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El dedo histórico en La Moneda

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 24/04/2000

Publicado también en Primera Línea
(La Nación)

 

Han transcurrido ya quince años de dictadura. Estamos en el imperio del autoritarismo cívico-militar más represivo. Todo está supeditado y enrarecido por la violencia ilegal del Estado. No se puede hablar libremente sin sentir el miedo de ser delatado por algún “soplón”. El dictador y su Constitución continúan administrando la institucionalidad del país con la fuerza de las armas.

Desde 1973 a 1988, Chile pasa de ser una referencia democrática en América Latina, a tener una de las dictaduras más brutales del continente y de su historia. “No se mueve ni una hoja en Chile sin que yo lo sepa”, es una de las máximas del dictador que hace tiritar las piernas de todo Chile. Quince años que convierten el país en un campo de concentración, con tortura y asesinatos políticos sistemáticos y exilio masivo, convirtiendo Chile en una autocracia sin precedentes en su historia. El trauma social es inabarcable. En este escenario político, la dictadura se ha hecho con un marco institucional consagrado en una Constitución hecha à la carte para el dictador y ratificada en un referéndum el año 1980, sin ninguna garantía de imparcialidad.

En política económica, Chile se convierte en un laboratorio como primer país del mundo, antes de EE UU y Gran Bretaña, en implementar el neoliberalismo, con su padre, Milton Friedman, monitoreándolo in situ. Los datos duros después de quince años de dictadura neoliberal salvaje son: un 38% de pobres y dentro de esta cifra, un16% de indigentes; una clase media, otrora poderosa y orgullo del país, en un estado paupérrimo. Hay sí, una élite, un 1,01 por ciento de la población que se ha enriquecido a la sombra de la dictadura, haciéndose con las empresas públicas vendidas a sumas simbólicas en un proceso de privatizaciones que han puesto los derechos en salud, educación y pensiones en manos privadas, convirtiéndolas en otro producto más de lucro y consumo. Son la corte del dictador, es el gran empresariado fanáticamente ideologizado que, obvio, defiende con pasión la dictadura.

Pero las sucesivas crisis económicas, la pobreza lacerante y el cansancio de tanta represión, ha tenido los resultados que todo sistema de injusticia social y violencia institucionalizada produce: se pierde el miedo y las calles desde la segunda mitad de la década han comenzado a ocuparse en manifestaciones masivas contra la dictadura. Es un movimiento social de gran envergadura con una dirección política que termina de cuajar en La Coalición de Partidos por la Democracia, compuesto por los partidos Socialista, Radical, Demócrata Cristiano, Humanista y un sinnúmero de pequeñas agrupaciones.

El plan de acción político de la dictadura, arrastrada por la potencia de la oposición que exige el retorno a la democracia, es llamar a un plebiscito el 5 de octubre de 1988 para ratificar, o no, al dictador por ocho años más en el poder. Es el histórico plebiscito del Sí o el No a la perpetuación de la dictadura o la recuperación de la democracia.

En este contexto político, el 25 de abril de 1988, a seis meses del plebiscito, Ricardo Lagos, un opositor socialdemócrata a la dictadura, se prepara para intervenir en el programa de televisión, De cara al país, de Canal 13, dirigido por la conocida periodista Raquel Correa. Un programa “chequeado” por la censura y que entraba en las “concesiones” a la oposición que hacía la dictadura para darle un barniz democrático al plebiscito, pero más que todo, presionada al máximo por la revuelta en las calles exigiendo el retorno a la democracia.

La periodista hace una pregunta general a todos los invitados: “¿cuál puede ser la consecuencia del plebiscito?”, y ofrece primero la palabra a Ricardo Lagos, que dice: “La noche del triunfo del No es el inicio del fin de la dictadura”. Así se inicia un corto discurso que cambiaría la historia de Chile al modificar la percepción colectiva de la dictadura, dominada por el miedo a la barbarie de la violencia; un discurso de sólo un minuto y 49 segundos históricos. Mirando de frente a la cámara y con el dedo indicándola le habla directamente a Pinochet: “¡Hablo por 15 años de silencio! (…) usted, señor Pinochet, le promete al país otros ocho años con tortura, con asesinato, con violación de derechos humanos. Me parece inadmisible que un chileno tenga tanta ambición de poder para pretender estar 25 años en el poder”. La firmeza en la mirada directa a la cámara dirigiéndose a Pinochet, y el dedo índice acusador del demócrata Ricardo Lagos, cambió la historia de Chile. Nunca en quince años alguien se había atrevido a enfrentarse de esa manera al dictador. Este discurso no lo escuchó y vio sólo Pinochet y los chilenos, sino el mundo entero.

Ricardo Lagos ofrece este discurso dentro de un contexto político que hace casi imposible su encarcelamiento. El régimen no se pronuncia y guarda un silencio total. Esta reacción de la dictadura no es una sorpresa. Su enorme desgaste político por la imponente capacidad del movimiento social durante toda la década y su (infrecuente) preocupación en los últimos años por su imagen externa, hicieron que esta vez Lagos se librara de la cárcel, que ya la había visitado en esa larga noche, motivado por el nerviosismo excesivo del régimen, después del atentado frustrado contra el dictador por el Frente Manuel Rodríguez. Sin duda, Lagos ya lo sabía, lo que no le resta a su discurso ni su épica ni su valentía. El dedo acusador y justiciero de Lagos era posible sin caer preso. Pero hasta ese día nadie se había atrevido a levantarlo.

El error de toda dictadura es infravalorar la capacidad de resistencia de los oprimidos. Este error va siempre acompañado del dilema intrínseco de toda dictadura: la dicotomía entre verdad versus mentira. La verdad acrisolada es siempre la democracia y la mentira abyecta, la dictadura. Pero para alcanzar en Chile la democracia acrisolada de verdad, se necesita de un pragmatismo político determinado por un sistema vinario de lo posible versus lo imposible políticamente que terminó siendo el modus operandi de la Transición Chilena a la Democracia, que aún no concluye después de diez años de posdictadura, y que inició el dedo histórico de Lagos.

Para acabar con la dicotomía verdad-democracia versus mentira-dictadura y para que triunfe plenamente la primera, se requiere, fuera de precisión de valores e integridad para abordarla, la eliminación plena de la mentira-dictadura, imposible en la Transición Chilena a la Democracia con el dictador y su aparato represivo intactos. Mientras la dualidad entre lo posible versus lo imposible políticamente ofrece la flexibilidad necesaria para hacer viable la gobernabilidad posdictadura made in Chile: para derrotar (que no derrocar) a la dictadura y después hacer posible la gobernabilidad, se elabora una ingeniería política de precisión y exactitud pragmática que muchas veces oscila, equilibrándose en la cuerda floja ―sin red―, entre un pragmatismo cínico por la estratégica marginación de ideales políticos y, al mismo tiempo, poder defenderlos sin caer en los fanatismos: este dilema hace viable la dualidad entre lo posible versus lo imposible políticamente que ha marcado hasta ahora la Transición Chilena a la Democracia.

El dedo histórico de Lagos en 1988 ya estaba dentro de lo posible. Y aún en el 2000 continúa siendo la única fórmula de hacer política en Chile, porque el ex dictador ―aunque muy maltratado políticamente después de su arresto domiciliario londinense―, y toda su institucionalidad, están en plena vigencia.

Mientras, el dueño de ese dedo histórico entra a La Moneda como Presidente de la República de Chile el día 11 de marzo de 2000 hasta el 11 de marzo de 2006.

Veremos cómo este dedo histórico administra el poder, dentro de lo posible.

Jaime Vieyra-Poseck

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