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Administración Bachelet y abucheo a cierta clase política

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 08/02/2008

Publicado también en Primera Línea (La Nación)
y elquintopoder.cl

 

Pasado el ecuador de la administración de Michelle Bachelet y a sólo un año y medio de ponerle punto final, su gestión ha estado marcada por dos características que, según mi opinión, son las más relevantes y que han determinado su gobierno: la reducción de seis a cuatro años de mandato presidencial, y el inusualmente rabioso acoso desde todos los frentes que ha padecido su régimen por cierta clase política; estas dos particularidades han convertido su gestión en un verdadero thriller político.

La administración de la Presidenta Michelle Bachelet abrió el nuevo ciclo de cuatros años de gobierno, sin reelección, a los seis de antes de esta reforma, apoyada por unanimidad en las dos Cámaras del Parlamento. La experiencia hasta ahora ha demostrado su perversidad y hasta su anomalía política: antes de que Michelle Bachelet se sentara en el sillón presidencial en  marzo de 2006, ya se había dado el pistoletazo de partida a la carrera presidencial de diciembre de 2009; y una galería de candidatos de todos los colores políticos se lanza a una campaña presidencial improcedente por su odiosa precocidad. Así, el detestable pato cojo entró a La Moneda antes de que lo hiciera la Presidenta, con consecuencias políticas devastadoras por quedar (casi) toda la agenda política siempre supeditada a la tan sempiterna, pertinaz e interminable como tóxica, corrosiva y virulenta campaña presidencial. Este fenómeno, inédito en la vida política chilena, ha discriminado y entorpecido a priori y demasiadas veces, el Programa de Gobierno, el cual contiene casi en su totalidad reformas de Estado y país impostergables.

Pues bien, a este escenario adverso y enrarecido se agrega la otra característica que ha dominado toda esta administración: parte importante de la clase política en el Parlamento no ha estado a la altura de las circunstancias que amerita este momento histórico de Chile: a  una velocidad de vértigo,  gran parte de la clase política empezó a mostrar un amasijo de excesos execrables; ceremonias diarias de ambiciones desmedidas llenas de agendas propias que sólo han ofrecido demasiada mediocridad supina y ninguna propuesta constructiva; en fin, un desagradable espectáculo maquiavélico y repulsivo lleno de politicastros con una monstruosa egolatría  capaz de llevarse por delante al y lo que hiciera falta para conseguir sus mediocres objetivos: primero que nada, la lealtad y responsabilidad política para con la ciudadanía que los ha puesto con sus votos en el Parlamento para gestionar sus problemas y solucionarlos, en el caso de la oposición, hacer una legítima fiscalización y tener capacidad para proponer soluciones a los problema de la gente y no sólo obstruir (casi) toda iniciativa del Ejecutivo; y en el caso de los diputados y senadores oficialistas, apoyar el programa de su gobierno que para eso, fundamentalmente, han sido elegidos y es lo que esperan los que le han votado, y no para que nos ofrezcan una decadente exhibición de ególatras que se pasean por los pasillos del poder como mefíticos pavos reales con colas permanentemente desplegadas.

Ahora bien, si diseccionamos estos dos años y medio de gobierno bacheletista, en  la oposición de derecha vemos que se ha decantado por poner en práctica la desacertada Estrategia del desalojo (palabreja que ilustra muy bien el alma de la derecha chilena, esencialmente autoritaria). Ésta, en dos palabras, se fundamenta en quitarle al gobierno la luz y el agua en detrimento de una agenda de Estado y de país y, en última instancia, del interés común y del sentido de las proporciones; maximaliza los intereses partidistas y/o personales acosando al gobierno en todos los frentes con un juego político sucio que debate a bofetadas, escupitajos y navajazos verbales y políticos -todo escenificado en un marco de baratija mediática- con un solo afán: erosionar al gobierno con la táctica del todo vale en un artero oportunismo de adecuación a lo más cómodo y rentable electoralmente y a corto plazo. La derecha sólo demuestra con esta estrategia su desesperación y un déficit total en su capacidad propositiva. (Cincuenta años consecutivos de perder todas las elecciones y no poder alcanzar la Presidencia, excepto cuando fueron gobierno de facto con el dictador Augusto Pinochet es, sin duda,  tan lacerante como  degradante, y la ha llevado a la más pura exacerbación.

