Introducción
Cuando era chica mis papás me llevaron a las marchas contra las armas nucleares. Yo tenía 8 años, y miraba las imágenes en los carteles de ciudades completamente destruidas, niños con la piel colgando, caras de horror. Pensé que si no escuchaban nuestras voces los gobernantes, eso iba a ser mi futuro…una guerra nuclear que iba a acabar con todo. Me recuerdo todavía mi frustración y miedo, porque los gobernantes aparentemente no escuchaban.
Y aquí estoy, con 40 años, con un hijo y una hija, vivos y con ganas de vivir. Heredé, a pesar de todo, las ganas de luchar de mis padres, porque creo que sus marchas quizás sí ayudaron de alguna forma en que hasta ahora no hubo guerra nuclear que extinguió a toda la humanidad.
Y ahora yo me muevo por la gran amenaza de nuestros tiempos: la crisis climática que nos enseña definitivamente que el sistema económico nos está destruyendo el hogar en que vivimos: no mañana, sino hoy. Y que tenemos que levantar la voz urgentemente, con muchos y muchas, para que eso no siga así.
Yo me pregunto, sin embargo, si nos ayuda en esto pintar el futuro negro otra vez. La situación es urgente, y muy preocupante…y es necesario que la gente sepa de eso.
¿Pero movilizan las historias apocalípticas, que abundan entre personas que trabajan el Cambio Climático? ¿Necesitamos como seres humanos el choque de las películas de horror para empezar a actuar? Muy personalmente, estas historias no me movilizan. Me causan miedo, y me paralizan.
Además, estas películas ya existen…y la gran mayoría de la gente vive como si no pasara nada.
La realidad misma ya es como película en muchas partes: hay sequía en el Sur de Chile, escasez de agua en muchas comunidades, contaminación terrible de las mineras, muertes por aluviones, islas pequeñas que se están hundiendo etc: y en general es la gente más pobre que está más afectada.
Yo creo que no es verdad que a las personas con que uno habla no le preocupa la situación: sólo es que parece demasiado grande, demasiado global, demasiado fuera de su control o demasiado apocalíptica esta crisis para empezar a actuar. ¡Actúa ya por la justicia climática! Dice una campaña de ACTAlianza, una red global de iglesias y organizaciones humanitarias. Actúa ya… ¿pero qué hacer entonces? ¿Por dónde empezar?
Yo creo mucho en el poder de lo simbólico, de las historias. Les quiero contar tres pequeños historias poéticas y comentar cómo creo que pueden dar pistas, pre-condiciones para la movilización.
1. Hacer preguntas
La primera es un poema de un poeta holandés: Remco Campert, escrito en 1929.
La Resistencia no empieza con grandes palabras
La resistencia no comienza con grandes palabras,
sino con acciones pequeñas
como una tormenta con una suave vibración en el jardín
o como un gato que se vuelve un poco loco
como los ríos amplios
con un pequeño manantial
escondido en un bosque
como un mar de fuego
con el mismo fósforo de madera
que enciende un cigarrillo
como el amor en tan sólo una mirada
un toque, algo que distingues en una voz
haciéndote una pregunta
con esto comienza la resistencia
y entonces hacer a otra persona esa pregunta
El planeta tiene fiebre, dijo Ban Ki Moon el otro día. La fiebre está causada por un sistema enfermo e injusto en que el dinero es más importante que la vida misma. ¿Pero cómo te resistas frente a un sistema, un modelo de vida instalado de que todos y todas somos partícipe?
No quiero decir que no hay personas más responsables en causar esta enfermedad, porque las hay, pero por otro lado pocas personas hoy pueden decir que viven totalmente fuera del sistema. De alguna forma tenemos todos y todas maneras de vivir que mantienen el sistema y dañan el medioambiente. Compramos productos desechables, usamos teléfonos con litio adentro, andamos en autos, y tenemos cuentas de banco. El sistema se metió dentro de nosotros, y se presenta muchas veces como la única alternativa de sobrevivir. El sistema capitalista se recree a sí mismo en casi todos los ámbitos, también en la izquierda).
Es necesario repensarnos como humanidad. Las historias grandes de antes nos pueden ser de inspiración, pero no han sido la respuesta para prevenir la situación en que estamos. Para este proceso tenemos que descubrir las respuestas en el camino. Este tiempo de globalización es distinto que cualquier tiempo que hemos vivido antes, entonces los cambios radicales que necesitamos a hacer van a ser distintos que los del pasado.
Sólo vamos a encontrar respuestas, si nos hacemos preguntas. Preguntas frente a casi todo lo que se presenta como inamovible. Preguntas sobre todo sobre el sentido de nuestra vida aquí como parte de esta Madre Tierra, preguntas sobre quiénes somos como seres humanos y qué necesitamos de verdad para vivir.
Obispo Infanti, gran luchador contra las represas en la Patagonia, escribió en su Carta Pastoral Danos hoy el agua de cada día: “Los caminos de salida (de esta crisis) necesitan una profunda conversación ético-cultural, un cambio de mentalidad que parte de la comprensión de lo que es y significa la naturaleza y el medio ambiente en sí y para el ser humano”.
En una charla frente a un representante de Pascua Lama, Pepe Aldunate preguntó: ¿Pero para qué necesita Usted cada vez más oro? El hombre no sabía dar una respuesta.
Necesitamos hacernos preguntas primero a nosotros mismos y nosotras mismas, después a otra persona, y otra persona más. Así se empieza a mover algo…se rompe la naturalidad del estatus quo, se abre la posibilidad de otro futuro…
2. ¿Cómo movilizar?
¿Pero movilizamos sólo con preguntas?
