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Relaciones chileno-bolivianas: ¿De estrategias y contradicciones?

por Alex Ortega
Artículo publicado el 20/12/2006

Entusiasmo y prudencia, dos palabras que parecen resumir las respectivas posturas bolivianas y chilenas frente al tema marítimo. Hasta ahora sólo se opina e intercambian puntos de vista, nada de propuestas ni rechazos tajantes. Pero queda preguntarse cuándo el entusiasmo se transformará en propuesta, la prudencia en intransigencia o el diálogo en solución.

 

Desde que se rompieron las relaciones bilaterales entre Chile y Bolivia en 1978 que no existía un clima de mayor acercamiento como el que se vive hoy. Los gestos de buena voluntad comenzaron con la invitación de Evo Morales a Ricardo Lagos para asistir a la asunción del líder cocalero como gobernante de la nación altiplánica. En aquella ocasión, ambos mandatarios se reunieron y acordaron una agenda de acercamiento sin exclusiones, en donde el tema mar podría ser abordado, pero con responsabilidad, sin estridencia ni anuncios en la prensa.

Finalmente, esa agenda de acercamiento derivó en julio pasado en el establecimiento de un Comité Binacional de Consultas Políticas y de una agenda bilateral sin exclusiones de 13 puntos, la cual, por primera vez desde 1975, incluye el tema marítimo. Punto agregado no por iniciativa chilena, sino por la insistencia y condición boliviana para restablecer las relaciones bilaterales. Sin embargo, la delegación chilena se cuidó quedara estipulado como “tema” y no “reintegración marítima” como quería Bolivia en un principio. Una sutileza que muestra, por un lado, la inamovible posición chilena y, por otro, la estrategia concesiva altiplánica.

Cuando la estrategia se convierte en diálogo
En 1962, Bolivia presenta el problema de su mediterraneidad ante la ONU, y casi todos los años desde 1979 ante la Organización de Estados Americanos (OEA), marcando una constante en su reclamo por una salida soberana al mar. Los gobiernos de Gonzalo Sánchez de Lozada y Carlos Mesa serán recordados por sus intentos de lograr una reivindicación marítima a través de la multilaterización del tema. Medidas internacionales de presión a las que Chile siempre antepuso para su tratamiento el principio de bilateralidad, y le sirvió.

Hoy pareciera que Bolivia tiene una estrategia distinta: el diálogo y la búsqueda de consensos directamente con Chile. Evo Morales, desde el mismo día en que se invistió como presidente de la república de Bolivia, comenzó el acercamiento diplomático de su país con Chile. Aprovechando la accesibilidad de un saliente Lagos y la voluntad de integración regional propuesta por Michelle Bachelet en su programa de política exterior, Morales supo que era el tiempo preciso para iniciar una nueva etapa de diálogo con Chile, llegando a construir conjuntamente una agenda bilateral en donde colocar el tema marítimo, punto central para definir su relación con Chile.

Así se entiende cuando, días después de participar en la asunción de Bachelet a la presidencia, enviara un comunicado con fecha 22 de marzo a las embajadas y consulados bolivianos y chilenos en donde manifiesta su esperanza de que ambos países trabajen conjuntamente para resolver sus diferencias, pero teniendo en cuenta que “el Gobierno nacional de Bolivia mantiene invariable su demanda de reintegración marítima”, ya que ello “significa una restitución de la justicia con Bolivia”, y cualquier restablecimiento de las relaciones diplomáticas “deberá estar orientado hacia la suscripción de un nuevo tratado bilateral”, apunta el comunicado. Además, es sabido que una de las metas de la gestión de Morales es solucionar el problema de la mediterraneidad boliviana, y para ello entiende que primero debe establecer un diálogo abierto y responsable con Chile, el cual puede traer como resultado la consolidación de una salida soberana al mar para Bolivia.

Por su parte, el canciller boliviano, David Choquehuanca, señaló en el foro debate “Historia, Estrategias y Repercusiones Políticas y Económicas sobre la Mediterraneidad de Bolivia” realizado este año, que dentro del nuevo marco de las relaciones con Chile, Bolivia presentará un nuevo tratado bilateral que remplace el de 1904 y que permita a la nación altiplánica retornar al Océano Pacífico.

