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Las aceitunas del avatar. La construcción digital del Edén.

por Leopoldo Hernández Martínez
Artículo publicado el 14/10/2014

En el preciso instante en que nos enteramos de la posibilidad de que podría existir un lugar maravilloso, un paraíso allí afuera, nuestro ser se desdobló y ya no nos importó más nuestro planeta. La tierra pasó a ser un lugar de tránsito, de penitencia. Un lugar en donde se extraen cosas, una inagotable fuente de recursos mientras estamos en la espera.

La prueba de ello es que los seres humanos somos por lejos la especie que más consume y la que menos aporta a la preservación del eco sistema planetario. La naturaleza perdió su lugar sagrado cuando la religión nos vino con el cuento de un Dios o un rey que en el mejor de los casos fue una estrella. La ciencia por su parte pone sus ojos en el infinito, allá lejos en el universo, y utiliza todo su conocimiento para despegar del planeta.

En la tierra solo existe la fuerza de gravedad, las limitaciones. El hombre no se inspira de ella. Es la luz, la luna, las estrellas y el eterno infinito en lo que sueña. El capital toma nota de esta doble existencia humana, de ese desinterés que el hombre tiene por el lugar en que habita y pone en marcha una economía de exterminio total. Pero nuestro tiempo de espera parece haber llegado a su fin. La luz digital nos ha abierto las puertas, por fin podremos dejar al hombre en su polvorienta tierra e internarnos en un mundo nuevo, azul y feliz, el paraíso eterno.

La huella del avatar.

La aureola del consumo.

Una vez que el avatar ha digerido su aceituna, el cuesco escupido va a parar grave a una cama de hospital. Extenuado, verdoso y seco, la victima se ve obligado a confrontar un cáncer, algo muy temido, pero común por estos días ¿Pero como se enfrenta uno a aquello? La pregunta no solo plantea el desafió de entablar un dialogo con la representación de la muerte misma, sino que además a esas alturas lo mas probable es que aquello tampoco tenga mucho interés de incorporarse a una negociación con el enfermo, peor aun ni siquiera sabemos en que idioma se comunican estas enfermedades.

Nosotros generalmente recibimos su primer comunicado denominado síntoma a través de un dolor, una molestia en alguna parte del cuerpo. El mensaje es serio, muchas veces letal, pero claro recurrimos rápidamente a alguien que sabe de síntomas y que lleva siglos de combate en contra de estos síntomas para que lo elimine de nuestro cuerpo. La idea es disolver el mensaje, queremos que la molestia desaparezca lo más rápido posible. Lo cierto es que muchas veces no sabemos como ni porque estos síntomas deciden desactivarse por si solos, repentinamente dejan de emitir sus señales y todo vuelve a la normalidad. En otras se lanzan al ataque como una especie de enjambre de hormigas hambrientas, que terminan por consumir el cuerpo entero.

Precisamente son estos síntomas, muchas veces dolorosas, señales internas las que nos reconectan con nuestro cuerpo real, humano. Porque pareciera ser que al igual que los cangrejos que ocupan las conchas de los caracoles, el hombre moderno se ha instalado en una cáscara. ¿Cuando fue la ultima vez que estuvimos en la cercanías de algún órgano humano? Estamos hablando de una serie de estructuras que llevamos en el interior de nuestro cuerpo, de las cuales para la gran mayoría por increíble que parezca es un completo misterio.

De entre todas estas estructuras, a la que más identificamos es el corazón. Compartimos, quebramos, regalamos, perdemos, y hasta nos robamos el corazón de un ser amado. Desde pequeños hemos estado dibujando, recortando y manufacturando el concepto muy idealizado por lo demás de corazón.

En una cajetilla de cigarros podemos encontrar la representación de otro órgano humano, este es un pulmón, el pulmón esta enfermo y el texto que acompaña la fotografía nos advierte la causa de la enfermedad, ¿pero de quien es ese pulmón? ¿Donde habitan esos pulmones? Es curioso pensar que todo contacto real con lo más vital e íntimo de nuestra existencia pareciera estar fuera de nuestro alcance. Nuestra curiosidad y memoria de lo que se encuentra en el interior de nuestro cuerpo ha sido a través del tiempo sistemáticamente borrada, a cambio nos hemos incorporado a un cuerpo cosmético, artificial, comercial cuyo interior esta compuesto por una manguera llena de aire luminoso.

En el nombre de la poderosa higiene y la vanidad todo rastro de tripas, riñones, hígados páncreas, etc, ha sido eliminado de nuestra realidad mas inmediata. Gracias a la industrialización a gran escala de los productos de consumo hemos ganado en confort, pero a cambio hemos perdido nuestro organismo interior.

