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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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José Martí y el mal de la religión.

por Egberto Almenas
Artículo publicado el 19/10/2013

1- La beatificación de Martí
Con el recrudecimiento del fundamentalismo que incitaron los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, se impuso la obligación de someter los valores religiosos de toda laya a un examen de rigurosidad y desprendimiento inusitados. Crisis posteriores atinentes al crimen en el mismo seno de las órdenes consagradas, como el de la violación infantil en masa por el clero católico, mellan y retrogradan la iglesia de mayor influjo en Nuestra América. Surgen en tanto de día a día nuevas denominaciones de fe cuya única alternativa real conlleva la reinstauración de un “estado bárbaro” aún más primitivo.

José Martí previno contra la barbarie al tiempo que los testimonios de primera mano en torno suyo ya lo nimbaban con sutilezas propias de la hagiografía cristiana. Su muerte prematura en un arrojo de luminosidad heroica abrillantó después la aureola que le había ganado su entrega por la independencia patria. Hoy su figura repercute en otras partes del mundo también con la viveza de un mito calcado de las leyendas más antiguas. ¿Acaso pueden ajustársele a la medida valores de nómadas iletrados en arenales que se remontan a la Edad de Bronce?

2- Un manojillo rumí (repugnante)
Si bien el pontificio en Cuba relajaría la resistencia proverbialmente numantina que de buen olfato suyo opuso al Héroe Nacional, tampoco se retrajo mucho menos en adelante de su larga terquedad innata. A la puerta del siglo veinte Martí todavía cree que la “Iglesia es astuta,—y como se sabe batida en sus antiguas fortalezas, se viene al campo moderno, evoluciona con la humanidad, toma una forma y actitud adecuada a la situación presente, y en el campo moderno presente toma puesto y presenta batalla”.

A más de un siglo hoy que nadie se engañe con las apresuradas jabonadas a estropajo en la Santa Sede. Toda religión predispone, tras sonrisa boyante, al juggernaut, y quienes más vician o sufren su censura a menudo escapan de ella a través del odio y la lascivia. La improbabilidad de sus reclamos afianza la sociedad autoritaria, la cual el propio Martí definió como “aquella basada en el concepto, sincero o fingido, de la desigualdad humana, en la que se exige el cumplimiento de los deberes sociales a aquellos a quienes se [les] niegan los derechos, en beneficio principal del poder y placer de los que se los niegan: mero resto del estado bárbaro”.

El referente moral de los dogmas abrahámicos al uso, pese a las purgas y exégesis más lenitivas, guarda una incompatibilidad insalvable con el que se desprende del martiano. Por citar sólo un manojillo, la Biblia pide matar con deliberación inmisericorde a hombres, mujeres y niños inocentes (Génesis 7:23, 2 Samuel. 24:1-15, Josué, cap.10); proveer como botín de guerra a las tropas mujeres jóvenes con el objeto de esclavizarlas sexualmente (Números 31:17-18); obligar al canibalismo entre los miembros de la familia propia y otros allegados (Levítico 26:29, Deuteronomio 28:53-58, Jeremías 19:9, Ezequiel 5:10); practicar el sacrificio humano (Jueces 11:30-39), y torturar sin fin a personas por sus creencias discrepantes (Apocalipsis 14:10-11).

3- Idea del bien
Los regímenes más inicuos de la era contemporánea derivan del hábito milenario por la devoción a las divinidades de todo género. “¡No, amigo mío, hay otro Dios!”, el de la “idea del bien” afín a la “poesía” ecuménica de Darwin: “¡Oh, si supieran cómo se aquilatan y funden allí las religiones y surge de ellas más hermosa que todas, coronada de armonías y vestida de himnos, la Naturaleza!”

