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Concertación: ¿refundación o fundición?

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 08/04/2008

Publicado también en Primera Línea (La Nación)
y elquintopoder.cl

 

I. Concertación: ¿Refundación o fundición?
Todas las crisis son cruciales porque de ellas se sale renovado o fulminado. Y éste es el dilema que padece la Concertación que vive actualmente una crisis coyunturalestable de estancamiento en sus propósitos y propuestas políticas. Hay que destacar más, por lo tanto, los análisis críticos de los cuales se aprende más que las alabanzas permanentes.

Empezamos. Hemos asistido en los últimos cuatro años a todo tipo de guerrillas partidarias internas en los partidos de la Concertación; de acoso y derribo bajo luces de baratija mediática; verborrea como navajazos; matonismo argumental; populismo importado de Venezuela; “descolgados” y “díscolos” que se presentan como guardianes de las esencias en una actitud ridículamente mesiánica; ingeniería política del más alto nivel maquiavélico (el ex DC Adolfo Zaldívar, expulsado de su partido, alcanza la Presidencia del Senado en una maniobra política tan bochornosa, por su enorme carga de traición a su pasado político de más de 20 años, como vergonzante por su nauseabundo y execrable oportunismo político y perturbadora ambición personal); deserciones faranduleras; capítulos interminables y sucesivos de despropósitos; recurrentes propuestas de canibalismo político…En fin, pareciera que los políticos de los partidos de la Concertación y sus diputados y senadores (disculpad la generalización, pero como se salvan tan pocos…) están más interesados y preocupados por eclipsar o cortocircuitarse entre sí, golpeando cabezas con sus inamovibles agendas privadas, que organizar un nuevo proyecto político viable (la agenda país qué importa). Las pasiones individuales y los rencores entre políticos han anulado a menudo la razón, y han sembrado el terreno de minas personales; las ambiciones personales desbocadas y los intereses partidistas desmedidos, han logrado crear un cuadro de descomposición del escenario político general, que sólo ha acrecentado la desconfianza y el desprestigio social de la política y de los políticos en un amplísimo sector de la ciudadanía (¡entre el 70 y el 80%!).

Este revoltijo en que han chapoteado los partidos de la Concertación (no así su gobierno, todo hay que decirlo) ha carecido de estrategias de futuro y de mensajes capaces de marcar una nueva dirección. Y la falta de un nuevo discurso político acorde a la nueva realidad, es realmente aplastante.

Uno de los motivos centrales de estas refriegas dentro de la Concertación (y también en la oposición de derecha), ha sido el torpe cambio constitucional que redujo de 6 a 4 años de presidencia, sin reelección. Esta nueva normativa sólo ha creado un clima electoral permanente que ha hecho soltar chispas y ha producido varios incendios, convirtiendo en cenizas una calma política tan necesaria para poder consensuar las reformas impostergables que envía el Gobierno al Parlamento.

Los partidos político de la Concertación (me sustraigo de hacer un análisis crítico aquí de los de la oposición que, por cierto, también no lo han hecho nada de bien) se han pasado toda la Administración Bachelet como el perro y el gato por imponer sus presidenciables y sus ególatras y presuntuosas agendas privadas, y, ¿alguien me puede indicar, por favor, cuál es su propuesta de gobierno, cuál es su programa para la etapa 2010-2014?

Resulta penoso enfrentarse a esta tosca realidad política, donde lo más notable es el deterioro en la calidad de la política. Pero esto es lo que hay. Y los países se conocen no sólo por sus crisis, sino más bien en cómo las solucionan. Y ya la Concertación  tiene una historia que contar con un final feliz en solucionar crisis; la más importante fue nada menos que derrotar a la dictadura y sentar las bases de un Estado de Derecho, entre otros logros.

Así pues y a falta de otro escenario, se espera valor político en la Concertación para transformarse, para aceptar que Chile lo han cambiado de pies a cabeza en una gestión que tiene sin duda muchas más luces que agujeros negros. Pero tendrá que apurar el análisis crítico para un diagnóstico certero de la nueva situación si se quieren crear estrategias que inhiban, anteponiéndose, una deriva política perversa e indeseable; porque una Concertación anclada en el inmovilismo puede convertir el escenario político en un caldo de cultivo idóneo para las opciones populistas, que están acechando, tanto de izquierdas como de derechas.

