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Black Sabbath: ¿El Fin?

por Felipe Seguel Yáñez
Artículo publicado el 23/11/2016

Como si un demonio escapara de las penumbras y nos atrapara en un sueño eterno, en 1969 Geezer Butler vio un ser espeluznante entre las imágenes diabólicas que “decoraban” su habitación, el paisaje de pesadilla lo completa la misma ciudad de Birmingham, motor industrial, taller del mundo en esos años, que confunde la fantasía estrepitosa de Butler con una realidad también terrorífica, la de una pesada ciudad de metal, donde Tony Iommi se amputará dos falanges distales de la mano derecha en una de las tantas fábricas de la ciudad, coincidentemente durante su último día de trabajo, lo que obligará al guitarrista a tocar en un tono más bajo y más lento, con el fin de que las cuerdas queden menos tensas, de esa necesidad nacerá el heavy metal, el sueño de Butler a la postre se hará realidad; Black Sabbath es el demonio iracundo de ese infierno terrenal.

La densidad de sus notas nos entrega un sentido más amplio que el rock hippie de los 60, al dar una visión más cruda de la realidad, más cercana a los hechos que al eslogan, las líricas hablan de la desesperación del hombre, el miedo a perder la cordura como en Paranoid, a los sentimientos negativos, la libertad más allá de la paz y el amor, sin negarlos, pero reivindicando además el miedo a lo desconocido, a lo deseos ocultos, a la naturaleza propia del ser humano, en ese sentido desbocado el rock abre caminos, el heavy metal era el nicho y Black Sabbath la nota.

En el Estadio Nacional el misticismo se apoderó de la muchedumbre del que sería el último concierto de la banda en nuestro país, sumergiéndonos en las recónditas dimensiones de la psique humana, en ese infierno de hombres comunes, demonios de camisetas negras esparcidos como si se abriera una grieta en el espacio hacia el industrial Birmingham, en que el sentir de un hombre toca a los otros a través de generaciones, conectados por la sombra tenebrosa de nuestros miedos, los mismos endemoniados sufrimientos y deseos que volaron en un ritual catártico al son de cada nota, de cada grito, que nos dejó libres despidiendo a una banda que ha trascendido la muerte.

Los padres del heavy metal han dicho adiós, nos han dejado el sueño.

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