Un universo magnificente acrecienta en Martí una belleza desencontrada con la expresión mística. Las ciencias “confirman lo que el espíritu posee”, sostiene, “la analogía de todas las fuerzas de la naturaleza”. En los libros de ciencia radica la “poesía mayor”, y sólo ella tiende “puentes” entre atributos disímiles que al fin conducen hacia un entendimiento general ante lo inexplicable.

4- Lógica del Orden Natural
El lenguaje ostensiblemente poético de la Biblia, en cambio, se empantanó en el primer milenio. Una moralidad de beneficio común hoy en día solicita “críticos profundos” que echen al suelo “las dinastías y acometimientos de las ignorancias”. De tal suerte se acallan las monsergas de los dogmáticos. La poesía “que nace del conocimiento del mundo” suple “la religión que confusamente aguarda desde que conoció la oquedad e insuficiencia de sus antiguos credos”.

Cierto que el deísmo dieciochesco todavía aferra a Martí a la noción según la cual la lógica de la Naturaleza redunda en “bueno”. Esa sinonimia heredada del Siglo de las Luces es la misma que engendró el Destino Manifiesto de Estados Unidos, siempre presto a invocar la superioridad “natural” que le otorga el Altísimo sobre el hemisferio. (De ahí también, entre los más nefastos, la actitud de la soldadesca hitleriana inscrita en las hebillas de sus cinturones: “Dios con Nosotros”.)

Quienes se adhieren a los evangelios creen desambiguarse a claras de semejante ambivalencia en su adoración originaria al patíbulo de los dos maderos cruzados. En Cristo tampoco puede haber mejora sin tortura ni desangre, ni bondad ni espada que emane del templo de los demás. Una marcada recurrencia en el Reino de este Mundo desmiente que las atrocidades de la mafia eclesiástica se deban por excepción sólo a sus manzanas podridas.

5- Religiosidad en Estados Unidos
¿Podría echarse a un lado, sin más, cuánto hay de sensiblería, coacción u oportunismo en las selectas “verdades fundamentales” del carpintero nazareno? Si una aptitud apenas cuestionada como la piedad y el sacrifico por el bien del prójimo representa una de esas verdades, debido a ella han quedado rezagados los pueblos que en cualquiera de sus revestimientos la ostentan como valor universal.

De acuerdo con Martí, la alta religiosidad de Estados Unidos se correspondía con el nivel asimismo alto de libertad que las iglesias les dispensaban allí a sus feligreses para el “ejercicio natural y amplio” de sus facultades. La nutricia del puritanismo puro para entonces había fortalecido la democracia en proporción invertida al feudo de los ritos y las supersticiones inmutables. Ahora la grey se apega de nuevo al pie de la letra del Supremo y sus iras.

En un reciente estudio prototípico de Gregory S. Paul titulado “The Chronic Dependence of Popular Religiosity upon Dysfunctional Psychosociological Conditions”, Estados Unidos en estos tiempos ocupa el último puesto entre los diecisiete países de mayor prosperidad y bienestar. Con ser el más religioso entre estos, a sus creyentes no les basta con estancarse hasta el sopor en la promesa idiotizante del paraíso: con uñas y dientes se esmeran también, como nunca, por coartar en el aula la “poesía mayor” de las ciencias.

6- Martí pecador
Con todo, resulta todavía útil la mutua concesión dialogante que entabló Martí entre la razón secular y la fe en consonancia anticipada con los debates llamados post-metafísicos que ahora estallan ante el furor de un nuevo apogeo oscurantista. Lo inútil pivota en cualquier intento de santificarlo.

Su calidad y gracia no lo libró del todo de su demasía humana. Sus mejores prendas desoyeron el mando de un “bien” incuestionado y sujeto al premio incierto de algún magistrado celeste e inapelable. Premio seguro fue la imperfección amorosa del pecador en él, como quería George Orwell, y el único que compensa el despedazamiento puntual, sombrío e irreversible de la muerte.

Basado en el ensayo que titulé “Contralectura en torno a José Martí y la crítica de inspiración cristiana”. Red.

 

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