Pero si hacemos una disección aún más exhaustiva, según mi punto de vista, lo que ha estado erosionándose en estos últimos cuatro años no es tanto el desgaste de la Concertación, sino más bien lo que existe es un inmovilismo sistémico. Y el gran error de la Concertación fue no adelantarse a tiempo a esta estagnación de todo el sistema político-institucional; y por este (gran) descuido puede quedar muy deteriorada. Si no reacciona a tiempo.

Entonces, la pregunta precisa en este momento de definiciones y de movimientos estratégicos en el ajedrez político chileno, es: ¿Sufre la Concertación de un inmovilismo endémico e irreversible por el desgaste de 18 años ininterrumpidos administrando el poder? La respuesta aproximada es: sí y no.

En efecto, la estrategia política de la Concertación de llevar a cabo la transición a la democracia valiéndose de las propias armas de la dictadura, a saber, de su Constitución autoritaria, fue un ejercicio de ingeniería político magistral. En estos 18 años (20 cuando concluya el gobierno de Michelle Bachelet) este conglomerado ha gestionado, contra todo pronóstico, una democracia que pese a sus grandes imperfecciones por los enclaves autoritarios que heredó del régimen totalitario, una democracia ha menudo peligrosamente disfuncional, pero que le ha otorgado una energía asombrosa, cambiando el país en positivo si hacemos un balance desapasionado de estas dos últimas décadas.

La característica central o eje en el cual rodó este proceso de transición a la democracia, estuvo determinada por la política de los consensos entre el bloque concertacionista de centroizquierda y el bloque de derecha pinochetista, Alianza por Chile que, con un esfuerzo político recíproco muy singular, se logró la articulación de la gobernabilidad administrada por la Concertación.

Sin embargo, persisten y atraviesan estas dos décadas graves deficiencias en el sistema institucional chileno que no se ha ajustado a la política de los consensos y no se han podido eliminar o modificar.

Una de las principales falencias, que vacían peligrosamente de contenido la democracia, es el perverso sistema electoral binominal de elecciones que adultera el carácter democrático de todo el sistema, excluyendo a cerca del 12% del electorado. Las otras dos deficiencias, son el rechazo de la derecha de consensuar la inscripción automática de los ciudadanos en el patrón electoral – ¡más de dos millones de personas no votan! -, el voto libre, y la negación de otorgar el derecho a votar de  los/las chilenos/as en el exterior; este último, una vergüenza nacional que sonroja. Este cuadro de exclusión política masiva ha terminado deslegitimando la institucionalidad de la democracia y desprestigia las instituciones del Estado, principalmente una de las más importantes: el Congreso Nacional, que recibe el rechazo de nada menos que del 80% de la ciudadanía. El vértigo mismo.

En dos palabras: los diputados y senadores de la derecha pinochetista con su rechazo sistemático durante 18 años a la apertura democrática con el sólo afán de perpetuar los enclaves autoritarios del pinochetismo, que le benefician, tienen de facto (porque la derecha obtiene una representación popular artificial) y sine die secuestrada la tan necesaria y urgente apertura democrática. Esta crisis político-institucional que profundiza cada día el inmovilismo generalizado y que provoca la descomposición de todo el sistema, arroja una conclusión definitiva: el ciclo de los consensos políticos entre Concertación y Alianza de estos 18 años ha llegado a su fin, por lo menos a lo que reformas estructurales se refiere, que es lo que hay que hacer en esta etapa histórica del país

Así pues, el inmovilismo concertacionista es, en gran medida, el fin de un ciclo político dominado por la política de los consensos entre los dos bloques; este periodo ha dado ya todo lo que tenía que dar y ya no es la solución sino el problema, y es definitivamente inviable por su incapacidad para consensuar reformas de más calado estructural que reclama urgentemente la realidad actual del país.

El sistema político chileno está clausurado por este verdadero secuestro que ejerce la derecha pinochetista en el Poder Legislativo oponiéndose sistemáticamente a la apertura democrática que ha estado proponiendo la Concertación durante todo este largo proceso que ya alcanzan los 18 años. La exclusión política pervierte y pudre todo el sistema y arroja consecuencias, de mantenerse por más tiempo, devastadoras para Chile.

