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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Sobre el oficio de la traducción como interpretación.

por Juan David Galvez
Artículo publicado el 15/12/2018

Resumen
Este articulo pretende hacer un acercamiento al concepto de traducción y al oficio del traductor como un individuo que más allá de traducir mecánicamente un texto es ante todo un interprete a la luz de la lengua en que es escrito un texto, analizando su contexto histórico, su género, además de la obra completa del autor y hasta su psicología.

Palabras claves: traducción, Interpretación, Walter Benjamin, Friedrich Schleiermacher, George Steiner.

 

Abstract
This article aims to approach the concept of translation and the translator’s trade as an individual who, beyond mechanically translating a text, is first and foremost an interpreter in the light of the language in which a text is written, analyzing its historical context, its gender, in addition to the author’s complete work and even his psychology.

Keywords: translation, interpretation, Walter Benjamin, Friedrich Schleiermacher, George Steiner

 

Introducción
En La tarea del traductor Walter Benjamin describe la traducción de un texto literario primeramente como forma. La naturaleza de esta forma es ser siempre derivada, es decir, que la traducción es siempre eco del original y brota de su “supervivencia” puesto que su nacimiento es posterior. Dice Benjamin (1971) sobre la traducción: “Mientras la intención de un autor es natural, primitiva e intuitiva, la del traductor es derivada, ideológica y definitiva” (p.11).

La traducción y el oficio de traducir.
La traducción es una sobreescritura, un relieve impreso sobre el texto original que intenta por todos los medios conservar los límites formales y de contenido del original. Esta órbita de cercanía que traza la traducción con respecto al original encuentra la limitación fundamental en el lenguaje, en el trasbordo a un idioma diferente. Pero es también en esta imposibilidad de la traducción en la imitación del original que radica sin embargo la riqueza del método. De esta manera, es en la traducción adonde podemos apreciar con claridad la naturaleza inacabada de las lenguas, la singularidad de cada lengua y los desiertos o vacíos de intraductibilidad.

En este sentido, las lenguas particulares son incompletas si son tomadas aisladamente. En palabras de Benjamin (1971): “La traducción sirve pues para poner de relieve la íntima relación que guardan los idiomas entre sí. No puede revelar ni crear por si misma esta relación íntima, pero sí puede representarla, realizándola en una forma embrionaria e intensiva” (p.12). Estas manifestaciones aisladas e incompletas de las lenguas proyectadas al plano conjunto (al sistema integrado de las lenguas) serían la posibilidad de conocimiento de la totalidad. Lo que destaca W. Benjamin de la traducción es su “deseo vehemente de completar el lenguaje” puesto que toda lengua siempre deja algo imposible de traducir.

Así pues, una traducción es una reflexión en ambos sentidos. No es una copia del original. No puede serlo porque no hay cultura ni lengua que sea copia de otra, por más que se tomen todas las previsiones al respecto. En este sentido, como lo refiere Octavio Paz (1990), cada vez que escuchamos atentamente a alguien nos disponemos a traducir, pues la traducción dentro de una lengua no es esencialmente distinta de la que se realiza entre dos códigos lingüísticos (p,9). O, como dice Steiner (1995), sucede que la traducción está implicada formal y pragmáticamente en cada acto de comunicación, en la emisión y en la recepción de todas y cada una de las modalidades del significado, ya sea en el sentido semiótico más amplio o en los intercambios verbales más específicos. Entender es descifrar. Atender al significado es traducir (p.13).

Si bien es cierto que “traducimos” a cada instante cuando hablamos o recibimos indicaciones en nuestra propia lengua, continúa Steiner, es obvio que la traducción en estricto sentido tiene lugar cuando dos idiomas se encuentran. La traducción, como sabemos, es un proceso de comunicación que involucra a una obra y sus rasgos particulares; al traductor y a los editores. Dicho proceso, va de una creación original a una nueva creación. Lo que se procura con afán no es la comunicación a carta cabal, por sí misma, como en la difusión de una noticia, sino la comunión, un acercamiento a un nivel más íntimo entre quien configura un original y el lector de una obra traducida, que se logra poniendo en juego todos los recursos sensibles e intelectuales de los que se dispone.

