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Liderazgo bacheletista y androcentrismo político

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 09/06/2006

Publicado también en Primera Línea (La Nación)

 

El liderazgo que nos ofrece Michelle Bachelet es, a todas luces, un signo de los tiempos modernos, muy acorde con el siglo XXI, y  está determinado por el factor género: es una mujer. Y el liderazgo de las mujeres es muy distinto al de los hombres; y el que Michelle Bachelet encarna es antiautoritario, sereno, no crispado ni impositivo; que sabe escuchar; un liderazgo amabilísimo y acogedor; que respeta profundamente la diversidad de ideas, de religiones, de géneros, de orientaciones sexuales, absolutamente incluyente y tolerante; es un liderazgo estimulante y, además, y esto es lo más extraordinario del liderazgo bacheletista, proyecta una enorme calidez, lo que le otorga  a este liderazgo  una grandísima dosis de empatía con la gente. Este tipo de liderazgo, sin  ningún género de dudas, es  inédito en la historia política de este país. Y por eso mismo muy difícil de entender y asimilar en una sociedad androcéntrica como la chilena.

Ahora bien, ¿está Chile preparado para que una mujer ejerza el más alto liderazgo político? Gran parte del electorado así lo piensa y eligió a una mujer Presidenta: el 53% de los chilenos y chilenas depositaron su confianza en una mujer. Sobre esto no hay discusión.  Pero, lamentablemente, la praxis  está demostrando que el machismo en la clase política chilena pareciera que no está superado. La Presidenta ha sido reiteradamente desautorizada por parlamentarios, tanto de oposición como oficialistas, sin que se encuentre otra motivación para esas desautorizaciones que  su género sexual: nunca un Presidente hombre de la Concertación había sido descalificado de la forma en que lo  está siendo Michelle Bachelet por los propios parlamentarios concertacionistas : estas desautorizaciones se han producido por coyunturas tan nimias como, por ejemplo, un puente que el gobierno decidió no construir. Y se está llegando a cuestionar el rol y la autoridad de la Presidenta. Pareciera que la clase política chilena no entiende de liderazgos si no son ejercidos por hombres que golpean la mesa con fuerza y  hablan golpeado; en una palabra,  un liderazgo caracterizado por expresiones consideradas tradicionalmente como masculinas.

Que sea una mujer la que ejerza la presidencia ha sido, sin duda, una revolución cultural de enorme envergadura, en la cual estamos todos/as inmersos; un fenómeno sociológico de enorme trascendencia y que aún no ha sido investigado exhaustivamente ni ha sido asimilado por todas y todos, especialmente, pareciera, ¡qué ironía!, por los señores parlamentarios. A simple vista, no se entiende que  un país androcéntrico, y de una androcracia casi total, la ciudadanía le otorgue a una mujer la presidencia de la República. Esto tendría que ser ya una fuente de investigación por  especialistas en estudios de género.

El liderazgo, ejercido desde siempre por hombres en Chile ha sido hegemónico, sin casi ninguna posibilidad de destacar matices, y bastante intolerante con el que no piensa como el Presidente de turno. El que ahora sea una mujer la Presidenta, me temo que  está  desatando, inconsciente o conscientemente, la visión machista cavernaria y misoginismo, siempre tan latente tanto en la derecha como en el centro y en la izquierda. Este fósil ideológico, me refiero al machismo, le permitió a Sebastián Piñera acusar a Michelle Bachelet de no tener «carácter» ni «condiciones» para ser Presidenta de la República. Sin ningún género de dudas, jamás se habría atacado a un contrincante hombre, por muy malo que sea como político, con este argumento, teniéndolo como matriz de su estrategia electoral y haciéndolo de forma tan brutal y agresiva. Este argumento continúa utilizándose por la derecha en forma febril y obsesa hasta resultar obsceno. Lo paradójico es que la clase política concertacionista está refutando gratuitamente a la Presidenta  restándole autoridad, con una actitud de  machismo solapado que sólo confirma y desenmascara lo que los parlamentarios de la Concertación piensan en realidad de las mujeres: tengo la severa duda de que las infravalora.

La verdad es que Michelle Bachelet ha ejercido el poder con muchísima maestría. Objetivamente, enfrentó, sólo a un mes de llegar a la Moneda, unos de los movimientos estudiantiles más complejos de los últimos 30 años, que, todo hay que decirlo, heredó de gobiernos anteriores que no se hicieron cargo a tiempo de las reformas impostergables en la educación. Ningún gobierno de la Concertación había gestionado una crisis de tal magnitud. Fue ella directamente la que se hizo cargo de la administración de la crisis dándole una solución global, rápida y absolutamente satisfactoria.

