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Joaquín Lavín y su playa sin mar

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 22/05/2003

Publicado también en Primera Línea
(La Nación)

 

Con la pretendida capacidad del cosismo que, se supone, produce una experiencia absorbente; con el invento de una estupefaciente sensación, moviéndose siempre al borde de la parodia; con la sublimación de los mecanismos para fabricar sobredosis de alucinación que crea ―con enorme eficacia manipuladora― una atracción irresistible; con la ritualización de un refinamiento tan descarado como increíblemente seductor, con todos estos elementos, el político-cosista prestidigitador, Joaquín Lavín, se ha sacado de la chistera una playa artificial, sin mar, la cual raya la apoteosis del cosismo y se consagra como su mejor monumento político. Hasta ahora.

Lavín, el político de la derecha pinochetista, que confiesa ser apolítico, renace después de la derrota en la elección presidencial frente al socialista Ricardo Lagos por un mínimo margen de votos, ganando la alcaldía de Santiago.

No hay que tener mucha sutileza para comprobar la característica intrínseca del cosismo: una visión de la política y de los electores esencialmente humillante. Esta playa artificial sin mar perfila con agudeza la culminación, de modo inequívoco, de una concepción ―o quizá sea mejor decir―, percepción del electorado y, más aún (no se asusten) del ser humano, lo cual no es poco. Hasta ahora, nadie se ha atrevido a definir cabalmente el concepto, made in Chile, cosismo, que nos ha perseguido los últimos años en el Chile posdictadura, y que proviene de las fuerzas políticas que sustentaron la tiranía pinochetista.

Lo intentaremos. El cosismo se podría definir como la acción política ilusoria (qué mejor ejemplo que una playa artificial sin mar), sin fundamento, fútil, y que lleva en su génesis un esfuerzo de manipulación a gran escala que pretende proveer de un entretenimiento fatuo, vanidoso e engreído, y que tiene una característica muy sumergida: su presuntuosidad.

Y la presunción, como sabemos, es el defecto de los necios. Pero lo que más define al cosismo político, y por eso desconcierta a los pensantes, es que, a pesar de ser carnoso, no posee huesos ni sustancia y, menos alma. Por esta razón, sustenta una concepción del ser humano degradante por lo simplón.

Y como el cosismo es un fetiche que impide pensar, se transforma en una especie de camisa de fuerza para el pensamiento. En efecto, el itinerario al que nos invita a circular el cosismo político es de vértigo, difundido a los cuatro puntos cardinales por el duopolio comunicacional de la derecha lavinista-pinochetista, estas son algunas de sus maravillas: Lavín manda aviones que inyectan sustancias químicas a las nubes de la rica comuna Las Condes para producir lluvia artificial en épocas de sequía (por cierto, sin resultado); Lavín convierte piletas en piscinas en temporada veraniega para los niños pobres; Lavín instala botones de pánico en calle Ahumada para alentar la histeria colectiva sobre la delincuencia, tema preferido de todos los noticieros del país y sustancia inequívoca en el argumentario de las derechas difundido por el duopolio comunicacional un día sí y el otro también; Lavín pone a circular triciclos que pasean a personas por esa misma arteria y, su obra cumbre: la playa artificial sin mar.

Sin ningún género de dudas, esta forma de hacer política adolece de una visión del ser humano perversa en todas sus dimensiones, contrariamente a lo que pretenden hacer creer los especialistas en imagen de Lavín. El cosismo de este político son meras puestas en escena cuya eficacia es medida con el crudo lenguaje de la publicidad dura y sucia en una sociedad sólo mercantil, con el único afán de alcanzar la mayor difusión visual posible para poner al cosista ―Lavín― en el primer plano de la noticia.

Condenado a crear siempre artefactos políticos cosistas, cuyo impacto reproduce el duopolio comunicación derechista, Joaquín Lavín se presta para un ejercicio de degradación de la política, obligado a reponer en matiné, vermouth y noche en escena sus cosismos, simplificando la realidad a nimiedades sin contenido y sentido. Esta forma de subpolítica del cosismo funciona en detrimento de los problemas reales que tiene la gente. Porque, ¿a qué padres les interesa una playa artificial sin mar si sus hijos carecen de cobertura social en salud y educación?

Esta visión simploide de la capacidad del ser humano político (y todos los somos al ser miembros de una sociedad) que sustenta el cosismo, es en realidad un verdadero insulto a la inteligencia y son indignos en un país con formación política y civil que pretende ser desarrollado y que posee más que modestísimos niveles de bienestar social.

En la playa artificial y sin mar de Joaquín Lavín no se ve un verdadero interés por los problemas reales de Chile, sino una cruel infravaloración y un desprecio por la gente que, para el cosismo son menores de edad ya que su discurso y puestas en escena la infantiliza; pareciera querer llevarla de la mano a votar… por la derecha (pinochetista; lamentablemente la única que hay en el país).

Esta playa artificial y sin mar que nos ofusca, es una muestra apabullante del absurdo total. Es, además, una nueva tentativa para aniquilar una genuina forma de hacer política, la cual queda prácticamente exterminada en su esencia por la desfachatez a toda prueba de la tontería arbitraria y por la agresión degradante al ser pensante (todos los electores) por contener una acción manipuladora por donde se la mire.

Las consecuencias de esta forma de hacer política y para el Chile pensante serán devastadoras: de entre los despojos de las ruinas de la forma genuina de hacer política no se podrá salvar nada si el cosismo termina definitivamente por imponerse y lodazar toda la política.

Esta playa artificial sin mar está ubicada al borde del río Mapocho, en el cual ”se avergüenzan de mirarse las estrellas”, según poetizó Neruda. Este río cruza toda la geografía física de Santiago y, también, la humana, desde las zonas más ricas hasta las más pobres, o viceversa, según de donde se venga. Pero la mayor parte de la geografía humana por la que cruza este sucio río es de una pobreza tan omnipresente como apabullante. Ahora la derecha les ha puesto en una de sus orillas una playa artificial sin mar para que los pobres entretengan su pobreza. Esta playa artificial sin mar, en última instancia, pretende hacer olvidar el círculo de mentiras, asesinatos, humillaciones, tortura y latrocinio que fue la barbarie de la dictadura, cuando derecha y tiranía eran una misma y única cosa; cuando administraron el terror en la geografía de los pobres, que ahora pretenden ilusionar y engañar con esta playa artificial sin mar. Desgraciadamente, para Chile, todo indica que esa percepción del ser humano de la derecha criolla reflejada en esta playa sin mar, no ha cambiado. Continuamos soñando con una derecha más moderna y con más sensibilidad social para Chile.
Pero pareciera que los “sueños, sueños son”.

Jaime Vieyra-Poseck

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