En este sentido, según Steiner, se debe guardar fidelidad no a un texto, sino a la profesión traductológica, a la utopía de la comunión a través del diálogo de inteligencias, la confrontación con el lenguaje o, más específicamente, con las lenguas, y esto se realiza principalmente en el nivel pragmático, donde el traductor echa mano de todos los elementos instrumentales que le proporciona el conocimiento de las lenguas, en particular de la propia, su formación académica, la reflexión desarrollada sobre su profesión y los saberes de índole cultural (por ejemplo, el conocimiento del contexto histórico y lingüístico en que la obra fue concebida) para siquiera pensar en interpretar adecuadamente el texto a fin de hacerlo llegar al último lector que de ningún modo puede ser un ente pasivo. Como se sabe, la lectura no es una actividad de pura introyección de datos; exige un esfuerzo de decodificación y de puesta en marcha o actualización de todos los textos que conforman nuestro saber y es esto mismo lo que pasa en la cabeza del traductor.

Interpretar un texto, dice Steiner (1995), es “lo que da vida al lenguaje más allá del lugar y del momento de su enunciación o transcripción inmediatas” (p.49). Es entrar en contacto, intimar, con un ser vivo que, como todos, fue concebido en y se nutrió de una época determinada. La lengua de ese texto está cargada de sentidos, resonancias y referencias que es necesario conocer, comprender y situar en un contexto antes de interpretar la obra, lo cual incluye la conciencia de que con el paso del tiempo lo dicho en el texto adquirirá nuevos matices e incluso cambiará su sentido.

El lenguaje sólo entra en acción asociado al factor tiempo. Ninguna forma semántica es atemporal. Y cuando usamos una palabra despertamos la resonancia de toda su historia previa. Un texto está siempre incrustado en un tiempo histórico específico; posee lo que los lingüistas llaman estructura diacrónica (Steiner, 1995, p.46).

Un texto de traducción es una obra nacida como reflejo, que adquiere vida propia; sin embargo, la lengua del primer original y la de la traducción no corren la misma suerte. Como lo señala Benjamin (1991), las palabras de la traducción tienden a envejecer, a declinar, a la obsolescencia, principalmente por ser la traducción una interpretación contextualizada.

Por ejemplo, si tomamos un fragmento del Quijote y lo leemos con atención veremos palabras que quizá han caído en desuso y cuyo significado con frecuencia desconocemos; estas palabras podrían ser clave para la comprensión cabal del texto. Ahora, si pensamos en la posibilidad de traducción de una obra contemporánea en su traducibilidad, hemos de considerar, como se ha mencionado antes, el situarla en un contexto.

Por su parte, Schleiermacher En Sobre los diferentes métodos de traducir (2000) recoge algunos elementos de su filosofía del lenguaje, su filosofía de la mente y su teoría de la interpretación para explicar por qué surgen los principales problemas de la traducción. Para Schleiermacher existe una identidad entre el pensamiento y la expresión lingüística y argumenta que el intérprete debe adquirir amplios conocimientos sobre el contexto histórico del texto que pretende analizar, y que la interpretación propiamente dicha siempre muestra dos caras: una lingüística y otra psicológica.

La interpretación lingüística consiste en obtener conclusiones a partir de las formas en que el autor emplea las palabras en el texto, recordando que el significado de las palabras proviene de su uso o reglas de uso; mientras tanto, la interpretación psicológica se refiere al intento por comprender el texto desde la psicología del autor, de sus particularidades internas. Ambas formas de interpretación se complementan, y así cuando el uso o significado de las palabras utilizadas por el autor no basta para comprender lo que quiere decir, el estudio de la psicología del autor puede ayudar a llenar las brechas lingüísticas; en cierto sentido cabría decir que el intérprete busca conocer las intenciones del autor.