Esta propuesta boliviana anunciada por Choquehuanca posee tres etapas. Según explicó el canciller, una primera es el acceso boliviano a corto plazo a un puerto estratégico con “supremacía territorial”, para luego, en el mediano plazo, establecer una zona costera con soberanía compartida, la que en una tercera etapa y final, terminaría por concederle la soberanía territorial absoluta a Bolivia. “Este nuevo tratado debe recuperar la soberanía de Bolivia en el Pacífico en el contexto de un amplio relacionamiento económico, social, político y cultural”, afirmó el canciller. Por último, señaló que la nueva política de reintegración marítima “pasa por la concienciación del pueblo chileno” y de una relación entre estados vinculada a una “diplomacia indígena” que tiene como base los valores de la no agresión y la complementación.

La estrategia boliviana parece clara y se puede observar su puesta en marcha en los compromisos adquiridos por Chile con el país altiplánico en materia de integración, que, según se ha señalado, es esencial para definir el restablecimiento de las “confianzas” entre ambas naciones. En la última reunión del Comité Bilateral de Consultas Políticas llevada a cabo entre los vicecancilleres de ambos países, Chile se comprometió a restablecer el funcionamiento del tren Arica-La Paz y habilitar prontamente el puerto de Iquique para el libre tránsito boliviano en materia comercial. Ambos compromisos son importantes para la estrategia de Bolivia, ya que favorecen su acceso al mar y le entregan la oportunidad de utilizar los puerto del norte grande, alcanzando una “supremacía territorial”, tal y como adelantó Choquehuanca a principios de año.

Semanas antes de realizarse la reunión de vicecancilleres para revisar el avance de los puntos de la agenda bilateral, mucho se había especulado si sería en esta reunión que la comisión boliviana presentaría al gobierno de Chile una propuesta de modificación al tratado de 1904, cuya propuesta principal sería la creación de un corredor con soberanía compartida. Sin embargo dicha propuesta no se presentó. En cuanto al “tema mar”, este sólo fue abordado a nivel de “intercambio de opiniones”, lo que estaría mostrando una postura boliviana condescendiente, que apuesta al diálogo y a aceptar los ofrecimientos, dejando de lado su acostumbrada actitud frontal y dando paso al debate antes que a las propuestas inmediatas.

Una cuestión de razones
Muchas veces se ha escuchado hablar que la salida al mar por parte de Bolivia es un tema pendiente en la política exterior chilena. Hoy, en el marco de las nuevas relaciones entre ambas naciones, dicho tema se está tratando. Pero no porque Chile lo quisiera, sino debido a la insistencia boliviana por abordarlo. Para nadie es un secreto que Chile concibe el tema como zanjado, y para ello esgrime la firma del tratado de 1904 en donde Bolivia cede Antofagasta, perdiendo así su salida soberana al mar. Pero será también en este tratado que se establezca, en forma definitiva, el libre tránsito de mercaderías –sin cobro de derechos aduaneros ni restricciones- desde Chile a Bolivia y viceversa por los puertos de Arica y Antofagasta.

Actualmente, y gracias a la voluntad de dialogar que ha tomado Bolivia, Chile se ha visto en la necesidad de acoger la petición boliviana de tratar el problema de su mediterraneidad. Sin embargo, para Chile el tema pasa por dar la mayor cantidad de facilidades posibles en su acceso al mar a Bolivia, lo que se demuestra con la próxima habilitación del puerto de Iquique, y no por una negociación territorial. Así lo ha dejado saber la presidenta Michelle Bachelet y el canciller Alejandro Foxley, quienes han señalado en más de una oportunidad que la inclusión del tema marítimo en la agenda bilateral no significa en ningún caso que Chile esté dispuesto a ceder territorio, es decir, no se contemplan modificaciones al tratado de 1904, contraponiéndose claramente con las reales expectativas bolivianas en torno al tema.