En esta atmósfera de asfixia institucional y fin de un ciclo de administración del poder basado en la política de los consensos, la Concertación se encuentra en una importante encrucijada: dejarse avasallar por este inmovilismo sistémico que ha ido dinamitando sus fuerzas, atomizando sus propuestas con un sinnúmero de agendas llenas de intereses personales en detrimento de los del país, y fraccionado sus lealtades y pactos, o, impulsar una refundación con un cambio drástico de estrategias para superar este ciclo de los consensos con la derecha pinochetista y explorar la enorme fuerza del murmullo bullicioso, del que nos habló la Presidenta Michelle Bachelet: de los millones de silenciosos/as que no votan, y ese 12% que lo hace pero se queda excluido del poder por el corrompido sistema binominal de elecciones.

El código genético de la era de los consensos con al derecha pinochetista, única salido al desastre de la dictadura y herramienta táctica en el juego político consensuado dentro del marco constitucional pinochetista que ha dominado esta etapa del primer cambio que ha consolidado la Concertación, es ya una receta para la  parálisis y el inmovilismo, por la inviabilidad de reformas estructurales progresistas, y sólo conlleva a profundizar un grave déficit de democracia que erosiona gravemente el sistema y lo condena a su total descomposición.

Algunas de las reformas estructurales que Chile reclama con urgencia son:

  • Reforma Tributaria Progresista que dote al Estado de los recursos económicos necesarios para financiar, en gran medida, la protección social universal en salud, educación y vivienda. No olvidemos que el Estado debe contar con entre el 25 al 30% del PIB para hacer viable un Estado verdaderamente solidario; ahora cuenta con apenas el 18%.
  • Nueva Ley de Elecciones que otorgue real representación a todo el arco político del país; con inscripción automática en el patrón electoral y voto libre, e inclusión de las/os chilenas/os en el exterior para que puedan votar.
  • Inclusión institucional de la mujer en el mercado laboral y en la arena política con cuotas de participación estipuladas en la ley.
  • Ampliación de los Derechos Civiles. Ley de Pareja Homosexual. Ley que sancione la discriminación por razones de género, raza, discapacidad y orientación sexual. Derecho al aborto. (Este derecho debe abordarse desde el punto de vista de la salud y no de la moral, ni menos desde una óptica religiosa; las personas creyentes, que no practiquen el aborto, pero no pueden obligar a los que no lo son a no hacerlo. Además, no hay que olvidar que  un 38% de mujeres muere por abortos ilegales que carecen de condiciones técnico-sanitarias y profesionales básicas; alguien tiene que hacerse cargo de este desastre, que sucede todos los días por culpa de fundamentalismos cavernarios.)
  • Política Medioambiental. Un Programa de Acción para hacer de Chile un país sustentable y con plena conciliación con su medio ambiente.
  • Destinar por ley el 1% de PIB en I+D+I. Sin esta apuesta por el desarrollo científico, Chile se quedará fuera del siglo XXI, anquilosado en el XX. Chile no puede perder esta oportunidad histórica.
  • Destinar por ley un porcentaje X del PIB para estimular la economía y su diversificación. La minería no puede continuar siendo el único “sueldo de Chile”.
  • Ampliación de políticas públicas orientada a minimizar la inequidad social y económica con la puesta en marcha de un Plan de Acción gradual que articule equitativamente el reparto de la riqueza.
  • Ampliación del Estatuto de los Trabajadores, institucionalizando el Diálogo Social y la Negociación Colectiva.
  • El diseño de una nueva Carta magna democrática, aprobada en Referéndum, que elimine definitivamente la herencia institucional autoritaria y antidemocrática heredada de la dictadura.

 

Algunas de las propuestas mencionadas aquí pueden ser parte de los artículos de esta nueva Constitución; porque de nada sirve predicar derechos si no se permite invocarlos frente a un tribunal.