La Estrategia del desalojo se ha sostenido con argumentos tan falsos como mal intencionados: la Acusación Constitucional contra  la Ministra de Educación, sin base jurídica alguna,  y la politización hasta el paroxismo de la crisis del Transantiago –presa que seguro no soltarán como los verdaderos depredadores en que está convertida la oposición hasta la elección presidencial de diciembre de 2009,  profundizando la crisis artificial y premeditadamente con fines puramente electoralistas-, han sido dos de sus joyas más preciadas. Habrán más, qué duda cabe.

Pero algunos políticos oficialistas del conglomerado concertacionista de centro izquierda, han competido palmo a palmo con la oposición para ser los protagonistas de este verdadero thriller político que ha afectado a la administración de Michelle Bachelet.

En efecto, a la exhibición grotesca al que nos invita la oposición de derecha, se ha unido el fuego amigo, la emboscada amiga en cada esquina, y los francos tiradoresamigos que se han apostado desde el primer día de su gobierno desde todos los ángulos y con una sola  dirección: el gobierno de Michelle Bachelet. Y cuando el enemigo está dentro, no hay alma ni Administración que lo resista.  La culminación del revoltijo de ambiciones desmesuradas, despropósitos desafortunados y miopía política insuperable en que se ha debatido la Concertación en estos dos últimos años, se ilustra muy bien con dos  perlas: la primera, es el caso del senador Adolfo Zaldívar, el ya clásico Caballo de Troya que ha sufrido la Concertación desde su creación. Después de haber sido expulsado de su partido, la Democracia Cristiana, (finalidad que perseguía hace años para  sus fines políticos personales), por una deslealtad partidista no ya  sólo desquiciada sino esperpéntica por lo desmedida y desbocada, en una maniobra de equilibrismo rocambolesca y de gran efecto y eficacia maquiavélicas, sale elegido Presidente del Senado con los votos de sus otrora –oficialmente que no en la praxis- adversarios políticos, la derecha pinochetista. La expulsión de este senador desencadenó un efecto dominó en la Cámara Baja, y un grupo de diputados del mismo partido del senador se une a él renunciando a  la Democracia Cristiana. (Otro objetivo que perseguía para su proyecto político personal este maestro quisquilloso de las grandes animosidades e intrigas partidistas: dividir su ex partido y, con ello, erosionar a la Concertación para unir su fracción ex DC a la derecha en torno a su candidatura para la presidencia.)

Con este último  episodio se cierra el círculo de acoso a Michelle Bachelet que pierde la exigua mayoría que tenía en ambas cámaras. Desde ese momento se pone en máxima acción la Estrategia del desalojo. Los ahora autodenominados “independientes”, ex concertacionistas en su mayoría, ¡vaya casualidad! se ponen a comer de inmediato de la mano de la derecha, genéticamente dura y que tiene en el Congreso un verdadero búnker ideológico pinochetista; y de la mano votan en contra de cuanto proyecto envía el gobierno al parlamento. No importa que sea de interés público (como el Transantiago) o reformas de Estado, lo primordial es votar en contra y obstruir toda iniciativa del Ejecutivo con un solo afán: erosionarlo. De esta forma, Michelle Bachelet ha tenido que combatir, en su gran mayoría, cada letra y cada coma  de cada uno de sus proyectos, y los que ha salvado han sido in extremis.

La segunda perla con que aporta la Concertación a este thriller político en la administración bacheletista, es su división en dos listas para concejales en la elección municipal de octubre: una, Democracia Cristiana + Partido Socialista, y otra, Partido por La Democracia+Partido Radical Social Demócrata. Por vez primera se fragmenta el bloque oficialista en una maniobra política de los dirigentes del PPD y PRSD, dos partidos minoritarios dentro del conglomerado, en un afán de sumar, según el argumento central de esta estrategia, votos a la Concertación. Una ecuación difícil de entender y que encierra una contradicción en sí misma: separarse para estar juntos, y ganar. ¿No sería más operativo no fragmentarse sino más bien transformarse en una nueva coalición que sintonice  con los nuevos desafíos que enfrenta el Chile actual?

Este fuego amigo ha sembrado el camino político de Michelle Bachelet de bombitas y granaditas casi a diario desde el primer día de su gobierno y, qué duda cabe, han logrado, en gran medida y con más eficacia que la propia oposición, deteriorar su liderazgo.

