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Capitalismo neoliberal: mercadocracia versus democracia.

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 05/10/2012

Publicado también en elquintopoder.cl
y elmostrador.cl

 

La mercadocracia, un neologismo creado bajo el neoliberalismo, podríamos definirla como una minoría con hegemonía económica que ejerce el poder de facto sobre todas las instituciones del Estado y desnaturaliza la representatividad democrática de las mayorías.

En rigor, la mercadocracia ya tiene más de treinta años de existencia desde que Ronald Reagan y Margaret Thatcher implementaran el neoliberalismo a principios de la década del 80. En el caso chileno, se impuso en la segunda mitad de los 70′, manu militari, por la dictadura de A. Pinochet, inaugurando un nuevo paradigma económico y político en Chile y en el mundo.

En dos palabras, el neoliberalismo es la minimización obsesiva del Estado, institución esencial de la democracia liberal que gestiona el bien común, hasta convertirlo en una institución anoréxica (casi) con una sola finalidad: resguardar los intereses corporativistas del mercado. El neoliberalismo ortodoxo, como el chileno bajo la dictadura, privatiza los servicios públicos estatales: educación, salud, pensiones, etc. y maximaliza la esfera privada hasta convertirla en el Poder, con mayúscula, que controla y regula toda la actividad económica, política y social, restringiendo la democracia del estado liberal hasta ser reemplazada por una mercadocracia corporativista como receta económica y social única.

Ahora bien, sin entrar en detalles de las causas y efectos de las crisis financieras y de corrupciones apocalípticas sistémicas y sintomáticas del neoliberal mercadocrático en el mundo, y de la macro riqueza que ha creado este sistema, lo que me interesa aquí, es destacar un efecto muy poco explorado y que es tan o más determinante que los demás: el trastorno del sistema democrático liberal bajo el neoliberalismo por la imposición de facto de la mercadocracia.

La desnaturalización de la representatividad democrática por la mercadocracia, ha sido tan corrosiva como letal para los derechos sociales y económicos más esenciales de los ciudadanos, que un estado democrático debe garantizar: salud y educación de calidad y universal; derechos elementales pero que la mercadocracia ha sido incapaz de garantizar.

El colapso de estos derechos, columna vertebral de la democracia liberal que nace con la Ilustración, ha dejado al estado democrático desautorizado de la confianza pública. La democracia se erosiona temerariamente por perder el estado su capacidad de distribuir los derechos garantizados arrojando a la democracia a una crisis sistémica de credibilidad y legitimidad crónica. Lo que está en juego, en última instancia, es la tradición del pensamiento liberal ilustrado: la democracia, la igualdad y la fraternidad, que ha sido el vivero del progresismo democrático durante los dos últimos siglos.

Por otra parte, el crecimiento permanente de la economía que promueve el neoliberalismo mercadocrático para provocar, según este sistema, el “chorreo” de la riqueza a las capas bajas en forma natural, no es real; sí se produce por la implementación de políticas públicas de equidad gestionadas desde la esfera pública de la política, a saber deste el estado. Pero lo que sin duda sí se ha producido, es una acumulación de riqueza sin precedentes en pocos conglomerados económicos, creando una desigualdad de dimensiones inéditas en detrimento de las grandes mayorías.

Así pues, la consecuencia más tangible de la mercadocracia en más de treinta años de existencia, ha sido, en los países desarrollados, la gradual privatización y desconstrucción de la Sociedad del bienestar, reduciendo el estado y, en los países emergentes, como Chile, la obstrucción deliberada y sistemática al menor intento en su construcción, como se comprueba en el gobierno reformista de Michelle Bachelet. El neoliberalismo desestima, en los dos casos, el consenso transversal de que la Sociedad del bienestar es la mejor infraestructura de justicia social, hasta ahora conocida, para vertebrar sólidamente la cohesión y la paz social.

La imposición de facto de la mercadocracia, ha encendido todas las luces rojas en las izquierdas y en las derechas liberales. La conclusión, es que el neoliberalismo y su mercadocracia no es un renacimiento del liberalismo ilustrado, como planteó la derecha en un momento y las izquierdas no lograron refutar, sino su aniquilación, y es, más bien, una patología del liberalismo ilustrado.