Este bloque de reformas estructurales requiere, obviamente, de un quórum suficiente en el Poder Legislativo que permita materializarlo. Por lo tanto, para plasmar unas propuestas como éstas, la Concertación debe ampliar su fuerza electoral fuera de ella misma, hacia la izquierda extraparlamentaria (más a la derecha de la Democracia Cristiana, es inviable), y alcanzar un pacto instrumental electoral transparente, acotado y desideologizado con las fuerzas políticas extraparlamentarias que ilusione a la gigantesca fuerza silenciosa de más de dos millones de personas que no votan y que reclaman y claman en un bullicio hasta ahora distante, el Segundo Gran Cambio, que sólo un conglomerado como la Concertación, apoyado por fuerzas a su izquierda, puede conformar: democratizar plenamente el país, y crear un Estado solidario y moderno capaz de ofrecer protección social universal, que cohesione la sociedad, asegurando oportunidades para todos y todas por igual. Con la correlación de fuerzas actuales en el Poder Legislativo, un programa de reformas estructurales como éste, es absolutamente inviable.

Así, el gran error de la Concertación fue encerrarse en una especie de claustro sólo para cuatro residentes. La guerrilla interna dentro de este enclaustramiento es (casi) inevitable, más aún si llevan allí 18 años. Sólo han salido para pedir oxígeno en las elecciones presidenciales. Y este dato ya no se puede continuar discriminándolo, y hay que decirlo con todas sus letras: La Concertación ha gobernado dos décadas el país con los votos del partido Comunista, ya sea explícitamente con Patricio Aylwin y Michelle Bachelet o, implícitamente con los otros dos presidentes. Tanta generosidad política se debería recompensar de alguna forma, digo yo. Además, en el Programa de la Democracia Cristiana concilian varias propuestas con las del partido Comunista, como nada menos que el diseño de una nueva Constitución y modificar la estructura tributaria. Este acercamiento al partido Comunista no es un ingreso de éste a la Concertación, (como quisiera la derecha, por razones obvias), sino un pacto instrumental estratégico tan trascendental como el que se realizó para derrotar a la dictadura y que inició el Primer Gran Cambio; este pacto, tan importante como el primero, también apunta a cambiar el país en beneficio de las grandes mayorías e impulsar el Segundo Gran cambio; además, el partido Comunista tiene su propia propuesta política y no está disponible, y por cierto tiene todo el derecho, a sacrificarla o anularla con un ingreso a la Concertación.

Sin este pacto con las fuerzas políticas extraparlamentarias para desbloquear el inmovilismo sistémico que ha producido el estiramiento más allá de lo posible de lapolítica de los  consensos entre Concertación y Alianza, que ya dio (casi) todo de sí, puede producirse una involución, porque la derecha tendrá posibilidades reales de hacerse con el poder. En esta etapa posconsensos, pos Primer Gran Cambio, la realidad política del país y del sistema ya no está para continuar interminablemente quitándole pétalos a la margarita y acabar (casi) siempre en un compromiso insuficiente y pobre. O ninguno. Como es el caso del fin o la modificación del sistema binominal de elecciones.

Sin paliativos: La propuesta programática de la nueva Concertación para iniciar elSegundo Gran Cambio, debe representar una ruptura; debe ser un referente y una carta de navegación para el futuro. Debe no sólo refundar sus proyectos y propuestas políticas, sino que debe amoblar la casa concertacionista con muebles nuevos, y hacerle a esta casa un cambio de fondo, desde el logotipo hasta el ingreso en primer plano de las nuevas generaciones. Llevamos 20 años viendo los mismos rostros (esto no es privativo sólo de la Concertación; en la derecha sucede lo mismo, sólo que allí hay rostros esperpénticos que nos recuerdan todos los días quienes fueron, y son, los políticos que continúan apasionadamente defendiendo la barbarie pinochetista).

¡Basta ya! Hay casi ya dos generaciones que están en las sombras de la casa o afuera esperando que se abran las puertas y las ventanas para airear la casa concertacionista; una generación de calidad que sabe crear zonas receptivas con la ciudadanía, que es lo que necesita urgentemente la Concertación.

¡Basta ya! La viaja guardia debe hacerse a un lado y dejar que las fuerzas de las nuevas generaciones vayan gradualmente tomando las riendas del país. La viaja guardia ya hizo su trabajo. Y lo hizo muy bien, a pesar de este análisis severo y crítico: nos dejó una democracia (que hay que mejorar); un Estado de derecho y un desarrollo económico instalados y afianzados. Pero hoy es la hora del Segundo Gran Cambio y lo tienen que empezar a hacer las nuevas generaciones que están tanto dentro como fuera de la Concertación.