Según Schleiermacher, la interpretación requiere de dos métodos: uno comparativo (básicamente inductivo) en el que del uso particular de las palabras el intérprete busca inferir la regla que gobierna su significado, y un método “adivinatorio” (hipotético, o abductivo), en el que el intérprete busca ponerse en la situación interna del autor para suponer lo que quiso decir. Sin embargo, nuevamente ambos métodos se complementan de modo tal que la interpretación se convierte en una actividad holística: todo texto deberá ser interpretado a la luz del texto más general al cual pertenece, y ambos tendrán que ser interpretados a la luz de la lengua en la que fueron escritos, su contexto histórico, su género, la obra completa del autor y su psicología.

Para Schleiermacher (2000) la traducción enfrenta las lagunas conceptuales que existen entre la lengua de partida y la lengua de llegada, lo cual la hace una tarea extremadamente difícil, y más aún, si su objetivo es la reproducción fiel del significado. El problema es que, al intentar traducir la intención de un concepto extranjero mediante una paráfrasis, el traductor se aleja de la extensión de dicho concepto, y viceversa, al intentar acercarse a la extensión del concepto original, altera la intención de otras maneras (pp. 6-7). Debido a las dificultades que conlleva la traducción, el traductor tendrá que contar con conocimientos hermenéuticos considerables y convertirse en una especie de “artista” si quiere llevar a cabo su labor de manera adecuada (p. 6).

Conclusión
Para finalizar, las lenguas son incompletas si son tomadas aisladamente y como Benjamin (1991) lo refiere, “La traducción sirve pues para poner de relieve la íntima relación que guardan los idiomas entre sí. No puede revelar ni crear por si misma esta relación íntima, pero sí puede representarla, realizándola en una forma embrionaria e intensiva” (12). Estas manifestaciones aisladas e incompletas de las lenguas proyectadas al sistema integrado de las lenguas serían la posibilidad de conocimiento de la totalidad. Lo que destaca W. Benjamin de la traducción es su “deseo vehemente de completar el lenguaje” puesto que toda lengua siempre deja algo imposible de traducir.

Por su parte, para Steiner, una traducción correcta, dependerá de la habilidad leal de saber y entender de cada traductor. Traducir, entonces, es recrear, y por lo tanto, puede haber tantas traducciones del mismo texto como traductores asuman su interpretación en otra lengua. Por esta razón es que las experiencias de traducción mecánica por medio de procedimientos digitales en los programas de computación están muy lejos de resultar mínimamente satisfactorios, pues toda traducción literal resulta del todo ininteligible. Así pues, la traducción hace posible y facilita la comunicación entre personas que no poseen la competencia de la misma lengua, pero también produce interferencias, que actúan de manera diferente según se trate de una traducción literal o de una traducción no literal.

En este sentido, Friedrich Schleiermacher refiere una diferencia entre la traducción y la interpretación no solo por la forma en la que estas se suelen reproducir, sino por los temas que deben tratarse en cada una. la interpretación se convierte en una actividad holística; todo texto deberá ser interpretado a la luz del texto más general al cual pertenece, y ambos tendrán que ser interpretados a la luz de la lengua en la que fueron escritos, su contexto histórico, su género, la obra completa del autor y su psicología.

Así pues, si hay algo en lo que los autores están de acuerdo, es en que la traducción perfecta no existe y en que el buen traductor no debe intentar poner en contacto directo al autor original con el lector de la traducción, ya que esto último es imposible. El buen traductor deberá tratar de conseguir una equivalencia dinámica con su traducción. Es decir, producir la misma sensación en los lectores de la traducción que la que han recibido los lectores del texto en su propio idioma.

 

Referencias bibliográficas  
Benjamin, Walter. (1991) “La tarea del traductor”. En Angelus Novus. Barcelona: Edhasa.
Paz, Octavio (1990) Traducción: literatura y literalidad, México, Tusquets.
Schleiermacher, Friedrich. (2000) sobre los diferentes métodos de traducir. España: Gredos España.
Steiner, George (1995) Después de Babel, México, FCE, 2a. ed

 

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