La descoordinación del gobierno, que tanto ha dado que hablar, es debido a una apuesta con un gran volumen de riesgo del liderazgo de Bachelet: el relevo generacional y caras nuevas en el gobierno. Y, como todos sabemos, esto implica otorgar a los “novatos” un periodo de ajuste y de diseño de estrategias para que el ejercicio del poder se realice con fluidez. Esta apuesta por la asunción de riesgos y costos elevados no deja de tener una enorme carga de valentía política, porque podría haber elegido a los mismos de siempre y asegurase esa fluidez de los que ya se mueven como peces en el agua en la cumbre del poder. Pero el liderazgo bacheletista apostó por el cambio generacional y por rostros nuevos en una simbiosis de audacia estratégica e imaginación política.

La tercera crisis que ha tenido que administrar Michelle Bachelet, es quizás la más compleja: los casos de corrupción y la crisis que atenaza a la Concertación. Su respuesta tardó dos semanas con relación a la corrupción. Y fue de una contundencia y de un volumen nunca visto en ningún gobierno de la Concertación. El paquete anti corrupción que presentó al país está orientado a cambiar la fisonomía del Estado en forma estructural poniéndolo a la altura de los Estados más modernos de los países desarrollados. Michelle Bachelet al presentar esta reforma radical  ha atajado con mano de hierro el clima de corrupción que ha estado impregnando la política y, ella misma se transforma en la garante para detener cualquier corrupción institucionalizada y atajar el descrédito político. Ahora la pelota la tienen los señores parlamentarios. Veremos qué hacen con esta propuesta radical para modernizar el Estado de Chile y mutilar de raíz la corrupción.

En resumen, analizando sin pasión ni subjetividades  estos nueve meses de gobierno  y liderazgo bacheletista, ha demostrado una enorme capacidad para enfrentar los problemas, tomar decisiones rápidas y acertadísimas, sin dejar de sonreír, ser amable y continuar haciendo operativo su programa de gobierno (mejores pensiones; desarrollo del Plan Auge; nuevo censo de las familias más desprotegidas, bajo variables más acorde con la realidad económico-social del país; preparar las gigantescas  reformas del sistema  previsional, educacional y de seguridad ciudadana que presentará prontamente al Parlamento,  etc.) ; y, además, ha proyectado a Chile en el mundo con una política exterior muy satisfactoria  y de enorme importancia estratégica para Chile, visitando ya varios países y  firmando TLC con Japón y Colombia,  además de abrir las negociaciones para el mismo efecto con Vietnam y Nueva Zelanda; y estrechar lazos con los países latinoamericanos mejorando sustancialmente la relación con Bolivia. Todo esto en sólo nueve meses.

Pero todo esto no basta. Y es que en el Chile androcéntrico y machista el trabajo de la mujer muy pocas veces es reconocido y medido en su justa dimensión. La mujer en  este país continúa siendo brutalmente discriminada e infravalorada, a pesar de tener una Presidenta de la República.

Para tener una muestra  irrefutable de esta discriminación impresentable podemos enfocar la representación de la mujer en  el Parlamento chileno. La mujer está infrarepresentada en ambas Cámaras, teniendo en cuenta que representa el 51% de la población: sólo el 5% (dos senadoras) en el Senado, de un total de 38 miembros; en la Cámara Baja, representan sólo el 8% (nueve diputadas), de un total de 120  diputados, y en la totalidad de ambas Cámaras, sólo el 7% (11 mujeres), de un total de 158 miembros. Esto ilustra cabalmente la composición androcéntrica que domina la totalidad de las listas electorales de los partidos políticos que marginan, qué duda cabe, a la mujer. Con este Parlamento debe trabajar y llevar a cabo su programa de gobierno Michelle Bachelet.

“A los hombres fuertes de las bancadas les suele gustar más la política que se ejerce en la camaradería de la masculinidad, el abrazo, el manotazo y la talla gruesa”,escribe el periodista Rafael Fuentealba, en un artículo  (La Nación, 25 del 11 de 2006) sobre las dificultades que ha tenido  la  ministra Secretaria General de la Presidencia, Paulina Veloso, para consensuar las propuestas del gobierno con los parlamentarios. Las mujeres para tener éxito en sus trabajos, no sólo tienen que hacerlo igual de bien que los hombres, sino muchísimo mejor: deben trabajar el doble de bien y ser absolutamente brillantes para que recién sean consideradas y respetadas. Me temo que la Presidenta y sus ministras no serán la excepción.

Jaime Vieyra-Poseck

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