I I. ¿ES VIABLE UNA CONCERTACIÓN II?
Puestos a elegir entre los logros de la Concertación y para hacer un poco de historia, cabría destacar, primeramente, que esta coalición cuatripartita es un fenómeno inédito a nivel local y también mundial, por su capacidad de cohesión, su alto grado operativo y por su longevidad conservando un electorado casi intacto durante 18 años. Con este potencial, ha logrado la gobernabilidad del país después de la catástrofe de la larga dictadura; una gobernabilidad que ha pacificado al país y lo ha puesto nuevamente en el mapa mundial como una importante referencia democrática a tener muy en cuenta. Paralelamente, ha consolidado, con muchas dificultades por los enclaves autoritarios que dejó la dictadura, la democratización de las instituciones del Estado, sacándolas del desprestigio en que estaban sumidas, y otorgándoles una sólida legitimidad y credibilidad. A todo esto, se agrega una política económica –que en 18 años ha cuadruplicado la riqueza – con un fuerte contenido social que ha impactado positivamente, entre otros items, a la disminución notable de la pobreza: del 40 al 16%.  

Esta conciliación entre economía de mercado y una primaria universalización de las prestaciones sociales, en una tentativa de articular y plasmar un programa social de envergadura, es el mérito más destacable de la era concertacionista; ecuación complejísima de materializar, más aún en la coyuntura económica e ideológica actual, tanto local (por el componente opositor en gran medida de extrema derecha) como mundial, recargada de incertidumbres, cuyo colapso ha cristalizado hoy en la más grande crisis del capitalismo después de la Gran Depresión en la década de 1930.

Este bosquejo, muy general, de los logros de  la Concertación en lo que va de sus cuatro gobiernos es, sin ningún género de dudas, un avance a preservar.

Ahora bien, el apoyo electoral sostenido de que ha gozado la Concertación, se ha mantenido en cifras altísimas muy estables que sin el indeseable, por lo antidemocrático, sistema binominal de elecciones, herencia del autoritarismo y que la derecha pinochetista se ha negado sistemáticamente a su eliminación, la Concertación hubiese obtenido mayoría absoluta en las dos cámaras durante casi dos décadas. Y lo más insólito: después de 18 años en el poder, con todo el desgaste que esto implica, en la última elección Municipal, la votación en concejales (donde se vota políticamente y no por personas como en la votación de alcaldes), la coalición ha obtenido el 45.24% de los votos mientras la derecha sólo el 35.99%. Sin embargo, por vez primera en 50 años la derecha gana una elección, la de alcaldes, y supera a la Concertación con el 40.56% por 38.46%.

A pesar de este pequeño triunfo de la derecha, el capital electoral de la Concertación es un dato irrefutable y deja sin argumentos a los que, desde dentro y fuera de ésta, hablan del “principio del fin” “ceremonias del adiós” o de “colapso concertacionista” y es, sin duda alguna, extemporáneo y excesivo hablar del fin de la Concertación o que está en una etapa terminal; por lo menos el electorado, que es el que manda en democracia, pareciera que no lo percibe así. En este sentido, hasta aquí no hay ningún indicio de que el apoyo electoral de la Concertación se haya resentido gravemente: la Concertación no ha sufrido en su conjunto, hasta ahora, ninguna debacle electoral. La disolución de ésta sería, entonces, un suicidio político de consecuencias impredecibles, y una demostración de falta absoluta de las proporciones y, en ningún sentido justificable y menos responsable políticamente.

Por todo lo anterior, de lo que se trata ahora, más bien, es tener una mínima lógica basada en los datos empíricos, además de escuchar “el murmullo de la gente” como nos lo indicó Michelle Bachelet, y ajustar y afinar el sentido común en el debate sobre la refundación de la Concertación, impulsando un programa progresista de reformas estructurales que desbloqueen el inmovilismo, no tanto y sólo de la Concertación, sino de todo el sistema.

El problema de la Concertación, entonces, no son los números electorales – afortunadamente, ya que de ser así esta coalición sería sólo una máquina para alcanzar el poder sin ninguna visión de país -, sino que ha llegado la hora de redefinirla, reformularla, refundirla.