Pero no siempre fue así. Entre las magnificas representaciones del cuerpo humano de Leonardo da Vinci, se pueden apreciar los diversos componentes de la anatomía humana, aquí también encontramos un corazón. Un corazón un tanto distinto al que comúnmente la gente percibe por todas partes, el de Leonardo junto con presentar unas cortas y gruesas venas en su parte superior, pareciera que le brotaran raíces por todas partes.

Estas descripciones fueron uno de los primeros intentos de documentar en forma científica el interior de un cuerpo. Tiempo después, con los adelantos tecnológicos, se pudo descubrir en profundidad las diferentes funciones de cada una de estas estructuras. Fue tan profunda la investigación que de pronto los órganos pasaron a segundo plano y dieron paso al micro mundo, al mundo de las células, virus, bacterias y átomos.

La cultura popular también hace lo suyo y documenta y difunde lo que entiende por cuerpo y como un dios crea su propio Adán y lo llama Frankenstein. A este moderno Adán lo compuso de piernas, brazos y una cabeza, todas estas extremidades unidas finamente a un cuerpo por un hilo. En esta cirugía reparadora se dio por entendido que cada pieza traía en su interior sus órganos en buenas condiciones y funcionando, solo hacia falta un pequeño golpe de corriente.

Aquí estamos frente a los primeros y rudimentarios intentos de lo que posteriormente tendría el nombre de avatar. Para el capital el hecho de que Frankenstein se levantara de la mesa de operaciones y diera sus primeros pasos, resulto una idea fascinante, si se pueden zurcir cosas también se podrán extirpar cosas, pero necesitaba algo menos grotesco. Necesitaba una cirugía mucho menos rudimentaria, y por sobre todas las cosas masiva e indolora.

La expansión de los supermercados trajo consigo la disminución del comercio local, con ello se produjo un cambio en el contacto con las diferentes mercancías. En lo que a carnes se refiere en épocas pasadas si una persona deseaba comer carne se dirigía a la carnicería de la esquina, allí el carnicero trozaba el animal, luego lo envolvía en papel de periódico y se lo entregaba al comprador. Con la aparición de los supermercados el consumidor se encontró con los trozos de los diferentes tipos de carnes ya trozados y empacados. Desde ese momento el comprador jamás volvería a ver de donde provendrían esos pedazos. Una vez que las tripas del animal fueron extraídas de la vista del comprador también por una cuestión de asociación desaparecieron de su mente las suyas propias.

En su reemplazo los cirujanos de la economía colocaron un tubo plástico con una pequeña curvatura en su parte media. El resultado, lo que se levanto y salio por la puerta de la sala de operaciones lo veríamos en la promoción de productos para la digestión. En esos comerciales vemos a una criatura alegre, radiante, llena de gloria, consumiendo un yogurt para luego dar paso a una animación en donde ese producto baja por un tubo sinuoso. Nada de viseras, intestinos y tripas aquí, pero aquella criatura hecha a imagen y semejanza del consumo no es un ser humano, aquello es un avatar.

Como en las películas de horror aquella cosa maligna se disuelve en un humo azul y luego cruza la pantalla del televisor metiéndose por las narices del televidente, hasta llegar apoderarse de su cerebro y de allí no saldrá hasta haber digerido a su victima por completo. El hecho de que esta imagen comercial, ese tubo represente a todo el sistema digestivo del ser humano, lo convierte a este en una especie de aspiradora, un consumidor, estimulado, motivado e inspirado desde su interior por un avatar.

Este transplante de nuestros intestinos, este cambio de lo orgánico a lo plástico, tiene enorme consecuencias para el medioambiente del planeta. Al ser el único componente de su anatomía una manguera por donde entran y salen las cosas que ingiere, ¿qué interés puede tener el consumidor por la ecología? Para el consumidor la manzana es una manzana y le da lo mismo si estas están con pesticida o no, como también le da lo mismo si el mar y el aire estén contaminados, o si las carnes y pescados que consume estén llenos de hormonas. Yo diría que al no existir ningún ritual en nuestro diario vivir que nos haga presente la importancia de cada uno de los componentes de nuestro organismo, junto con la exagerada preocupación por la figura externa, se puede percibir los contornos de un gigantesco sistema de cañerías humana o desagüe de la economía de exterminio vigente.

