una variable en dicho círculo ciertamente curiosa. Reconociendo que«el mundo es injusto y bello», como dice Pedro Pablo Palacios, uno de los personajes de su última novela, La chica del trombón, practica la literatura sin aparentes afanes revanchistas (no digo que dicho ejercicio sea malo en si mismo ya que no conviene olvidar el pasado) algo hartamente difícil para aquellos que sufrieron en sus carnes la represión del régimen chileno. Pero eso es otra historia.

Me he referido por tanto al comienzo de esta reseña a Juan Goytisolo y sus Señas de identidad porque de alguna manera de eso trata la novela: de la búsqueda de las señas de identidad de su protagonista, Magdalena, quien en dicho rastreo no dudará en adoptar el nombre y hasta la personalidad de su supuesta abuela, Aliar Emar Coppeta. Pero en esa indagación de su pasado, de sus raíces, Magdalena, o Aliar, olvidará que a menudo éstas no se encuentran en los recónditos lugares en los que ella los pretende buscar, sino en la cercanía de los seres queridos, aunque estos pasen por ser su supuesto abuelo, Esteban Coppeta, el hombre que la recogió en el puerto de Antofagasta de manos de un anónimo -o no tan anónimo- tambonista del que tan solo conocemos su nombre: Pachuco Yaschic.

La novela, como relato de iniciación que es, se enreda en dicha exploración y utilizando infinidad de recursos nos va relatando con detalle la historia de aquellos maravillosos años en los que algunos, entre ellos Magdalena, comenzaron a ver la vida en imágenes de blanco y negro, a reinventar el mito de la bella y la bestia gracias a King Kong y a intuir que no están tan solos en el incierto destino que comparten entre otros con los poetas chilenos del momento (Pablo Neruda, Gabriela Mistral…). Pero por encima de todo y todos, incluso del propio Salvador Allende al que conoce unos años antes de su llegada a la Presidencia, Magdalena, Aliar, o tal vez las dos juntas, forma parte de una estirpe de emigrantes enfrentados a su pasado pero dueños de su destino. Se suceden el deseo de ser artista, actriz en Nueva York, de buscar a su tío-abuelo Reino Coppeta de quien se dice fabricó el monstruo de King Kong, o cual moderno Perceval ese Cáliz de oro que le dé la felicidad. Pero ésta contra todo pronóstico generalmente se encuentra en nuestro interior.

Decía de La chica del trombón que se trata de una novela conmovedora, porque así hay que definir algunos capítulos de la misma. ¿Cómo no recordar en el futuro aquel en el que Esteban el abuelo le comunica a su nieta que «se muere»?. ¿O ese pacto que nieta y abuela adoptiva hacen sobre su propia tumba por el que ella podrá asistir después del funeral al estreno de la película por la que lleva suspirando tantos años?. ¿O la poesía que encierran las escuetas líneas en las que su íntimo Pedro Pablo le descubre el sexo?.

Las señas de identidad de un pueblo se miden por esas pequeñas anécdotas, sin las que sería posible entender nuestra propia historia por muy dramática que esta sea.

España, julio 2001

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