A este espectáculo político decadente se debe la percepción negativa de la  ciudadanía sobre la política y los políticos en Chile (que fluctúa entre el ¡80 y el 90%!), y sabemos que tanto políticos como partidos son esenciadísimos para la construcción y articulación de la democracia, nos guste o no, y su descrédito social es un riesgo gravísimo para la credibilidad y legitimidad de la vida democrática. Sí es cierto que este desprestigio social de la política no es privativo de Chile; lo es, sí, el profundo y rápido desgaste y deterioro de parte de su clase política después de alcanzar altas cuotas de calidad en el gran esfuerzo que se hizo para llevar adelante un proceso de transición a la democracia casi sin grandes traumas sociales que, por cierto, le otorgó un prestigio a la clase política chilena y, al país, un merecido respeto internacional.

Lamentablemente en los dos últimos años la credibilidad de la clase política chilena y el prestigio social de la política están gravemente dañados. La Estrategia del desalojoy la ambición desmedida de ciertos politicastros patológicamente melómanos y algunos dirigentes políticamente miopes dentro de la Concertación, están logrando la devastación y pulverización de la política, crispando en forma indecente e indeseable la textura del debate político legítimo en Chile, tanto entre oficialismo y oposición como entre partidos de una misma coalición. Esta atmósfera política inhóspita y hostil asfixia no sólo el debate, sino, y más que nada, al país: la lucha por el poder basada en la obstrucción total a las políticas de Estado y de país por parte de la oposición, y del politiqueo más vergonzante por parte de algunos políticos de la Concertación, que buscan un minutito de baratija mediático, no conducen al país a ningún buen puerto y abonan muy bien el terreno a los populismos, ya sean de izquierdas o de derechas, y a torpes caudillos mesiánicos que Chile no se merece. Estos políticos han perdido el ADN de su honor y de la ética política, pero ni un ápice de sus ambiciones personales y partidistas que, por cierto y qué duda cabe, no tienen ninguna conciliación  con los intereses del país y sus ciudadanos

Pero, paradojas de la política, la única que se salva en este festín de politicastros, de todos los colores partidistas y navajazos políticos de la  Alianza de derecha con suEstrategia del desalojo, es la protagonista principal por ser la más afectada: la Presidenta Michelle Bachelet. Esta mujer que no sufre la erótica del poder que nunca  buscó y que le llegó por azares de la vida; solemne en su sencillez, cualidad que sólo poseen los personajes de auténtica grandeza; esta mujer que sólo la mueve un limpio amor por el servicio público, que trabaja en su oficio como algo tan hermoso como sacrificado, y que está dejando su piel cada día por plasmar su programa de gobierno, por cumplir lo prometido, que es lo que hace cualquier político de honor, es una política anti dogmática y sobre todo anti demagoga por excelencia. No hay en esta mujer ni un rastro de exhibicionismo, ni menos búsqueda de pirotecnia de baratija mediática. Es un liderazgo que ante todo preserva la proporcionalidad, la mesura y la prudencia; dialogante, inclusivo y solidario, y también lúcidamente pragmático. Además,  su liderazgo contiene una equilibrada dosis de saludable humor, muy infrecuente en liderazgos de género masculino, que desdramatiza y refresca un escenario político tan churrigueresco. Gran parte de la clase política chilena no ha estado a la altura de este liderazgo. Y no es la Presidenta la que no ha “dado la talla” como plantean sus detractores, sino lo contrario: cierta clase política. Un liderazgo que  por su componente de género, entre otros numerosos motivos pero creo el más determinante, aún muchos no han entendido ni asimilado por estar sumergidos en una cultura política marcadamente androcéntrica y machista. Esta clase política pierde esta gran oportunidad, seguramente irrepetible. Pero Chile a mediano y largo plazo gana, sin ningún género de duda, con el liderazgo bacheletista: éste  marcará un antes y un después.

En fin, es posible que con la Estrategia del desalojo de la oposición derechista-pinochetista (qué adjetivo tan necrófilo el último) y con la importantísima cooperaciónde los llamados “díscolos” de la Concertación  e “independientes”, en su gran mayoría  fecundados por el desorden concertacionista, ganen algunos votos y hasta quizás el poder. Sin embargo, en política los imprevistos impiden hacer pronósticos científicos duraderos. Por esto, este thriller político que ha sido el gobierno de Michelle Bachelet, continuará. Y ya tendremos nuevas certezas en los sucesivos capítulos.  Por ahora, la única certeza que podemos constatar, es que la Presidenta continuará trabajando las 24 horas del día para sacar adelante su Programa de Gobierno, le lluevan Estrategias del desalojo o truenen  politicastros oficialistas o de oposición.

Jaime Vieyra-Poseck

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