El consumidor no tendrá órganos, pero si tiene todos sus sentidos muy bien desarrollados, los cuales exigen ser constantemente atendidos. Con ello entramos al mundo del consumo del azúcar, la grasa y la sal. Cada día son millones de litros de agua que se extraen de la tierra con el objetivo de primero teñirla de diferentes colores, luego azucararla para posteriormente meterla en botellas de plásticos y venderla, el resto del agua se vende sin teñir. Guiado entonces por lo que ve, toca escucha y siente, consume miles de toneladas de grasa tratando de taponar una tubería sin fondo, de satisfacer algo que nunca estará lleno, ese eterno vació lo lleva a buscar productos mas y mas exóticos, alucinantes, afrodisíacos y refinados.

En la medida de lo que consume va perdiendo efecto y el mundo se va haciendo cada vez mas aburrido, la búsqueda se hace más intensa llegando al consumo del más fino de los productos, la partícula de dios, aquello que contiene el universo entero en una sola pastilla. Las pastillas prometen el paraíso en solo segundos, tome una y llévese el todo, absolutamente todo. Por la sinuosa manguera del consumidor van entrando y saliendo los mas diversos tipos de productos sin la menor reflexión de lo que significa y son realmente esas cosas.

Sin embargo, aunque la vida del consumidor gira en torno a sus cinco sentidos, por increíble que parezca ninguno de ellos parece estar vinculado a los sentimientos. Este consumidor no tiene el más mínimo interés en saber el cómo y de donde viene lo que ingiere, ni mucho menos en las consecuencias que esto tiene para su propio cuerpo. Ni todo el dolor causado por el horrible maltrato a millones de aves y peces conmueve al consumidor, a él solo le interesa dormir abrigado por las plumas arrebatadas a los gansos vivos y comer latas de atún infectadas de pánico por la larga agonía del animal en las redes pesqueras.

Para las victimas del avatar todo esto viene a tomar significado cuando una mañana amanece su cuerpo acompañado ya no de un deseo a satisfacer como tampoco una meta que lograr, sino de un pequeño dolor, un síntoma que va cobrando más fuerza en la medida que pasan los días. Para el avatar esto es la señal de partida, y como un maléfico vampiro se desprende de su victima dejando tirado al consumidor en el que ha habitado seco, verdoso, putrefacto postrado en una cama.

Tenemos entonces por un lado los cuerpos gravemente envenenados de los millones de seres que trabajan para cubrir las necesidades del avatar y por el otro los cuerpos de los consumidores que el avatar va escupiendo, ambos van a engrosar la larga fila de enfermos graves alrededor del mundo entero.

El avatar no es una fuerza que actúa aislada, muy por el contrario, una vez que ha extendido sus cables de extracción por el interior del cuerpo del consumidor, activa lo que se conoce como libre competencia. Cada consumidor que ha sido invadido constituye un motor que debe ser activado al máximo de su potencial.

Lo que sucede aquí es que una vez instalado el avatar en un consumidor, este extiende sus tentáculos y los impregna principalmente de temor y frustraciones a su victima. Con toda esta información disponible, el avatar crea un constante estado de descontento, miedo e insatisfacción. El avatar le habla o mas bien le susurra al consumidor un sinnúmero de metas y cosas por alcanzar, de esta manera pone a los consumidores en una desenfrenada carrera escaleras arriba en busca de esos logros.

 

Génesis digital.

El regreso.

 

En la medida que vamos deteriorando nuestro medio ambiente y mientras cada día una nueva especie se suma a la ya larga lista de seres en vías de extinción, paradójicamente nuestra tecnología digital parece no tener limites. Su desarrollo es tan tremendamente inmenso que ya podemos hablar ya no del viejo o nuevo testamento, sino del testamento digital.

En una de las escenas de la película Avatar, vemos a un hombre en silla de ruedas y a una mujer de cierta edad que al ser conectados y entrar al mundo digital, sus limitaciones desaparecen, el hombre ya no necesita silla de ruedas y la mujer por su parte es transformada en una mujer joven, de cuerpo muy atlético.

Como una versión digital de Eva, la mujer entonces toma algo parecido a una fruta y se la lanza a este nuevo Adán. El hombre coge y come de la fruta. Dios parece no enterarse de la situación, porque no se presenta ni a recriminar ni a expulsar a nadie de ese paraíso tecnológico.

La invitación entonces queda hecha, después de que no quede nada de nuestra naturaleza verde, real, frágil y diversa, podremos entonces entrar a una nueva naturaleza digital, limpia, azul, sin limitaciones corpóreas. Al fin el hombre regresa al paraíso.

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Requerido.

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