En efecto, en los cuatro últimos años han comenzado a aparecer zonas conflictivas, como las dificultades de articulación y materialización de sus propuestas en el Congreso por sus propios parlamentarios; una especie de antropofagia política entre los partidos que la componen -consagrada en la expulsión del senador DC Adolfo Zaldívar de su partido- que ha terminado maximizado los conflictos internos y  levantando ampollas en las lealtades.

Pero pareciera que el mayor problema de la Concertación es la falta de una visión de futuro, partiendo de la situación actual del país, y su incapacidad para levantar una propuesta lo suficientemente ilusionante a medio y largo plazo. Este escenario vacío de nuevos proyectos, convoca a mirar a la Concertación como una coalición atrapada en el inmovilismo provocado por el desgaste de 18 años en el poder.

Este problema debe reconocerse bien para poder enfrentarlo mejor, y, lo más importante, para ir ya delimitando el debate: crear los mecanismos para separar el conflicto, y cualquier otro de la Concertación y de sus partidos, y la praxis de su gobierno.

En cuanto a esto último, nada justifica hasta ahora la modificación de la agenda de prioridades del gobierno de Michelle Bachelet, a pesar de la actual megacrisis del sistema capitalista; el catálogo de prioridades es clarísimo. El debate de la refundación de la Concertación no debería funcionar en detrimento de la praxis del gobierno, y, deberían crearse los instrumentos para inhibir todo obstáculo que impida que el gobierno lleve a buen puerto su programa, independientemente de si la Concertación está incubando una refundación estructural o programática o no, lo que, se entiende, debería servir más bien como un estímulo para el gobierno que como un impedimento: la materialización y éxito del programa de gobierno de Michelle Bachelet depende, en gran medida, de que se pueda rediseñar una nueva y renovada Concertación.

Este conglomerado que nació como una coalición histórica para sacar al país del autoritarismo y afianzarlo en la democracia, lamentablemente, no  ha resuelto los graves problemas de que adolece la democracia chilena, y algunos enclaves autoritarios heredados de la dictadura están aún intactos, principalmente el sistema de elecciones binominal (y, por supuesto, la Constitución del 80). No se puede achacar sólo a los gobiernos de la Concertación el no haber resuelto este problema crucial, pero sí no haberlo intentado con suficiente ahínco. A pesar de los pasos operativos de importancia que se han dado en esta materia, no ha sido posible consensuarlo con la derecha que se ha negado sistemáticamente a su eliminación. Porque no es posible, bajo ningún concepto, posponer el fin del sistema binominalsine die, porque Chile no puede continuar teniendo poderes de facto que vacían de contenido su democracia y peligrosamente la deslegitiman. Este es el mayor agravio al país y a los electores de la Concertación durante 18 años.

Superados los enclaves autoritarios y cerrando esta etapa histórica, la Concertación debería examinar en profundidad una posible Concertación II a partir de 2010. Ésta debería tener como finalidad, en el mediano y largo plazo, democratizar la democracia e institucionalizar la solidaridad. ¿Qué se quiere decir con esto? Nada más ni nada menos que la democratización y solidarización económica y social del país en beneficio de las grandes mayorías. Esto es, crear los mecanismos, tanto políticos como económicos, para la distribución justa de la riqueza; o sea, la conciliación de una política económica de liberalización con una política social aún más cohesionada. Acentuar la fórmula que hasta ahora ha desarrollado la Concertación: liberalización de la economía, quitando barreras pero sin discriminar los controles adecuados, para así estimular la economía, y, paralelamente, propiciar una política social mucho más activa, capaz de universalizar las pensiones, la sanidad, la vivienda y la educación. Para lograr esto, sería necesario agregar una política fiscal gradualmente progresiva anual, basándose en los estándares de los países desarrollados en esta materia. En una palabra: redistribuir bien y más la riqueza y no la pobreza, para sacar a Chile del subdesarrollo y convertirlo en un país desarrollado, justo y solidario.

