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Concertación: división y miopía política

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 28/06/2009

El fenómeno del desprecio a las instituciones de la democracia es global y se debe a una fractura sistémica del capitalismo neoliberal: a la desigualdad social, que ya hemos tratado en otros artículos. Pero en Chile se da con una agudización y virulencia extremas, especialmente entre los jóvenes que no ven un futuro viable por la gigantesca desigualdad en la repartición de la riqueza y del ingreso. Ven a sus madres y padres que, a pesar de tener un trabajo, viven al borde de la pobreza por los sueldos miseria que reciben; ven un sistema de salud público humillante y de mala calidad; unas pensiones de miseria; ven una educación pública carcomida y devorada por la privada y de muy mala calidad, y gran parte viven, además, en viviendas sociales indignas, literalmente hacinados.

Si bien es cierto que el neoliberalismo ha sacado de la pobreza a millones de personas en estos  ya 20 años de Administraciones concertacionistas, creándose un clase baja, el ascensor social no funciona para la próxima generación con los ropajes que actualmente tiene tanto la institucionalidad (la Constitución pinochetista) como por el neoliberalismo  que crea una desigualdad social estructural que, salvaguardado por esa institucionalidad, impide hacer las reformas que mejoren la distribución de la riqueza y del ingreso.

Por otra parte, este inmovilismo sistémico es, en primerísima instancia, la causa de la atomización de la Concertación. El desmembramiento de la coalición gobernante no se debe exclusivamente al “agotamiento” de dos décadas en el poder como sostienen sus cuatro candidatos presidenciales descolgados de este conglomerado. Sin desconocer que tanto tiempo en el poder cualquier coalición pierde fuelle y requiere de una reformulación y renovación. El apoyo ciudadano de entre un 60 y 70% a la Administración Bachelet, podría, en un primera lectura, echar por tierra la hipótesis del agotamiento concertacionista. La óptica que se ha usado para el análisis político sobre los descontentos  y autodesprendidos de la Concertación no se ajustan enteramente a esa hipótesis.

Así, el inmovilismo sistémico, más bien, se ha producido por el sistema binominal de elecciones y la Constitución de la dictadura que ha impedido llevar a cabo las reformas de gran calado que necesita el país en esta etapa histórica. La fractura concertacionista no es por una parálisis política producido al interior de este histórico conglomerado, sino por la representación espuria de la derecha pinochetista en el Parlamento alcanzada sólo por el sistema binominal de elecciones; una sobrerrepresentación destinada  (sólo) a  la obstrucción total de reformas estructurales, entre ellas, y la más determinante, poner fin del sistema binominal de elecciones y jubilar la Constitución pinochetista.

Si la derecha ha utilizado el sistema binominal, entre otros usos estratégicos, para minar la unidad de la Concertación y, así, allanarse el camino más expedito hacia La Moneda, habría que reconocer que ha tenido éxito. No obstante, en un esfuerzo político de gran envergadura, la Concertación y el conglomerado de izquierda, Juntos Podemos Más, excluido del Parlamento por el sistema binominal, han logrado un pacto instrumental para acabar con su exclusión en el Poder Legislativo de al menos el 7-12% de un electorado que pide también acabar con el inmovilismo político y que propone, igual que la Concertación, reformas estructurales como una nueva Constitución auténticamente democrática y la consolidación e institucionalización de la justicia social. Este pacto, sin duda, es una oportunidad histórica y única para desbloquear el inmovilismo político sistémico producido por la institucionalidad heredado de la dictadura.

No obstante, la atomización de la Concertación se produce, incisivamente, en un momento crucial para poder minimizar la exclusión social a través de reformas estructurales inaplazables. Sobre los “díscolos” de la Concertación, que han provocado su fragmentación, cae el peso de la responsabilidad política histórica de convertirse en el Caballo de Troya de la derecha para alcanzar el Poder Ejecutivo. Pero también sobre la propia Concertación que no ha sabido dialogar y menos reencantar a parte de su electorado, perdiendo apoyo por su izquierda y por su derecha.

Si la ultraconservadora Coalición por el Cambio (ex Alianza por Chile) gana la Presidencia, perpetuará el inmovilismo político y pondría en serio peligro la (incompleta) justicia social que han logrado plasmar, contra viento y marea, los cuatro gobiernos concertacionistas, sacrificando con ello la paz y la cohesión social. La derecha no tiene en su ADN la repartición de la riqueza y del ingreso en forma equitativa. Más bien todo lo contrario: profundizarán las desigualdades y la exclusión social atomizando aún más las fuerzas productivas a través de la individualización y privatización de la protección social. La derecha pinochetista sólidamente unida, estimula la desunión de la centroizquierda para vencer.

Mientras, la centroizquierda y la izquierda regalan su desunión para perder.

Jaime Vieyra-Poseck

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