A esto, hay que sumar que los objetivos de Chile en su relación con Bolivia se orientan principalmente hacia la cooperación en los ámbitos de educación, tecnología, ciencia, seguridad y defensa, así como también en la lucha contra el narcotráfico y la integración social.

Consultada sobre el tema, la investigadora especializada en las relaciones chileno-bolivianas del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago, Loreto Correa, nos dice que la postura boliviana frente al tema marítimo pasa más por lo emotivo que por lo político. “La política internacional es un tema práctico, no un tema emotivo”, y si Chile decidiera en el marco de unas determinadas relaciones y negociaciones, ceder territorio a Bolivia y firmar un nuevo tratado, “sería una decisión de Estado, que no tendría nada que ver con temas emocionales”, señala Correa.

Para Bolivia, el tema mar es sensible en el sentido que, producto de la Guerra del Pacífico, se vieron despojados de una cualidad que era la marítima. “Esta pérdida es para una nación lo que la pérdida de una extremidad del cuerpo significa para un ser humano”, comenta la especialista. Por esta razón, los bolivianos sentirán por siempre una constante nostalgia que no les permite renunciar a la demanda por un acceso soberano al mar, única forma de poder remplazar en algún sentido aquello que perdieron.

Sin embargo, y ateniéndose a lo meramente político, Chile ha sido claro en definir su postura en cuanto a política exterior se refiere, estableciendo márgenes de movimiento tanto en sus relaciones bilaterales como multilaterales. Frente al tema mar, en reiteradas ocasiones ha señalado que su tratamiento es bilateral y que en ningún momento se ha hablado de estar en disposición de ceder territorio. Mirado desde esta perspectiva, Chile no estaría frente a un “tema pendiente” con Bolivia, puesto que cualquier disputa o reclamo que pudiera existir, este ya quedó resuelto hace más de cien años atrás con la firma del tratado de 1904.

Ahora, si por alguna razón y en el marco de unas determinadas relaciones bilaterales Chile decidiera ceder territorio soberano a Bolivia a través de un corredor al norte de Arica, tal como se había pensado en 1975 en el Acuerdo de Charaña, entraría en juego un tercer actante: Perú. Loreto Correa señala que “en rigor, si Chile firmase un nuevo tratado de límites con Bolivia, prácticamente se obligaría a firmar uno nuevo con Perú”, lo que volvería nuevamente complejo el tema, ya que las negociaciones y, por ende, la bilateralidad, se transformaría en un tema tripartito. Si a esto se suma que aún no se resuelve –y parece no tener fecha de discusión, por lo menos durante el gobierno de Alan García- el problema de los límites marítimos surgido durante el mandato de Alejandro Toledo, el tema se vuelve doblemente complejo. En cualquier caso, la estrategia bilateral resulta mucho más acorde con la política exterior chilena que la renombrada estrategia tripartita que ha mantenido el status quo por más de cien años.

Últimamente se ha acusado a Chile de poseer una política internacional contradictoria, ya que por un lado hablaría de integración e identidad regional con América Latina, mientras que por otro daría la espalda a las necesidades de integración de determinados países, particularmente Bolivia. Sin embargo, en la agenda sin exclusiones existente entre Chile y la nación altiplánica, junto con el punto que dice relación con el “desarrollo de la confianza mutua”, los puntos más trabajados son justamente el de la cooperación e integración física y social, en los cuales nuestro país ha ahondado y privilegiado a los tratados comerciales con los países del primer mundo tan ampliamente desarrollados durante el gobierno de Ricardo Lagos. Misma situación se ve en las relaciones diplomáticas con Perú, donde se han estrechado los lazos sociales, principalmente en temas como la educación, el trabajo y la salud.

Si Chile ha manifestado con este nuevo gobierno sus intenciones de acercamiento e integración con la región, es porque entiende que comparte una historia, una cultura, geografía, intereses y objetivos comunes con las naciones del cono sur, y que el diálogo es la única estrategia para acercarse, estrechar lazos y conseguir metas. Esto es comenzar una nueva historia. Lo que queda por ver es cómo se llevarán a cabo estos diálogos, especialmente con Bolivia y su empecinado debate por el mar.

 

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