En esta Concertación II, sería esencial, además, tratar de crear un gran pacto político o instrumental lo más amplio posible, por encima y por debajo de las ideologías y doctrinas más que en uno sólo partidista, de tal forma que el proyecto cristalice más bien en el sentido común de alcanzar el bienestar de la repartición de la riqueza. Así pues, una conducta política productiva para poder llevar a cabo un proyecto de esta envergadura, sería agregar más colores al arco iris, por dentro y por fuera, no sólo partidos políticos, sino también organizaciones sociales, ONG:s y el enorme y bullicioso mundo silencioso que se sustrae de la vida política, y que son más de dos millones de personas, y ese 10/12% de la coalición Juntos Podemos que no pueden entrar al Parlamento por el antidemocrático sistema electoral binominal.

Para que esta apertura al mundo social y político fuera de la Concertación sea viable, la coalición precisaría instrumentalizar una verdadera flexibilización ideológico-partidista, de tal forma que puedan tener espacio otros ámbitos políticos y sociales tanto dentro como fuera de ella; y cuya única “exigencia” para participar en este nuevo  proyecto político sería tener una verdadera vocación democrática y poseer como principio supremo y solemne la democratización total del país, el fin de la exclusión política, e institucionalizar la solidaridad para sacar al país del subdesarrollo, discriminando positivamente los intereses partidistas o corporativistas.

Esto último implica sumar desde fuera de la Concertación y nunca como hasta ahora lo han hecho sus partidos: actuar en forma crecientemente unilateral, llegando a grados y extremos preocupantes en sus intentos por ensanchar sus colores dentrodel arco iris, lo que ha socavado los esfuerzos por sumar desde fuera de la Concertación. Esta práctica partidista, muchas veces agresiva, es una forma poco operativa de organizar la convivencia y debería desterrarse de la Concertación, ya que sólo la deslegitima frente a su electorado y frente al país por primar en esta errada estrategia sólo un fuerte síntoma de hambruna partidista-electoral que, en definitiva, no suma desde fuera de la Concertación, sino que el mismo electorado concertacionista se traslada de una tienda política a otra; además de abonar el terreno para una verdadera guerrilla interna.

En fin; esta coalición histórica, y ya prácticamente convertida en un conglomerado-Estado, nos guste o no, ha permitido la gobernabilidad y ha sacado al país, sin grandes traumas sociales, del totalitarismo a la democracia. No hay en la actualidad ninguna otra fuerza política capaz de llevar a cabo el Segundo Gran Cambio que reclama el país: sacarlo del subdesarrollo creando un aparato moderno de protección social que cohesione la sociedad y, democratizar la vida política con una nueva Carta magna donde se diseñe un nuevo sistema electoral, entre otros ítems fundamentales. El otro conglomerado, la derechista Alianza por Chile, hija heredera del pinochetismo, demagógicamente propone el “cambio”, pero en realidad representan la involución. Fueron gobierno de facto durante diecisiete años y medio, y son responsables políticos de las violaciones a los derechos humanos más fundamentales, como la vida, durante todo ese período. Actualmente, no proponen otra alternativa nueva que el mismo neoliberalismo salvaje y excluyente de siempre  sin ningún programa social de envergadura; propuesta, por cierto, pulverizada con la crisis financiera global del mercado desregulado, matriz de la política económica de la derecha chilena, una de las más fundamentalistas de este planteamiento; una crisis que es  la consecuencia de un modelo económico especialmente propiciado por esta misma derecha en el pasado y que ahora se presenta, paradójicamente, como paradigma del “cambio”.

Es, entonces, en una nueva y refundada Concertación II donde deberían concentrarse todos los esfuerzos para  potenciar un nuevo proyecto político, que es, si se hace un análisis objetivo y se incluye el enorme murmullo de más de dos millones de silencioso bullicio marginado y (aproximadamente) el 10/12% del bloque Juntos Podemos, absolutamente viable. Porque, para materializar reformas estructurales, es urgente alcanzar el quórum necesario en el Parlamento para llevarlas a cabo; principalmente diseñar una nueva Carta magna que entierre la autoritaria que se heredó del totalitarismo pinochetista. Si no se puede proponer a la ciudadanía un proyecto progresista  de cambios estructurales, tanto en lo social como en lo político y económico, y convocar a un pacto instrumental con las fuerza extraparlamentarias que permitan el quórum necesario en el Congreso para materializar estas reformas impostergables, la Concertación terminará arando en el mar.

Jaime Vieyra-Poseck

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