En efecto, los resultados generales de este sistema no son alentadores. Pero la realidad no es nunca tan simple y esto hay que matizarlo. Porque si estamos hablando de repartición de la riqueza, es porque el neoliberalismo la ha producido en un volumen sin parangón y en tan poco tiempo. No obstante, este sistema fulmina la democracia reemplazándola por la mercadocracia de facto; crea una desigualdad social de dimensiones inimaginable, y su modus operandi tiende a una corrupción sistémica, provocando crisis como la de 2008 en EE.UU. y de la eurozona en Europa desde el 2010, aún sin solución.

Según un estudio presentado el 15 de junio de 2015 por el Fondo Monetario Mundial (FMI), una institución no precisamente de tendencia izquierdista, el 1% de la población más rica del planeta concentra el 50% de la riqueza global y, advierte en concordancia con la OCDE, que la cesantía y el bajo poder sindical aumentan la desigualdad social, atrofiando el crecimiento económico, y, por último, alertan de que la brecha entre ricos y pobres lastra el PIB mundial (y local).

El caso chileno confirma la alarma del FMI y a la OCDE: el 1,11% más pudiente se lleva el 57,7% del ingreso total del país, mientras el 98,8% de la población recibe sólo el 42,3% de la totalidad del ingreso (R. López, E. Figueroa, P. Gutiérrez, La ‘parte del león’ …, Universidad de Chile: 2013). Esta desigualdad a nivel mundial y local ha producido bolsas gigantescas de “pobreza dura”, los cesantes sin ingreso alguno; y de “pobreza relativa”, los que teniendo trabajo viven por debajo o al borde del umbral de la pobreza (A. Sanfuentes, Debates acerca de la pobreza «dura». CES. Chile: 2004). En Chile el 70% de la población vive bordeando la pobreza relativa por recibir un sueldo por debajo de 426.000 pesos/mes, mientras el 11% sufre la pobreza dura.

La reforma laboral que propone la Administración Bachelet, otorga a la negociación colectiva la herramiena esencial para mejoras salariales, acogiendo la recomendación del FMI y de la OCDE para potenciar el sindicalismo y así minimizar la desigualdad y mejorar el desarrollo económico. Sin embargo, verificando lo antes expuesto aquí, la derecha neoliberal chilena y su aliada histórica, la cúpula empresarial, está obstruyendo sistemáticamente la implementación de esta reforma laboral.

Para corregir esta desigualdad insostenible, los ciudadanos exigen no sólo la gobernanza global de una democracia participativa, sino también el control político del mercado desregulado y su mercadocracia de facto, para alcanzar una relación simétrica entre mercado-esfera privada y estado-esfera pública. Y, obviamente, se exige la sanción punitiva a los corruptos de las Wall Streets mundiales que institucionalizan la corrupción y la desigualdad a favor del 1% de la población en perjuicio del 99%. La tarta se crea entre todos y todas y por eso debe ser repartida en forma equitativa.

Chile exige, además, que las cúpulas de los grandes conglomerados económicos que han financiado la corrupción, tanto empresarial como política, deben ser aisladas y sancionadas severamente para detener su estigmatización, y poder, así, regenerarlas.

Si las crisis tienen un componente positivo, toda vez que ofrecen una oportunidad que, en el mejor de los casos, puede ser beneficiosa para una renovación de la democracia, la devastadora crisis política de credibilidad y legitimidad que padece Chile en este momento, es la gran ocasión. La inclusión en la Administración Bachelet de una quinta reforma estructural –junto a la tributaria, educacional, laboral y constitucional– la Agenda por la Probidad que, entre otros ítems, propone el financiamiento estatal de la política y el fin de la empresarial, ya ha recibido apoyo transversal en las dos Cámaras. Sin duda, la regeneración de la probidad en Chile pasa por la aprobación integral de esta Agenda por la Probidad.

Las otras cuatro reformas estructurales, democratizan el sistema tributario, educacional, los derechos laborales y la institucionalidad -con el diseño de una nueva Constitución-reformas estratégicas para el desarrollo económico del país, cambian parámetros excluyentes del sistema neoliberal chileno. La plasmación de estas reformas mejora la distribución de la riqueza y del poder, abriendo otro ciclo político y económico con más cohesión y justicia social, garantizando la paz social.

Pero para alcanzar ese nuevo ciclo, en Chile y en el mundo, habrá que parafrasear la máxima del máximo gurú del neoliberalismo mercadocrático, Ronald Reagan: El estado no es la solución, sino el problema; por: El mercado (desregulado y su mercadocracia) no es la solución, sino el problema.

Jaime Vieyra-Poseck

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