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Todavía estamos en El laberinto de la soledad

por Sebastián Pineda Buitrago
Artículo publicado el 23/03/2006

No hay en América, ni tal vez en el planeta, país de mayor
profundidad humana que México y sus hombres.
Neruda, Confieso que he vivido.

Criticar es vivir. Sin la crítica cualquier cultura quedaría estancada, inerme. Todo lo que recibimos merece ser contestado. Llamo este comentario la crítica creadora, porque El laberinto de la soledad (demuestra cómo la crítica adquiere también formas creativas y resulta tan meritoria como cualquier género artístico o literario. Al analizar la historia de la cultura mexicana, Paz halla ocasión de emitir opiniones hondas, de valor independiente, que no requieren la demostración científica para ser verdaderas. Naturalmente basado en otros libros, el punto es que unas veces adoptando sus teorías y otras veces refutándolas – tal con las teorías de Samuel Ramos y Levi-Strauss -, Paz se esfuerza por un sistema personal de ideas sobre lo mexicano y, por descontado, sobre lo latinoamericano y lo universal. Si se medita un poco, se verá que muchas creaciones del ingenio humano no son más que críticas, críticas a veces superiores al estímulo que las desata.

El escritor es una síntesis de modas, movimientos literarios, sociales, históricos y políticos en proporción de tres a uno. Así, por cada tres rasgos tradicionales de la época que su obra exprese, hay uno de su propia originalidad, que se perpetúa. Apliquémonos a este ejercicio crítico. Más o menos discernibles, se observan en El laberinto de la soledad tres rasgos tradicionales que dominan la historia de las ideas en la Posguerra.

1) El resurgimiento y la afirmación de las ciencias espirituales tras el fracaso por las dos guerras mundiales del positivismo tanto de tendencia capitalista como comunista – rasgo que vuelve a observarse ahora -, lo que implicó un vuelco hacia el humanismo racionalista de Nietzsche, de Dilthey, de Bourget, de Rodó, de Carlos Arturo Torres, de Ortega y Gasset, de Alfonso Reyes, etc. Este rasgo no es, pues, originalmente de Paz. De aquí que se reproche en él lo que se admira en Reyes o en Rodó; que se le «achaque», como lo hizo Gutiérrez Girardot, el efectismo de la buena prosa ensayística de Ortega, que corre el riego de ocultar cierta superficialidad porque cada frase parece digna de un epígrafe o adquiere la certeza de un título, quedando los conceptos en la mera emoción poética por falta de desarrollo. (Pero en esa intuición poética radican aspectos de la crítica creativa que prescinden del análisis). Coincide Paz con La historia como sistema de Ortega en la revelación humanística de que el hombre no tiene naturaleza sino que tiene historia; o en palabras de Paz: «el hombre, me parece, no está en la historia: es historia». El juego con el verbo ser y estar – riqueza filosófica de nuestra lengua – se aprovecha aquí notablemente. Sin duda, el resurgimiento del humanismo es uno de los rasgos de Paz que se han perpetuado en el presente.

2) Se descubre también en El laberinto de la soledad, aunque suavizado un poco, la vasta influencia del estructuralismo y del psicoanálisis. Paz los aplica a su manera para tratar la realidad mexicana, pero muchas veces cae en un intento – creemos que algo forzado – por estructurar o reducir a unos cuantos conceptos el complejo sincretismo mexicano. Valga la redundancia, a veces Paz intenta desenmascarar con más máscaras la ya de por sí enmascarada realidad mexicana. Con base en el psicoanálisis se explaya en la dualidad tácita infierno-paraíso, divinidad-humanidad, muerte-vida, mujer-hombre. Cierto es que Paz apenas advierte tierras de nadie que no obedecen a esta dualidad, tal los chicanos que no se sienten norteamericanos ni mexicanos. La cultura mexicana se afirma conforme se compara con otra, es decir, con los Estados Unidos. Entonces Paz observa que, pese a la fascinación norteamericana, el mexicano no se ha dejado permear lo suficiente porque, machista, todo lo abierto le parece afeminado. Es silencioso, solitario, pero está poblado de fantasmas interiores de las tres civilizaciones sepultados bajo su suelo; todo lo suyo es producto de la comunión racial y religiosa que el puritanismo no aceptaría. Con todo, según Paz, el mexicano sigue siendo machista, cerrado. Una amiga mexicana, poetisa, me hacía notar que Colombia le parecía más abierta, más inducida a dejarse penetrar de culturas. Tal vez, barrunto, se debe a que por la misma razón que no tenemos una identidad fuerte asimilamos mejor: un mariachi bogotano de la avenida Caracas canta rancheras con la misma intensidad que un «chilango» de Plaza Garibaldi. La complejidad de México y de Latinoamérica escapa, pues, a las teorías reduccionistas que piensan que todo lo humano se puede dividir en estructuras y raíces como cualquier planta de la naturaleza. En «Posdata» a El laberinto de la soledad, Paz vuelve a aceptar que la verdad, como decía Nietzsche, prefiere la máscara. «No importa la oculta raíz, sino la rosa», dijo Alfonso Reyes en un poema contra los excesivos exegetas.

3) Definitivamente el rasgo más original de El laberinto de la soledad consiste en su interpretación de la cultura latinoamericana. Porque, en efecto, llegados tarde al banquete de la civilización nos movemos por laberintos, procedemos por saltos para asimilar de aquí y de allá toda la vertiginosa información que nos llega y que deseamos expresar. Discurrimos por la cultura occidental, pero sin ser reconocidos como tales. Norteamérica ha tendido un velo sobre nosotros. Somos, según ellos, el Tercer Mundo, el mundo solitario, escondido, que acaso sea síntesis de todos. Esta obra a un mismo tiempo crítica y creativa ejerció enorme influencia en nuestra narrativa. Lanzaré mi hipótesis: El laberinto de la soledad es el preludio ensayístico de Cien años de soledad. Las fechas para que Paz influyera a García Márquez coinciden. También los temas, y algo mayor: el espíritu interpretativo de nuestra historia. ¡Qué suerte tan triste la de un latinoamericano!, decía el sabio Caldas cuando advirtió que su descubrimiento de cómo el agua hierve a menor temperatura de acuerdo a la mayor altitud no podía ser reconocido en el orgulloso mundillo de la ciencia europea. Es la misma desilusión de Aureliano Buendía cuando, feliz por su descubrimiento propio de que la tierra es redonda, Melquíades viene a decirle que desde hace mucho tiempo se sabe que la tierra es así. La misma desilusión sufre Federico Goltar en La tejedora de coronas, de Espinosa. La soledad puebla Pedro Páramo, alcanza epifanías en los poemas de César Vallejo. La canción caribeña lo dice todo: «Hola soledad, no me extraña tu presencia, casi siempre estás conmigo, te saluda un viejo amigo…» Cito esta canción porque sin la asimilación y el dominio de una lengua madura de ciencia y conciencia popular, nada interesante puede escribirse. No lo olvida Paz. La grandeza del ensayo hispanoamericano reside en no sustraerse de lo popular al ingresar a lo erudito – término medio con el que soñó Aristóteles. Es la mezcla de reflexión y ficción, de no sustraernos del diálogo constante a despecho a nuestra soledad. Sólo así podemos aventurarnos con oxigeno suficiente por las profundidades de nuestra cultura.

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