¿Cómo hacer que estas preguntas se hacen propuestas en común?
Escucha a esta historia, de Esopo, escrito 600 A.C:
El viento y el sol
El sol y el viento discutían para ver quién era el más fuerte
El viento decía: ¿Ves aquel anciano envuelto en una capa?.
Te apuesto a que le haré quitar la capa más rápido que tú.
Se ocultó el sol tras una nube y comenzó a soplar el viento,
cada vez con más fuerza, hasta ser casi un ciclón,
pero cuanto más soplaba
tanto más se envolvía el hombre en la capa.
Por fin el viento se calmó y se declaró vencido.
Y entonces salió el sol
y sonrió benignamente sobre el anciano.
No pasó mucho tiempo hasta que el anciano,
acalorado por la tibieza del sol, se quitó la capa.
El sol demostró entonces al viento que la suavidad
y el amor de los abrazos son más poderosos
que la furia y la fuerza.
¿Cómo seducir a personas a ser parte de nuestra lucha? Hacer preguntas les puede invitar a pensar, pero cómo se van a mover con nosotros y nosotras. Creo que tiene que ver mucho con las emociones que tocamos.
Podemos saber racionalmente que la tierra se nos está muriendo, si esto no nos toca personalmente, o nos causa alguna indignación o dolor, no va a pasar nada. Para mover a otra gente creo que tenemos que hablar más desde nuestras emociones: desde nuestros temores, nuestra preocupación y amor por nuestros hijos, nuestro dolor por los árboles quemados, nuestra rabia por tanta contaminación de las minas. Si algo no nos mueve emocionalmente, difícilmente nos mueve en general.
Victoria Camps, una filósofa ética española, escribió un libro sobre eso que se llama: ¿Cómo gobernar las emociones? Ella ahí reivindica el rol de las emociones cómo nuestro primer motor de cambio. Pero además aboga por un gobierno de las emociones desde de la razón. Todas las emociones son ambivalentes, pueden valer para bien y para mal. Pero Camps dice que es importante que tengamos en cuenta cómo nos mueven las emociones.
¿Cuántas veces la rabia por la injusticia se ha vuelta en contra de personas que podrían ser nuestros aliados causando divisiones dentro de la misma izquierda y los movimientos sociales? En una entrevista en Youtube Camps dice: “Enfadarse bien y con el motivo adecuado, eso es lo complicado.”
Entonces, necesitamos analizar estas emociones para poder usarlas estratégicamente para el cambio. Yo creo que es importante crear espacios dentro de nuestros movimientos para poder compartir nuestras emociones, y practicar nuevas maneras de manejarlas o comunicarlas. Necesitamos hacer una hermenéutica de nuestras rabias, de discernir si el viento de nuestra furia está más convencedor que el calor del sol y cómo podemos probar nuevas estrategias. Estoy pensando en esta gente contra Hidroñuble que en una protesta siguieron bailando cueca frente las Fuerzas Especiales y les invitaron a bailar, develándoles su poder bruto.
3. Soñar
Pero si seguimos siendo pocos, ¿va a pesar lo que hacemos? Escucha mi última historia:
Dime cuánto pesa un copo de nieve, preguntó un gorrión a una paloma.
Nada de nada, le contestó.
Entonces debo contarte algo maravilloso, dijo el gorrión:
Estaba yo posado en la rama de un abeto, cerca de su tronco, cuando empezó a nevar. No era una fuerte nevada ni una ventisca furibunda. Nada de eso.
Nevaba como si fuera un sueño, sin nada de violencia. Y como yo no tenía nada mejor que hacer, me puse a contar los copos de nieve que se iban asentando sobre los tallitos de la rama en la que yo estaba. Los copos fueron exactamente 3.741.952. Al caer el siguiente copo de nieve sobre la rama que, como tú dices, pesaba nada de nada, la rama se quebró.
Muchas veces la gente siente que no puede cambiar nada: que su aporte no pesa. Yo creo que esa sensación, que todos conocemos, es la más inmovilizadora de todos.
Frente a esta fuerza inmovilizadora tenemos que buscar las pequeñas alternativas que muestran que otro mundo es posible, antes de que mostrar el problema de la Crisis Climática como lo gigante y global que es.
Naomi Klein escribe en su libro sobre el Cambio Climático “Esto lo cambia todo” que ella ha visto que nada es más fuerte que una buena alternativa.
Y la buena noticia es que estas alternativas ya existen en abundancia. Hay experiencias de otras maneras de vivir en los pueblos indígenas, hay experiencias de presión social que han llegado a victorias –aquí en Chile los movimientos ecológicos pararon Pascua Lama y las Represas en la Patagonia- hay barrios ecológicos, hay personas que crean monedas alternativas, hay cooperativas, hay gente que no usan bolsas plásticas en los supermercados, hay gente en las iglesias que organizan peregrinajes para concientizar, hay personas que bloquean plataformas de Shell, hay personas que plantan árboles, hay personas que ya no comen carne, hay personas que hacen lobby frente a políticos. Hay algunos políticos que luchan para transformar sueños en leyes. Tenemos que ir a escuchar a todas las personas involucradas. Aprender de sus experiencias.
¿Con eso haremos revolución? ¿Con eso moveremos masas? Quizás no, pero movilizaremos la esperanza. Esperanza, dijo una vez Vaclav Havel: «Definitivamente no es lo mismo que optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien. Es la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte».
Y no hay nada más peligroso frente al sistema capitalista neo-liberal que un movimiento que hace preguntas críticas, que usa estratégicamente sus emociones no dejándose manipular, y que sigue creyendo en los sueños.
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